Te has marchado
desde la casona de la Calle Alta de Siétamo al elevadísimo Palacio del Cielo,
donde continuarás gozando de la felicidad, a pesar de los momentos difíciles
por los que todos pasamos alguna vez por la vida. Tu, Alejandro me haces pensar
en los tiempos pasados y en los futuros; en los pasados, cuando eras
administrativo de la Compañía de Autobuses, que salían y llegaban a la Oscense.
Ahí te vi, con la educación que siempre te ha caracterizado, darle a mi padre
el billete para llegar a Siétamo. Fueron tantas las veces que se lo
proporcionaste, que vuestra amistad se hizo eterna, tanto que sin esperarlo, tu
también viniste a vivir a nuestro pueblo, donde has arraigado en él, con una
satisfacción que te llevaba a cultivar la amistad con sus vecinos, como se
podía ver al llegar el verano, en que subías con Soler a tomar el fresco en su
casa-jardín, desde donde se contempla la Sierra de Guara. Entonces te acordabas
de tu pueblo natal, que está situado en la Montaña. Pero tu viniste a Siétamo
también por los tiempos futuros, ya que tu hija, que es una artista, compró esa
casa, que no había sido ocupada por inquilinos, para establecerse en ella y
amueblarla con muebles y cuadros y esculturas antiguas, mirando a un tiempo
futuro, que la haría feliz y trabajar con delicia y entusiasmo renovando las
esculturas y las pinturas de las antiguas iglesias. Al principio tuviste algún
momento de duda porque entrar en aquella casa casi vacía, hacía que te
lamentaras, pero tu hija tenía todo previsto y arregló la puerta principal,
poniéndole un llamador de hierro forjado y en el recibidor pusiste unos cuadros
y unos escudos, que alegran los corazones de los que tienen la suerte de
verlos. En aquel enorme comedor con su cocina, con aquella apertura por la que
recibe la luz del cielo, daba gusto estar sentado y consultando libros sobre
temas que yo te había planteado. Tu señora, poco habladora, pero eternamente
sonriente, nos acompañaba.
Tu, como todos
los mortales pensamos en el pasado y en el futuro, pero como dice un refrán
popular: “para Dios no hay ni pasado ni futuro, todo está presente”. Me he
puesto a pensar en su significado y he visto que, al morir, los hombres
entramos en un presente eterno, porque allí estaremos juntos con nuestros
padres, con nuestros hermanos y con todos nuestros antepasados.
Por eso, aunque
los momentos que estáis pasando sean terribles, pensad que allá arriba
gozaremos del amor del Señor.
Tú, Alejandro
has amado el pasado y el futuro de tus hijos y de tus nietos, pero ahora
gozarás de la amistad de todos los hombres y mujeres del mundo y verás los
paisajes, no sólo de Siétamo y de tu pueblo natal, sino los de todo el mundo y
gozarás del arte, como goza tu hija con los hermosos cuadros y esculturas, con
los que ha llenado tu casa.
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