Al contemplar la belleza de
árboles, como los almendros, con su flor en primavera, y el horror que
le producían los cañonazos y los tiros de fusiles, al hijo de “Casa Urbano” sentía
la necesidad de escapar de aquel
contraste entre lo bello y lo repugnante
de aquella Guerra Civil, que causaba la
muerte, no sólo entre los soldados, sino también entre los
escasos habitantes de Plasencia del Monte. A él mismo le dejó herido su sentido
del oído y sentía la necesidad de mirar
la grata impresión que le producía la contemplación de un grato color rojo, al contemplar los
ababoles en el monte, en el
silencio mañanero. Pero le causaba terror el ver los cadáveres
de soldados y paisanos, con la sangre del mismo color rojo de las amapolas o ababoles,
brotando de aquellos cuerpos, unos heridos y otros muertos por la
guerra. De su tierra natal eran las amapolas
y en Plasencia del Monte, producían los tiros, el color rojo de la sangre de los muertos.
Aquella guerra, arruinó los cuerpos y las almas de sus vecinos, pero
Plasencia estaba toda ocupada por tropas,
que consumían vino y otros licores alcohólicos, que les
ayudaban a combatir el miedo a las balas y
a los bombardeos de la aviación. Había un Bar,en el que servían cafés y
alcohol que los soldados consumían ,para combatir esa tensión que producía en sus corazones esa terrible
Guerra. Los niños , como el pequeño de
“Casa Urbano”. eran unos pajaricos, que vivían como en una reserva de caza. Los aviones venían de Albalatillo a bombardear Plasencia y abatieron “Casa Urbano”, quebrándole al niño los tímpanos. Más tarde conocí a este
muchacho en la Imprenta de la Diputación Provincial de Huesca, que se encontraba, delante del Hospicio, hoy
Universidad. Hace unos setenta años lo visitaron en Madrid unos logopedas. Trabajó en la Imprenta de la
Diputación y hoy ya está jubilado. Fueron varias casas más, las bombardeadas
por la aviación, por ejemplo la Carnicería, en cuyo bombardeo murió una señora
ya mayor. Han pasado los años y ya casi no quedan ciudadanos que se acuerden de tantos heridos e incluso
muertos.
Los soldados eran amigos de los
niños y algunos días más pacíficos, los llevaban a pasear, en sus coches militares y los
llevaban a Lupiñén, pero no pudieron
llevarlo a Huesca, pues, estaba un lado
de la carretera, cubierto con colchones, para amortiguar la fuerza de las
balas y también con cañizos, para evitar la visión de los coches por parte
de los republicanos y anarquistas. Un
día, los acompañaron en uno de sus paseos andariegos, pero tuvieron que introducirse en una alcantarilla,
para resistir el bombardeo de los
aviones y se quejaban de que salieron de
la misma, llenos de cieno. Los niños, que habían venido al mundo,escasos años, se encontraron dentro de una Guerra Civil, rodeado de
tropas, que vigilaban la carretera de Huesca a Jaca, por la que quedaba la
única salida del cerco de Huesca,
formado por los republicanos. Era Huesca un “puño oprimido” por el ejército
republicano y las fuerzas de la C.N.T, y de la U.G.T., del que se podía escapar
con apuros por la carretera de Jaca, a cuyos lados, tuvieron que poner cañizos, para que los enemigos no pudieran ver
con claridad, los automóviles que subían o que bajaban. Los vehículos los
blindaban por su lado izquierdo, como ocurrió con el taxi que condujo a
Zaragoza por la carretera de Jaca, a la familia de Luis Mur, que buscaban seguridad en Zaragoza. Su padre
fue contratista de obras y Luis se hizo Maestro y fue un creador
del Campo de Fútbol de Huesca. Salieron
de Huesca, en un taxi, siguieron por Lupiñén, para salir a la carretera de Zaragoza, cerca
ya de Zuera.
El cerco de Huesca duró unos dos
años, formando en los mapas dibujados en
aquellos años, una gruesa cabeza, a la que se entraba y se salía, desde luego
con dificultades, por la carretera de Jaca. Por el Sol Saliente, el frente comenzaba en el Manicomio, frente al
pueblo de Quicena, en poder de los
republicanos y anarquistas. Más
hacia el Sur, al lado de la carretera de Barbastro, ya en la entrada de Huesca,
se encontraba y todavía se ve la Torre de Bescós, cuyos dueños murieron en Francia. La compraron
los padres de unos amigos míos, cuyos hijos, todavía la trabajan en ella. Más al Sur se alza la Ermita de Nuestra Señora
de Salas, casi en el mismo frente de lucha. Al llegar a la parte Sur del Cerco
de Huesca, al lado de la Carretera de Sariñena, se encontraba la Torre de
Santafé, cuyo dueño Basilio Santafé, que fue carnicero en el Coso Bajo, todavía
vive y me contó algunas aventuras , allí
vividas. A continuación, al lado de la Carretera de Grañén, vivió Pedro
Palacín, siendo conocido él, como “El Ansotano” , por haber nacido en Arascués.
Tenía al lado de la torre una balsa, en la que
nadaban unos patos. Nos hicimos amigos,
pues era un hombre muy educado y me regaló uno de ellos. ¡Qué contraste entre
la guerra y la paz!.
Pasado el ferrocarril, entramos
en el Oeste del Cerco de la Ciudad de Huesca y llegamos a la Torre de Justo. Hemos tenido siempre una gran amistad con los
hermanos Escar, a los que mi tía Luisa, hermana de mi padre,
añadió algún lejano parentesco. Ahora el veterinario Escar, posee una granja, en la que
cría perros de caza, de compañía y de
auxilio a los ciegos. El hermano mayor ya tiene cerca de cien años, otro es de
una gran amabilidad y el hermano pequeño estudió conmigo en el Colegio de San Viator de Villahermosa. Cuando
cruzaban la Carretera de Zaragoza, nos veíamos con
frecuencia, en la vecina Torre de Casaus, a la que íbamos, por ser los Almudévar, con los Llanas, dueños
de la misma.
En el terreno de la Torre de
Casaus, por la carretera de Zaragoza,
después de la Guerra se levantó el Hospital de la Seguridad Social, al que
tanto le debe Huesca y a continuación se encuentra la Torre del Alcoraz y encima de ella se eleva el Cerro de San
Jorge.
Antes hacia el Este de San Jorge, pasaba la vía Férrea que llegaba a Huesca desde Zaragoza. Encima del Cerro de San Jorge, ya
llegaban las fuerzas del Ejército Republicano, con el que, a veces, se comunicaban por medio de palabras,
con los defensores del oscense Cerro de San Jorge. Un poco más hacia
Zaragoza, estaba y sigue estando, el Cementerio de Huesca, donde los muertos
callaban, pero los vivos, a veces desalojaban los restos mortales
de los difuntos, para entrar a dormir en los nichos.
Por el Norte del “cerco”, por la carretera de
Apiés, se ven los restos de un Polvorín y desde la loma Verde hasta el
Manicomio; al Este tenían los defensores de Huesca dos
posiciones defensivas.
Por la carretera de Jaca comenzaba la entrada y
la salida de Huesca por una vía de
comunicación más amplia que la carretera, pero
estrecha, para pasar por ella armas y camiones, llenos de tropa o de prisioneros, que conducían a numerosos ciudadanos, al otro mundo. Tuvieron grandes dificultades, los defensores de la ciudad de Huesca, para
pasar por esa carretera, y tuvieron que
dificultar la visión del enemigo, colocando cañizos y colchones, para impedir
la perfecta visión y la criminal fuerza de los republicanos, que disparaban
sus armas. Se salía de Huesca por Los
Salesianos y a unos mil quinientos
metros, quedaba el paso limitado, al Norte por Morana y por debajo con la Loma Sur de Cillas.
A unos tres mil quinientos metros, quedaba muy cercano a la carretera el pueblo, ya tomado por los
republicanos, de Huerrios. A cuatro mil
quinientos metros, al Norte de Huerrios y próxima a la Loma Norte de Cillas, se
encontraba Chimillas, al lado mismo de la zona republicana y unos metros más
arriba estaba ocupado por los rojos el pueblo de Banastás. Al lado de la misma carretera, se encontraba
el pueblo de Alerre, con su estación ferroviaria, rodeada por las fuerzas enemigas. Esta estación fue
defendida, frente al pueblo de Huerrios,
por los Voluntarios de Santiago durante
meses y meses. Otro tanto puede decirse de la defensa del Carrascal y de la Loma Norte de Cillas. A unos
aproximadamente ocho kilómetros, se hallaba, a la derecha, la Torraza. A continuación ya se circulaba con un menor
peligro, pasando por Esquedas y Plasencia hacia Ayerbe y Jaca y ya podían
salir los vehículos por Lupiñén hacia Zaragoza. Pero la crueldad de una Guerra Civil recorrió
todos los pueblos, por ejemplo Plasencia,
donde jugaba y sufrían los niños.
En la Fosa Común, llegaron a
enterrar los restos de veintinueve personas, en 1936. Por el Monte, en matanzas sucesivas, dejaron
numerosos muertos.
En Plasencia, como acabo de
decir, se estaban criando varios niños
de escasos años de edad, como el
niño de “Casa Urban” y en su mente limpia y virginal, se iban dando cuenta del comportamiento de
los hombres, a saber los del Ejército triunfante, acompañados por los sindicatos independientes, que no creían en Dios ni en la vida de los
hombres, y los sublevados contra el poder, se vengaban fusilando a muchos ciudadanos que no tenían ninguna culpa. Este comportamiento, ponía en evidencia el
Bien y el Mal, que llevaba a unos y a otros, a sacrificar las vidas de los
seres humanos. Esta lucha le inspiró al
Maestro, el arte del dibujo, en que él veía el Bien y el Mal y se puso a
dibujar a los niños, haciendo ver en sus dibujos el Bien con toda su belleza y el Mal, con
toda la realidad demoniaca de los asesinatos.
En la Escuela, dibujaban los niños y eso
los llenó de gozo, cuando los
jueves lo dedicaron todo el curso, a dibujar. Los niños se dedicaban con una gran ilusión, a
investigar, por medio de los trazos en el papel a distinguir entre el Bien y el
Mal. Una Guerra Civil por una ciudad
cercada, se convierte en un lugar demoniaco por el odio y las muertes que se
producen. Tomamos por ejemplo los que
ocurrió en Plasencia del Monte, que es semejante a lo que pasó en todos los
pueblos del cerco de Huesca y en esta misma capital. En un
artículo sobre la Plana de Huesca, La
Sotonera y Plasencia del Monte pone: “la
fosa común llegó a contener los restos de al menos treinta personas, hombres y
mujeres, asesinados por los sublevados entre el verano y el otoño de 1936. Un
total de veinticuatro de ellas murieron en dos matanzas, consecutivas, en las
que murieron 11 y 13 personas respectivamente, y eran vecinos de varias
localidades cercanas…Por otra parte sabemos
que varios vecinos de Riglos y Ayerbe también recibieron sepultura en
esta lugar, así como el maestro de la cercana localidad de Aniés. El mismo día
en el que en Plasencia eran abatidas 13 personas, otras trece eran trasladadas
junto con ellas en el mismo camión,
fueron fusiladas en el cementerio de de
la cercana población de Esquedas. La
fosa fue recientemente dignificada con la colocación de una placa de
mármol en el que se recuerdan por su nombre a dos
de los fusilados y genéricamente al resto de sus compañeros.”
Esta serie de asesinatos fueron
cayendo por todos los pueblos, por los que pasó la Guerra Civil, pero visto lo
que sucedió en Plasencia del Monte, es preciso mirar lo que ocurrió en Siétamo.
Siétamo es el pueblo de España,
merecedor del dolor por haber sufrido una Guerra Civil, tan
criminal. Al iniciarse la guerra, acudieron a Siétamo los guardias civiles de Angüés
y los de Casbas. El guardia Borruel Oliva, que venía de Angüés y había nacido en Siétamo, y cuando a éste, lo invadieron los republicanos, los del POUM y de la UGT, subió con sus
compañeros a la Torre de la Iglesia, para
defender a Siétamo de la invasión, mezcla de revolución de Durriti, y
de democracia del Coronel
Villalba, controlado por
sujeción de los múltiples
sindicatos. En esa torre fue herido y
cuando se retiraban sus compañeros, les pidió que lo rematasen y acabaran con
él, sin tener ningún contacto con los revolucionarios.
Sus compañeros, que a pesar de la
situación todavía conservaban la conciencia, no quisieron matarlo, pero lo
hicieron los rojos, que le cortaron los testículos y se los metieron en su
boca. Esta horrible costumbre,
también la habían demostrado con el Obispo de Barbastro
Este acto de degeneración mental,
da una idea de la disciplina que intentarían imponer a los ciudadanos españoles.
La invasión del Somontano comenzó, como
acabamos de ver, por “testículos” y yo
la he seguido, por los recuerdos que
todavía me rondan por la memoria y por datos que me proporcionaron, los que
conmigo conversaban, a saber Antonio Bescós , conocido en Huesca como Trabuco, Avelino Zamora y Joaquina Larraz. A Avelino
Zamora, le fusilaron a su padre en
Angüés, pero en lugar que no se conoce.
No sé si será muy exacta la
relación que poseo de fusilados por unos
y por otros. Los fusilados por los Republicanos, fueron veinte, los que saqué
de estas conversaciones. Desde el primero Pascual Buil de Casa Duque, hasta
Justo Lozano, padre de Sebastiana Lozano. Esta estaba casada con Paco Borruel,
hermano del Guardia Civil muerto en la
torre de la Iglesia de Siétamo. Se dice que lo mataron en los olivares, pero no
es seguro, también se dice que lo quemaron.
Siguió Antonio Bescós, alias
Trabuco, en compañía de Avelino Zamora y de Joaquina Larraz, relatándome las
muertes de veintidós ciudadanos. Durante el mes de Agosto de 1936, según
me dijo Trabuco, ”fueron ejecutados por los nacionales, muchos de ellos sin
culpa”. El primer muerto fue asesinado con un tiro de pistola el día 25 de
Abril de 1938, con noventa años de edad. Se llamaba José Palacio y ya había
alcanzado los noventa años de edad y a éste, no lo mataron en el Monte, sino en
la puerta de su casa. En un artículo mío , escribí: “En el verano del año 2004,
llegó a la Plaza Mayor de Siétamo, una señora de ochenta y nueve años de edad,
acompañada por su hija soltera y una chica joven, casada con uno de sus nietos:
La señora que acababa de llegar para recordar a su esposo se trataba de Ana
Palacio Palomar. Me contó que José Palacio, padre de su marido, tenía noventa
años y no sabía leer ni escribir, le pegaron un tiro de pistola en la cabeza,
en la puerta de su casa, en la Calle Baja y entre los números cinco y seis.
Esta muerte ocurrió el día veinticinco de Abril de 1938. El maestro de Música,
Cuello, que vivió en Huesca en casa de Carderera, dirigió muchos años en Huesca, la Banda de
Música de la Residencia de Niños, siendo sobrino de Ana Palacio Palomar, por
ser hijo de una hermana suya.
La señora Ana Alfaro Palomar se
acordaba de la fiestas de Siétamo y quiso entrar en la Iglesia, exclamando : ”¡Siétamo
Siétamo, que guapo que eres y qué lejos tengo que estar de ti!”.
“Dijo Trabuco o Antonio Bescós
que murieron unos veinte sietamenses “sin culpa” y otros luchando”. Tuvo razón
Trabuco al decir que los citados fueron los que mataron los republicanos, pero
que muchos fueron los que murieron en la lucha, por ejemplo el Sargento
Javierre, padre del Cardenal del mimo apellido. Mariano Bastaras, murió en una
ventana, desde la que al parecer, disparaba. En Teruel, luchando en el frente,
murió mi primo José María Narbona, cuyo
recuerdo no puedo olvidar, cuando le daba clases a mi hermana mayor, Mariví, en
nuestra casa de Siétamo.
A continuación, Antonio Bescós, alias
Trabuco, que con Avelino Zamora, fue el principal informador de los muertos
citado, era hijo de Esteban Bescós, casado con Dorotea y tuvo como hermano a
Estabané, que era un hombre ingenuo y que murió en el Psiquiátrico y a cuyo
entierro, en el cementerio de Huesca asistí yo con otros vecinos de Siétamo.
Antonio Bescós o Trabuco era un hombre de un gran ingenio.
Había estudiado poco, pero tenía un humor envidiable y de una gran sinceridad. Durante la Guerra Civil sirvió en el Ejército
Repubicano, acabando la Guerra en Francia, pues tuvo que pasar los Pirineos en
Cataluña. A su padre no lo fusilaron por ser primo hermano del General Don
Julián Lasierra, natural de Alerre, que impidió su fusilamiento. Cuando yo era
veterinario de Bolea, al subir a Plasencia, veía al General, ya jubilado,
sentado en la puerta de su casa, al lado de la carretera. “¡Qué ideas tendría
Trabuco, cuando iba en el Ejército , no se sabía si de la República española o
de los anarquistas, comunistas o de
otras ideas”. Trabuco creía en Dios y le era fiel, pero su cabeza estaba
desorientada. Al acabar la Guerra, fue sacristán de la Parroquia de Siétamo,
hasta que murió. Pero antes de morir, estuvo en Roma, donde al que fue su amigo
en la Escuela, a saber el Cardenal Javierre, le llevó una torta de Siétamo.
Trabuco tenía el alma limpia y decía “que
murieron fusilados unos veinte sietamenses,”sin culpa”, otros luchando”.
Su cabeza como las cabezas de la
mayoría de los ciudadanos españoles, estaba limpia y amaba al Cardenal
Javierre, que también lo quería, porque yo vi, como se abrazaban.
¡Una minoría de españoles
animados por extranjeros, organizaban las guerras y convertían a España en un
cementerio!. Luchaban los hermanos, los parientes, los vecinos, como lucharon
el General, nacido en Alerre y su pobre primo Trabuco. Pero hay que ver como el
general de Alerre, cuya casa se encontraba en
la carretera, muy cerca del
pueblo de Plasencia, donde nació Iván, salvó la vida a su primo de Siétamo.
A continuación Trabuco con
Avelino y con Joaquina, nos recordaron que fueron veintidós los muertos por los nacionales.
Antonio era ingenuo, como lo era
Antonia Artero de unos diecisiete años, que cuando se escapó su padre, alcalde
de Siétamo, con las tropas republicanas, ella fue apresada en Huesca, y ya no
se supo más de ella.
Estos son los muertos de los que
me hablaron Trabuco, Avelino y Joaquina, pero el Monte de Siétamo era todo un
cementerio, como cuenta en un escrito, que debía haber sido publicado, de Don
Jesús Vallés Almudévar, que llegó a ser consagrado sacerdote. Cerca de Bespén,
al lado de Fañanás, fueron fusilados su madre y su hermano de unos quince o
dieciséis años, y él se quedó solo. Cuando, tomado Siétamo por los rojos, subió
a ver lo que quedaba de él, narraba la cantidad de cuervos, que saciaban su
hambre en el monte, con los cuerpos de las víctimas de las balas. Cuando paso
por la Parroquia de San Pedro el Viejo, entro, para recordar a mi primo Jesús, que presentó en un pequeño y
hermoso salón de la Torre, antiguos y artísticos objetos litúrgicos.
Mi primo, el más tarde sacerdote,
estaba en Fañanás, pensando en su madre y en su hermano, recién fusilados pero
al dejar de oír los ruidos de los aviones bombardeando Siétamo y de los
cañonazos destruyendo sus edificios, con otros compañeros, fueron a Siétamo,
para ver la casa de sus antepasados y tal
vez, como añorando a sus antepasados, si quedaba alguno vivo. Jesús Vallés tuvo
parientes revolucionarios, con lo que en los últimos días de la Guerra Civil, vivía cerca de la frontera francesa. En Siétamo, no
encontró ningún pariente, pero se dio cuenta de cómo “reunidos en el último
baluarte del castillo del conde de Aranda, todos los supervivientes, heridos,
enfermos y población civil, extenuados,
hambrientos, sin municiones y alimentados,
tan sólo por el hambre…ante la imposibilidad de continuar la defensa en
aquellas condiciones, agotado el último proyectil de cañón y casi el último
cartucho de fusil, deciden romper el cerco que los asfixiaba y con
un supremo esfuerzo que confiaba a las puntas de las bayonetas. A las dos de la
madrugada del día quince de Septiembre de 1936, se organiza hábilmente la
trágica caravana, que debería burlar la vigilancia, para unirse a los que
todavía luchaban en el Estrecho Quinto”. En el camino nocturno, iba el médico,
nacido en Torralba de Aragón, Don Rafael
Coarasa Paño, del que fui muy amigo, como lo sigo siendo todavía de su hijo, también médico. En aquella marcha
tan penosa, encontró a una niña perdida, llamada Pepita, que hoy vive en
Siétamo y le salvó la vida.
Por su profesión de Médico y yo
de veterinario, coincidimos en las Corridas de Toros de San Lorenzo, donde
algún portero, poco espabilado, no dejó entrar en la Plaza a Don Luis, que se
fue a su casa, diciendo: ¡si me necesitan, ya me llamarán!.
La noche del 31 de Agosto, fue
una de las más trágicas, en la vida de Huesca, pues multitud de atacantes se
lanzaban contra esta capital, bajo el mando de Campanys, cuya fotografía todavía se conserva en la
biblioteca Municipal de Siétamo, vestido con elegancia entre unos milicianos,
algunos descamisados y entre niños, a los que se había obsequiado con caramelos
Allí estaban las columnas de Durruti y la de Ascaso. En mi casa se colocó el
despacho Durruti, pero no estuvo mucho
tiempo, porque tuvo que marchar al frente de Madrid, en el que murió.
Por la noche de aquel terrible
día 31 de Agosto, llegaron refuerzos, que salvaron a los defensores de Huesca
de la fuerza atacante de unos cuarenta mil hombres, con los que tenían que
luchar unos dos mil.
En Siétamo quedó la señora Concha y los
republicanos, la mandaron al Estrecho Quinto, con un papel, en el que pedían a los
que estaban resistiendo, que se entregasen,
que no les iban a hacer nada. La señora Concha iba sola por la
carretera, desde Siétamo al Estrecho Quinto, con su vestido negro, enarbolando
un paño blanco en lo alto de un palo. Llegó al Estrecho Quinto, leyeron la
carta, la rompieron y la señora Concha, que me cuidó de niño, escapó de los
republicanos y de los rojos, y acabó la Guerra Civil en Huesca. Todavía
recuerdo, al principio del “Cerco de Huesca”, ir por Barrio Nuevo a buscar agua
a la fuente, que hoy sigue manando agua en el Parque Municipal. Tuve que
marchar a Jaca y a Ansó con mi familia, pero durante diecinueve meses, estuvo
cortada el agua de San Julián en Huesca.
El Coronel de Barbastro,
Villalba, el 26 de Septiemre de 1936, escribió a los que resistían en el Estrecho
Quinto: ”Mi distinguido compañero. En
nombre del gobierno de la República y en el mío propio, como jefe de la fuerzas
que operan en Aragón, ofrezco a Vd., a los jefes, Oficiales, clases y tropa,
que por su rebelión se encuentran sitiados en las posiciones de Montearagón y Estrecho Quinto, la garantía absoluta de sus
vidas, siempre que se sometan al poder constituido y evacuen la posición, entregando cuantas armas y municiones
posean….”
En el periódico “El Liberal” de
Bilbao, el 21 de Octubre de 1936 , el Coronel Villalba, que estaba satisfecho
en Barbastro, manifestó”: “esto marcha bien y espero que será el último ataque
a Huesca”. Pero no ocurrió como él deseaba, a pesar de que sobre Huesca se
proyectaron, unos veinte mil proyectiles de cañón, unos del 15´5 y los demás
del 10´5. Entre los atacantes a Huesca, se encontraban muchos extranjeros y uno
de ellos, de fama universal, a saber
Orwell, por la ermita de Salas, exclamó: “esta tarde tomaremos café en la
ciudad de Huesca”. Pero una bala le hirió y fue llevado al Hospital de Siétamo
y de allí a Cataluña. ¡Qué guerra tan absurda, que para no ser fusilado por los
mismos rojos, tuvo que escapar de España!.
En los pueblos cercanos se
escuchaban los cañonazos que disparaban desde la Loma Verde y desde la ermita
de Santa Lucía. ¡Cuántas veces tuvieron
los niños que cantar con los soldados en Plasencia, esta canción :”Carrascal .
Carrascal-Qué bonitan serenata- Carrascal, Carrascal – Ya me estás dando la
lata”.
En aquel carrascal se luchó por
conservar Chimillas, que fue un pueblo
mártir, pues todas las viñas entre Banastás y Chimillas, quedaban convertidas en
cementerios del frente republicano. Plasencia sufría al darse cuenta de la
pérdida de la carretera, por la se subía a Jaca y se entraba en Huesca. En
aquella lucha salvaje entre unos y otros, se paró en el Estrecho Quinto el
general Lukas, ruso y comunista, que venía a terminar con la resistencia de
Huesca. Pero al parar fue alcanzado por una bala de los oscenses y allí mismo, murió.
El diecinueve de Junio de 1937, a
un año del inicio de la Guerra Civil, se celebraba un Rosario de la Aurora,
pero el día anterior, se dio a Huesca un intenso cañoneo, por la Torre del
Ansotano y por la ermita de Salas. El día diez y siete los tanques en número de
dieciocho, atacaron por Salas y fueron rechazados por los defensores de Huesca.
El año de 1937, la aviación trató
de destruir la ciudad de Huesca, reapareciendo en los meses de Octubre, Noviembre y
Diciembre, dedicándose a ametrallar la ciudad y la estación ferroviaria de
Plasencia del Monte, donde se descargaba el material y la munición destinada al
frente de Huesca. Los vecinos de Plasencia se daban cuenta de la situación de terror que
dominaba en su propio pueblo, pero ya intuían el fin de aquella Guerra
criminal.
Acabamos de ver como en Diciembre
de 1937, caían las bombas que buscaban la destrucción de la ciudad de Huesca,
pero el día veinticinco de Marzo del año de 1938, el bando nacional, declaraba
el fin del asedio durante dos años, por
las tropas republicanas, desde que comenzó la Guerra Civil el 18 de Julio de
1936.
En este Mundo parece que se
quiere imponer el cerebro de las armas sobre el cerebro del pensamiento. Con
fecha de 25 de marzo de 1938,se ponía fin a un
asedio de los más largos que ha sufrido alguna ciudad en este Mundo. Sin
embargo la 43 División a las órdenes del
“Esquinazau”, seguía en la Bolsa de Bielsa resistiendo. En aquella zona estaba
mi primo. el muchacho Jesús Vallés, con sus parientes de izquierdas, con los
que había ido a vivir desde Fañanás. Al llegar la Guerra al pueblo donde vivía, sus parientes pasaron a
Francia y él marchó a Huesca, donde lo esperaba la parte de la familia viva
todavía . Pero Jesús y otros muchos fueron al Seminario.
Se acordaban ambos de los fusilamientos tan terribles, ejecutados por unos y
por otros y pensaron en vivir la Paz entre el pueblo. Jesús escribió un libro,
que siempre guardó, sin mostrarlo a nadie, que sería un ejemplo de perdón y de
paz, en este Mundo. Es una pena que no se publique el libro que escribió Don Jesús Vallés Almudévar, sobre
la Guerra Civil, porque es un modelo de literatura y que él no ha difundido entre el público.
Ahora, después de más de setenta
años de aquellos hechos tan sanguinarios, se pueden ver las imágenes de las
ruinas oscenses, los escombros de los que yo me acuerdo de el Teatro Olimpia, de
las casas particulares, de los montones de cascotes dentro de las iglesias, los
porches de Galicia, cubiertos con sacos terreros o la fachada de la “Casa de las Lástimas”, donde
vivió mi prima Lurdes Llanas Almudévar.