Cuando
acudo al Bar, vecino de mi casa, me encuentro sentado delante de su velador, a
un Señor Andaluz, cuyo aspecto noble y tranquilo, hace su consumición de media
mañana. Elige alguna dosis para recordar sus desayunos andaluces y lo que le atrae y él ama, son unas
olivas o aceitunas negras, servidas en una pequeña taza, que él va consumiendo
poco a poco. Tiene un rostro medio serio, medio alegre que te da alegría al
recibir su oferta de consumir alguna oliva, que el último día que lo encontré
en el Bar, me invitó a probar ese vendito
fruto, que me hizo consumir como un delicado placer. Consumí hace unos días una
de esas olivas negras o aceitunas y le di las gracias.
Estaba
él consumiendo poco a poco , pero con placer, ese almuerzo con olivas como
primera consumición y estaba sentado delante del velador, con tranquilidad,
gozando del placer de aquellas negras aceitunas. No tenía prisa porque, como
demostraba apoyando su espalda en la silla en que estaba sentado, y sus manos
las tenía asidas a su bastón, mientras contemplaba los amigos que iban entrando
en el tranquilo Bar.
Cuando
yo entraba en el Bar, levantaba una mano del asidero del bastón y mi invitaba a
participar de su popular almuerzo. Yo, conmovido por su amabilidad, cogía una
negra oliva o aceituna, la daba las gracias y le deseaba un buen provecho.
Pero
él, acostumbrado a recorrer durante muchos años, en edad más juvenil, aquellos
verdes que no molestaban a sus ojos, sino que un tanto más
oscuros, que el verde de los prados, en
que él se había acostumbrado durante muchos años, le inclinaban a que alguno de
los hombres jornaleros, que le
acompañaban, tendiesen mandiles debajo y alrededor de los troncos de las
oliveras. Luego golpeaban con largas varas
las olivas, que caían sobre los extendidos
mand¡les, en que se recogían.
Con
la caída de las olivas, caían con los golpes que daban los hombres con las
largas baras además de las olivas , muchas hojas de olivo, que luego se separaban
de las olivas y se daban como rico
alimento a las ovejas en sus corrales.
Pero
el jubilado jienense, ahora sentado en el Bar, aquello le recordaba aquellos viejos
tiempos, consumiendo olivas negras, que le recordaban con placer, aquellos ya
olvidados viejos tiempos en que las recogía en sus olivares.
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