Fruto del almez o litonero |
Retel con cangrejos de rio. |
Cuando tenía diez años, hace ya
cincuenta, el señor Campo, iba de paseo con sus amigos, cada uno en su
bicicleta. No estaban éstas muy dotadas de técnicas, como las actuales que tienen tantas tecnologías, que a veces no las saben ni
emplear. Entonces eran las bicicletas un poco viejas, porque si no se las
arreglaban ellos, nadie se las reparaba. Es más, a veces tenían que frenar y lo
hacían con las suelas de las sandalias o alpargatas, que eran las que con más
frecuencia se calzaban. Pero no me ha explicado el señor Campo nada de los
monumentos ni de las fuentes, que en el camino podían encontrar, porque no los
veían, hasta llegar a Huerrios, ya que por el camino sólo tenían que pasar por el
original puente sobre el ferrocarril. En este pueblo de Huerrios, aquella
fuente era la “fuente de la alegría”, además de la del agua, porque la daba
abundante, fresca y sentaba, según me contaba el señor Campo, de maravilla.
Pero no les distraía el agua exclusivamente, sino unos animalitos de esos, que
viven y se cuidan por el agua, a saber los cangrejos, pero de esos que ya no
quedan, porque se trataba de cangrejos autóctonos, que han desparecido de estas
zonas y además de casi todas. Aquella especie de cangrejos era de lo más simpático
del mundo de las fuentes, en las que brotaba el agua, como en la de Huerrios y
corría por las acequias, por las que llegaba dicha agua a los huertos. Pero
cuando llegaba Campo con sus amigos, los
pescaban con un “retel”, que era como una red, sujetada por arriba con un
alambre, doblado en círculo, que se ataba con dos o tres cuerdas y por arriba se dejaban los
extremos sobre la margen de la acequia. En el fondo del retel ponían un cebo, que
adquirían en alguna carnicería, consistente en hígado molido, que atraía a los
cangrejos a comérselo. Cuando observaban que ya estaban varios cangrejos dentro
del retel, levantaban las cuerdas, que
habían apoyado en las márgenes y ya los
tenían en sus manos. Cuando se marchaban, los repartían sin ninguna disputa entre los pescadores, lo que demuestra
que aquellos niños tenían un corazón noble y no como muchos políticos, que se
ponían a arreglar la economía del mundo, sin saber hacerlo. Los niños no sabían
arreglar sus bicicletas, pero las hacían rodar camino de la fuente. Y Campo
exclamó ante la presencia de estos niños pescadores : “ ahora no se ve en la
fuente a los niños, porque ya no queda
pescado”, pero yo añadí “los mayores acuden más a los dólares, que también se
van acabando”.
Pero a mí me ha emocionado la
observación de Campo de que al lado del puente sobre el ferrocarril, al lado
del camino viejo de la derecha, se sentaban debajo de un litonero, o almez, en
castellano. Campos ya duda de si
existirá todavía ese litonero, pues han
pasado muchos años desde que tomaban su sombra. Yo mismo, he visto muchos
litoneros por todo el Samontano, pero en Huesca sólo se pueden contemplar los
que se alzan en la Avenida que va a San Jorge, entre el edificio de la
Seguridad Social y al otro lado el Pabellón del Deporte. Cuando llegaba el
tiempo de su maduración cogían los litones o almeces y después de mordidos y
chupados, con una cañita o cañeta como le decimos por aquí, lanzaban los cascos
o huesos entre ellos, de un modo que parecían guerras pacíficas. A veces el que
estaba subido en el árbol para coger litones, parecía un hombre primitivo y
moderno al mismo tiempo, porque soñaba en la Naturaleza y gozaba de los frutos
del campo y de los cangrejos de la fuente de Huerrios.
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