domingo, 13 de julio de 2025

TORO IBERICO




El Mediterráneo es un mar metido entre tierras llenas de color, de cultura y de vida. Toda su costa está ocupada por pueblos que constituyen el núcleo de la Cultura Clásica, como Roma, Grecia, Israel, Fenicia, Egipto, Cartago, Lyon y ¿cómo no hablar de la España Ibérica? Los iberos es probable que tuvieran su origen en el Mediterráneo o si no lo tuvieron, recibieron influencias de las culturas fenicia, griega, cartaginesa y romana, entre las cuales se la está reconociendo ahora. En el mes de octubre de 1997 se ha dado en París una selecta exposición sobre los iberos, exhibiendo más de trescientas piezas originales, encontradas en España y en la zona francesa del Mediterráneo. La cultura ibérica va del siglo VI al I antes de Jesucristo y sus conocimientos abarcan lo social, el arte, la escultura, los adornos, la cerámica y la escritura, afectando no demasiado a la arquitectura, que no destaca, aunque recientemente se ha encontrado en Valdetormo (Teruel), a orillas del río Matarraña, un fortín de esta cultura, con un torreón circular de doce metros de diámetro y cinco de altura. Don Ricardo Olmos opina de los iberos que "quienes labraron en oro diademas, como Javea,  o  esculpieron en piedra caliza las Damas de Elche y Baza no estaban lejos de aquellos otros artistas que crearon sus mejores imágenes para la Acrópolis de Atenas”.  Para demostrar esta afirmación se llevan a París el guerrero número uno de Porcuna, de los comienzos del siglo V a. e, objetos pertenecientes al tesoro de Tivissa (siglo II a.e), como un brazalete espiraliforme, la esfinge alada de Elche (no se lleva la Dama del mismo lugar) y un recipiente de cerámica que representa, en su superficie, la danza guerrera de Liria. Se han encontrado restos de muchas actividades humanas, de la caza, de los lobos, de la ganadería, entre los que se encuentra el toro de Porcuna (siglo VI a.e), otros toricos de Teruel y muchos más, que formaban parte, tal vez, de ganaderías que hubieran dado, artísticamente, origen al toro bravo español. En Navarra, en el pueblo de Artajona, se encontró una cabeza de loro en una columna, resto que puede ser fuera romano, que recuerda la ganadería de Karri-Kirri. En el Imperio de Tiberio, en las monedas de transición de! período ibérico al romano, salen toros en las de Calahorra, Cascante, Alfaro y Tarazona. Salen también en las monedas ibéricas de Tarragona, Sagunto, Cuenca y sobre todo en las andaluzas. Algunos de estos toros dan la sensación,  de ser verdaderamente bravos, porque en ocasiones están embistiendo. Pero hay una moneda de ITUCI (Tejada la Vieja de Sevilla), situada en la zona fenicia y que me regaló en Pamplona un simpático vendedor de la Plaza del Castillo, en cuya cara aparece un guerrero ibérico montado a caballo y portando un escudo, enfrentado a un toro. ”Ahora, al mirar la moneda, tengo dudas de si se trata de un toro”. Esta moneda no se encuentra en el libro Moneda Hispánica", publicado en 1992 y cuyo autor es Fernando Álvarez Burgos. Pudiera tratarse de un cuidador de toros, aunque parece extraño que un cuidador no estuviese en la moneda acompañado de más toros; parece, más bien, que es un precursor de "un caballero cristiano, que pide licencia, ufano, para alancear un toro " El hecho de estar sólo el ibero con un toro, da a entender que se trata de torearlo, pues Juan Belmonte escribe: "Es verdad, y todo el mundo lo sabe, que e! toro, en campo abierto, no embiste; sólo suele embestir el toro abochornado, es decir, que se separa de la majada después de una pelea” . "Se decide el toro a embestir cuando se le fuerza a ello, cuando no tiene más remedio, cuando ya está cansado de rehuir la pelea " De este texto podemos deducir que al toro de la moneda se le ha ~sacado del rebaño y se le ha buscado para que acometa”. Estamos, por tanto, en un precedente de la Fiesta Nacional de los toros, que seguira siendo la mayor afición del pueblo español en tiempos de Felipe II. "De los más de setenta mil habitantes de Madrid, las dos terceras partes acudían a la Plaza Mayor cada vez que se lidiaban cornúpetas, celebrándose el valor y destreza de los caballeros que se enfrentaban a los animales" (Arturo Pérez-Reverte). A estos caballeros les ayudaban los hombres de a pie, como el paje que sale representado en una tabla de Rodrigo de Osuna (siglo XVI), que está en Gandía, y que se sube a un árbol para evitar el ataque del toro. El toreo de a pie, durante el siglo XVI, era como una ayuda a los caballeros y en el siglo XVII,  como dice la Enciclopedia de los toros de Cosía, "acuden ya a las fiestas de toros verdaderas cuadrillas de profesionales navarros o andaluces”. Goya pintó mucho la fiesta de los toros e hizo un retrato del torero José Romero, vestido con un traje  regalado por la Duquesa de Alba. Hoy la fiesta taurina tiene amigos y enemigos, pero la moneda ibérica de antes de Cristo nos recuerda que va unida al pueblo español, desde siempre en el tiempo y geográficamente desde el norte en que se encuentra Pamplona hasta el sur donde se asienta Sevilla.

sábado, 12 de julio de 2025

Las golondrinas



Cuando iba a visitar o a vacunar algún animal doméstico por el Somontano, me fijaba  en las golondrinas, que anidaban en los cubiertos, debajo de los maderos y allí, cuando criaban, uno  podía ver y oír a las crías, que al recibir de sus padres el alimento, piaban y sacaban sus cabezas de los nidos, abriendo sus fauces para recibirlo. Es la golondrina un ave elegante que en el Otoño se marcha al Sur, pasando al Africa del Norte y al llegar la primavera, alegraba los corazones de los habitantes del Somontano, que la amaban y no las perseguían ni deshacían sus nidos. Las respetaban, ya que de niños les habían contado que cuando Cristo estaba colgado en la Cruz, ellas revoloteaban a su alrededor y le quitaban la corona de espinas, que cruelmente se clavaban en su cabeza, amargando más los ya pesados dolores, que había sufrido y estaba todavía sufriendo.
Por eso se originó el refrán que dice: ”el que mata una golondrina, mata a su madre”.Al oír sus cantos, se sentían los somontaneses  inclinados a la paz e imitaban dicho canto, diciendo: ”mosquito comí, comí, mosquito comí, comí, a otro que no a mi”, dando el sonido a estas palabras igual al  del canto de las bellas golondrinas.
Me contaba una mujer joven del Somontano que estuvieron en la cuadra de su casa, haciendo obras para transformarla en un hermoso y amplio salón de estar y se encontraron que en los nidos había “crietas de golondrina”.Estuvieron a punto de interrumpir las obras hasta el Otoño, pero al fin cogieron dichas pequeñas golondrinas y, con cuidado las depositaron en otros nidos, que se hallaban cerca de los de la cuadra. Triunfaron porque criaron muy bien aquellas golondrinas a las pequeñas, que les habían echado los dueños del salón.
Todos los años las esperan para verlas felices, cazando insectos, haciendo sus nidos de barro y lanzando al aire sus bellos sonidos, para alegrarse por haber  creado nuevas generaciones de su especie.
Este verano he observado más de lo que acostumbro, la emigración de las aves pertenecientes al género Hirudo, del que forman parte las golondrinas. Me habían dicho que el veinticinco de Agosto se marchaban de nuestra tierra, las “falcetas”, ”falciños” o vencejos y me sorprendió que marcharan en tal fecha, pero, cada año compruebo que se van volando con sus poderosas alas. En cuanto a la golondrinas clásicas, que anidan en Siétamo, se solían por ir el quince de Septiembre, todavía en verano, pero yo el día once ya no la ví; sin embargo mi afición a unas aves tan románticas y útiles por su eliminación de insectos como mosquitos, me hizo observar el cielo y hasta el día catorce seguí viendo pequeños grupos de ellas. Desde ese día ya no ví más, pero el día veintitrés de Septiembre, ya en el Otoño, a la hora del mediodía, pude observar un grupo de ellas, detrás de mi casa; se posaban en los cables de la luz unas cuantas, en tanto las otras volaban y giraban por el aire cazando insectos, luego se posaban y eran las otras las que se lanzaban a buscar su alimento.
Estas golondrinas pertenecen a la especie clásica que viene a Siétamo desde no se sabe cuantos años. Tienen el pecho blanco y el dorso azul oscuro totalmente, al contrario que otra especie muy parecida a ella, que lleva la parte posterior del dorso de color blanco. Hay quien no distingue ambas especies, pues son casi ta iguales y se bañan en las balsas y piscinas en pleno vuelo. Yo había visto a estas golondrinas que vienen a Siétamo, desde hace pocos años, en Monflorite, concretamente, haciendo sus nidos de barro, en los edificios, casi completamente cerrados, excepto un agujero que les sirve de entrada y salida en su nido. Ahora, en la calle alta de Siétamo,están sus nidos , unos al lado de otros, cuando antes para ver nidos de golondrinas, digo de las clásicas, había que mirarlos en el interior de los edificios, casas, cubiertos, etcétera, abiertos por completo por su parte superior y que nadie tocaba, porque tenían a las golondrinas como unas aves sagradas, que le quitaron a Jesús su corona de espinas. Por eso se originó un refrán, que dice así: ”El que mata una golondrina, mata a su madre”. Y es que al oir sus cantos, se siente uno inclinado a la paz. Este canto que también la gente interpreta, también cantando, poco más o menos, con estas palabras: ”Mosquito comí, a otro que no a mí” Hay personas  que tienen un gran oído e imitan, dando sonidos a estas palabras, el canto de las bellas golondrina. Aquellas que aparecieron por detrás de casa, posándose en los cables eléctricos por espacio de unas dos horas, ¿de dónde vendrían y a dónde irían?. No lo sé,  pero han dejado en mí su recuerdo y el de todo el género Hirudo. Las esperaré, para verlas felices, cazando insectos, haciendo sus nidos, en los que crían nuevas generaciones de su especie y aquí , en nuestros cubiertos o debajo de nuestros aleros, dejan de recuerdo sus nidos de barro.
Esperando que lleguen, observaré a los estorninos, que se posan en los mismos cables en que se posaban las golondrinas, aunque de vez en cuando se ven masas de ellos, que vuelan, unas veces con palomas, otras con cuervos y solos cuando van a los olivares o a dormir a las altas arboledas.

viernes, 11 de julio de 2025

Estelas discoideas, antiguas piedras funerarias


Es la Estela Discoidea,  una serie de piedras  de épocas antiguas, que fueron usadas como recuerdos funerarios, que unas veces señalaban la vida en el cielo y otras, la noche  y la muerte. Parece que esos más antiguos monumentos funerarios en el Mundo, al tiempo que se acogían a la luz del  Sol o al Fuego, fueron  los Lauburus. Estos aparecieron de una forma de brazos rectos, que representaban  la Cruz Gamada. Pero esas cruces gamadas, cambiaron su  aspecto al de los Lauburus, que huyen de la total rigidez  de los brazos de la   Cruz, pues se tornan, en unas cruces, que no son rígidas, sino   que sus cuatro brazos curvos, los hacen girar,  unas veces hacia la izquierda y otras hacia la derecha.
 
Del Lauburu, procede la estela cántabra,  de origen celta, llamada Lábaro o del Lábaro procede el Lauburu.  Aparecen también las Laudas para señalizar las sepulturas. Hasta principios del siglo XX, se ha conservado en Cantabria la costumbre de rezar un Padre Nuestro, mirando al Sol en el Ocaso, pues se creía que allí moraban los muertos. El Lauburu vasco remonta sus orígenes a las teorías vasco-cantábricas,  que fueron estudiadas por historiadores vascos durante los siglos XVI y XVIII. Según algunos el Lauburu vasco es una interpretación moderna del Labaro Cantábrico. Se llega a considerar que los cántabros y los vascos tuvieron una historia común, durante siglos. Este símbolo del Lauburu y el Lábaro,  no es absolutamente vasco, pues también se encuentran orígenes indoeuropeos, como también se muestran  en Santander y en Asturias.En cuanto a la Laura Funeraria, citaremos la que se exhibe en el Museo de Huesca.

Procede  de la segunda mitad del siglo VI, después de C., época en que se creó una Lauda Funeraria o Sepulcral,  en la localidad de Coscojuela de Fantova, en la provincia de Huesca. Es romana y está preparada por el sistema romano del mosaico.  La imagen tiene el tamaño del pavimento necesario para enterrar al fallecido, junto a símbolos cristianos, y la imagen está rodeada por un escrito en latín. Los Lauburus son una variante curvilínea de la Cruz Gamada. Se encuentran en casi todo el Mundo, como China y la India. En España adorna sobre todo el Norte y en él,  las Vascongadas, Navarra, Aragón. Se encuentra también en Santander y Asturias. En  Vascongadas y Navarra  se ve el Lauburu con mucha frecuencia y en Aragón prolifera por la provincia de Zaragoza y por Huesca. En Arbaniés, a unos cinco kilómetros de Siétamo, con su nombre igual que el de Arbuniés en Navarra, se encuentra un espléndido Lauburu, apoyado en un corazón invertido. Como escribo en mi artículo “Lauburus y frontones”: “Además pertenece  al grupo de Lauburus, que simulan girar sus hojas de derecha a izquierda, que hace alusión a la vida eterna, al contrario que otros, que giran de izquierda a derecha, protegiendo los acontecimientos de la vida”. Muy cerca de Arbaniés, se encuentra el pueblo de Coscullano  y en casa de Mur, en un armario de madera,  se encuentra un  lauburu, que gira hacia la izquierda. De ahí  a unos cinco kilómetros de Siétamo, estuve en Velillas y ahí me llamó la atención un Lauburu de 1780, sobre la puerta de casa del “Ferrero”. Cerca de Velillas se ve el pueblo de Torres de Montes. En casa Mairal y en casa de Lera, se encuentran encima de las puertas de las casas, dos lauburus, de los que en cada domicilio,  uno gira hacia la derecha y otro hacia la izquierda.Pero aquí se colocó en una casa de Velillas un Lauburu en 1780 y sin embargo yo no he visto por los alrededores de Siétamo, Estelas Discoideas. El origen de esta clase de señalización funeraria es de la época del Medioevo, que en Velillas se prolonga hasta el año de 1780.
Estele discoidea Fuenteespalda (Teruel)
Las estelas de Fuentespalda, fueron expuestas en Teruel, en la Edad  Moderna. Se encontraban colocadas sobre las tapias del Cementerio local, como en su interior.  También existen Estelas Discoideas  en otras localidades de Valderroy y Cretas. El año de 2003 crearon en el Cementerio de Fuendespalda un lugar de carácter cultural e histórico. La colocación de estelas discoideas, ya lo muestran en documentos durante la Edad Media, pero no proliferaron hasta el siglo XVI. Las estelas discoideas de piedra tienen su parte superior en forma de disco o círculo, colocadas en una base en forma de trapecio, que se hincaba en la tierra, como sujeción de la Estela. Las Estelas de Fuendespalda  repiten  con frecuencia las cruces cristianas. Además hay una corona real, otra representando un tocado arzobispal y una tiara pontificia.José Antonio Benavente publicó unos comentarios sobre las Estelas Discoideas de Fuentespalda,en la Provincia de Teruel,”que por su iconografía, constituyen un claro ejemplo de perduración simbólica, ya que fueron construidas durante la Edad Moderna”. Entre esos comentarios Benavente, escribe: “Entre las Coronas se observa la presencia de Corona Real con bordura simple y Corona Real rematada con una cruz y ocho florones de acanto y diademas.Otros elementos símbólicos representados en las estelas con el Globus Mundi rematado por una cruz patriarcal con dos brazos superpuestos; lacerías o representaciones florales de cinco cuerpos e incluso herramientas como aperos de labranza y útiles de picapedrero que aluden a oficios”. ¡Como se observa el destino representativo de las Estelas de Guipuxcoa y las de Teruel¡. Aunque las Estelas, que se encuentran en el País Vasco u en Teruel son casi todas posteriores a las más antiguas ,como la de Amescoazarra, tal vez de origen celta; las de Liscar (Liédena), Arazuri y Soracoiz y eincluso de influencia ibérica. osea la del Castellara de Javier,anterior a la romanización. Pero la presencia de Estelas , más moernas, empiezan a ser las del siglo XV, del XVII hasta el XIX. En Teruel, las comarcas del Matarraña y del Bajo Aragón, se dieron ya en la época ibérica,las estelas funerarias de piedra, que representan lanzas, escudos, jinetes, buitres y orlas decorativas. Estos días de mayo del año 2019, he estado en Pamplona y he visitado el Museo del pueblo de Lizoain y también el del Monasterio de Iranzu. En sus Estelas se ven en muchas de ellas su división en dos partes, una un disco circular, montadas sobre un cuello, muchas veces de forma trapezoidal. La Estela posee dos ofrecimientos, uno su forma plástica y su oferta espiritual, pues en muchas Estelas, aparece la Cruz de Cristo. Se han datado las Estelas de Fuentespalda (Teruel) y las dos de Navarra en épocas simultáneas, a saber los siglos XVI y XVII. También las hay del siglo XVIII e incluso del siglo XIX. Su decoración quiere hacer ver en las Estelas, la radiación solar, como haciendo visibles las almas de los difuntos, que intentan rendir respeto al Sol, que imita con su presencia,  la de Dios. Estas Estelas de piedra, adornan el ambiente con su belleza decoradora, pero es además una conservación en los cementerios, de la personalidad del hombre, que pone de manifiesto su fe y sus creencias. Unas veces se encuentran adornos geométricos y astros. Se ven en algunas Estelas signos solares, en otros la Luna. En varios cementerios,  como el de Lizoain, aparecen estrellas y signos solares. En Navarra se encuentran bípedos alados y serpientes. Otras veces son vegetales, como flores de Lis. En diversos puntos de Navarra se ven instrumentos de trabajo, como podaderas de viña, martillos, arados e instrumentos de cultivo, Se ven escenas de instrumentos de las hilanderas, carpinteros, leñadores y algunas armas de lucha. En Lizoain, me llamó la atención una estela en la que figuraban las letras griegas Alfa y Omega. Se observan otras estelas místicas, además del anagrama de Cristo, las iniciales de MA (María), la elipse, que simboliza al Ojo Divino. A veces coinciden en un cementerio de Navarra, el anagrama IHS, junto a una Cruz. Hay una simbología astral, que simbolizan el Sol, la Luna y las estrellas, que al hombre le inspiran un pensamiento mágico o religioso. El hombre tiene pensamientos de adorar a Dios, que lo identifica con el Sol. Los rayos solares iluminando una Cruz, inspiran una Luz Divina. La Luna es la luz de los muertos e inspira una mitología, que hace al hombre, junto al sol y a las estrellas, un símbolo que Dios ha inspirado en el Universo creado por El. Desde los lauburus, la Lauda funeraria y las Estelas,el hombre ha buscado su origen en Dios y las ha representado por todo el Mundo.

miércoles, 9 de julio de 2025

El gato pardo


 



No conozco exactamente el número de habitantes, que en mi pueblo residen,  pero ahora tengo más dudas que nunca, porque desde lo que  he observado estos días en un entierro, he de considerar también como vecinos moradores, a aquellos seres, no humanos, que manifiestan  su cariño  a otros seres vivos, como por ejemplo los gatos y no solamente a los seres humanos.

Hace unos ocho meses murió el tendero de  Siétamo, al poco tiempo de retirarse de tal oficio, con el que tenía a la gente del pueblo muy contenta y satisfecha. Era ya mayor y como se encontraba con la única obligación de cultivar su  huerto, de cuya faena le sobraba mucho tiempo, se dedicó a arreglar su casa, dejándola muy elegante y arreglada, a tomar el sol y a cuidar a su gato con más mimo que cuando su trabajo se lo impedía. Casi  yo, ni conocía al gato, porque casi no salía de casa, donde supongo que tendría algún rincón, para acostarse sobre alguna almohada, se subiría a alguna de las numerosas ventanas para tomar el sol y estaría siempre satisfecho de los alimentos que le daría, su dueño para alimentarlo.

¡Qué feliz vivía el gato pardo!,   pero   casi por sorpresa, le enfermó su dueño, tuvo que espabilarse  para comer y por fin, vio jaleos por su casa, enterradores por el pueblo, hasta que  el coche mortuorio llegó  a la iglesia, mientras él se fijaba y nadie se daba cuenta de su nerviosismo. Después de enterrado, en poco rato desapareció la gente y todo el movimiento del entierro y ya no volvió a ver más a su querido compañero de la vida.

Yo, que antes no conocía casi al gato pardo, lo empecé a ver con más frecuencia, pues cuando  en las  puertas de algunas casas, estaba alguien, acudía  a pedir, con cariñosos maullidos, que le dieran comida y muchos se la daban, porque no se sabían resistir  al cariño con que el animal la pedía. Otras veces, cuando me marchaba del pueblo, ya no lo veía.

Pero aproximadamente,  a los ocho meses del entierro del tendero, hubo otro  en mi pueblo, el de una señora muy mayor y muy respetada por todos, tanto es así que al mismo acudieron más de treinta sacerdotes. Se congregó en la Plaza Mayor, una enorme multitud, de tal forma que no todos los asistentes pudieron entrar en la iglesia. Al ir a entrar yo mismo en ella,  vi al pobre gato pardo, entre toda la gente y al salir, se había subido sobre el respaldo de piedra de los bancos de la Lonja, donde tristemente maullaba como si recordase el entierro de su antiguo dueño y esperase tal vez volverlo a ver.

 La gente,  extrañada lo miraba con cariño al ver que no se asustaba de la multitud y uno me  preguntó:  ¿qué hace aquí este gato pardo? Y yo le contesté: es que hace poco se murió su dueño y  le parece que lo va a encontrar resucitado.

El jardín.-




Recuerdo, cuando tenía solamente cinco años, como miraba por la ventana de la habitación de mis padres, cuando la noche veraniega se había lanzado sobre el paisaje arbolado que desde esa ventana se dominaba. Se oían correr las aguas del río Guatizalema, acompañado dicho sonido con el que producían las que brotaban de la fuente temporera del Valdecán, que estaba casi debajo de nuestra casa. Era de noche, pero, gracias a la luz de la luna llena, que con su aspecto de gran cabeza  redonda, con sus ojos, su boca y su nariz, también se miraba el ajardinado paisaje de “A Fondura” y era esa luz, reflejo del sol, la que me permitía mirar aquel mundo, que se había hecho misterioso y obligaba a pensar en el pasado y en el futuro de los hombres, en su evolución, en su muerte y en su resurrección. No pensaba todavía en el amor, pero lo sentía hacia mis padres, mis  hermanos, mis tíos y amaba a la señora Concha y al vaquero y al hortelano y al pastor Silvestre.

Aquella visión estaba acompañada musicalmente por el tumultuario canto de las ranas, que también contemplaban el paisaje y se alegraban con la presencia de la luna con la agradable  temperatura que las acompañaba.

Aquel jardín era un ambiente rústico, que se va perdiendo, porque entre otras cosas ya no se oye cantar a las ranas.

Más tarde, cuando pasó la Guerra me di cuenta del cultivo universal de los jardines, desde los de Babilonia, pasando por los del antiguo Egipto, de Grecia y de Roma, donde los adornaban con sus esculturas clásicas del dios Baco, que adoraba al vino o de la diosa Venus latina y Afrodita la griega, que era el símbolo del amor.

He estado en Madrid y he podido contemplar el jardín de los Duques de Osuna, al que llaman “El Capricho” y me he dado cuenta de cómo en él se pasa el tiempo descansando el cuerpo y haciendo pensar al alma. Se crea en su entrada la duda entre la vida y la muerte, por el ruedo torero, en el que se jugaba riendo y llorando con los toros; había después un lugar donde se efectuaban los duelos de pistola, jugando también con la muerte. Se encontraba allí mismo un bello edificio pequeño pero de corte clásico, llamado  el Abejero, donde por su cara sur estaban las entradas de las colmenas y desde dentro, amparados por una pintada cúpula, miraban los nobles, a través de los cristales, que pretendían jugar el juego pastoril o campesino y meditaban en las transformaciones que la Naturaleza realiza. Se alzaban estatuas de dioses clásicos y presidía el jardín una ermita, antigua y restaurada intencionadamente por los nobles.

También en Huesca estuvieron cultivados los jardines de los Lastanosa,  rodeados de museos y de sociedades de literatos y filósofos, como Baltasar Gracián. En ellos había multitud de especies vegetales, tigres y avestruces, que causaban la admiración de oscenses y forasteros y hacían filosofar a las mentes humanas.

Un poco hacia el Este, había un parque natural lleno de pinos, cuya desaparición fue criticada por muchos oscenses. También en él, se daba el descanso, se practicaba la gimnasia y se meditaba, pero en invierno resultaba excesivamente frío. Ha sido sustituido por un jardín, que yo creo que hará olvidar las lágrimas derramadas por la tala del anterior, aunque se conserve su recuerdo, porque yo al volver de pasar el verano en Siétamo a Huesca, me he mirado por la galería del Este de mi piso y he visto al fondo unos árboles frondosos, que me recuerdan los del río Guatizalema, delante de ellos un paseo, por el que pasa un canalillo, como pasa en el jardín de “El Capricho “ de Madrid, con bancos que invitan a sentarse y plátanos que en verano producen sombra. Protege el paso de las personas una barandilla metálica, que permite apoyarse en ella para contemplar un estanque en el que yo no sé si cantarán las ranas, pero que me hace recordarlas. Tiene el estanque una, podíamos llamarla playa, sin arena, sino de bello pavimento, rodeado o más bien requebrado de líneas, que en otros tiempos fueron de piedras de sillería y hoy está hechas de hormigón y que albergan entre ellas un verde césped. Hay caminos o paseos por los que se recorre este hermoso jardín, sembrados con bancos para reposar en ellos. Acaba el jardín, substituyendo el césped por plantas rastreras, entre las que se encuentra la alegre y llena de recuerdos, hiedra, con algunos árboles pequeños, que yo creo que crecerán, como unos pocos que ya son grandes y que se encuentran en la cara norte del jardín.

Me he llevado una sorpresa al contemplar las numerosas caras redondas de las farolas,  que imitando a la luna llena, iluminan por la noche el paseo,  la acequia, el estanque, el césped, la hiedra, y los bancos del jardín.

Así, como en mi pueblo pasa por el sur la carretera, en este pequeño parque pasan los coches por la calle de Don Vicente Campo.     

lunes, 7 de julio de 2025

Encantos, desencantos y encantamientos



La vida tiene sus encantos y si no los tuviera, habría que inventarlos, porque el encanto es aquello que suspende siquiera por un momento las penas del alma, causa admiración y llena de gozo los sentidos. Eso es lo que a mí me pasa en presencia de un niño o de una bella mujer. La vida moderna tan materialista y tan agitada, nos impide fijar nuestra atención en aquello que podría causarnos encanto y cunde el desencanto en el que lo ha poseído alguna vez, un estado de carente de encanto o melancólico en el que no lo ha poseído o una angustia en el que lo busca; por eso lo niños que son todo encanto e ilusión dejan de serlo tan pronto. Menos mal que quedan los poetas, que son capaces de encontrar el encanto en personas, en animales y en cosas, que los enamoran o encantan.”¿Qué es poesía?, me preguntas, mientras clavas en mi pupila, tu pupila azul. Y ¿tú me lo preguntas?, poesía eres tú”. Esa mujer encantó a Becker, pero también lo encantó aquel   arpa, simple objeto, que “del salón en el ángulo oscuro, de su dueño tal vez olvidada, silenciosa y cubierta de polvo", esperaba que una mano de nieve supiera arrancarle las notas. Si esas notas hubiesen sido acompañadas por una canción, tal vez comprenderíamos mejor que encantar viene del latín in-cantare y las sirenas encantando con sus voces a los nautas de Ulises, algo de esto nos confirman. Hay, sin embargo cierta diferencia entre uno y otro encanto y es que el que logra una bella mujer en nosotros, sin proponérselo, es el verdadero; esa mujer es encantadora no hechicera, ya que las sirenas son otra clase de encantadoras pues encantan alterando la razón para conseguir sus perversos propósitos. El encanto es más noble que el hechizo,  porque éste “supone daño y causa temor,  es en definitiva sinónimo de maleficio”. Sin embargo el sentido de las palabras no es tan estricto en el lenguaje ordinario, porque decir que una mujer hechiza con su mirada, no suele ser mal interpretado, igual que cuando una joven dice de un joven que está de un guapo que marea. He dicho que una mujer hermosa o un niño pueden encantarnos, como pueden hacerlo una flor, un paisaje o una buena reproducción artística de esas personas, de esa flor o de ese paisaje. Tal vez, a alguno le parezca tópico eso del encanto de la mujer o de la flor, pero es que hay otras cosas que también lo tienen; ¿ quién no ha oído hablar del “discreto encanto de la burguesía”, del dulce encanto de la música o del sublime del amor?. Los que no llevaban corbata se la han colgado al acceder a burgueses, la música de otros tiempos  vuelve y el amor es eterno, al menos en el tiempo de la humanidad, aunque sea efímero para muchos humanos actualmente. Cuando uno habla con una mujer encantadora, los que miran con ojos picarescos no entienden de encanto, sólo de pasión o más bien de vicio, pues para apasionarse hace falta temperamento, ya que cuando es anciana la interlocutora no se fijan, aunque las viejas también tienen su encanto. Para demostrarlo, me acuerdo con frecuencia de la señora Juana, que era pobre, en el sentido que este mundo materialista entiende por tal: tanto tienes, tanto vales. Tenía su casita, con el cantaral en el patio o portal, como una capillita de piedra picada, donde cabían un cántaro y un botijo; ¡qué fresca se conservaba el agua en el cantaral!, igual que la campana en el campanario e igual que la “agüeleta” en su caseta. ¡Con qué ternura colocaba un paño debajo del cántaro y con qué cuidado escobaba las cenizas del hogar!. Preparaba el fuego con cuatro ramitas, justo las que necesitaba para hervir el pequeño puchero de loza de Bandaliés. Entonces ahorraban energía, no como ahora que se derrocha, a capazos. Tenía un reclinatorio que además de usarlo en misa y en la novena, lo llevaba a los carasoles para sentarse a conversar con otras viejas y calentarse con los rayos del sol. Allí me enteré que las ancianas tenían el pelo blanco, cuando al quitarse la toca, se sentaban,  formando un rolde con sus silletas, para peinarse una a otra con aquellas peinetas cortas y anchas con dos filas de púas. Con pocos bienes vivía feliz a su manera, pero tenía una riqueza que se va perdiendo entre los humanos: la ternura, la amabilidad (amorosidá).Si se caía una tajada de pan, la recogía y la besaba. El gato esperaba las caricias de su dueña y el calor de sus faldas si no lucía el sol o estaba el hogar apagado. Yo, que tenía cinco años, le llevaba alguna col y enseguida atizaba el rescoldo y echaba ramas y el mejor leño para que me calentase. Después preparaba agua  rica y me daba una galleta para comerla mojada en esa agua. En mi casa había mejores golosinas, pero no me sabían tan buenas. Los duelos con pan son menos, y el pan con ternura es mejor, aunque sea seco. En cierta ocasión nos vio a unos cuantos niños maltratar a un pequeño gato y con ternura, nos dijo: ¡no tengáis malas entrañas!; desde entonces no volví a tratar mal a ningún animal. Un día nos vio fumar “petiquera” y en lugar de decir ¡mira que lo voy a charrar!, exclamó: ¡no seáis fumarretas que se os “alcorzarán as crecederas”. Una tarde mirando por la ventana trasera de mi casa, la vi rezar en la puerta del viejo cementerio, donde ya no se enterraba a nadie; desde entonces la espiaba para verla rezar. Desde ese portal se divisa Santolaria, de donde la Sra. Juana era nativa y me han dicho después que allí le rezaba a la Virgen de Sescún. Me parecía la buena señora, un nexo de unión entre los antepasados y los presentes. Consiguió transpasarme un poco de su ternura, de la que tan poca queda. Cuando algo se pasa de moda, se tira como se tira al hombre del que ya no podemos sacar provecho o a la mujer cuyo verano u otoño, se cambia por una nueva primavera. Por estas cosas yo conservo el cantaral de nuestra casa con sus cántaros y su botijo. Pero se puede encontrar también el encanto en cualquier lugar sencillo, incluso en una cuadra. Para el que por su condición de ciudadano o para ese joven de pueblo que conduce un tractor, puede sonarles como algo extraño eso de que la cuadra tenía sus encantos. Quizá no se haya escrito mucho sobre este tema pero cuando la Sagrada Familia se refugió en un establo, entre una mula y un buey, no sé si lo haría  por encontrar en él ese humilde encanto del que he hablado o por la razón pragmática de gozar del calor que con su aliento y con la irradiación su de extensa piel, producían tan voluminosos animales, pero en todo caso se creó un ambiente encantador, tanto, que todo el mundo cristiano lo reproduce, después de dos milenios, en las fiestas navideñas. En la cuadra languidecía la pobre luz de la bombilla de quince watios, un olor medio aromático de paja seca con fiemo caliente,  vaporoso, evacuado por las mulas y un ambiente uniformemente templado hacían  que en el establo se estuviera bien. En el resto de la casa el frío era glacial; en el hogar casi se había consumido la  leña y el escaso calibo lo había tapado la abuela, para que al día siguiente, después de escalibado, prendiese la ramilla y los tueros recios para freír el almuerzo, calentar el caldero, guisar la comida, volver a calentar las patatas de los cerdos de nuevo en el caldero y la cena, secar los peducos del hombre al volver del monte y echar la última calentada. Aquel día, al enterrar los pocas brasas que quedaban con la ceniza, bajamos a la cuadra para mirar como las arañas se movían por sus telas, como las pocas moscas que quedaban, torponas por la estación fría, se enganchaban en las redes para ser devoradas y como la mula torda se echaba pedos; Jorge le levantaba la cola y le ponía una cerilla apagada cerca del “cagadero” y cuando salía el gas se encendía con un ruido de soplido que se acababa cuando la llama alcanzaba su apogeo, al oír el macho morico ese soplido, él resoplaba: brrrrrr……y “batía a coda”, mascando con un ruido característico los cuatro granos que le quedaban y que rebuscaba golosa entre la paja del pesebre. Dábamos volteretas los niños, mientras tanto, sobre la colchoneta de pinocheras del camastro y comprendía que el Niño Jesús hubiera querido nacer entre una mula y un buey. Jesús pudo haber nacido en un castillo pero prefirió el encanto del establo, de la sombra de las palmeras y el de una humilde carpintería al encantamiento seductor de los  castillo encantados. El encantamiento de esos castillos, su maleficio, en unos casos producido por fantasmas, muchos de ellos revestidos con sábanas y sonorizados con cadenas, pero Kafka entendió que en “El Castillo” se encerraba el fantasma del poder; muchos hombres quieren tener acceso a su recinto atraídos por un encanto no natural, que no llena de gozo los sentidos y el alma sino por un encanto alucinante y alienante producido por el encantamiento maléfico, que ejerce el fantasma del poder. Del encanto del establo hemos pasado al desencanto del Castillo a través del encantamiento; se trata de un desencanto por desengaño. Fray Luis de León dice: "Despiértenme las aves con su cantar sonoro, no aprendido; no los cuidados graves de quien siempre es seguido, quien al humano trato está atenido” y en esos versos queda definido ese paso del encanto al desencanto, pero muchas veces se encuentra uno con estadios intermedios, que reflejan o producen en el alma, asombro unos, angustia vital, melancolía o nostalgia otros. En aquella cuadra, mejor dicho en el espacio empedrado que cubría el espacio en declive que iba desde la puerta hasta la cama de paja de las caballerías, al encender la mísera luz, descubría uno como caminaban torpemente las negras y pesadas cucarachas; a pesar de su fealdad no producían la repugnancia de las marrones y ligeras que aparecen en los mostradores o bajo las cafeteras de algunos bares. Trataban aquellos coleópteros, al notarse sorprendidos, de ocultarse en sus agujeros, pero me acuerdo de aquella vieja, tan negra como las cucarachas, con su pañoleta negra atada debajo de la barbilla, su toquilla y blusa negra, sus sayas, delantal, medias y alpargatas también negras, que quiso darnos a los niños una más negra diversión. Cogió varias cucarachas y derramando sobre sus dorsos una gota de cera, iba pegando a cada una, un corto cabo de aquellas delgadas velas usadas el día de la Candelera, a las que  llamábamos candeletas; apagó la luz y fue encendiendo las velillas, que como mástiles portaban los bichos. Aquellos lentos animales empezaron a correr como desesperados huyendo del fuego que parecía, en aquella oscuridad, salir de sus cuerpos. La vieja reía encantada, los otros niños se quedaban asombrados y yo era presa de la angustia. La vieja encontraba un extraño encanto en el espectáculo; en mí no había encanto ni desencanto, sino angustia, pero después me ha ayudado a comprender a Kafka en su “Metamórfosis”.Relataba de un modo escalofriante, como un hombre se iba transformando en cucaracha, como colocado en decúbito supino, no se podía levantar; era el procedimiento que utilizaba la anciana para inmovilizar a las cucarachas desde que las capturaba hasta que les colocaba la vela maldita. De la mismo forma que el héroe o el miserable de Kafka se transformaba en cucaracha, parecía que aquellas verdaderas cucarachas se transformaban en hombres; corrían, corrían locas como corremos los hombres, parecían llenas de angustia por el peligro que llevaban encima, como nosotros estamos muchas veces angustiados por lo que puede pasar, por la ambición, por la búsqueda de una luz que nos obsesiona, al contrario de las cucarachas que aborrecen la luz y buscan su encanto en la oscuridad. Kafka buscaba la luz en la oscuridad de su ambiente, ¿sería por eso que convertía a un hombre en cucaracha?. Nosotros vamos buscando el encanto luminoso en las grandes luces, que nos deslumbran y no nos dejan ver las pequeñas luces, las pequeñas cosas amables, los pequeños placeres que producen encanto. Yo asimilaría esas pequeñas cosas con encanto a los duendes y a los fantasmas a todo aquello con que tratan maléficamente de encantarnos. La vieja de las cucarachas me resulta fantasmagórica. Kafka, en cambio, aunque se expresa de un modo duro, cruel, tiene duende, quiere que la humanidad prescinda de todo aquello que hace desaparecer el encanto de la vida. Cuando las personas o las cosas poseen un “qué sé yo",  un algo que no podemos definir, pero que nos atrae amablemente,  decimos que tienen duende. Si, lo tiene el flamenco, la jota, que lo debe tener grande, ya que me pone la carne de gallina, un callejón sin salida, un viejo monasterio; ¡tantas cosas! pequeñas en sí mismas, pero grandes para el que sabe descubrir ese duende. ¿Qué encanto tendría un castillo inglés sin su duende?.Yo creo que Cardús cuando estudiaba en Alemania hizo amistad con algunos de ellos en esos castillos de Babiera que mandó construir el Rey Luis el Loco. Si, el duende amigo le dijo donde estaban los cientos de castillos que encontró en la provincia de Huesca o tal vez le diera recomendaciones para los duendes españoles. Yo los veo por todas partes y se me plantea un dilema, ¿verdaderamente hay muchos? o ¿es que entre unos pocos llegan a hacerse presentes en aquellos objetivos que les marca el Gran Duende?. Aunque los veo, no he conseguido hacerme amigo ni de uno de ellos, como mi pariente Cardús para preguntarle la clave del dilema. Para mí que son pocos, pero cuando escuchan las llamadas de la gente sencilla, acuden presurosos. Eso debe ocurrir y si las personas tienen sensibilidad, conectan con los duendes. No sé tampoco si tienen mucho trabajo. Cuando logre esa tan deseada amistad con un duende, le pienso pedir que me saque de este laberinto. Puede ocurrir que exista paro duendil. Si así ocurre constituirá una agonía para él, no poder “dondear”, como para tantos parados el no poder trabajar. En tanto me sacan o no del laberinto, intento salir yo solo. Me parece que cada vez los llaman menos, porque a la gente se le va embotando la sensibilidad, se le ha puesto un caparazón de egoísmo, de consumismo. No somos sensibles como antes y otros que lo son, viven muy apresurados y no tienen tiempo para sentir. Es raro que los hombres que dondean tanto, no se encuentren con los duendes, que hacen lo mismo, pero hay, gracias a Dios, hombres que encuentran el encanto y reconozco que una de las mayores satisfacciones que saco de mi afición a escribir es el encontrarme, al abrir un libro, con pensamientos iguales que los míos, pero expresados con más belleza. Al abrir un libro de Pablo Neruda me encuentro con una “Oda a las cosas”, qué entre otras cosas dice lo siguiente: “Amo las cosas loca - locamente - me gustan las tenazas - las tijeras, - adoro - las tenazas, - las argollas, - las soperas, - sin hablar, por supuesto, - del sombrero”. “Amo –todas-las cosas, - no porque sean - ardientes - o fragantes, - sino porque - no sé, - porque este océano es el tuyo, - es el mío”. Oh río - irrevocable - de las cosas, - no se dirá - que sólo - amé - lo que salta, sube, sobrevive, suspira.- No es verdad: -muchas cosas - me lo dijeron todo.- Y fueron para mí tan existentes, que fueron conmigo media vida - y morirán conmigo media muerte”. Al encanto del que he hablado, puede sucederle el desencanto, el deterioro o la perversión del encanto. Todos hemos sufrido desencantos; para mí, el que  mejor ha expresado el suyo, ha sido Gustavo Adolfo Bécquer por medio de estos versos: “Cuando me lo contaron, sentí el frío de una hoja de acero en mis entrañas, cayó sobre mi espíritu la noche y en ira y en dolor se anegó el alma". ¿Quién me dio la noticia?. Un buen amigo, me hacía un gran favor, Le di las gracias”. “Los cuidados graves de que siempre es seguido quién al humano trato está atenido” hacen que el paso del tiempo despiadado merme sus facultades físicas, intelectuales y su afectividad”. El entorno, la “circunstancia” de cada uno, que diría Ortega hacen que en unos se deteriore el encanto o que casi llegue a desaparecer. Esto le debió ocurrir a Pascual Montenegro y al conocer su nombre, tal vez ustedes piensen que voy a contarles un cuento mejicano o andaluz, pero no, porque su historia tuvo su tiempo y lugar en Huesca. A lo largo del relato, seguro que alguno de ustedes, lo reconocerá. Pascual tenía por nombre y Montenegro por apellido y haciendo honor a este apellido era cetrino de piel, tirando a negro. He intentado saber de donde era y así como de la Parrala unos decían que era de Moguer y otros que de Palos, no he logrado enterarme, aunque no creo que fuese tarea dificultosa el averiguarlo. Así como Simón en el pueblo “era el único enterrador”, Pascual fue en Huesca el último que condujo a los difuntos en un coche de caballos mortuorio, como una carroza en la que se hacía el último viaje y no triunfal precisamente. Era tirada por un tronco de caballos negros con un penacho blanco entre sus cortas orejas. El iba revestido de negra librea con alamares dorados, que concordaba con su rostro moreno y taciturno. A su paso por los Porches, la gente se levantaba de sus butacas del Flor, del Universal y de los varios bares, que allí estaban ubicados y unos inclinaban reverentemente la cabeza y otros hacían devotamente la señal de la Cruz. Años antes el difunto era conducido a hombros hasta los Porches, donde se introducía en la carroza; allí se disolvía el duelo y los más allegados iban al Cementerio. Los había que no respetaban ni la muerte, como un cestero apodado Corrusco, que en cierta ocasión, cuando iba a ser introducido el féretro en la carroza, arreó a los caballos, que se arrancaron veloces. Los que iban en el duelo no vieron muy oportuno ponerse a gritar por no romper el silencio respetuoso que acompaña a tan tristes despedidas. Pascual emprendió el camino tan trillado por sus caballos y rutinariamente con su trote monótono alcanzó las puertas del Camposanto; dió una voz al conserje gritando: ¡sácame a ése, que tengo prisa! ; no le faltaba razón, pues en épocas de epidemia hacía conducciones a destajo por ser el único conductor de la única carroza funeraria de la ciudad. El conserje llamó a los enterradores, que acudieron presurosos y comprobaron atónitos que el muerto se había perdido y exclamó Pascual: ¡ya me ha jodido Corrusco!. Desde entonces muchos oscenses llamaban a Montenegro el “pierde muertos”. Hizo volver rápidamente a sus corceles hacia la ciudad y cuando llegaba a la altura de la fuente del ibón, hoy paso a nivel del ferrocarril, divisó desde su pescante el cortejo funeral; los portadores del féretro avanzaban lentamente y cansados por el peso del muerto. Uno exclamó: ya era hora de que aparecieras, ¡pierde muertos!. Montenegro quería mucho a sus caballos y dormía con ellos en la cuadra; cuando iba a los bares a tomar café, les guardaba el azúcar y al volver a los establos, que estaban en la huerta del Hospicio relinchaban de alegría, al tiempo que orientaban sus orejas al lugar por donde venía. Eran los pobres animales muy bien aprovechados, pues en sus ratos libres labraban la huerta, la granja de la Diputación, acarreaban la leña, el carbón y llevaban el oxígeno al Hospital Provincial. En cierta ocasión el señor Antonio dio varios latigazos a uno de los caballos injustamente, pues lo había sobrecargado; el noble animal trató de defenderse y se incorporó agitando sus manos sobre el agresor, como el caballo Furia de las películas; llegó entonces Pascual y gritó: ¡Sultán, Sultán!;éste se apaciguó y acudió mansamente a lamerle las manos. No tenía miedo a nada, ni a los muertos ni a la muerte; dormía debajo de las patas de los caballos, que tenían cuidado de no hacerle daño. Hasta las ratas que pasaban por encima de su cuerpo, le respetaban y no le mordían. Sólo los hombres quisieron hacerle daño, pues en cierta ocasión lo llevaron a fusilar y no protestó; estaba tan acostumbrado al camino de la muerte que lo debió encontrar natural y si no se dan cuenta por terceros de que llevaban el reo cambiado, aquel día hubiera sido el último de su vida. No era amigo de los hombres vivos, sólo lo era de los muertos y de los animales, quería a los gatos, a los perros y a los caballos Sultán y Lucero, que cuando recibían su orden de enganchar, enculaban solos en las varas de la carroza y agachaban la cerviz para recibir en sus cuellos las colleras. Era tan pacífico que a su perro tuerto, lo llamaba Sanchi, que por cierto se entrecruzaba entre las patas en movimiento de los caballos y nunca las rozaba. Los encierros eran clasistas y se hacía notar la categoría del muerto, según las cortinas de la carroza fuesen moradas, rojas o blancas. Pero quedaban los “parias”, aquellas personas pobres y desamparadas, que después de introducidas en cajas de chopo, desnudas y agrietadas, eran conducidas no en carroza sino en el Trum-Trum, carro negro y desvencijado, que pasaba por los Porches haciendo un ruido como el que expresa su nombre, rápido y sin ningún cortejo. Bien se vale que Mosen Santamaría con esa humildad y humanidad que le caracterizaban, los esperaba en el Cementerio par rezarles un responso y darles la postrera bendición. El pobre Montenegro se confesó con un sacerdote humilde y santo, Don Benito Torrellas y dio “El salto “ a la eternidad, que escribió el poeta León Felipe y que dice así:”Somos como un caballo sin memoria,-somos como un caballo-que no se acuerda ya-de la última valla que ha saltado.-Venimos corriendo y corriendo-por una larga pista de siglos y de obstáculos.-De vez en vez, la muerte…..-¡el salto!.-Lloramos y corremos-caemos y giramos, -vamos de tumbo en tumba-dando brincos y vueltas entre-pañales y sudarios.-“ ¡Cómo esta poesía nos recuerda que Montenegro iba de tumbo en tumba, sobre el pescante de su negra carroza mortuoria! . A pesar de que por la circunstancias la vida de pascual Montenegro fue un tanto desencantada o desangelada, el encanto que encontró en sus caballos y en su perro, le ayudaron a sobrellevar su triste vida. ¡Cuánto se podría hablar de la degeneración del encanto!.Unas veces ocurre por causas ajenas al individuo, como le ocurría a Pascual. Repito que los pequeños encantos la aliviaron la tristeza y a este propósito, leí el día catorce de noviembre de este año mil novecientos ochenta y cinco en un periódico, que se había presentado el libro “Depresión mental, mi más terrible experiencia” de María Sermade, de cuya presentación hecha por el poeta Luis Rosales, un periodista, un psicólogo y un novelista se deduce que la autora salió de su depresión por la consideración de las cosas bellas.”es el descubrimiento de la belleza de la vida. "Un instrumento para salir de la oscuridad", dicen del libro. Las pobres mujeres hasta hace pocos años cuando se encerraban en un convento leían los salmos en latín, lengua que no entendían y otras, sumidas en la oscuridad de la cultura, al no poder salir de ella se tornaban brujas, como ahora se vuelven neuróticas. Tal vez alguna de aquellas antiguas brujas, se convirtió en tal, sublevándose contra una sociedad que la privaba de los encantos de la vida, pero en general se hacían por medio de sus pactos con el diablo para lograr encantos maléficos por aquello tan viejo de la soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia  y pereza. Lo prueban los pasajes del libro de San Cipriano que explican las fórmulas para dominar a las personas, para obtener dinero, para conseguir los favores de una mujer casada, para vengarse de alguien, como ocurría con un amigo mío de Velillas que “cruzó” a uno en su cama por haberle robado un arado y así hasta los mil maleficios. Para ejercer de bruja era necesaria la escoba, porque no iban a desgastar las escobas ni la diosa Pirene, que dio su nombre a nuestro Pirineos, ni la Andramaría de los vascos, que tiene perpetuado su nombre en una zona de Ansó; la iban a desgastar las mujeres asidas a su mango como los hombres iban a desgastar la azada (al mango la azada, que viene cansada de trabajar, pegar sin reír, pegar sin hablar….). Las mujeres estaban atadas a la pata de la cama y barrían, barrían, escobaban en el Alto Aragón. Los mangos eran de caña, de flexible caña en la Hoya de Huesca y en las riberas y las barrenderas, las escobadoras eran flexibles y sumisas, pero los mangos eran de madera, de palo en la Montaña y en el Abadiado y algunos hombres probaron el mango de las escobas, como muchas mujeres habían probado el mango de la jada. Desde los tendederos y solanares, veían subir las escobadoras a las cabras peñaceras a lo alto de los riscos y el Gran Cabrón las protegía contra el lobo, colocándose agresivo en posición erecta. Una mujer machorra, que no tenía hijos subió a la Peña Ezcaurri, allá entre Navarra y Aragón, otra también por la noche y a la luz del plenilunio subió cerca de San Cosme a la Cuca Roya; los buhos reales o “bobons” acudieron a las cumbres a “aguaitarlas  “ y el Gran Buco accedió a ellas lascivo; asustadas se lanzaron ambas mujeres desde la altura, agarradas a la escoba que no habían abandonado nunca y ¡oh milagro de Satanás! ,se vieron volando, la montañesa con la somontanesa, sobre la Guarguera. Las mujeres no habían podido,  a lo largo de los siglos, hacer la revolución de las escobas, de la brujería concretamente. En San Cosme se aposentaban las brujas en sus escobas, pronunciaban las palabras rituales: ¡sobre árbol y hoja, a las eras de Tolosa! Y ¡a volar!. Había, sin embargo brujas, que no necesitaban para hacer sus maleficios, de escoba porque su radio de acción se reducía a la comarca, donde conocían a la gente y su mayor placer era hacer mal a los de su tierra, igual que ahora en Huesca admiramos a los forasteros y odiamos “cordialmente” a nuestros convecinos. Repito que aquellas brujas no necesitaban escoba y se convertían en ágiles gatos negros que se desplazaban fácilmente por la “redolada”. Un cazador de Sieso caminaba por el monte, pero aquel día en lugar de ver perdices, conejos o liebres, fue algo insólito lo que divisaron sus ojos, sobre una piedra que marcaba la divisoria entre dos campos, se encontraba toda la ropa que una mujer de principios de siglo, necesitaba para encontrarse bien arropada. Por su mente pasó el leve encanto de la posibilidad de ver un bello cuerpo de mujer, ocasión tan difícil, en unos tiempos en que el sol no era buscado para broncear los cuerpos, sino rechazado por las mujeres que tenían a gala para su piel, conservarla blanca como la leche. Pasó también por su imaginación la sospecha de un crimen ritual, pero no descubrió señales de violencia en el cuerpo muerto de la víctima. Optó el cazador por esconderse en una espesa mata de carrascas y esperar a la mujer, que necesariamente tenía que llegar a vestirse. Así obtendría, por un lado, el placer de contemplar lo que nunca había visto y lo que era más importante entre los habitantes de los pueblos, saber quien era la descocada, para correr a contárselo a sus convecinos. No es esta última apreciación peyorativa o una censura dirigida a los pueblerinos, pues hoy día conozco a caballeros ciudadanos y modernos que dicen ¿ de qué me sirve yacer con la señora Marquesa, si no se enteran todos que he yacido con la señora Marquesa?.Pero volvamos al caso que nos ocupa; el hombre seguía esperando y estrujando su sesera; pensó en que tal vez las brujas anduviesen por medio. Si el hecho hubiera tenido lugar en China durante los próximos años pasados, el protagonista hubiera acudido al Libro Rojo de May para buscar luz; si hubiera ocurrido ahora en el Irán, tal vez se acordara del Corán y si aquí y ahora, hubiera recurrido a un libro que habla de un dogma materialista y que por los resultados que da, se saca la conclusión de que para todo vale y para nada aprovecha. Nuestro hombre, en cambio, se había acordado del libro de San Cipriano, que aunque no lo poseía, había oído hablar mucho de su contenido. Dicho libro era muy nombrado entre los campesinos y decían del que lo tenía, que era brujo. Hubo quien tratando de deshacerse de él, lo echó en el fuego del hogar y en lugar de quemarse, salió íntegro por la chimenea. Yo, hasta hace poco tiempo, creía que era algo exclusivo de nuestra tierra, pero me he enterado que se vende en Galicia y en la Argentina. Hablando de la existencia de dos poderes del mal se contrarrestan con la Cruz y el cazador, de acuerdo con esta norma, depositó sobre la ropa femenina una pequeña Cruz que llevaba y siguió esperando. Por fin vio avanzar un gato negro, que se dirigió directamente a las vestimentas pero al llegar a ellas, se mostró inquieto y como no sabiendo que hacer. Había visto la Cruz. El amagado salió de su escondrijo y le habló al gato diciéndole: ¿de donde vienes?. Le contestó: vengo de Velillas de dar “mal dau” a una mujer preñada para que aborte. ¿Cómo puedes hacer esas cosas?, le preguntó el cazador, a lo que contestó el gato: es que todos los días he de hacer un mal porque tengo trato con el demonio; pues ya puedes volver a Velillas a quitarle el mal a esa mujer y dáselo a la clueca. Así lo hizo el gato y cuando volvió, el buen hombre quitó la Cruz de encima de las ropas, se reconvirtió el gato en mujer, se vistió y se fue. No me aclaró el anciano de ochenta y cinco años, que me lo contó y que todavía vive, si conoció a la mujer y si la vio vestir, pero si me dijo que al cabo de unos días se enteró que había nacido un niño en Velillas y que la clueca de la misma casa en que había tenido lugar tan feliz acontecimiento, no había sacado pollos. Esa degeneración del encanto por el arte del encantamiento o hechicería, no es exclusiva de tiempos pasados. Hoy hay procedimientos más modernos para hechizar a la gente. Basta ver esos anuncios en que al joven se le ofrece un automóvil inasequible para sus medios económicos, al que acceden alocadas “fembras placenteras”. Muchos jóvenes, sacando el dinero ahorrado, a sus padres lo compran y los que no se dan contra un árbol, se quedan más solos que un muerto y más solteros que los  de Plan. ¡Dios mío qué solos se quedan los muertos!, cómo decía Bécquer y ¡qué solos se han quedado los de Plan!, como dicen algunos periódicos. ¡Cómo brillan esas copas de licor espirituoso en nuestras pantallas, que constituyen también un encantamiento hechicero para ganar en el amor, en los negocios y en el trato social!. A los cuarenta años esos encantados tienen el hígado cirrótico y voluminoso, como una ballena, resultando víctimas del hechizo de la publicidad. Señoras y señores hay que seguir buscando el encanto y para encontrarlo son útiles los poetas. Santa Teresa, en sus relaciones místicas con el Amado, sufría depresiones, “noches oscuras del alma”, como ella las llamaba y no se puso a leerlas porque no se habían escrito, pero se puso a escribirlas. No sé si fue Rubén o uno de los Machado el que escribió: ”Horas de pesadumbre y de tristeza paso en mi soledad, pero Cervantes es buen amigo y alivia mi existencia”. Un agricultor abrió un libro de poesía y leyó: ”Anoche, cuando dormía- soñé, ¡bendita ilusión!-que una fontana fluía –dentro de mi corazón. –Di, ¿por qué escondida acequia, -agua, vienes hasta mí,-manantial de nueva vida –en donde nunca bebí?. Busquemos, amigos, los encantos de la vida, no nos dejemos apoderar por los desencantos y cuidémonos de los encantamientos.

sábado, 5 de julio de 2025

Molinos y molineros




Alfonso Daudet escribió Cartas de mi molino, yo las leí hace ya mucho tiempo y en mí solo dejaron una nostalgia que se acentúa en mi interior cuando visito algún viejo molino o cuando desde el mirador de mi casa veo el que mi abuelo construyó a orillas del río Guatizalema. En él aprendió el oficio de molinero Miguel Muro que se fue a otro molino a orillas del río por excelencia: el Flumen. Fue en otros tiempos llamado, molino de Casayús. Pasó a la familia Porta que, después de modernizarlo, vio cómo ardía. No se amilanaron los Porta y lo volvieron a construir en Huesca y es que los molinos, tan dinámicos, deben transmitir su dinamismo a los hombres; no paran nunca, ya sean movidos por el impulso del agua de los ríos o por el del viento. Llegó a ser tan grande la identificación entre molino y molinero, que si aquel se paraba por cualquier azar, este se despertaba. Algo extraño tienen los molinos que en el pueblo provocan coplas: «Qué polvo tiene el camino, qué polvo tiene el molino...». Y en el poeta hacen surgir la inspiración para escribir sus cartas líricas, en Don Quijote despertaron gigantes de brazos giratorios y en don José Porta, ¿qué excitaron los molinos? Sencillamente un impulso «superabundante», continuado y espontáneo a trabajar y a crear trabajo, como hace él mismo. Algunos juzgarán esa espontaneidad y esa capacidad de trabajo como algo que ha de hacer fácil el camino hacia el triunfo. Como RETABLO DEL ALTO ARAGÓN 60 dice Julián Marías, esa espontaneidad está regulada por normas, que no deben impedir que fluya; pero a lo largo de la trayectoria de los hombres se presentan a veces ocasiones en que esas normas las reprimen y cohíben, dejando al hombre como «mineralizado», deshumanizado. Pasa lo mismo cuando la escala del termómetro marca varios grados bajo cero y se hielan las aguas del río; este no corre y por consiguiente no mueve el molino. Don José ha luchado para vencer las dificultades pero al mismo tiempo contagia su entusiasmo a los demás; cuando yo hablo con él me parece ver el mundo de color de rosa. El molino es una máquina y sin embargo conlleva poesía, pero el molinero es un hombre y además de trabajo conlleva humanidad. Es humano porque reparte trabajo, por lo menos tan noble como el ocio y sublime comparado con el paro; don José expande su sentido humano a todo el río de la vida y a su devenir; no atiende solamente su molino sino que acude a los que quedan marginados en la orilla por no poder entrar en la rueda del trabajo o porque este los desgastó con el paso de los años. Se integra en la Cruz Roja porque esta acude al hombre, allá donde se encuentre herido, solo o en situación doliente, es en resumen un colectivo de hombres solidarios con el hombre. Hacen falta filósofos como el griego Heráclito, que consideren el devenir de las aguas por el río, poetas que canten a los sauces llorones y a las libélulas, pero hacen falta hombres que como José Porta, se lancen espontáneos al trabajo que genera el río en el molino y se preocupen también del molinero. En tu cabeza, don José, ruedan sonoras las poleas y preside tu víscera cardiaca, una cruz roja.

TORO IBERICO

El Mediterráneo es un mar metido entre tierras llenas de color, de cultura y de vida. Toda su costa está ocupada por pueblos que constituyen...