Con sus cerca de noventa años, se
ha marchado Roberto. Yo me despedí de él, unos días antes de morir, pero sin
decirle adiós. No nos lo dijimos, mutuamente, porque ninguno de los dos,
esperaba que ya no podríamos reunirnos
otra vez en su casa, para seguir
escribiendo, sobre las numerosas piezas
museísticas, que llenaban sus
numerosos archivos. Nos encontramos pocos días antes de su marcha
de este mundo, en el portal de su casa, bajando a la estación de autobuses y
del tren. Roberto estaba apoyado en la pared, lo que indicaba que estaba un
poco cansado, pero ni un solo momento dejó de sonreír. Con esa sonrisa me pareció que estaba diciendo
adiós al museo particular, que tenía en
lo alto de su piso, pero iba también a despedirse de la finca, que por la
carretera de Jaca, le hacía recordar el Alto Aragón. El no podía despedirse de
este mundo sin recordar la tierra de sus antepasados, con los altos arboles, que miraban hacia el cielo y coger algún
producto del huerto, que cultivaba y regaba, con el agua de un pozo, que en
otros tiempos excavó, para tener siempre verde el horizonte de su finca. Dentro
de su chalet, se encontraban no sólo los cómodos divanes, para descansar en ellos, sino los instrumentos
para trabajar la tierra. Pero no sólo los necesarios para cultivar su huerto, sino los pucheros de barro, que había conocido
desde niño en las casas de sus parientes, como la de mosen Jesús Vallés Almudévar de Fañanás. En un
camino, rodeado de zarzamoras, junto a su huerto, nos encontramos con el doctor
Gorges, que iba analizando las múltiples plantas, que guardaban los límites de las fincas. Allí
estuvo dándonos algunas explicaciones y Roberto que sabía de todas las cosas de
este mundo, escuchaba e iba almacenando
en su cerebro. En la casi deshabitada zona del Norte de Huesca, se encontraba
con personas que alegraban su espíritu, pero cuando recordaba desde su niñez el
baloncesto y la vida de trabajo de los oscenses, su sonrisa alegraba a su
esposa y a sus hijos y más ahora, que sus nietos lo querían y Roberto iba
colgando los cuadros de sus fotografías
en las paredes de su piso.
Estando de conversación en el
portal de su casa, llegó el automóvil que lo iba a llevar a su campo y sonriendo, Roberto con su conquistadora
sonrisa y yo con el cariño familiar de
tiempos pasados, nos separamos y ya no nos hemos vuelto a ver. Pero ¡Roberto!, ¿para qué íbamos a despedirnos, si muy pronto nos veremos otra
vez?.
Gracias por acercarnos a los que leemos sus notas a esos hermosos paisajes, historias y vivencias.
ResponderEliminarUn saludo afectuoso.
María Luisa.