A este Javier lo conozco desde
hace muchos años, y él conoce a todos los oscenses, desde que era un niño.
Estaba yo de Veterinario en Casa de Escartín del Coso Bajo, y allí atendía a
los ganaderos que compraban en ella los piensos con los que alimentaban a sus
ganados, desde caballos, ganado vacuno, canes y conejos y gallos y pollos.
Javier era un chico simpático, que venía por el almacén del
señor Escartín. Era un chaval que
se interesaba por la ganadería y siempre nos preguntaba por la utilidad y la
belleza de los animales, que allí visitábamos.
Era Javier un niño que tenía una
personalidad especial por su simpatía y por las continuas preguntas que nos
hacía a los veterinarios de aquellos Almacenes. Tenía curiosidad por todas las
cosas que veía en aquellos animales y de los alimentos
que les proporcionaba Don Angel Escartín.
En aquellos tiempos de su niñez tenía un desarrollo extraordinario, pero como
es natural que un niño carezca de barba,
a él no le crecían los pelos que en su cara, más tarde le crecieron y
siendo ya de unos dieciséis o diecisiete años, ya se dejó en alguna ocasión
barba ornamental en su rostro, que unida a su tamaño enorme, le daban
personalidad.
Julio tuvo una oportunidad de
trabajar en aquella tienda y el señor Escartín le dio responsabilidad para ganarse la vida,
que por desgracia no fue mucho el tiempo que le concedió, sino unos ocho días.
Tuvo la desgracia de no trabajar muchos días en aquel comercio, para alimentar
a nuestros amigos los animales, pero fue mayor la desgracia que no percibió ni un céntimo de premio a ese
trabajo, que realizó con gran ilusión.
Yo, pasada una buena temporada
tuve que trabajar en distintos lugares en mi profesión de Veterinario y ya veía
escasas veces la magnitud corporal de Javier que iba creciendo y echando barba
a su rostro. Pero como siempre hemos sido amigos de este “gigante”, vi como
siguió buscando trabajo y se presentó a las oposiciones al Hospital de la
Seguridad Social. Siempre tuve buenas noticias de Javier, pues su
tamaño daba fe a los enfermos que acudían al Hospital, transmitiéndoles a los
mismos algo de su buen humor, ya que no les iba mal ese buen carácter.
A Javier Ciprián y Baldellou, lo conozco desde que yo,
tenía veintiseis años de edad y ahora ya estoy cargado con ochenta y ocho. Es
una persona que conoce a todo el pueblo de la ciudad de Huesca. Efectivamente,
todos los habitantes de la ciudad de Huesca, lo conocen, porque todos se han
fijado en su enorme cuerpo de más de dos metros de altura, aunque sus
apellidos, pasan desapercibidos para la multitud de conocidos y amigos de la
Ciudad. Yo, que conozco a Javier ya hace gran número de años, no me había fijado
hasta el día de hoy, día 28 de Marzo de 2.019, que se llamaba además de Javier, Ciprián y Baldellú y casi me había olvidado de su nombre Javier,
pero me he alegrado de aprenderme sus dos bellos apellidos tan altoaragoneses de
Ciprián y Baldellú. ¿Cómo es tan difícil aprenderse este
nombre de Javier, procedente de Navarra, que limita con la provincia de Huesca,
al que acude el día de su santo a la iglesia de San Francisco Javier, a venerar
a este santo tan próximo a El, la provincia
de Huesca!. Cuando miro su enorme cuerpo, no me acuerdo de
su nombre, pero si que estoy admirado de su enorme humanidad.
Ahora ya está jubilado y cómo anda
con cierta dificultad y con sus ojos
distingue con dificultad los objetos, pasa muchos ratos de su vida en el Bar “El
Galileo”. Está sentado en una butaca, a
la que se acomoda con cierta dificultad, porque casi no cabe en ella y entonces
su vientre enorme, sale de la silla adelantando su volumen hacia la mesa, donde
le depositan un café.
Y allí, se va tomando un café
tras otro y bromeando con los que van llegando al Café y saludando a los que
pasan por la calle, delante de su “trono cafetero”. Pero él que ya no puede
ayudar a los enfermos del Hospital de la Seguridad Social, cuando viene de
comer en casa de su hermana, se trae unos trozos de pan para satisfacer la vida
a muchos gorriones, que bajando de los próximos árboles, acuden a sus pies a
que les reparta migas, que consumen con placer.
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