Desde niños hemos vivido José
Borruel y yo mismo, la vida de nuestro pueblo y la muerte de Jesús. Y al llegar
vivientes al año de 2013, al “embocar el
atrio de la iglesia parroquial, cuando la noche inunda la entrada del templo, tenuemente iluminado, que intimida el recogimiento de los
sentimientos sagrados”, se da uno cuenta de que lo que yo iba a intentar, es
decir escribir sobre la Semana Santa de
Siétamo, lo encuentro ya escrito con arte y con sentimiento por las palabras
emocionantes de José Borruel. Y me veo obligado a copiar las “Conjeturas del
Pasado” del mismo, que dicen, en letra
escrita, lo siguiente: “Mis experiencias sobre la Semana Santa de Siétamo y en
especial del día de Jueves Santo, están significadas por la celebración
procesional, en este día, para exteriorizar un cúmulo de sensaciones
respetuosas con el misticismo, el recogimiento, la penitencia, los olores y
aromas a incienso, velas y cirios encendidos. Fieles devotos, entrando y
saliendo, del templo parroquial, como centro vivo de todas las celebraciones y
actividades litúrgicas en su interior. Reclinatorios
ocupados por turnos de damas beatas, ante imágenes del crucificado cubiertas de
taciturnos paños morados, propicios a la meditación. Más tarde, al atardecer,
la emblemática manifestación, en dos filas paralelas y distanciadas, por las
calles del pueblo, como signo de fortaleza en la creencia de un Cristo de amor
y muerte, plasmado en la cruz que encabeza la procesión, con la intensidad y
testimonio humilde de un pueblo que vive la Fe, en fraternidad común entre el
vecindario silencioso, y los pasos sincronizados de penitentes descalzos, soportando
el dolor con el gozo de la participación, colgando desde sus hombros una pesada
y auténtica cruz, con ayuda de otro nazareno que evita el rasgueo trepidante,
en el suelo, con cabezas y cuerpos ocultos, bajo túnicas que cubren el flagelo
de los grandes misterios, que transmiten las historias de una tradición que
abraza al personal con intensidad y pasión. Momentos de luto, de confesión y
conversión; mujeres vestidas de oscuro y mantilla de blonda cubriendo la testa.
Hombres mudados para la ocasión, con camisa blanca, traje de pana y zapatos, tan
incómodos como poco habituales, cabeza descubierta, con la boina entre las
manos, en señal reverente. Niños y jóvenes que observan e imitan a los mayores
con la discreción, disimulo y afinidad ejemplar. Todo modesto, bondadoso,
cercano y entrañable, con la conciencia serena de la confortable solemnidad del
bien cumplido con el alma. Sonidos de campanas silenciadas por el de matracas y carracas, que los chicos han
evidenciado con insistente pesadez por los itinerarios que ahora discurren en
comitiva, en un amplio recorrido del desfile dirigido y presidido por el
sacerdote (Recuerdo especial al Rvd. Alejandro Tricas y al sacristán Antonio
Bescós, Q.E.D. ambos de larga, ejemplar y fructífera trayectoria parroquial), jalonados por monaguillos obedientes revestidos con
atractivos ropajes, partícipes atentos, gentiles y disciplinados en su
cometido. Autoridades y pueblo confiado y crédulo, con interpretación de toques,
que suenan con fuerza, en medio de la
oración y textos de la Pasión de Cristo, encarnando el esplendor humano de la
sencillez de lo cotidiano, en esta fechas de intensidad religiosa, a través del
caminar por los parajes ordinarios, hasta embocar el atrio de la iglesia
parroquial, cuando la noche inunda la entrada del templo, tenuemente iluminado,
que intimida el recogimiento de los sentimientos sagrados.
Esa, es una sencilla historia
comentada, sobre la devoción arraigada en la práctica de la sobriedad,
procedente de una post-guerra carente de casi todo aquello imprescindible,
menos de expectativa, con argumento de poder vislumbrar mejora con la capacidad
de superación y responsabilidad, de una vida preferible y lejana en el tiempo,
por la espera de un progreso benéfico común, que tardó tanto en llegar.
Pocas semejanzas las descritas en
el relato anterior y la actualidad
reflexiva de una Semana Santa espectacular, rica en representación, ceremonia y
participación, al memorar sacrificios contenidos en aquellos espacios que ahora
son saludables añoranzas de quienes vivimos otros tempos que nombramos sin
nostalgia ni animosidad y la satisfacción y aleluya, de ver cumplidos en
nuestros descendientes y venideros, el bienestar sustanciado, que ni soñado se
podía fantasear. Aunque en estos momentos se vivan borrones imprevistos e
indeseados, por ser dañinos para una sociedad maleada, que se ve perjudicada,
en el favor general”.
Esta descripción de la Semana
Santa en mi pueblo de Siétamo, ha conmovido mis recuerdos pasados en ella, porque
no trata su autor de conmover con su descripción, sino que te introduce en una
época pasada, viviendo tu propia vida y la de los “hombres mudados para la
ocasión, con camisa blanca, traje de pana y zapatos, tan incómodos como poco
habituales, cabeza descubierta, con la boina entre las manos, en señal
reverente”. También te está representando “mujeres vestidas de oscuro y
mantilla de blonda cubriendo la testa” y te hace recordar el sonido de las
matracas y carrascas, que yo he recogido, colgándolas en las paredes de una habitación, como si
ahora se hubieran puesto a sonar, con
“los sonidos de las campanas silenciadas por las matracas y carracas que los
chicos han evidenciado…por los itinerarios que ahora discurren en comitiva” .
Esta obra de José Borruel es un
texto de la Historia de España, cuando escribe:”Esa, es una sencilla historia
comentada, sobre la devoción arraigada en la práctica de la sobriedad
procedente de un post-guerra carente de casi todo aquello imprescindible, menos
de expectativa, con argumento de poder vislumbrar mejora con la capacidad de
superación y responsabilidad, de una vida preferible y lejana en el tiempo, por
la espera de un progreso benéfico común, que tanto tardó en llegar”. Pero es
también una profecía de lo que está pasando y seguirá pasando en España, cuando
dice:”Aunque en estos momentos se vivan borrones imprevistos e indeseados, por
ser dañinos para una sociedad maleada, que se ve perjudicada en el favor
general”.
Hace unos pocos años subió el
nivel de vida de los españoles, cuando se hacía propaganda contra la religión y
ahora, que se viven esos “borrones imprevistos e indeseados por ser dañinos
para una sociedad maleada”, se ha revivido la práctica de la devoción a Cristo
en la Semana Santa, y el pueblo ve en la práctica de esa doctrina de Cristo,
con la honradez en todos los españoles, incluidos los políticos, de una vuelta
al Pan Nuestro de cada día y a los demás bienes culturales, sanitarios y
humanos y “una vuelta a un progreso benéfico común, que tardó tanto tiempo en
llegar”, después de la Guerra Civil”.
Me han impresionado las palabras
de un Maestro, que estudia la Historia pasada y la venidera y plasma en el
papel, con un arte, clásico y actual, la entrada en la iglesia parroquial de
Siétamo.
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