Ramón Pisa a Ignacio Almudévar
Como asiduo lector del periódico
Nueva España de Huesca, leo todos tus escritos que en el citado periódico
publican, pero entre ellos todos los publicados, el que más emoción sentí al
leerlo, fue el aparecido el día de Año Nuevo, sobre la “Señora Concheta”, como
tú la llamabas, hasta el punto de que se me puso la carne de gallina, como se
suele decir, y las lágrimas estuvieron a punto de saltarme.
Para los que no conocen a esta
señora, poco impacto les podía hacer ese artículo, pero para los que fuimos
bautizados en la pila, o convivieron con ella, creo que les sucedería lo mismo
que a mí.
Yo no voy a escribir sobre ella,
porque lo dices tú todo, voy a escribir sobre tu persona, pero no sé si sabré
describir todas las virtudes que en ti concurren, y todas las que te mereces.
Para ti los pecados capitales
sobran, porque derrochas humanidad a raudales, tu modestia reina en ti como
principal virtud, en cuanto a honradez no hay quien lo ponga en duda. ¿Cuántas
personas que no han nacido en una cuna de tantos quilates como la tuya, quieren
ostentar todo esto que tú tienes!.
Abundan muchas personas que al llegar a
ostentar un cargo político de alguna categoría, por el dedo caprichoso de
otra persona, se enorgullecen tanto, que
aun habiendo sido conocido te niegan el adiós al pasar por su lado, o sea, que
se les sube el cargo a la cabeza, como vulgarmente se dice, también les suele
suceder a bastantes que de pobres han llegado a ricos.
Tú, Ignacio, tienes como lema el trabajo, desde
muy joven, ya fuiste pionero de la explotación de una granja de gallinas, en
colaboración con Laureano Ciprés, en vuestra propiedad de la Torre de Casaus, te
he visto como veterinario en los Almacenes Escartín, y hoy, en la actualidad,
en el Matadero Municipal; todo esto te enaltece, mucho más ante los que te
conocemos, ya que todos tus antepasados, aunque también tenían todas las
virtudes que tú tienes, vivían más opulentamente, desde tener cuatro muchachas
de servicio, una legión de personas para trabajar las tierras, y un coche de
caballos con su cochero para venir de Siétamo a Huesca todos los días.
Cuando hicieron aparición los
coches de motor, el primero que había por todo este contorno, lo tuvieron en tu
casa y para todo el pueblo fue un acontecimiento y más para nosotros que
entonces éramos muy jóvenes. Recuerdo que lo conducía tu tío José María, y tu
abuelo le hacía la advertencia de que no corriera mucho, no podía correr mucho,
ya que aquellos coches no estaban inventados para correr.
Como alcalde de Siétamo también
has sido pionero en el adecentamiento del pueblo, pero además no sólo has
arreglado la Plaza Mayor por estar allí ubicada tu casa, sino que la
pavimentación ha llegado al último rincón del pueblo, desde luego con la
colaboración de todos los vecinos;
muchos alcaldes se podían mirar en tu manera de proceder.
Muchas más cosas podía contar,
tanto de ti como de tus hermanos, que todos se han dedicado al trabajo, pero
con esto que me ha venido a la memoria después de leer esa colaboración tuya en
Nueva España, me doy por satisfecho, más viendo que lo hago antes del día de
las alabanzas, pues ya que casi siempre se suelen hacer
después de que uno muere.
Carta de Ignacio Almudévar Ramón Pisa
Carta de Ignacio Almudévar Ramón Pisa
Amigo Ramón. Tu carta me llena de
alegría y al mismo tiempo de tristeza. Deja en mí un poso agridulce. Me llena
de satisfacción el que un hijo de mi pueblo, bautizado en la misma pila que yo,
como muy bien dices en tu carta, vibra conmigo al recordar el pasado de nuestro
pueblo y se alegra de ver las mejoras que nuestras gentes van introduciendo en
él.
Y esas inquietudes te honran,
¡Ramón!, porque son sentimientos totalmente espirituales en tu caso; son ajenos
a todo interés material, porque si bien tus hermanos tienen sus patrimonios, tú
no tienes en Siétamo lo que aquí llamamos intereses. ¡ Tu interés por tu patria
chica sí que es interesado!. Cuando las campanas de la iglesia parroquial de
Siétamo suenan tristes, aparece en la Plaza Mayor un autobús que viene de
Huesca y empiezan a bajar de él los sietamenses que viven en la capital, para
despedir eternamente a algún difunto, que se va del pueblo. Entre ellos baja
siempre Ramón Pisa. Este amor a tus paisanos lo has transmitido siempre a tus hijos, que siempre me saludan con
cariño. José María , hombre culto y gerente de una prestigiosa editorial, me
estimula a escribir una Historia de Siétamo. Pero yo no soy un escritor, soy un
modesto “escribidor”. Me gustaría escribirla, pero se convertiría en un
lanzamiento de incienso a nuestro común pueblo, que tanto queremos tú y yo.
Tú y yo, de momento, ya nos hemos incensado mutuamente, como hacen
los curas cuando se intercambian el aroma del incienso con el botafumeiro. Pero
el incensario huele a entierro y por eso estoy triste, porque como tan
gráficamente dices en tu carta, las alabanzas tienen su hora. Pidamos como la señora Concheta, que Dios demore
muchos años tu hora y la mía y mientras tanto sigamos amando a nuestro pueblo,
nuestro Somontano, nuestro Altoaragón, aportando cada uno nuestro grano de
arena para su desarrollo y para la conservación de nuestra cultura y de
nuestros valores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario