sábado, 28 de septiembre de 2013

Eugenio Monesma acerca la Historia y la Prehistoria, al pueblo de Torres de Montes


 

Crucero Torres de Montes
Exterior cueva Mazu

Interior de la cueva Mazu.

El X Conde De Aranda, Don Pedro Abarca de Bolea y Ximénez de Urrea, nació en el Castillo de Siétamo, en 1719 y murió en Epila en 1798.En este Castillo vivieron seis generaciones de los Abarca de Bolea. Estos Señores Abarca de Bolea, tomaron posesión del citado Castillo-Palacio, con la boda de Don Bernardo  Abarca de Bolea y Portugal  con una de las dos hijas del Señor de Castro, llamada Jerónima   de Castro y Pinós, Señora de Siétamo y dueña de su Castillo- Palacio. Este Señor de Castro transmitió la propiedad del Castillo a su hija, cuyos documentos se conservan. ”In Dei nomine, amen. Sea a todos manifiesto que yo el noble Don Pedro de Castro y Pinós, Señor de los castillos y lugares de Siétamo, Olivito…. y Torres de Montes… cedo, transporto y desamparo a Vos, la noble Señora doña Isabel de Castro y Pinós, fiya suya, los castillos y lugares de sus términos en el Reyno y dentro del Reyno de Aragón”.
El Barón Fernán Sánchez de Castro fue fruto de una relación extramatrimonial del Rey Jaime I y de Blanca de Antillón. En el año de 2004, se restauró el sepulcro de Fernán Sánchez de Castro. Doña Blanca de Antillón quiso enemistar a la nobleza con el hijo de Jaime I, el infante Pedro. Dicho Infante ordenó la muerte de su hermanastro,  que está enterrado en Selgua. Selgua está cerca de Antillón y de Torres de Montes, pueblos en los que poseían castillos,  igual que en Siétamo, que destruyeron para la Guerra Civil. En este Castillo Jerónima de Castro y Pinós, Señora de Siétamo, se casó con Don Bernardo Abarca de Bolea y Portugal, en el siglo XVI. Se unieron dos familias inteligentes pues Bernardo Abarca de Bolea y Portugal,  fue Catedrático de la Universidad de Tolosa, Visitador del Estado de Milán y finalmente el Emperador Carlos V, le dio la plaza de Regente en el Supremo de Aragón. Si la familia de los Señores de Castro descendía del Rey Jaime I, la de los Abarca de Bolea era sucesora de los Reyes de Navarra y Condes de Aragón. Hasta que los Abarca de Bolea heredaron el título de Condes de Aranda, Don Martín Abarca de Bolea y Castro, fue Vice-canciller de Carlos V Felipe II y lució los títulos de Conde de las Almunias, Barón de TORRES, de Clamosa, de SIÉTAMO, y de Rodellar. Era hermano mayor de Ana María Abarca de Bolea (nacida en 1602). Fue Abadesa de Casbas y escritora, incluso en aragonés. Martín Abarca de Bolea y Castro  murió en 1640. Además de sobresalir en las Armas, se distinguió en la literatura, pues escribió, entre otras obras “Las lágrimas de San Pedro” y “Orlando determinado”.
Hemos visto como los Abarca de Bolea, recorrían todo el Mundo  pero,  al mismo tiempo, lucían los nombres de Torres y de Siétamo,  que estaban unidos por un camino, desde Siétamo a Torres de Montes. Se bajaba por el Molino Viejo, se cruzaba el río Guatizalema, se subía a la Torre de Cabero y se llegaba al frondoso  monte de Torres de Montes. De Torres de Montes a Siétamo hay unos veinticuatro kilómetros, pero por el camino, que ya no se utiliza, serán menos. Recorriendo estos caminos,  estudiaremos la Historia de España y de Francia, mirándonos en Velillas la destrozada capilla de San Ponce de Tomeras, instalada imitando la del otro  lado de los Pirineos. Pero partiendo de Siétamo, por el camino del Molino Viejo hacía Torres, encontraremos primero los restos de una aldea prehistórica, en una zona llamada Parizonal.  Allí se encuentra al lado de la nueva autopista una  enorme pila de piedra, excavada sobre una gran roca, y más arriba hay una cueva primitiva,  que ha sido utilizada,  incluso en la Guerra Civil como refugio, por los hijos de Siétamo, entre otros por Estebané, hermano de Antonio Bescós, alias “Trabuco” y por la entonces niña Joaquina Larraz, hoy viuda de Bruis. Al otro lado del camino se encuentran dos piedras elevadas,  que se miran una a otra. Al llegar a la Torre de Cavero, se puede bajar a la carretera de Fañanás a Pueyo,  donde a su lado hay una cueva estrecha,  donde iban a fecundarse las parejas humanas.

Hemos quedado con el gran  Eugenio Monesma, conocido por sus estudios y divulgación de los restos prehistóricos, para que el pueblo, al que se le han destruido muchas obras históricas, como el Castillo de Siétamo y el de Torres de Montes, recuerde el pasado de la humanidad.  Se derribó la Cruz, que se alzaba encima de la Roca donde se encuentra la Cueva de Mazú. Pero el pueblo sigue pudiendo contemplar y pensar en los  restos prehistóricos que he citado, y el entusiasta Eugenio Monesma, conoce multitud de restos prehistóricos, que divulga por la Televisión, entre otros medios. 
Nos reunimos en Torres de Montes y en un lado de la carretera, que viene de Pueyo de Fañanás, relativamente cerca de la estrecha cueva de fecundación humana, se esconde otra Cueva, llamada de Mazú, dentro de una enorme roca de piedra arenisca. Aparece la Peña de Mazú, elevándose sobe el terreno, conteniendo en sus entrañas una Cueva o Agujero de Mazú, que es, entre otras cosas, como un templo matrístico. Se entra por una ventana y por un pasillo que empieza adelante y se tuerce hacia un lado, se llega a una pequeña sala, donde se pensó, se ejercieron actos fecundantes y se oyó orar a las diosas Mazú. Aquella larga época prehistórica se acabó y la cultura monoteísta y cristiana, trató de hacer olvidar el régimen pagano del pasado. Para ello colocaron una Cruz en lo más alto del tozal el año de 1876 y es de suponer que no fuera ésta la única ocasión en que se quiso iluminar a los hombres con la doctrina de Cristo. Tal vez se colocara aquella antiquísima Cruz, en fechas anteriores y sin pedestal tan bien caligrafiado. Para la Guerra Civil del año de 1936, los revolucionarios, pero no creativos, sino destructores, tiraron al suelo la Cruz, pero el pueblo sensato la colocó en la barbacana, al lado de la iglesia parroquial de Torres de Montes.
¡Torres de Montes, en tu tierra y en tus rocas has vivido el pasado y esa Cruz de Mazú, debe ser visitada por los hombres y mujeres, para acertar a alcanzar un porvenir, que partiendo de esta Tierra, nos haga seguir viendo y viviendo el futuro, que será eterno!. La Cruz estaba sobre una piedra cuadrangular, en cuyo frente se puede leer, con letra muy clara , que se colocó en 1876.Pero ¿es posible que las bellas y serenas esculturas que se adaptan al leño de la Cruz, sean de una fecha tan tardana como la de 1876?. Esa escultura se ve que es muy antigua y debe ser guardada con amor en un lugar seguro, no sólo en la barbacana de la iglesia, un lugar en que brilla el amor del pueblo de Torres de Montes.
Delante del Agujero o entrada en la Cueva de Mazú, nos juntamos Eugenio Monesma, el señor Jose Laguarta, su hijo Fernando Laguarta Liesa, mi amigo el abogado José Bibián Carrera y un servidor. El abuelo Jose explicaba a Eugenio el significado de este tozal, con su cueva, que buscaba el centro de la Tierra, para pedir en su interior a los dioses y al Dios Eterno, en la Cruz, que desde la cumbre, marcaba el camino de la tierra al cielo.
Contemplando la reunión en el interior del pequeño templo, de Eugenio Monesma, Alicia Gallán y Fernado Laguarta, me acordaba de la preocupación humana por el más allá y veía a Eugenio, rodeado de sus amigos, con su sombrero del oeste americano, de la grandeza del pensamiento humano y la pequeñez de los sombreros, gorras, boinas, cacherulos y mantillas femeninas, pero con sombrero o sin él, me acordaba de la Santísima Trinidad, que estos tres amigos, sentados en el suelo de la Cueva de Mazú, estaban como en un éxtasis, admirando el cielo, sentados en el suelo. Sus cuerpos no podían ponerse en pie, por la escasa altura de la cueva, como nuestros espíritus no alcanzan a comprender la Grandeza del Señor. A pesar de nuestra poca altura espiritual, individuos con Eugenio Monesma y Fernando Labarta, siguen investigando los recuerdos que nos dejaron los hombres primitivos, buscando al Creador. 
No fueron los moros los creadores de cuevas ni las moras las creadoras de fuentes, ríos o humedales. Antes de los moros llegaron a España otras religiones y la más antigua fue de tipo matriarcal, siendo sus dioses femeninos. Estas diosas miraban por la fertilidad de los humanos y de la tierra y vivían en cuevas o en ríos. Más tarde entre los años 900 y 700 anteriores a Cristo, llegaron los celtas. Estos adoraban al Padre Sol,  al contrario que las diosas más antiguas que adoraban a la Madre Tierra. Así las diosas femeninas que fueron las más primitivos,  vivían en cuevas, como la diosa Mazú y las Piedras Brujas, que se encuentran en Velillas, en Angüés, dos, en Bespén otra y la que tenemos que ir a ver a Pueyo de Fañanás. Los dioses masculinos procedentes de los celtas estaban en lo alto de las montañas y escondían,  se decía, tesoros, que habían abandonado en sus huidas. Encima de Guara, sobre Los Molinos de Sipán, tenían esos dioses escondidas semillas de trigo que les descubrieron y crearon el cultivo los hombres caminantes, que se hicieron agricultores. Estos dioses y diosas pasaron a ser tenidos en cuenta como moros y moras, pero no lo eran.
El Pirineo ha sido un solo País, y hay gentes que lo conciben como un terreno de fronteras, cuando los montañeses, conciben los Pirineos como una sola cordillera, con muchísimos valles.
Este Agujero de Mazú, nos emocionaba a los que acudimos a visitarlo y  Jose Laguarta, el hijo del pueblo de Torres de Montes, que tantas veces lo había realizado, estaba emocionado ante aquel tozal con su cima, donde se exhibió en otros tiempos la antiquísima Cruz de Piedra, que ahora está al lado de la iglesia. Se emocionaba su corazón y acompañaba a Eugenio Monesma y agradecido por las explicaciones que le daba el profesor, no paraba de mirar los cascotes de piedra que por la fachada de la entrada a la Cueva y no sé si sería por inspiración de la diosa Mazú, levantó una piedra, que causó admiración en los asistentes.
Yo me quedé absorto ante esa piedra, que tenía la forma de un elefante o más bien de un mamut, pero debajo de él, se ven unas letras, que intentaban leer, pero que no podían. A mí me dio la impresión de que había tres o cuatro letras o signos de la lengua ibérica. Estaban en algún espacio, cubiertas de algas o de moho, pero no fui capaz de leerlas y de resolver su significado.
Yo creo que era un ornamento ibero, explicado con signos ibéricos, pero yo creo que habrá doctores que lo sabrán interpretar. ¡Fernando Laguarta!, tu amor al templo prehistórico que se encuentra en tu pueblo, Torres de Montes, me dio la impresión de que aquella diosa Manzú te había hecho descubridor de esa piedra, de las que tan pocas se encuentran en España. El profesor le dijo delante de mí: “guarda esa piedra!. Y yo me quedé envuelto en inquietantes preguntas sobre aquella lengua que se habló en nuestra tierra, de la que permanecen palabras como  Isarre, Javierre, Espierre, Ligüerre y tantas otras.

martes, 24 de septiembre de 2013

Ni morir en paz dejan




En Portugal,  ya hace algunos años, no se hacían certificados de defunción a causa de una huelga de médicos. ¡Qué tragedia!. No dejaban vivir ni a los muertos o más bien no dejaban morir a los vivos. El poder de la burocracia se había endiosado, o más bien había endiosado al papel, cuando todos sabían, que esa celulósica lámina, era casi toda empleada para limpiarse las partes pudendas.

No se sabía si los huelguistas querían subir el precio de los certificados de defunción. Si era eso lo que pretendían, el pueblo, que intuía que eso era un sacaperras, transformaría esa intuición en certeza. Se darían cuenta de que la falta del papelico, no volvía a los difuntos a la vida, ya que  no hablaban  ya que estaban rígidos, fríos, del color del papel del que carecían, y de que luego empezaban a oler. Hace muchos años, una peste asoló Lisboa y murieron muchos de sus habitantes. Entonces no hacía falta, para enterrar a los difuntos, papel acreditativo de la defunción, ni papel moneda porque ésta era de metal. Así como el que no tenía padrinos no se bautizaba, el que no tenía moneda,  no era enterrado. Las familias, como no podían tener a sus deudos difuntos en casa, los sacaban a la calle y ponían platillos delante del cadáver. Estos platillos tenían la misión de recoger limosnas, hasta que se alcanzase la suficiente cantidad de dinero para pagar la tarifa del entierro. El que era caritativo iba practicando a destajo la obra de misericordia de enterrar a los muertos. El que no lo era, iba echando dinero para sacudirse los muertos de delante. Alguna vez se daba el extraño caso de que un cadáver oficial, digo oficial porque poseía  certificado con su póliza y todo, se levantaba de su  ataúd ante el pasmo de las plañideras que lo rodeaban. Algunas tornaban sus llantos en risas, pero otras aumentaban su caudal lacrimoso. Ignoro si algún supuesto cadáver corrió a casa del que le expidió el certificado, para pedirle la devolución de su importe, y para que se hiciera cargo de los inútiles y fúnebres gastos que le había originado.

En antiguas civilizaciones, amantes de la Naturaleza, depositaban los muertos en una meseta a la que acudían los buitres y alimoches y ejercían de policías sanitarios. Aquellos portugueses pobres y rapiñados en vida, tendrían el consuelo de integrarse en aves rapiñadoras, con lo que conseguían una revancha por las múltiples humillaciones sufridas en su vida y en su muerte. Descansen en paz.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Niños en bicicleta, viajaron y viajan a Huerrios

Fruto del almez o litonero

Retel con cangrejos de rio.



Cuando tenía diez años, hace ya cincuenta, el señor Campo, iba de paseo con sus amigos, cada uno en su bicicleta. No estaban éstas muy dotadas de técnicas,  como las actuales que tienen tantas  tecnologías, que a veces no las saben ni emplear. Entonces eran las bicicletas un poco viejas, porque si no se las arreglaban ellos, nadie se las reparaba. Es más, a veces tenían que frenar y lo hacían con las suelas de las sandalias o alpargatas, que eran las que con más frecuencia se calzaban. Pero no me ha explicado el señor Campo nada de los monumentos ni de las fuentes, que en el camino podían encontrar, porque no los veían, hasta llegar a Huerrios, ya que por  el camino sólo tenían que pasar por el original puente sobre el ferrocarril. En este pueblo de Huerrios, aquella fuente era la “fuente de la alegría”, además de la del agua, porque la daba abundante, fresca y sentaba, según me contaba el señor Campo, de maravilla. Pero no les distraía el agua exclusivamente, sino unos animalitos de esos, que viven y se cuidan por el agua, a saber los cangrejos, pero de esos que ya no quedan, porque se trataba de cangrejos autóctonos, que han desparecido de estas zonas y además de casi todas. Aquella especie de cangrejos era de lo más simpático del mundo de las fuentes, en las que brotaba el agua, como en la de Huerrios y corría por las acequias, por las que llegaba dicha agua a los huertos. Pero cuando llegaba Campo  con sus amigos, los pescaban con un “retel”, que era como una red, sujetada por arriba con un alambre, doblado en círculo, que se ataba con  dos o tres cuerdas y por arriba se dejaban los extremos sobre la margen de la acequia. En el fondo del retel ponían un cebo, que adquirían en alguna carnicería, consistente en hígado molido, que atraía a los cangrejos a comérselo. Cuando observaban que ya estaban varios cangrejos dentro del retel,  levantaban las cuerdas, que habían apoyado en las márgenes y ya los  tenían en sus manos. Cuando se marchaban, los repartían sin ninguna  disputa entre los pescadores, lo que demuestra que aquellos niños tenían un corazón noble y no como muchos políticos, que se ponían a arreglar la economía del mundo, sin saber hacerlo. Los niños no sabían arreglar sus bicicletas, pero las hacían rodar camino de la fuente. Y Campo exclamó ante la presencia de estos niños pescadores : “ ahora no se ve en la fuente a  los niños, porque ya no queda pescado”, pero yo añadí “los mayores acuden más a los dólares, que también se van acabando”.

Pero a mí me ha emocionado la observación de Campo de que al lado del puente sobre el ferrocarril, al lado del camino viejo de la derecha, se sentaban debajo de un litonero, o almez, en castellano.  Campos ya duda de si existirá todavía ese litonero,  pues han pasado muchos años desde que tomaban su sombra. Yo mismo, he visto muchos litoneros por todo el Samontano, pero en Huesca sólo se pueden contemplar los que se alzan en la Avenida que va a San Jorge, entre el edificio de la Seguridad Social y al otro lado el Pabellón del Deporte. Cuando llegaba el tiempo de su maduración cogían los litones o almeces y después de mordidos y chupados, con una cañita o cañeta como le decimos por aquí, lanzaban los cascos o huesos entre ellos, de un modo que parecían guerras pacíficas. A veces el que estaba subido en el árbol para coger litones, parecía un hombre primitivo y moderno al mismo tiempo, porque soñaba en la Naturaleza y gozaba de los frutos del campo y de los cangrejos de la fuente de Huerrios.  

La razón y la sinrazón

  La razón hace funcionar los ordenadores, no su propia razón de la que carecen esos maravillosos aparatos, descendientes de las simples plu...