jueves, 31 de diciembre de 2020

Don José Puzo.-

 


                                                               

Me acuerdo de Don José Puzo, que fue Canónigo de la Catedral de Huesca y acabó su vida con el mismo cargo en el Pilar de Zaragoza. Más tarde lo encontré en el Colegio Mayor Universitario Pedro Cerbuna, en el que con mi hermano Luis estábamos alojados. Me acordaba de él, pero lo curioso es que no sólo yo lo recuerdo, sino que son bastantes más los que lo hacen.



Un día cualquiera, hace ya muchos años, me encontré cerca de la iglesia de Santo Domingo, a Antonio Fillat, herrero de Siétamo, hombre trabajador, que llevaba puestas unas gafas pequeñas, que recordaban el culo de un vaso y que al encargarle una jaula para criar conejos, se la cargaba en las costillas y acudía con ella , una vez acabado el arreglo, a mi domicilio. Uno se sentía más agradecido por el esfuerzo humano que aquel hombre hacía,  que por la jaula nueva para criar conejos.  Cuando veía en Huesca, a sus sobrinos, hijos de Rafael Fillat, nacidos en Santolaria, que habían pasado ya varios años y estaba recogido por un yerno suyo en la Calle Pedro Cuarto, se alegraba.

Los hijos del mártir Rafael, le hablaron del martirio  de su padre, pero después de nombrarle a su tío Rafael Fillat, le hablaron de Don José Puzo, del que dijeron que era una buena persona, muy humana y que protegía a todos los niños de la ciudad de Huesca, después de la Guerra Civil. En ese periodo de tiempo los niños pasaban hambre y sufrían en ocasiones pestes, sarna, piojos, tuberculosis, etc. El,  los acogía en el Teatro Principal, donde los niños mayores, como Pedro Lafuente, Buisán,  Coré, Antonio Tresaco, representaban obras en el Teatro, como Bato y Borrego, que por un rato hacían felices a los niños pequeños. Esa obra de Bato y Borrego todavía se representa en Huesca en el Teatro de los Salesianos, donde también habría que recordar a aquel hombre que trabajaba en el Colegio y era un artista en el Teatro. Se llamaba o lo llamaban Simoné.

Procuraba Don José Puzo, atraer a los niños al Catecismo, que enseñaba en el Teatro Principal. Allí les repartía alimentos y zapatos y cuando llegaba el buen tiempo, mandaba a muchos niños a los campamentos, donde hacían la instrucción bajo los rayos del sol, y además les daban muy buena comida. Entre los instructores físicos estaba Roberto Pérez Almudévar, que ha sido un hombre trabajador, inquieto por los necesitados con una gran humanidad y que se ha destacado en Huesca por su condición de jugador de Baloncesto. Todos estos recuerdos iba contando Rafael delante de los comensales que devoraban con gran satisfacción el almuerzo que les daban en la Residencia de la Tercera Edad. Eran cinco los hermanos Fillat que asistían al Catecismo,  al Teatro y a los Campamentos, porque tenían una gran necesidad, pues su padre había sido fusilado en Santolaria. Don José Puzo les daba botas y zapatos, camisas de todas clases con las que se podían vestir y los hermanos Fillat se sentían felices y los llenaron de alegría, como ellos la reparten entre todos los que con ellos conviven. Termina con palabras agradecidas al “Ciego Bartolo” y a su esposa Petra, que vivían en el primer piso del número 61 del Coso Alto, al lado de la iglesia de Santa Ana. Ambos los cuidaron e hicieron hombres y por la galería de detrás de los pisos jugaban conmigo y con mis hermanos Luis y Jesús. Lo malo es que ellos y otros muchos desearon que se le dedicara una calle a Don José Puzo, pero parece ser que los políticos no se acuerdan ya de él, desde hace muchísimos años. Se acuerdan los que recibieron sus cuidados y como ya han perdido su vida o estamos terminándola, nadie  conocerá  la historia de Huesca. No se acuerdan de la muerte por fusilamiento en Santolaria del padre de los cinco niños Fillat, acogidos por  el ciego, que con su comportamiento recogiendo a los cinco hermanos, fue un hombre modelo en esa sociedad, en la que dominaban el odio y la sangre.

Cuando yo fui a estudiar la carrera Veterinaria a la Universidad de Zaragoza, me encontré a Don José Puzo, Canónigo oscense que era  profesor de  Religión. En aquellas alturas que se elevaban hacia el fondo de las aulas, estaba la cátedra donde se sentaba Don José Puzo. al que yo conocí protegiendo a los hijos de los mártires de Aragón, en el Teatro Principal de la Plaza del Coso Alto. A mí su presencia me imponía respeto , como el que él respetaba a los hijos de los mártires de la Guerra Civil, pero en España estaba la juventud deseosa de alcanzar la libertad civil, y se oían entre los estudiante de la Facultad voces incomodadas por la presencia de ese “canónigo que los estudiantes no comprendían que iba a traer la felicidad a la gente joven” y uno se quedaba inquieto, porque todavía no se ha aprendido la forma de alcanzar una educación feliz, porque todavía hay ángeles en el cielo, pero siempre combatidos por los demonios.

A Casimira y a su marido Paulino

 



Durante breves días,  mi esposa Feli  y yo tuvimos la buena suerte de convivir en las Termas de Comarruga, con vosotros. Eráis ambos personas sencillas, pero amantes de la vida. Casimira tenía su corazón lleno de poesía,  si, de poesía que acompañada por la música, hizo brotar tu poema, que dice así:” La Música-las voces y el sonido-de los violines, clarinetes y trompetas- se oyen al galopar de los caballos blancos”. Y ¡cómo describe el paso por  la vida de aquellas campesinas, ”¡que amasaban a las seis de la mañana”!.  Por la noche “se oye crujir el fuego mientras los hombres- se descalzaban sus abarcas llenas de tierra dorada-. Pero esas mujeres ya –se fueron al despertar el alba-…para estar cerca de Ti, Virgen Santa”.-Y es que tú, Casimira “necesitas la auténtica belleza-incluso más que el pan”. ¡Casimira!, tu sabes amar, como escribes en el poema, de la siguiente forma vital: ”El amor hay que amarlo, pero no estrujarlo… como el pájaro que anida para incubar sus huevos y saldrá volando”.
Pero tu marido Paulino, te ama y lo comprobé en el comedor de las Termas, en que estaba pendiente de Casimira. Eres, Paulino, un castellano llano y recto, que estás  pendiente de tus deberes y en este caso de tus deberes amorosos, pues no consientes que Casimira se canse ni que haga esfuerzos, sino que sientes el amor que ella expresa en sus poesías. Eres un hombre de un gran sentido común, cuyos relatos me encantaron,  pero no puedo editarlos, porque te los di  escritos con tu bolígrafo rojo y que tú te los guardaste. Pude escribir un hermoso relato tuyo,  cuando te dirigías a un novillo bravo y él te miraba, mientras escarbaba el suelo con una de sus patas delanteras. Tú  te quedaste aterrorizado y te atacó. En estos momentos en que se quieren prohibir las corridas de toros, tu relato hace dudar, sobre si esa belleza debe ser consentida por la humanidad. Tu relato, por un lado justifica esa lucha artística entre el hombre y el toro. Durante siglos han sido atacados multitudes de muchachos por los toros bravos. Ante esos ataques de los toros, algunos jóvenes  han tratado de evitar ser heridos por ellos, manejando con arte las capas, que ellos se habían procurado. Otras veces se vivió la tristeza de las heridas o la muerte de aquellos muchacho, que  buscaban los sacos, o las chaquetillas, para torear a los toros.
¡Oh , los toros por un lado con el arte y por otros con la muerte!.

Recibid un cariñoso recuerdo de Felisa  y mío.

miércoles, 30 de diciembre de 2020

Huyendo de la Guerra Civil en Sietamo (Huesca)

 


Me faltaban cuatro meses para cumplir seis años, cuando me di cuenta de que nos había llegado una guerra. Yo no sabía en qué consistía, pero al escuchar el continuo sonido de las ametralladoras y el terrorífico de los cañonazos, sonando sus estallidos en lo alto de la casa, acrecentado por los ruidos que producían la caída de paredes y de puertas, me entró una angustia, que destrozó mis ilusiones infantiles, con mis seis años  sin cumplir, de correr con otros niños por  la calle.  Si, era la Guerra Civil de 1936-1939 y ¿qué sabía yo de ninguna clase de guerra?  y menos civil. Algo intuía porque había asistido en las Escuelas Municipales a los actos electorales, sin comprender su significado, pues me fijaba más en aquel joven, que subía escalando por una columna férrea y redonda, mientras otros le  aplaudían. En el hogar de mi casa, mi tío José María, soltero y hermano de mi padre, bromeaba y me miraba con su cara, que ponía rígida y torciéndola levantando su barbilla, como si se tratara de Musolini.  No sé si quería ridiculizar la figura de este dictador o avisarme de que había que proceder con cuidado, ante la amenaza de que llegara  a dominarnos algún otro hombre fuerte. Conservo esos recuerdos vivos, pero entonces no me preocupaban esas ideas, sino que jugaba e iba a la Escuela con don José Bispe,  cubierto con su boina y  envuelto  en un guardapolvo. Cuando entrábamos en la escuela, los niños nos poníamos uno al  lado de otro y él,  nos miraba las manos y las uñas y con una regla, nos sacudía sobre la palma de la mano, si llevábamos algo sucio, pero la verdad es que no recuerdo ver llorar a ningún compañero de Escuela por esos golpes. Tengo una fotografía del Maestro,  rodeado de todos los alumnos, entre los que se encontraba el que más tarde llegaría a ser el Cardenal Antonio María Javierre, que tanto sufrió durante la guerra. Al ser proclamado Cardenal,  acudió a Siétamo y, en medio de tristes recuerdos, fue recibido con gran cariño por sus paisanos. En la Iglesia, miraba con atención, devoción y tristeza el lugar donde estuvo colgado el cuadro de María Auxiliadora, regalado hacía ya muchos años, por Pilar, la hermana mayor de mi padre, casada en Huesca con el farmacéutico,  don Feliciano Llanas. Pero pude observar, que por la noche, pasó por las calles del pueblo, tal vez para recordar la desaparecida casa de Cavero, donde vivía  la Guardia Civil, como lo hizo él con su padre, el sargento Javierre, su madre y sus hermanos. Pudo volver a contemplar la Escuela, donde el Maestro don Pepe, como se le llamaba habitualmente, le transmitía aquellos conocimientos pacíficos,  que fueron destruidos,  por la guerra. En la Catedral de Huesca, recibió el homenaje de los oscenses y al pasar yo, su antiguo condiscípulo, por  delante de él, se aproximó y me dio un abrazo. Muchos vecinos de Siétamo, acudimos a Roma para contemplar su elevación a la categoría de Cardenal y yo le leí unas palabras, que me pareció le agradaron.



En la fotografía escolar, aparece también su hermano, José María, nacido en 1924,  un  buen sacerdote, que estando de cura párroco en Angüés, predicó en San Urbez de Nocito, en una romería, pidiendo la lluvia, que hizo que el cielo lloviera y los ojos de los fieles derramasen lágrimas. Tenía una gran inquietud por la ciencia, por la historia y por el periodismo y  marchó a Sevilla, donde ha muerto el año de 2009.  Fue un gran periodista y ha escrito unos sesenta y tres libros, entre los cuales me atrajo con un gran interés la vida de San Juan de Dios, en uno de ellos,   titulado “Juan de Dios, loco en Granada”. Nació el santo, parece ser que en Portugal, el año 1495, se apellidaba Ciudad y era de origen judío. No fundó una Orden Religiosa, pero, al morir, sus discípulos, crearon la Orden Hospitalaria de San Juan. José María Javierre,  de apellido vasco - navarro oriental es decir aragonés, que quiere decir Casa Nueva, que  antes pronunciaban Xabierre, como hacían  en Navarra  con el pueblo de Xabierr.  Javierre, antiguo vasco-ibérico, aclara que son de origen  judáico:  Juan de  Avila, Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, pero ha conseguido dar con el mismo origen  en San Juan de Dios. En tiempos no lejanos se consideraba deshonroso el origen judío, como ocurría con la Inquisición y hace poco con el Nazismo, creadores de luchas y de guerras. Afirma José María en el libro de San Juan de la Cruz: ”Parece poco razonable tachar de impuros a mis tres Juanes, de Avila,  de la Cruz, de Dios y a mi Teresa de Jesús, a causa de su consanguinidad con Jesucristo y su madre”. José María Javierre, nació en Lanaja,  y vivió en Siétamo, donde acudía a la Escuela con su hermano, el más tarde Cardenal Javierre. Allí lo tenemos retratado en la Escuela junto a los demás alumnos de la misma, rodeando al bueno y gran Maestro Don Pepe Bispe, hombre inteligente, honrado y demócrata. Tal vez por ser republicano, al llegar la Guerra Civil, lo metieron en la cárcel y no lo mataron, pero murió, acaso por los sufrimientos que pasó. En la fotografía escolar aparece a su lado, un hijo suyo.

Ver tanta fotografía de  pocos años antes de la Guerra, me hace sufrir, pero entonces no era esa mi principal preocupación, sino vivir aquella vida, que estaba comenzando a desarrollarse. En la parte  inferíor - izquierda, aparece un niño muy tierno para  pensar, pero conmigo Rafael Bruis,  que así se llamaba el entonces niño y ahora anciano de mi misma edad, pensaba lo mismo que yo,  que era jugar. Y recuerdo que salíamos al patio de recreo y con la tierra hacíamos acequias,  que para que no estuvieran secas, como no había agua distribuida por el pueblo, nos meábamos en esa tierra. No recuerdo si el maestro don Pepe nos riñó, pero algo se produjo en nosotros, que todavía nos acordamos de ese juego sucio por la orina, pero limpio, éticamente, en su ejecución. En esa fotografía se adivina la Guerra y se ve con mucha claridad, a pesar de que el tiempo varía y cambia y se pasa, pero deja y trae recuerdos y parece ser que promete otros hechos, que serán parecidos a los ya, hace años pasados. La  Guerra Civil se estaba preparando para estallar, lo mismo en Siétamo que en su vecino pueblo de Fañanás,  hasta que el día trece de Septiembre entraron, entre otros,  los milicianos anarquistas con Durruti, en Siétamo. Jesús Vallés Almudévar, doble pariente mío, estaba sufriendo la falta de libertad  y la ausencia de su madre y de su hermano, que habían fusilado, al lado de la carretera que conduce a Bespén.  Cuando acabó la Guerra, se hizo sacerdote, perdonando a todos los que habían colaborado en la muerte de su madre y de su hermano, unos vecinos y otros parientes suyos. Desde Fañanás escuchaba las descargas sobre Huesca y Siétamo, pensaba en sus hermanos y en tantas familias, esperando, con tristeza, que los hiriesen o matasen, sin poder defenderse. Sentía la tragedia que ya a él le había llegado, pronosticándola para otros, cuando escribía:  ”el cielo está cubierto de pesados nubarrones de verano y empiezan a caer algunas gotas de agua”.  Con motivo de la entrada de los republicanos o de los rojos, como les llamaban los no comunistas y enemigos de la guerra, de la revolución comunista y de los numerosos fusilamientos que se producían entre los de “derechas y los de izquierdas”, se organizaron en Fañanás, “peregrinaciones” para contemplar las ruinas de Siétamo. Tenía razón mi primo Jesús Vallés con  su profecía,  pero en lugar de caer gotas de agua y piedras, cayó la muerte y la destrucción. Jesús también acudió a Siétamo y escribió:”Cuando llegamos a los alrededores de Siétamo, oímos graznidos de cuervos, que levantaban el vuelo al oír nuestros pasos y volvían de nuevo al festín, después de que habíamos pasado…había todavía cadáveres sin enterrar, tostando sus huesos, casi mondos al sol. Las calles estaban como un museo en día de fiesta… lo  recorrían   todo, contemplando, preguntando, admirando. Se fijaban en las casas de las que no quedaba ninguna casa entera…estaba todo comunicado por dentro, por medio de boquetes, hechos por los “fascistas”, para no tener que salir a la calle”.”En la iglesia, en una capilla lateral había una fosa abierta; allí habían enterrado a un sargento de la guardia civil (el sargento Javierre), que se había destacado por su coraje y valentía. Lo desenterraron y lo arrastraron por el pueblo y lo quemaron en la Plazoleta del Castillo, donde todavía se notaba el redondel de tierra  ahumada, mezclada con las cenizas de sus restos”

Recuerda mi pariente Jesús que  un equipo de muchachos “revolvía ante los escombros, buscando cápsulas, balines, trozos de metralla”. No acabaron de recoger todo,  porque, cuando ya había terminado la guerra, allí estaba yo acompañado por Rafael Bruis de Lasierra, buscando y haciendo colección de aquellos malditos restos.  Haría unos cuatro años que Rafael y yo,  nos divertíamos con la suciedad de nuestra orina, pero teníamos los corazones limpios y alegres, en tanto que después de haber perdido a su padre, nuestra diversión era auténticamente una porquería,  una maldición, como era la de recoger los balines, que se habían disparado para matar a otros hombres.  No siempre hacían falta las balas para esa clase de sacrificios, pues allí mismo, a escasos metros de donde las buscábamos, habían arrastrado el cuerpo de un hombre, al que habían desenterrado y abrasado, en un pequeño trozo de tierra, ennegrecida por el fuego. Jesús miró mi casa y no nos encontró a ningún miembro de su familia y comprendió que habíamos huido a Huesca capital,  a casa de mi abuela materna, Agustina Lafarga  Mériz. Mi hermano Manolo y yo, hacía poco tiempo que ya no íbamos a la escuela, a la cual, acabada la Guerra ya no volvimos, si no que mi hermano Manolo huyó de aquellos negros recuerdos, a Canadá, donde murió. Como tampoco volvió a casa, un niño  de casa Sipán,  pariente nuestro, que al ser bombardeada por la aviación, se escapó con sus compañeros al campo del  Valdecán y allí murió, debido tal vez a algún cañonazo.       

En la primera fila y comenzando por la izquierda, está Antonio Escartín, que ahora ya tiene más de noventa años. No sé qué dificultades pasó a causa de la Guerra Civil, pero durante muchos años fue a trabajar a Huesca en bicicleta y madrugando exageradamente, subía al Saso y plantaba cepos para cazar perdices y conejos. Cuando volvía,  por la tarde, los recogía y los llevaba a vender. Pero esta afición a la caza le venía ya desde niño, pues me regaló una honda, con la que mataba gorriones en los árboles de la Paúl. En aquellos tiempos se mataban gorriones para alimentarse, pero al llegar la Guerra Civil, se mataban personas con armas de fuego. Así mataron en Ayera, a su padre Cosme Escartín. Su hijo Antonio todavía vive en este año de 2011 y siempre que me ve, me habla del Castillo- Palacio, abrasado y derruido. A su lado se encuentra Angelito Lobaco, hijo con José y con su hermana Carmen, del señor Angel Lobaco, que tenía un Bar,  a la derecha de la carretera, yendo en dirección hacia Huesca. Este edificio con su Bar, hace unos escasos meses lo iban a derribar para construir casas nuevas, pero la crisis lo ha impedido  y la hija del señor Lobaco, Carmen lo vendió. Cuando tuvo lugar la Desamortización de Mendizabal, uno de los monjes de Montearagón, llamado Perote, vivió en dicha casa y los vecinos de Siétamo,  a través de una ventana lo veían,  pero hoy la tradición dice que lo siguieron contemplando después de muerto. Dejó en casa de una señora, un receptáculo, donde decían había sangre de Cristo. Todavía lo tienen unos parientes. Angel Lobaco,  padre de Angel,  José y Carmen, como otros muchos,  huía de Siétamo hacia Huesca y en Las Casetas se escondió en un lagar o cuba de vino, pero lo encontraron y lo fusilaron. En la misma fila, al  lado del hijo de don José Bispe, se encuentra Antonio María Javierre, que llegaría a ser Cardenal. Al lado del maestro aparece un muchacho al que no he podido identificar y   a su lado aparece Carmelo Sanchón.   Me acuerdo de que su madre, venía todos los días a buscar leche, que ordeñaban a las vacas. Después de Sanchón, aparece    José María  Javierre,  hermano menor del más tarde Cardenal Antonio María y que llegaría a ser  gran periodista y escritor, pues llegó a publicar sesenta y tantos libros.

En la segunda fila,de arriba abajo y de izquierda a derecha,aparece José Graseta,diminutivo cariñoso,como lo era él mismo, pues en cierta ocasión,me subió desde la profunda Huerta del Conde, sobre sus hombros,hasta el Palacio. A su lado se encuentra uno de los hijos del entonces alcalde, Artero, que al ser buscado por la Guardia Civil,huyó y vivió en Francia muchos años. Al fin regresó a Huesca, pero en aquellos tiempos no se perdonaba a nadie y a una hija suya,que era una joven y encantadora criatura, la fusilaron en Huesca,sin saber nadie, donde y cuando. A continuación del hijo deArtero se encuentra Jesús Bruis, hermano de Joaquín Bruis y cuñado de Joaquina Larraz. Vivió en Madrid,viniendo todos los años a Siétamo,donde aprovechaba su estancia para cortar ramas,que le servían en Madrid,para hacer bastones.

Luego sigue José Bruis de Casa Lasierra,hermano de Rafael, de Fernando,de Josefina y de la mayor queél , llamada Pilar,que ha muerto este año de 2011.José me cambió un pequeño espejo, que me habían dado en la Farmacia de Llanas, por una picaraza,con la que yo esperaba gozar,viéndola volar por el cielo. Al padre de José y de Rafaelito,también llamado Rafael,según me contó Antonio Bescós , al “liberar el pueblo,cogieron los nacionales a Rafael Bruis, se lo llevaron y ya nunca se supo más de él”. A su lado figura un hermano de Marieta Sipán.

Viene , a continuación Antonio Bescós, muy conocido por “Trabuco”, no sólo en Siétamo, sino también en Huesca, pues parece que tal apodo le viene de un antepasado suyo, que poseía un arma trabuquera. Antonio Bescós ha sido un hombre conocido por todo el mundo, humorista y conocedor de todo lo que pasaba por la vida. Yo me acuerdo del humor de Antonio alias “Trabuco”, incluso cuando veo y recuerdo aquellas ruinas, desde las del Castillo –Palacio hasta las de la más humilde vivienda campesina, y aquellos cadáveres, sin enterrar todavía en los caminos y en el monte de Siétamo. Y me pregunto, ¿cómo podrían sus hijos enterrar con respeto a sus padres, si no se hubiera recuperado algo de humor?. Así,  esos hijos podrían levantar al pueblo, para que resucitara. Antoñito del Herrero y Rafael de Lasierra, cogían por los suelos los balines, que repartieron los fusiles de unos y de otros. Mi pariente, el entonces niño de trece años y más tarde sacerdote, lo testifica en sus memorias; él continuó, como sacerdote, recordando y enterrando a los difuntos con respeto, perdonando y siempre con buen humor. Yo volví a recoger balines, después de la Guerra, acompañado por el ya experto en la misión, Rafael Bruis, de casa Lasierra. Antonio Bescós, fue el que me relató casi todo lo que he escrito sobre los niños de la Escuela de Siétamo. Tenía una memoria fantástica, que me ha iluminado la mayor parte de lo que aquí estoy escribiendo. Encontré entre mis papeles uno,  que al leerlo, recordé que fue Antonio Bescós, el que,  un día cualquiera, me había dictado su contenido. Narra la letra de esa canción, que le tocó cantar con sus compañeros milicianos, huyendo desde España hasta Francia. En ese canto mezcla el sufrimiento que tuvo que pasar con sus compañeros, con notas de humor que le hicieron posible superar esos días de horror. Antonio,  al dictarme su canción, la cantaba y se expresaba así: “Somos los tristes refugiados- que a este campo venimos,- de tanto andar, hemos pasado la frontera-con nuestro ajuar, mantas, macutos y otras yerbas.-Un poquito de humor hemos salvado, al luchar contra el fascio invasor- y en la Playa de Argelés- nos fuimos a encerrar para comer”. Después se acuerda de lo bien que lo pasaba en España, diciendo:”Y hoy pienso que hace tan sólo tres años,-España era una nación feliz,-había muchas diversiones y señoritas a granel”. Peor después de soñar con su feliz pasado, sigue diciendo:”Hoy ni cagar podemos, sin que venga un mojamé- y nos trate como a presos-y les grite a los soldados:¡allez, allez, allez!. Y sigue descubriendo los horrores que tenían que pasar, él y sus compañeros, diciendo:” Vientos, ladrones de maletas, arena y mal olor-sarna en los barracones y fiebre y dolor.-Colas para buscar dos litros de agua, de leña y de carbón.- alambradas para tropezar buscando tu chalet- y por todas partes por dónde vas-te gritan por detrás ,¡allez,allez,allez!. Tuvo suerte Antonio, pues un tío suyo, de Alerre y General del Ejército, lo liberó de seguir siendo un prisionero, como lo fue en  Francia. El amigo Antonio Bescós o “Trabuco”, cuando volvió desde su condición de prisionero de guerra a la vida civil,  tenía que ir a trabajar, unas veces a Huesca, a donde llegaba caminando, como hacía Bastaras, al que una vez le ofrecí llevarlo conmigo en una pequeña motocicleta y él me dijo que no quería arriesgarse a tener un accidente. Era poco hablador, pues  le habían fusilado a un hermano suyo,  tío como él del Párroco de Alquézar,  Don José María Cabrero.  Antonio  Bescós,  al fin, se compró una  bicicleta y luego se colocó en el mismo pueblo de Siétamo,  en Regiones Devastadas. Pero nunca perdió el humor, que le prolongó la vida y le dio periodos felices con su esposa y con su hijo, que todavía residen en el pueblo. Ese comunicarse con todos los vecinos del pueblo, lo convirtió en recadero, pues él traía de Huesca, los encargos que le hacían sus vecinos.

 Era una persona tan inquieta por la Religión,  que si hubiera tenido dineros para estudiar, se hubiera consagrado sacerdote. Tenía también un humor extraordinario, pues en cierta ocasión, cuando trabajaba en Regiones Devastadas, en la iglesia de Siétamo, se subió al púlpito y empezó a predicar a sus compañeros, diciéndoles: “¡oh , amigos míos, tenemos que estar contentos, porque este trabajo no nos apura y así, como mi compañero de Escuela, Antonio María Javierre, subirá en el escalón eclesiástico,  yo ya he alcanzado el grado de sacristán!.  En estas estaba,  cuando llegó el cura de Torres de Montes, que lo apeó rápidamente de tan alta tribuna. Pero este incidente no le rompió su vocación. Y a pesar de que el cura del pueblo le quiso cobrar un duro por el entierro de su padre, él colaboró gratis en todos los entierros del  pueblo. Así que todos los muertos, se debían de acordar de él, desde allá arriba. Cuando a Don Antonio  María Javierre,  lo proclamaron Cardenal, fuimos a Roma muchos sietamenses, entre los que,  naturalmente se encontraba Antonio Bescós. Tenía ardientes deseos de visitar la tumba de San Lorenzo, al que tantas veces había acompañado en las procesiones laurentinas  de Huesca y tenía necesidad de saludar a su compañero de Escuela, que iba a ser Cardenal. Al encontrarse con él, impulsado por su buen humor, le dijo:”Monseñor, delante de Vuecencia se encuentra, aunque sin “naveta” (como llamaban al incensario), el sacristán de la parroquia en la que fue  Usted  bautizado”. A continuación se abrazaron el Cardenal con el sacristán y éste le dio dos cajas de castañas de mazapán. Al poco tiempo llegó a la iglesia de Siétamo, desde Roma, una hermosa casulla roja. El humor de Trabuco compartido por todos los sietamenses, empezó a aliviar  los sufrimientos de  Siétamo.

A su lado, en la fotografía, se encuentra la figura de Emiliano Boira de “Martinico”, que fue toda su vida un buen albañil, y el primero que reconstruyó la Cruz de la Plaza Mayor, hoy del Cardenal Javierre, que derribaron los milicianos acompañados por alguno de Siétamo. El hizo habitable una parte de mi casa, destruida por la Guerra.

A continuación se encuentra Francisco Saso, hijo de la señora Polonia de Polavieja, que estando prisionera en la cárcel de Huesca, repartía alegría, virtud que la acompañó toda su vida. También cuentan que después de la Guerra,  en su casa entró  alguien, que trató de traspasar la brujería, al cura del pueblo.¡ Dios mío, aquellas gentes de aquellos tiempos, estaban preocupadas por brujas, si no ¿cómo se explica el espíritu  brujeril, con que  trabajaban aquellos que cultivaban el odio, que todo lo inundaba, durante la Guerra?.  Saso fue siempre delgado y estuvo muchos años trabajando en Barcelona, pasando sus últimos años en casa de su madre en Siétamo. Daba gusto hablar con él, pues conservaba  el  buen humor de su madre la señora Polonia de Polavieja.  Ese adorno de Polavieja,  lo sacó la gente del nombre de un general famoso, en España. Tenía Polonia una hija, subnormal que cuando se iba a morir, fui yo a Loporzano a avisar al Médico, al que le recordé, que no sólo curaba males , sino que los prevenía, ya que al ver el frío ,que reinaba en el ambiente, me puso un pasamontañas, que yo todavía le agradezco. El hijo de Polonia estuvo enfermo bastante tiempo, antes de morirse, pero mi esposa Feli, acompañada por Joaquina Larraz, no lo dejaron ni un momento, porque lo cuidaban y le lavaban las ropas e incluso su cuerpo.    

Le sigue un hijo de Francisca Borruel, que vivió en el cuarto piso de  la casa  del coso Alto,  número 61, donde vivíamos nosotros en el entresuelo, pues mi padre con seis hijos no quiso ya volvernos a Siétamo. Un tío suyo, guardia civil que estaba en la torre de la iglesia, quedó herido  y les pidió a sus compañeros, cuando tuvieron que huir, que lo mataran, pero estos no quisieron ser sanguinarios. Pero se encargaron de ello, los “rojos”, pues no creo  que los miembros del Ejército Republicano, al encontrarlo, le cortaran  los testículos  y se los colocaran en su boca, como hicieron los primeros.  Igualmente mataron al padre del muchacho que está  a su lado,  de casa Trullenque.  Antes de Gabardilla,  está Vicente Zamora, que era rubio y hablaba con una voz muy sonora y cuando se reía lo hacía con una risa simpática. Emigró a Zaragoza y les dejó a los suyos una casa al lado de la era, en la que sus descendientes lo pasan muy bien en verano y en cualquier fecha del año.  Con su hermano Avelino, vieron huir a su padre, que estuvo oculto, atendido por  un alma buena, pero que al fin fue descubierto y en algún lugar de Angüés, lo fusilaron, desconociendo su buena esposa y toda su familia su paradero. Vieron también arder su casa en la carretera, pero aquel fuego lo  han recordado todas sus vidas, mientras vivieron. Acaba la fila con Gabardilla,  hermano de don Antonio Barta Viñuales y que cultivan su patrimonio dos nietos pacíficos y nobles, que manejan la maquinaria agrícola y al mismo tiempo estudian. Viven con su abuela y con su madre Nieves, una mujer rubia y simpática, que siempre está ocupada con los quehaceres culturales, desde la música hasta los trabajos manuales artísticos.

Comienza la tercera fila de la foto, con uno de los hijos del herrero  Fillat, cuyo padre veía muy poco, llevando unas gafas remendadas con trozos de esparadrapo. Sufrieron frío y necesidades en su casa,  medio destruida y dicho herrero tenía muy poco trabajo, pues durante la Guerra no quedaron mulas en el pueblo, que necesitaran ser herradas. Después de la Guerra, le encargaron una jaula de hierro para criar conejos y me impresionó el ver  cómo se la cargaba sobre sus  hombros, para llevarla a Fañanás, con el fin de echarle algún remiendo. Sus primos hermanos de Santolaria, hijos de un hermano de su padre, tuvieron la desgracia  de que este hombre trabajador y humilde, fuera fusilado por los “rojos”, como así llamaban a los que no eran parte del Ejército Republicano, que tenían más disciplina, pues los miembros de los sindicatos, no admitían en sus voluntarios ni la disciplina común de los militares. Va seguido de uno de los hermanos Trullenque, cuyo padre fue también fusilado por los rojos. Después de la Guerra, emigró a Lérida y murió trabajando al sufrir un accidente su tractor. Venía a Siétamo para las fiestas y un año, cuando se quemaban hogueras en honor de algún santo, él saltaba sobre ellas por medio de las llamas y cuando sólo quedaban, las brasas, pasaba descalzo, andando sobre ellas, como un viejo aficionado a las antiguas costumbres.  A continuación se encuentra Estebané,  hermano de Antonio Bescós, alias “Trabuco”. El pobre Estebané era psicológicamente subnormal, pero en lugar de educarlo, muchos se reían de él, gastándole bromas crueles. Si hubiese vivido en épocas normales, hubiera sido educado y hubiera sido un muchacho, que hubiera hecho favores a los demás. Siempre estaba dispuesto para ir a la fuente para llevarles agua a los vecinos de Siétamo. Le sigue Antonio Casabón,  hermano de Dolores Casabón,  viuda de Avelino, una de las personas más representativas de aquellos malditos años, que ella recuerda como si hubiesen pasado ayer o antes de ayer. Francisco García, que le sigue, era primo hermano de Miguel Arnal. En aquellos viejos tiempos, ya vivió su familia en Francia. Fue Dolores la que me dijo que era primo hermano de Miguel Arnal,  que murió hace escasos años y vivía con su esposa Luisa, con su hijo Miguelito y su hija María Jesús, que es Comadrona en el Hospital de la Seguridad Social de Huesca y que ha querido renovar la casa de la Plaza Mayor, que en tiempos pasados, fue de su familia. La ha comprado y la ha restaurado. En el antiguo corral se levantan tres arcos antiguos y que son de gran belleza.

Después de Francisco García, primo hermano de Miguel Arnal, aparece Joaquín Puyuelo, entonces llamado Joaquiner de Cabalero,  que trabajó muchos años con Avelino en la Fábrica de Harinas, para después ir a vivir a Zaragoza. Viene todos los años de vacaciones a Siétamo y tiene una casa en la Calle Alta, por delante y por detrás sale a La Paul. En su parte baja, hay una antigua sala, toda de piedra, en la que se guarnecían los que custodiaban la Muralla de Siétamo, que llegaba hasta la salida de  la  Calle Alta, por el entonces Camino y hoy carretera de Castejón. Parece lógico que dichas murallas fuesen medievales. ¡Esta sala me recuerda que siempre ha habido luchas entre los hombres!, pero hoy no se acuerda nadie de los que allí sufrieron. Uno ve las dificultades que se darían para dedicar un recuerdo a los niños de la Guerra Civil, porque el tiempo hace que el hombre no se acuerde de las desgracias ajenas. Le sigue Estaún, hijo de un Guardia Civil,  al que conocí más tarde, pues estaba viviendo con una hija, empleada en la Granja de la Diputación Provincial, donde me narró recuerdos que tenía de la Guerra Civil en Siétamo. A continuación posa el hermano de Graseta  y a continuación se ve a Pepe Ferrando, hijo de José Ferrando o el Zurdo, hermano de Concheta  y esposo de Magdalena. Pepe, durante y después de la Guerra, se entretenía, como escribió mi primo Jesús Vallés, cogiendo balines y tuvo la desgracia de jugar con un resto explosivo, que se le llevó gran parte de su mano derecha, dejándole sólo dos dedos, a saber el pulgar y el índice. Lo hicieron cartero y más tarde alguacil y vivió con su padre, José Ferrando, alias  el Zurdo y su madre la señora Magdalena. Ha sido un hombre muy formal,  pero que se reía poco, no se sabe si sería por la tristeza que le produjo la explosión y porque  oía muy poco, tal vez debido también al ruido, que  produjo el estallido del cuerpo explosivo.  Quizá suenen en su cerebro los sonidos de las últimas gaitas aragonesas, de las que un abuelo suyo,  hacía sonar en  Santolaria.  Ahora vive en una Residencia de Ancianos y se acuerda la gente de su persona, y yo me lamento de la pérdida de las flores del jardín de su chalet, porque ya no está en Siétamo. Era Pepe, sobrino de Concheta, nombre que siempre he pronunciado con cariño, pues  fue una señora, que siempre trató de aliviar los problemas de sus vecinos. Cuando por la Plaza Mayor iban varios milicianos, a quemar casa de Almudévar, les dijo: y vosotros, ¿dónde viviréis?.  Los milicianos reconocieron la razón de Concheta y no la quemaron. Allí pusieron el Cuartel General, ocupando durante un escaso periodo de tiempo, una habitación el anarquista Durruti. En lo alto del Estrecho Quinto, se encontraban muchos hijos de Siétamo, acompañados entre otros por el doctor Coarasa de Torralba de Aragón. Estaban sufriendo las consecuencias de su huida de Siétamo, para refugiarse en Huesca; sufrían por los tiros de los que impedían su llegada a la salvación de sus vidas. En lo alto del Estrecho Quinto, pasaron hambre y sed y la angustia les apretaba sus corazones por no poder avanzar hacia Huesca. Los rojos que habían conquistado Siétamo, enviaron a Concheta, para decirles que se rindieran. Iba caminando por la Carretera N-240, con una bandera blanca y cuando allí llegó,  ya no pensó en otra cosa que no fuera  huir, con los que se encontraban en el Estrecho Quinto  a Huesca. Acabó en dicha ciudad y vivió muchos años después de la Guerra. Su abuela, la señora Juana, madre de Concheta, vivía en la Plaza Mayor y su marido, trabajaba en casa Almudévar. Un día, antes de la Guerra, le llevé un pan y ella, muy señora y muy amable, me hizo sentar en el hogar y me sacó un vaso de agua con azúcar y galletas. Yo la veía,  a veces, rezar en el Valdecán, mirando a Santolaria, donde yacían sus antepasados, como ese gaitero, que acabo de nombrar. Me acuerdo de la señora Juana, de sus hijos Concheta y el Zurdo y cuando veo a Pepe, que no me oye, me imagino que está escuchando, como a mí  me gustaría, las notas de la gaita aragonesa, ya perdida de Santolaria.

 Acompañando a Pepe, se encuentra a continuación, el buen Avelino Zamora, alegre y trabajador, casado con Dolores Casabón  y padre de tres hermosas hijas, ya casadas. Trabajó en la Fábrica de Harinas, durante muchísimos años y los ratos libres se  ocupaba  en limpiar sus almendros y con su moto, bajaba a cultivar el huerto. En cierta ocasión,  le llegó un médico mejicano, casado con alguna pariente suya; hicimos amistad y me regaló un libro de Historia de Méjico. ¡Me acuerdo muchas veces del noble mejicano!. Su esposa Dolores, guarda aquellos sagrados recuerdos, entre los que se encuentra la fotografía, que estoy  comentando, colgada en la pared, del patio de su casa. Me dijo que también tiene otra fotografía con la Maestra Doña Justina Ayerbe, presidiendo a las niñas de Siétamo. La señora Dolores Casabón,  viuda de Avelino, ya tiene  ochenta y siete años y goza con los nietos, hijos de sus hermosas hijas ya casadas.  Está viviendo próxima a su hija, pero está sola, acordándose de casi todo lo que pasó en la Guerra Civil, pues ella fue la que identificó a varios alumnos, que están representados en la fotografía.   Con Doña Justina Ayerbe,  Maestra durante muchísimos años, antes y después de la Guerra, la unía una gran amistad.  Y a esa Escuela de Niñas de Siétamo, acudieron  con Doña Justina,  mis hermanas  Mariví y María, además de mi hija Elena, que después de tanto tiempo está ejerciendo en Pamplona, la carrera de Medicina. Doña Justina, al jubilarse, se fue a Adahuesca, a pasar los últimos años de su vida con sus hermanos. Muchos sietamenses  acudimos a su entierro.

En la fila inferior, el primero que aparece es Rafael Bruis, que ordinariamente era mi compañero de aventuras, pero el día que sacaron la fotografía de los alumnos, presididos por Don José Bispe, yo no aparecí por la Escuela. Debíamos  tener ambos vocación de albañiles, pues en el recreo, me acuerdo que nos pusimos a construir con arena, remojada con nuestras inocentes orinas. A Rafael le hicieron desparecer a su padre,  los nacionales y al niño que estaba a su lado, hermano de Trullenque  se lo fusilaron los rojos y él que venía para saltar en las hogueras, pisando las brasas, murió víctima de un accidente en Lérida, manejando un tractor. Aparece a continuación Fillat, que tenía un rostro original, que transmitía alegría. Después de la Guerra se marchó y venía a Siétamo, dando la impresión de que había prosperado. El siguiente, tal vez sea el hermano menor de los Trullenque,  pero, no sé si alguna persona mayor se acordará de él. Este era el temor que tenía de dejar sin escribir sobre todos los escolares de Siétamo, porque sólo se acuerdan de su totalidad, Dolores Casabón,  Joséfina Ribera, Joaquina Larraz y Ramón Puyuelo de casa Felipe Cavero, de los que ha aprendido un poco este servidor de ustedes. Luego viene Ferrando, el Corneta, sobrino muy querido por Concheta, que más tarde, se hizo músico militar, construyéndose un chalet cerca del río Guatizalema. Murió pronto y su esposa, al quedarse sola, lo vendió. Concheta,  lo quería tanto, que cuando venía su sobrino, me invitaba a celebrarlo en su pequeña pero agradable casa. A su lado está José María Benedé, hermano de la adorable Esperancita, que murió el año 2011 y que era de una de las casa de labrador más potentes de Siétamo. Ahora José María,  con más de ochenta años, sigue  soltero.  Su casa la destruyeron para la Guerra.

El niño con rostro optimista que está a su lado, es mi querido hermano Manolo, que siempre se aplicó en sus estudios y que acabó de médico en Canadá. Cuando empezó la Guerra, como trato de explicar al principio de este artículo, con los cañonazos, sonidos de fusiles, ametralladoras y bombas de aviación, que empezaron a atacar  de repente, nuestro pueblo de Siétamo, por la tarde de aquel día, nos subieron a mi madre, a mis tíos José María y Luisa, con mis hermanos, escepto Manolo, que estaba en Huesca,  en casa de mi abuela materna doña Agustina Lafarga,  en un camión y en Huesca, nos dejaron en la Plaza de Santo Domingo. Allí nos esperaba mi primo José Antonio Llanas Almudévar, con sus quince años. De allí subimos a Jaca, donde a Manolo le pegó un trozo de metralla en su cinturón y no le pasó nada. Después fuimos a Ansó,  porque en Jaca, al lado de la casa de Mazuque, en la que vivíamos, había un polvorín. Desde Ansó subieron a Zuriza mi abuela materna doña Agustina Lafarga,  con mi padre, a ver,  si en caso de tener necesidad de huir, los dejarían pasar a Francia. Manolo era el heredero del patrimonio, pero después de tanta miseria, ya no le quedaron ganas de trabajar, en un pueblo donde la sangre humana corrió, casi tanta como agua por el río. A su lado estaba Antoñito de Rafaeler, que con el tiempo, llego a ser pastor de sus ovejas y de las mías. El último es un hermano de Graseta.

Fueron muchos los que la Guerra despachó de este pueblo, unos a otros pueblos o ciudades y un elevado número al otro mundo. Los rojos mataron unos treinta y seis y los nacionales otros tantos. Pero no sólo murieron fusilados alrededor de setenta, sino que en el frente, como escribe Jesús Vallés, se encontraban por el monte paraísos para que los cuervos hicieran sus festines y algunos como un  cura, no se sabe si era secular o regular,  fueron fusilados cerca del río Guatizalema. No se sabe nada sobre su identidad. ¿Cuántos morirían sin dar a nadie noticia de donde los enterraron o abandonaron?. Luego llegó la emigración,  pues aparte de los escasos medios de vida que quedaron en el pueblo, tampoco quedaron muchas de las casas, que fueron  destruidas por las bombas y por el fuego. Ya vamos quedando pocos de los antiguos habitantes de Siétamo, tan pocos quedamos que hubo que cerrar las Escuelas. Pero queda el consuelo de ver inmigrantes, que vinieron a vivir a Siétamo, en viviendas dignas. Han traído con ellos a sus hijos y otros que aquí nacieron, que dan el consuelo de verlos llegar a las Escuelas, otra vez abiertas. Allí se ven felices y contentos, felices con las músicas y los cantos que allí escuchan y aprenden, que van substituyendo las jotas, que antes cantaban los vecinos de Siétamo y participan en nuevos deportes, que han desplazado el juego de pelota y ya no hay ocasión de ver a los “pelotaires”, como Escartín, el primer alumno de la primera fila, que hace poco me recordaba la hinchazón que se le producía en sus manos, con ese juego. Se siente feliz,  al relatarme los triunfos que obtenía, jugando en el frontón, que estaba en la Plaza Mayor de Siétamo. La pared principal era el antiguo Ayuntamiento, cuyas ventanas se cerraban por fuera, antes de empezar el juego de pelota. Se quitaron las hojas de madera con que se cerraban las ventanas y, al pavimentar la Plaza, se hicieron desaparecer las líneas reglamentarias, trazadas con guijarros de piedra, al echar el hormigón sobre ellas.

Han cambiado las costumbres, pero todos deseamos ver a los niños felices, para que no vuelvan esas oleadas de odio, que trajeron a Siétamo la muerte y la miseria.         

martes, 29 de diciembre de 2020

Eran cinco los hermanos Fillat

 





Eran cinco los hermanos Fillat que asistían al Catecismo,  al Teatro y a los Campamentos, porque tenían una gran necesidad, pues su padre había sido fusilado en Santolaria. Don José Puzo (Canónigo de la Catedral de Huesca), les daba botas y zapatos, camisas de todas clases con las que se podían vestir y los hermanos Fillat se sentían felices y los llenaron de alegría, como ellos la reparten entre todos los que con ellos conviven. Termina con palabras agradecidas al “Ciego Bartolo” y a su esposa Petra, que vivían en el primer piso del número 61 del Coso Alto, al lado de la iglesia de Santa Ana. Ambos los cuidaron e hicieron hombres y por la galería de detrás de los pisos jugaban conmigo y con mis hermanos Luis y Jesús. Lo malo es que ellos y otros muchos desean que se le dedique una calle a Don José Puzo, pero parece ser que los políticos no se acuerdan ya de él. Yo sí que recuerdo la figura y la personalidad de este ilustre Canónigo y  se han acordado todos los que recibieron sus cuidados y como ya son mayores o tal vez, han abandonado este Mundo  nadie conocerá la historia de Huesca.   

Este Don José Puzo, en el Teatro Principal de Huesca, situado en la Plaza del Teatro, era un amigo de la educación de la Juventud, y en ese Teatro, enseñaba la Doctrina de Cristo. Yo mismo acudía a escuchar sus palabras y recuerdo  cuando  en aquellas clases de Catecismo , sufría una pena al fracasar en contestar a las preguntas sobre el catecismo, que nos dirigía Don José Puzo. A aquellas clases de Catecismo, acudíamos los entonces niños, que habíamos sufrido la Guerra Civil. Yo ahora en que han pasado unos setenta años, recuerdo como acudía con los cuatro hermanos, que eran sobrinos del ciego “Bartolo”, casado con la señora Petra, y hermanos de una niña, que me dijeron que emigró al Brasil. Vivíamos los tíos de los niños  Fillat, el ciego Bartolomé, vendedor de la lotería de los ciegos, y su esposa y con los cuatro hijos y una hija, cuyo padre fue fusilado en Santolaria por la “rojos”, en la casa del  Coso número 61. Vivían estos niños en el primer piso y mi abuela Agustina Lafarga Mériz, que había recogido a la familia Almudévar de Siétamo, en el entresuelo. Tengo recuerdos de una muchacha joven y de buen corazón, qué desde la galería posterior a los pisos de la casa del Coso alto, número 61, les subía a los hermanos Fillat, algún bocadillo.

Los Fillat eran unos niños alegres y el hermano mayor, parece ser que dirigió un almacén de ropas en el Coso Bajo, en la entrada a la calle de  Padre Huesca. Los dos hermanos siguientes, ejercieron de zapateros remendones en la misma plaza de San Lorenzo. Eran dos personas de un humor alegre, que sentadas en unas pequeñas banquetas, cultivaban el buen humor, en tanto yo, que iba a su zapatería a componer algún calzado, escuchaba y les contestaba a sus preguntas y afirmaciones humorísticas. Cuando me habían cosido los desgastes de su cuero, me despedía. El tiempo pasa y los hermanos se jubilaron del oficio de zapateros. Muchas veces me encontraba con ellos en las calles de Huesca y seguían dirigiéndome palabras de buen humor. 

El padre de estos entonces niños, vivía en Santolaria con sus hijos e hija y al llegar la Guerra, los “rojos” lo fusilaron y los recogió el ciego ”Bartolo”, vendedor de los “iguales de los ciegos”. Dicen que en Santolaria  ya no encuentran a ningún Fillat. Pero yo que tenía parientes a los Calvo, productgores de aceite, hablando con la Señora del Molino de aceite, que ha muerto hace poco tiempo, me recordaba al mártir Rafael Fillat, que también sufrió obras destructoras en el Molino de Aceite de su esposo José María Calvo y de ella. Se ha muerto hace escasos años y no puedo consgultarle datos de Rafael  Fillat, ya que sus hijos fueron recogidos en Huesca por el ciego  “Bartolo y su esposa”. Pero la señora dueña del Molino de Aceite, se acordaba hace un corto espacio de tiempo del asesinato de Rafael Fillat.

El hermano del Herrero de Siétamo que fue fusilado en  Santolaria el mes de Agosto de 1.936, fue el padre de varios hijos y una hija, del que ya no tuvieron noticia alguna,  pues el año de 1.941, ya habían pedido asesinada, su  personalidad.

“ Al padre de Gerásimo le perdieron la pista en el año 41”. El padre de Gerásimo era herrero en el pueblo de Siétamo en la Calle Mayor y frente a Casa Sipán y se llamaba Antonio Fillat Bibián. No se sabe si dejó descendencia. Este Antonio Fillat era hermano de Rafael Fillat, que fue fusilado en Agosto de 1.936 en Santa Eulalia la Mayor, que tuvo hijos como he relacionado anteriormente. Este Gerásimo está siendo buscada su historia mirando algún familiar suyo, pero se pueden encontrar parientes suyos. Por ejemplo tiene dos hermanas gemelas de un aspecto elegante, que trabajan en un edificio público, con las que alguna vez me saludo por la calle. Las veo con frecuencia paseando por la calles de Huesca.

¿Dónde se encuentra Gerásimo o la foto de un niño rodeado de milicianos, en 1.936, hijo de Antonio Fillat Bibián?.  Dicen que “hace unos meses, vía Wassap rodó por Siétamo una foto de un niño rodeado de milicianos, en 1.936”. Se sabe que hizo trabajos para Regiones Devastadas en la reconstrucción de Siétamo, por el año 1.941 y yo me acuerdo de él. Pero después de buscar la reconstrucción del pueblo de Siétamo, desapareció de Siétamo.  

Al Herrero de Siétamo, me lo encontré en diversas ocasiones por las calles de Huesca y me explicó como vivía en la calle de Pedro IV, con una hija casada con un mecánico. Estaba más guapo que cuando me arregló una jaula de conejos, que le pedí que me la arreglara, y la llevó sobre sus hombros al  pueblo, que se encuentra debajo de Siétamo. Era un hombre trabajador, que vivía en una casa y taller, casi deshechos por la Guerra Civil. Me causó admiración su fuerza moral que le hizo trasladar desde Siétamo a Fañanás, aquella jaula férrea.

No me acuerdo de si le pregunté  por su hijo, pero nos quedamos los dos contentos por encontrarnos con un patrono agrícola y  de un herrero, en la ciudad guerra de Huesca.

Tengo fotografías de Gerásimo en la Escuela de Siétamo antes de la Guerra Civil y otra, con un cuerpo necesitado de alimento, que han traído unos milicianos “rojos”.

Está rodeado por tres soldados de la República y él saca una cara de niño solitario, que está sufriendo una “guerra civil”, escuchando palabras de consuelo de aquellos soldados, que lo querían consolar. En aquellas tropas republicanas había tropas dictatoriales y otras amigas de la libertad.


lunes, 28 de diciembre de 2020

Vivir como hermanos

 


“¡Qué bueno y que alegre es que todos vivamos como hermanos!”.Esta exclamación bíblica es muy antigua, pero en realidad, sigue siendo hermosa como frase y mucho más cuando se lleva a la práctica.

En los tiempos actuales, unas veces por la escasez del espacio de los nuevos pisos, otras por el trabajo, al que tienen que acudir  lo mismo las mujeres que los hombres, es difícil que las familias convivan y se aumenta el problema de esa convivencia, unas veces por la cada día mayor ancianidad de las personas y otras porque esos ancianos muchas veces padecen la enfermedad de Alzheimer.

¡Cuántas personas están padeciendo dicha enfermedad!, pero aquellos que no tienen familiares que la sufran, no se enteran de los sufrimientos que acarrean dichos enfermos a su familia!. Por eso uno queda impresionado al leer la obra de Carmen Bailo, que entre multitud de anécdotas, escribe lo siguiente:”No sólo es la enfermedad la que agobia y duele, que ya es bastante, es también doble el gasto económico que hay que asumir. Exceptuando la medicación, los pañales y un alto porcentaje de la silla de ruedas, lo demás corría todo a cargo del enfermo, de mi madre, claro. Pocas ayudas para una enfermedad tan larga y, en muchos casos, para familias con pocos recursos. Nunca pensamos en llevarla a una residencia, pero de haberlo hecho, mi madre no hubiera podido hacer frente sola a semejante gasto. Tenía a sus hijas claro, pero había otras familias que carecían de este apoyo, e incluso teniéndolo no podían costearlo…”.

Y uno se acuerda de esas familias, que están unidas entrañablemente, al leer el siguiente párrafo, escrito por Carmen :” La doctora seguía tratando de animar a mi madre, pero no prestaba atención a sus ánimos, sólo lo miraba y tocándole la cara decía:”corazón,¿ por qué te has ido ahora que te iba a llevar a Bolea?…Mirándolo, volví a repasar todos los años de enfermedad: un total de ocho años, que acababan allí mismo. Años en los que estuvo bien, siempre alegre y con buen humor, siempre con sus tierras y sus campos, con las Lanas, su bodega, sus amigos, su familia y sobre todo sus nietos”. No puede uno hacer otra cosa que recordar a sus amigos, que vivieron en Huesca o en los pueblos, que tuvieron sus ilusiones, pero que murieron, como el padre de Carmen que ya “había muerto hacía mucho tiempo”.   

Yo creo que el libro de Carmen Bailo es una llamada a la Sociedad para que se acuerde de los que la necesitan, porque  no sería justo que se olvidara de aquellos individuos que vivieron en ella y con ella colaboraron, ya que “Mi padre era una persona alegre y optimista…Le gustaba la gente y no era nada introvertido…le gustaba tener gente en casa y compartir la bodega de casa con los amigos…Mi padre nos contaba anécdotas o nos hablaba del campo y, sobretodo, de los tres años de mili que le tocó hacer en Melilla”.

La Sociedad se sirvió de la juventud de un mozo de Bolea en Melilla; justo sería que cuando el anciano se vió en situación apurada, esa misma Sociedad, se acordara de él.

Yo me acuerdo de cuando estuve de Veterinario en Bolea, donde conocí al padre de Carmen, pero lo importante es que, su hija pudo acabar su obra, escribiendo.”Voy detrás del coche fúnebre, lleno de flores y coronas por la carretera camino de Bolea, y al llegar a la entrada, diviso, en lo alto de la loma, La Colegiata. Sonrío y te digo: Papá, ya estás en casa”.

domingo, 27 de diciembre de 2020

No hacen pie.



Siempre, es decir a lo largo de nuestra vida, han existido jubilados, pero no tantos como ahora, pues es raro que alguien, al llegar a la edad próxima a la vejez, no perciba la jubilación. Hace poco, se encontraron  dos de éstos, más o menos felices señores, según la cantidad de retiro que les quedara, y hablando de lo bien que lo pasaban, uno  de ellos exclamó:”¡ Sí que vivimos bien, pero esto debía durar , por lo menos, veinticinco años!”. La jubilación tiene lugar, normalmente a los sesenta y cinco o setenta años, a los que añadiendo veinticinco, resultaría que  tendríamos que vivir de noventa a noventa y cinco años.

Estos casos que ocurren todos los días y , al parecer, desde hace siglos, ponen de manifiesto que el hombre quiere vivir bien y mucho tiempo y aunque algunos lo alcanzan, a otros en la vida  “los llevan como trapos, que no hacen pie”, según una expresión manifestada por una señora de Angüés. ¿Qué quería decir  la buena señora?. Pues sencillamente , que hay personas  que recuerdan a los trapos, porque ni ellas ni ésta tienen peso, ni tienen vigor, ni energía, ni pueden actuar por su cuenta, pues como añade en su frase “no hacen pie”, no pueden tenerse en pie, ni andar ni desplazarse por donde les apetezca, ni crear algo en su vida.

Es decir,  que podemos vivir mucho  o poco tiempo y podemos vivir bien o sufrir mucho y después de una clase de vida a otra, moriremos. Ya nos lo recuerdan el Miércoles de Ceniza cuando nos dicen “memento homo quia pulvis es et in pulverim reverteris”.

Pero si miramos el cuadro de nuestras vidas, veremos los bueno ratos pasados, de los que a veces nos acordamos, casi de repente, como si se abriera en nuestra conciencia un telón, que nos impedía verlos. Si,  aquello ha pasado, pero igual que otros recuerdos tristes o creativos entraron  a formar parte de nuestra historia. En casos creativos que hacen que hacen evidente nuestra historia. En actos creativos que hacen evidente nuestra historia, como son nuestros hijos y nuestras obras, nuestro trabajo, concretado en  edificios, plazas,  carreteras, parques , etcétera, la labor  visible, dice algo al ciudadano. Los años que hemos vivido,  podemos recordarlos y juzgarlos, por ejemplo, pensando en la ausencia de la ciudad de Huesca al otro lado de la vía del tren y juzgando que ahora que la ciudad se asienta allí, ¿cómo sigue la vía férrea separando  la ciudad en dos partes?.( ahora ya se ha desalojado la vía férrea por el centro de la ciudad).

Pero a nuestras memorias particulares se suman las de todos nuestros antepasados, cuyo conjunto forma la memoria histórica, a la que tenemos que ser fieles, tratando de conservar y crear los proyectos de dicha memoria, como conservaron la Universidad de Quinto Sertorio, que nos fue arrebatada, pero siendo fieles a ella, debemos reconstruir, porque si somos infieles  a la Historia, caeremos en el suicidio colectivo. Y es que el tiempo pasado existe, como un recuerdo, en el presente y si tratamos de olvidar ese pasado, perderemos lo que ahora, en el presente, ha de hacer que Huesca sea Ciudad Vencedora: Urbs Victrix. No debemos olvidar el pasado, pero debemos  hacer que llegue  la comunicación con Francia, que ya Carlomagno apeteció.

Y existen grandes altoaragoneses, unos alumnos de nuestra Universidad, como los Azara, y otros que estudiaron en Huesca, como Ramón y Cajal, como Costa, que se murieron pero han impregnado nuestra Historia,  nuestras vidas, de una ideas y de unos ideales que permanecerán entre nosotros, de los que muchos altoaragoneses son parientes, aunque no lo puedan demostrar, de esos hombres famosos y de otros que también han contribuido a formar nuestra memoria histórica. Unos vivieron largo tiempo, otros murieron jóvenes, a veces con sus cuerpos  como  ”trapos que no hacían pie”, como por ejemplo Costa, pero colaboraron en la formación de nuestra historia.

Los hombres fueron los que realizaron los acontecimientos históricos y crearon Montearagón, el Temple y su barrio y en Montearagón se hacían rogativas, bajo el patronazgo de San Victorián, para regar los campos y cada vez que uno pasa por la carreteraN-240, se lamenta de su fin, pro la memoria histórica nos lleva a crear algo que siga haciendo Montearagón  lo que hacía hace siglos, que es riego y por eso Huesca pide su pantano.

Montearagón se quemó y las palas excavadoras tiraron los restos del  temple y ahora en él  y en su zona se ven los “trapos  que no hacen pie” de su construcción, que se juntan con los “trapos” que formamos muchos de los hombres viejos y es necesario que se arreglen esas situaciones para confirmar que el tiempo ha pasado, pero creando otros edificios nobles que sustituyan a aquellos que lo fueron. Así demostraremos los oscenses que,  además de dejar al tiempo futuro obras visibles y tangibles y que fomenten la memoria histórica de nuestra ciudad. 

sábado, 26 de diciembre de 2020

El psalterio de la Montaña

 



 
Ya quedan pocos psalterios en nuestra Montaña Pirenaica, pero sin embargo, empieza a crecer su número, porque la tradición conmueve los corazones de nuestros montañeses, y entre ellos surge en Jaca, Luis Salesa. Yo no  conozco a este “lutier” actual, que arregla y construye estos antiguos instrumentos musicales y es de creer que  conserven su calidad sonora. El salterio, pues de las dos formas se escribe, es un instrumento musical de madera, en muchos casos de nogal, que se adapta al pecho, en forma trapezoidal, que con la mano izquierda se golpean las seis cuerdas de tripa, pues es como un tambor, mientras con la mano derecha, se aproxima el chiflo o chuflo, que es una flauta con tres agujeros, a la boca. En Aragón sólo quedan salterios con su chiflo, en Jaca y en Yebra de Basa. Ambas poblaciones conservan los restos mortales de Santa Orosia, a saber, Jaca el cuerpo y Yebra de Basa la cabeza. En esta población ascienden en romería a una alta ermita, con un dance, que lo hace antiguo y moderno, como si se tratara de una peregrinación eterna, amenizada por un dance que no les cansa a los danzantes, sino que les da vida. En tanto el pueblo relata una pastorada recitada y cantada en aragonés. Para las Fiestas de Jaca, de donde es Patrona, Santa Orosia, acuden los danzantes de Yebra y antes, en un pequeño templete, situado en la Plaza Biscós, que ya fue derribado, transmiten su devoción a los jacetanos. Pero no sólo hay que tener en cuenta los salterios de Jaca y de Yebra, sino que por el Norte de la Jacetania, se encuentran dichos instrumentos musicales en el Bearn,  es decir en la Val D’Ossau, donde lo llaman el ´´tambourin du Bearn” y en el pueblo de Billeres, está tallado en gruesas capas de nogal. Los técnicos dicen que el xhistu y el chiflo son dos variedades de un mismo tronco, que les es común. Sólo quedan los salterios citados,  pero siempre los ha habido en todo el País Vasco, cuyo centro se encontraba en El Roncal, su occidente era parte de Navarra y Guipuzcoa y la parte oriental, parece ser que hasta el Valle de Arán, se situaba  en Jaca, en Yebra de Basa y en L’a Val D´Ossau. Esta zona oriental es la que hoy mejor conserva el salterio y el chiflo. De esta parte pirenaica francesa, parece que proviene la palabra “lutier”, con la que  conocen  a los que construyen y recomponen esos instrumentos musicales, a saber el salterio y el chiflo. A este “lutier”, lo conoció en Jaca e hicieron amistad, el artista, que crea navajas y las dota de mangos artísticos, tallados en madera, llamado Antonio Bueno, que vive en Huesca. Compone toda clase de instrumentos antiguos, pero le faltaba conocer al “lutier”, para estudiar la posibilidad de construir y de recomponer el doble instrumento músico, compuesto por el salterio y el chuflo. Ese “lutier”, llamado Luis Salesa, es un gran “doctor” en el mundo de  los salterios, pues se ha ido formando poco a poco, con el salterio de Yebra y después con el de la Catedral de Jaca. El, ya hacía mucho tiempo que se había fijado en salterios pétreos, que están adornado capiteles románicos y contempló y escuchó el de Yebra de Basa. El de la Catedral de Jaca, se lo dejaron los canónigos y él, lo estudió completamente, mirándolo un médico, amigo, con Rayos X. Lo devolvió y desde entonces,  ha compuesto numerosos salterios, que vende por el Pais Vasco, Francia y Aragón, por ochocientos euros, cuando en la Val D’Ossau, piden mil quinientos.
Cuando, hace poco tiempo, se encontraron en Jaca, se explicaron mutuamente, gran parte de  sus conocimientos. Luis Salesa, el “lutier”, le regaló a Antonio Bueno una cuchilla de acero de las que él usaba para trabajar la madera, con la que labraba los salterios. Antonio le entregó a Luis, una cuchilla con un mango de boj, que le da un aspecto realmente bello, con su suavidad al rozar las manos, su color dorado con sus ligeros colores  y que se adaptaba maravillosamente a la palma de la mano.   
Yo, durante la Guerra Civil, en Jaca, he escuchado sonar el salterio de Yebra de Basa, ya hace muchos años. Iba acompañado por mi padre, mis hermanos y mi tío el señor Ripa, del que todavía se conserva en la Calle Mayor, su casa natal, con capilla. Llegamos  a una pequeña construcción, llamada el templete, a la que acudía una procesión  con los danzantes de Yebra de Basa, devotos de Santa Orosia y  un grupo de iluminados, de los que algunos decían que eran endemoniados y ahora los consideran enfermos mentales. También he escuchado a Santiago Villacampa de Yebra de Basa, del  que pude comprobar  que era un gran amigo de   Santa  Orosia, de recitar los versos, que componen los “Dichos de la Vida de la Santa”, porque es él, quien las canta, ya hace muchos años en Yebra de Basa. Me describió el salterio o chicotén, que hacen sonar, del que escribí en mi artículo: “Santa Orosia de Yebra de Basa”,  “recuerda por su forma la caja de un reloj de pared, pero de un metro y veinte centímetros de altura, y que en lugar de apoyarse en una pared,  lo hace en el pecho de quien lo hace sonar”. Tiene ese salterio “seis cuerdas, que están sujetas por su parte superior por clavijas de madera y por la de abajo, con pletinas de hierro”. Santiago Villacampa nos recitó en Quicena, al lado del Hotel Montearagón a José María Puyuelo Sorribas, a Tomás Sanz, funcionario jubilado del Ayuntamiento de Huesca y a mí,  los “Dichos y vida de Santa Orosia”, que conoce de memoria.” ¡Cómo no iba a saber dichos versos, si durante tantos años los ha recitado a la Santa!, siendo Mayoral de los Danzantes de Yebra de Basa. Escribo en mi artículo que: ”Durante tres generaciones, han hecho sonar el salterio o chicotén, a saber Alfonso  Villacampa, el padre, Faustino Villacampa,  el hijo y ahora está Rafael, que sobrino de Santiago y nieto de Alfonso, es hoy día el músico que hace sonar el chuflo o el chiflo, en el Baile de Yesa”.
Como yo he admirado  a Santa Orosia, en Yebra de Basa y en Jaca, durante la Guerra Civil, del artista,  no sólo aficionado, me llena de emoción su admirable trabajo de resucitar esos instrumentos de música eternal y de su amistad con el hijo del pueblo de Valfonda, Antonio Bueno. Ambos coinciden en su afición a resucitar,  desde cucharas de “palo”, navajas y cuchillos Antonio Bueno y salterios musicales, Luis Salesa.
Sólo quedaban tales instrumentos en la Val D’Ossau, en Yebra de Basa y en Jaca, pero resucitan tiempos en que Aragón ha de comunicarse por el Paso Central de los Pirineos y por el río Gállego hasta Zaragoza, se van extendiendo los salterios por Luis Salesa, partiendo de Yebra de Basa. A ver si Antonio Bueno talla un salterio,  para hacer sonar las virtudes de Santa Orosia en  el vecino pueblo de Siétamo, a saber Ibieca, donde José María Puyuelo “Sorribas”, se sabe de memoria textos de Santa Orosia. En Egea de los Caballeros, también se respeta y se ama a la Patrona o Matrona, Santa Orosia y en Zaragoza hay que hacer sonar  al chicotén y al chiflo, en la Basílica del Pilar, para que resucite Aragón.

viernes, 25 de diciembre de 2020

 

Cuento de Navidad por Manuel Almudévar Casaus


A MIS HIJOS.-
Quiero esta noche, tratando el asunto con todo el respeto, cariño y veneración que merece, hacer mi cuento de Navidad, valiéndome del lenguaje vulgar, que se hablaba y todavía se habla, cada vez con menos extensión, en los pueblos de este Alto-Aragón; y al mismo tiempo que rendir tributo de devoción y recuerdo al Niño Jesús, introduciros de este modo, con éste y otros casos, al conocimiento de algo sobre las costumbres, lenguaje y modo de ser del País que os vio nacer; pues se da casi siempre el caso, que uno sepa de las costumbres, carácter y hasta modalidades del lenguaje de los Andes, del Congo o del Hinmalaya, valga por ejemplo, y no conozca nada de lo que un erudito llamaría Folklore local o características de su País.
Así pues, sin más pretensiones, y a modo de familiar y honesto ofrecimiento, os ofrezco con mi paternal cariño y bendición, el siguiente relato en prosa rimada.
Los pastores del abuelo, narraban bellas leyendas, y hoy noche de Navidad, os referiré‚ una de ellas.
Era por derecho y costumbre, el sitio del Mayoral, un puesto junto a la lumbre, a la entrada del hogar.
Y desde allí con decires de cadencias ancestrales nos narraba efemérides y cuentos de Navidades.

Quiero emplear el lenguaje que el Mayoral empleaba, en recuerdo y homenaje a la traición pasada.
Dejemos pues que se oiga, en esta noche su voz, para narrar las leyendas que en otros tiempos narró.

María y José, marchan de camino
Van con asperanza de que un ser divino,
Que mora n'antraña, de ra Virgen pura,
Alcuentre un asilo, palacio u cabaña
Que haga menos dura, ra triste jornada,
De ro viello esposo y ra esposa amada.
Ra Virgen teneba frío
Y San José, se chelaba,
Caminando, caminando,
A burreta resollaba.
Llegaron en ta Belén
Un lugar mu chiquirrín
De ros qu'ay en os belenes,
Feitos de zurio y serrín.
Iban pidiendo posada,
Trucando de puerta en puerta
Y ninguno les ne daba.
Ra Virgen qu'era mu güena
Mu santeta y conformada
Le deciba a San José,
Que no mirara ya nada,
Que anque fuera en un rincón,
De pajar u de tinada
Se pasarían a nuey
Pa guardasen da chelada,
Se'n fueron ta ras afueras,
Y alcontraron un Portal,
Que sirvía de cubijo,
A ros bajes do lugar.
En as pallas d'un pesebre,
Ascape s'acomodaron,
Y una muleta y un güey,
Alinto y calor les daron.
Y dando gracias a Dios
Se quedaron adormidos,
Pues de tanto caminar,
S'alcontraron mu rendidos,
Pero a iso de media nuey
Sintieron una mosica
Y d'encima d'o Portal,
Se posaba una estrelica,
Pregunté que qué sería
San José todo asombrau
Y le respondió María:
Es qu'o tiempo ya a llegau
De cumplise a profecía
De que todo un Rai d'os Cielos,

A'ste suelo bajaría,
Pa rediminos a todos,
D'os pecaus y as herejías.
Mientras esto iba digendo
Como si fuera un milagro
Un zagaler mu bonico,
Se refirmaba n'os brazos;
Este era el Niño Jesús,
Que en cuanto abrió ros ojetes,
Desanchando ros bracetes,
Fizo a fegura de Cruz,
Y golviéndose a sus padres
Con cariño y con amor,
Levantando ra maneta
A ros dos los bendició.
Ra Virgen y San José
Al inte s'arrodillaron,
Lo besaron como a fillo
Y como Dios l'adoraron,
María lo cogió ambrazos
Y con gran veneración,
Lo ofreció a Nuestro Señor,
Para nuestra redención.
Un angelico de Dios
Con os güellos como soles,
Les avisó a ros pastores,
Qu'abía puos alredoles;
Y ascape fueron llegando
Repatanes y mairales,
Craberizos, vaciveros,
Yeguas,erizos y duleros,
Boyateros y zagales
Mocetas d'esas que cudian
  Os pavetes y os verracos
Y mientras filan estambre,
Apacientan os rezagos.
Todos veneban contentos
Y todos trayeban algo,
Pa ofrecelené a Jesús
Y al mesmo tiempo adoralo.
Trayeban figos de Fraga,
Orejones d'Estadilla
Y pansas d'esas qu'escaldan
En Lascellas y Velillas,
Vino de Castilsabás
Y corderetes d'Albero
Billotas de Banastás
Y conejos de Pebredo
Tortas d'aceite d'Ayerbe
Turrón guirlache de Jaca,
Castañas de mazapán
D'a zucrería Lasala,
Tortadas de Berbegal

Y pan moreno d'Angüés
Pedos d'as  monjas de Casbas,
Juguetes de Bandaliés.
Entre gente tan humilde
Tan humilde como güena,
Quiso'l Redentor del mundo
Presonase aquí, en a tierra,
Era pa danos ejemplo
Que toda su vida dió
D'humildad y de pacencia,
De mansedumbre y amor.
Y aquí remata el relato,
Venida del Hombre -Dios
Que Nuestro Señor del cielo
Por Padre nos envió.
Y si Cristo es nuestro Padre,
San José, si somos güenos
Nos tratará  como a nietos
Y nos llevará  t'al cielo.


Cuento escrito por Manuel Almudévar Casaus en Huesca,el 24 de Diciembre de 1941. 

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