El Callejón de
Siétamo, no es un simple callejón, sino una calle especial, donde se goza de
paz. Se entra en ella por la era de Sipán y se sale al Arrabal, entre casa de
Narbona y una gran casa de piedra, donde “Antoñito el Herrero” suministraba en
la tienda, a la gente de Siétamo. Agustina de Aragón le dio su nombre a esta
calle y en ella vive gozosa la familia de Miguel, con el apellido Arnal. Es un
apellido hermoso, que expresa en aragonés una colmena de abejas, que viven en
armonía, fabricando para el hombre la dulce miel del amor y la cera de las
velas, que en la iglesia y en su casa encienden a Dios del cielo. Era Miguel el
modelo de un buen padre de familia, con Luisa su buena esposa y sus hijos María
Jesús y Miguelíto. “Ramonito de Cavero”
con su buena esposa Nati, hermana de Miguel, viven en la misma colmena, pues
así se puede llamar a ese callejón, que es un lugar lleno de paz, pues en él
vivió siempre feliz la familia de Miguel. En verano y en medio de la calle,
como afluyen las abejas al “arnal”, se
sentaba numerosa, la familia de Miguel en animado coloquio, acomodados en
sillas y allí gozaban del aire que corría a lo largo de la misma. Presidía el
buen Miguel, cual un patriarca sacro, acompañado también por su hijo Miguelito,
por su nieto Miguelín y por su nieta María.
Se encontraban, también, Luisa,
su santa esposa, María Jesús, su rubia hija, cuyos cabellos recuerdan a los
ángeles del cielo y ésta con sus hijos y su esposo Carlos, unida a Miguel, su
hermano, acompañado por su esposa y por sus hijos, no sólo le hacían compañía,
sino que lo cuidaban y le colocaban los cables que enviaban oxígeno a sus
dolidos pulmones. Allí llegábamos muchos, de los pocos que quedamos, nacidos en
la Villa de Siétamo y era agradable ver a Miguel, conversando de la vida, de
las tierras y del “cura desconocido”, que murió para la Guerra a las orillas
del Río. ¡Qué agradable resultaba aquella conversación, en que Miguel no
callaba y “Ramonito” animaba con su humor y su optimismo, escuchándose las
risas de Nati, hermana de Miguel y esposa de “Ramonito”. Allí rodeado de todos
sus seres queridos y por todos los que en el pueblo lo amábamos,
pensábamos como van desapareciendo los
antiguos hijos de Siétamo. Parecía una escena patriarcal, con el recuerdo del
cura tío de Miguel y de la monja, hermana de su esposa Luisa. Entre aquel coro
celestial, dirigía la escena el buen Miguel y todos, ante aquel panorama que
parecía una despedida de este mundo, sonreían, disimulando su temor a la muerte
del padre y patriarca de aquella
familia. Llegó el Otoño y no se repitieron aquellas reuniones al aire libre del
Callejón, porque su hija y su hijo,
pensaron que en el mal tiempo, no podían abandonarlo, sino buscarle como dicen
que hace Santa Ana,”buena muerte y poca cama”. Y lo llevaron a un piso, junto
al suyo, donde Miguel gozaba con las visitas que le hacían los vecinos de
Siétamo; si, gozaba porque se llenaba de satisfacción al contemplar a los visitantes
a los que preguntaba sobre la vida de su pueblo y de su Callejón. Los
visitantes observaban también el cuidado de su esposa, de sus hijos y de la cuidadora Nieves, en las
atenciones a Miguel, que parecía que estaba gozando de la vida, en lugar de sufrir
los dolores de una cercana muerte. Y así fue su muerte, el fin de una vida en
la que trabajó y pasó sus buenos momentos y otros más duros, convirtiendo su
familia en un capítulo de felicidad, el tiempo que tardó en llevárselo el
Señor. Murió sin sufrir y a su entierro acudieron multitud de personas, entre
las que estuvieron mi hija Elena, gran amiga de María Jesús, acompañada desde
Pamplona por su marido Santiago. Yo creo que no hay que rezar por Miguel, sino decirle que pida al Señor para que
nosotros seamos tan felices como él, en la hora de nuestra muerte,
Hoy, en el
cielo se han juntado de nuevo Miguel y Luisa, su santa esposa Las lágrinas de
Miguelito y de María Jesús , hoy las derramarán por el recuerdo sagrado de Miguel y de Luisa, pero dentro de sus
corazones recordarán que Miguel con Luisa, les dieron una vida feliz.
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