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| Belsue (Huesca). |
sábado, 1 de noviembre de 2025
Caminos recorridos desde la niñez a la vejez
viernes, 31 de octubre de 2025
El último molinero
José Mairal Ferrando, se considera a sí mismo como el último molinero de esta Provincia de Huesca. Yo no sé si quedará en toda ella alguno más, pero, cuando uno se acuerda del Molino de Pertusa, del molino de Quinzano y de tantos otros, le resulta fácil acordarse de distintos molineros, que en su vida conociera. Yo me acuerdo de ver a José Mairal Ferrando, de molinero durante catorce años en Los Molinos de Sipán. En el río Gustizalema, que baja a través de la Sierra de Guara, desde Nocito, debajo de Vadiello, donde se asentaba un pueblo con dicho nombre, ahora convertido en un pantano, que suministra agua a Huesca capital, hay un pueblo encantador, que muele olivas y muele cereales, y que lo llaman, Los Molinos de Sipán. Allí, a orillas del Guatizalema, vive la viuda de José María Calvo “de Los Molinos”, Doña Aurora, con cerca de cien años de edad, amante y amada por sus hijas, y con recuerdos del pasado, como el de su esposo José María, conservador de los Molinos y de la gran figura humana su hijo. Le quedan nubes oscuras, es decir de lo que pasó para la Guerra de mil novecientos treinta y seis, de la que conoció entre otros muchos, a Fillat de Santolaria, padre de los “zapateretes” de la Plaza de San Lorenzo, que fue asesinado durante la Guerra Civil. En los siglos pasados, en medio de aquellas aguas, que convertían las olivas en aceite y los trigos en harinas, que parecían cantar, a la Naturaleza, bajando de las alturas, con sus músicas frescas, unas veces alegres y otras tristes. Nació cerca de Los Molinos, en el pueblo de La Almunia del Romeral, y se casó al lado de las aguas del río, pasando por el Molino. Yo, personalmente, acudía a su Molino a buscar el aceite, resultado de la molienda de unas olivas que le llevé, y Aurora, ponía todo su interés en servirme un aceite, suave, pacificador y brillante.
jueves, 30 de octubre de 2025
Arba de Luesia


Cuando uno va a Pamplona, poco antes de llegar al Puerto, donde está la Ermita de Santa Bárbara, hay una señal que indica el desvío que va a Longás y desde este pueblo, siguiendo el río Onsella, se llega a la navarra Sangüesa. A uno le quedan ganas de ir por ese camino, pero el miedo a los caminos desconocidos, te hace seguir adelante, para pasar por el puente sobre el río Aragón y tomar la carretera que por la Canal de Verdún te lleva por la cara norte del Pantano de Yesa, cuya presa ya se encuentra en Navarra. Por la cara sur se divisa la Sierra de Santo Domingo, desde la que se domina el camino del río Onsella, por el que había renunciado a pasar.
En la Sierra de Santo Domingo nace el dicho río Onsella, que va a desembocar en el río Aragón, en Sangüesa(Navarra) y en la parte Sur brotan tres ríos Arba, palabra vasca relacionada con el nombre de Arbaniés a dieciséis kilómetros de Huesca. El nombre de Arbaniés también está relacionado con el del pueblo navarro de Arbuniés.
En Luesia nace uno de los ríos Arba y corre hasta Biota, donde entra en la llanura de Cinco Villas, alimenta el pantano de San Bartolomé, en Egea recibe las aguas del Arba de Biel, desembocando cerca de Tauste en el río Ebro.
Es hoy el centenario de un vecino de Siétamo, con origen en el desaparecido pueblo de Salinas de Jaca el Viejo, Sebastián Grasa Estallo, el que me contó estas cosas sobre los ríos Arba, de los que he nombrado dos, a saber el de Luesia y el de Biel, pero también me nombró un tercero, llamado río Arba de Uncastillo.
Salinas de Jaca Viejo ya no existe desde los años cincuenta del pasado siglo XX, pues fue abandonado por los corrimientos de tierra que se daban con cierta frecuencia. Con su desaparición se borraron muchos siglos de la Historia de Aragón, pues de sus salinas se abasteció el Monasterio de San Juan de la Peña y tomó parte en las distintas etapas históricas, junto con los pueblos vecinos de Zaragoza y con Sangüesa de Navarra. Ahora están comunicados los pueblos viejo y el nuevo por un camino de herradura.
Sebastián Grasa, vivió muchos años en Salinas el Viejo y como ganadero recorría territorios lejanos, como los de Almudévar y por tanto mejor conocía a los habitantes de Longás y de Luesia, entre otros, que eran vecinos de Salinas.
En las Fiestas de Luesia, en la provincia de Zaragoza, pero en la misma comarca de la Sierra de Santo Domingo, que su propio pueblo, conoció a cuatro labradores, que formaban una peña de amigos. Los llamaban Chapalangarra a uno de ellos, Cometocino, a otro, Campanudo al tercero y El Pistolas al último.
El Chapalangarra uno de los días festivos se fue a dar una vuelta por el monte, que se encontraba a unas tres o cuatro horas del pueblo y rodeado de un hermoso bosque en el que proliferaban las carrascas, los pinos y los “fayos” o hayas, pero llegó una furiosa tormenta, teniendo él que meterse en una caseta o borda. Cuando pasó la lluvia quiso salir, pero no pudo, porque todo el monte estaba inundado por el agua. Las gentes del pueblo fueron a buscarlo por la noche, mientras él escalaba por las rocas y peñas y saltaba sobre las paredes, que estaban llenas de zarzas. A última hora lo pudieron rescatar y montándolo en una mula, lo llevaron a Luesia muy apurado y herido.
El río que tenía que recoger las aguas de la tormenta era el Arba de Luesia, dando lugar al agua de los barrancos, pasa por Luna y por todas la Cinco Villas, pero aquella tormenta arrancó un enorme pino, que se cruzó en una zona estrecha y no dejó pasar a otros que estaban talados y la retención del agua impidió que se arrancaran otros pinos, e impidió que Chapalangarra volviera a Luesia.
Este aragonés con sus otros tres amigos tenían cada uno una finca en una Val, a la que llamaban Monte Ciberana, lleno de árboles como me ha dicho anteriormente. Cada uno tenía una caseta o borda, porque sobre todo en épocas de siembra o de cosecha tenían necesidad de permanecer allí. Vivían felices porque eran respetados en el pueblo y cuando estaban en el monte, además de labradores eran amigos y para obtener las proteínas que necesitaban para su alimentación, eran cazadores. Cada uno guardaba en su borda un botico de vino, del que se echaban buenos tragos cuando se juntaban. En una palabra, que estaban siempre contentos porque bebían, cantaban y bromeaban. Dice Sebastián que algunas veces se oían gritos a distancia, cuando se veían y decía el Cometocinos :¡Oye Pistolas!, ¿has traído el cepo? y este le contestaba :¡Campanudo y tú ¿lo has traído? ; al poco rato ya estaban juntos y marchaban a cazar.
Necesitaban los cepos porque siempre que podían, iban a cazar y parece ser que no distinguían entre las distintas especies, porque no distinguían la calidad de la carne, por ejemplo del conejo con la de la raposa o “rabosa”; cazaban lo mismo este animal que el tejón. La causa de tal comportamiento habría que buscarla en las grandes caminatas que tenían que hacer para llegar al monte Ciberana y necesitarían proteinas cárnicas para dedicarse a la caza. Además como disponían de vino en sus bordas, al beberlo todas las carnes se volverían agradables a su paladar.
Toda la tierra cultivable estaba rodeada de alturas, llenas de pinos y de matas de baja altura, como “buchos” o bojes, que a pesar de su calificación de “baja altura”, muchos alcanzaban dos o tres metros. Estaba el campo Fenero, que abundaba en yerba y más tarde en heno, ya que su dueño Don Telmo Lacasa, no lo cultivaba y nacía en medio de él una fuente, que no desviaba sus aguas hacia el Arba ,sino que discurrían hacia la pardina de Nofuentes, también de su propiedad, en la que disponía de tres casas. Este campo de Fenero era disputado por los vecinos de Biel, de la provincia de Zaragoza a
Don Telmo, que estaba en Madrid por ser el presidente de los Ferrocarriles Españoles. Junto a la pardina de Nofuentes está la finca denominada La Ferrera, que pertenece a un salinero ilustre y que la tiene toda habitada por animales.
Es de comprender que en aquellos lugares proliferaban multitud de buitres y de águilas y dice Sebastián el centenario, que un águila anidaba con su pareja allá arriba en la Peña de Santo Domingo y era por todos creído que tendría unos cien años. Todo el mundo la respetaba y la admiraban cuando la veían cazar. A propósito de ver cazar a las águilas, contaba Sebastián, que en Salinas vieron él y el practicante Señor Morlans, antecesor de los tan conocidos en Huesca, a un águila capturar a un cordero y elevarlo a las alturas, pero que no pudo con él y se le cayó, con lo que pudieron comer cordero.
Pero un día los cuatro cazadores de Luesia perdieron su sentido común, quizá por estar medio bebidos, decidieron ir a cazarla. Subieron uno de los citados cepos, lo ataron a uno de ellos y con una soga, los otros tres compañeros, lo subieron cerca del nido; allí lo plantó y allí cayó el águila. Cazaron al águila, pero la naturaleza les dio una lección, que les hizo pensar en el mal que habían cometido ya que al cocerla tuvieron que estar dieciséis días atizando el fuego.
miércoles, 29 de octubre de 2025
A Ramón J. Sender
Me han dicho mis amigos que estoy loco. No me importa. De siempre se ha conocido que de poetas, músicos y locos, todo tenemos un poco, aunque en unos domine más que en otros una de las tres facetas.¿Por qué me acusaron de “chalao”?.Muy sencillo, es que les conté lo que me pasó hace pocos días con Froilán, el niño amigo de Sender, que murió el año 1909,electrocutado al contactar su pequeño cometa de trapos y de cañas, con un cable de alta tensión. Los vecinos de su pueblo aseguraban que ocurrió todo bajo el nefasto influjo del Cometa Halley al que también atribuyen el terremoto de Méjico, la desgracia de la niña Omaira y de sus paisanos a causa de la erupción del Nevado del Ruiz en Colombia y las corrientes de lodo que han dejado sin vivienda a tantos ecuatorianos. Los buenos hispanos en lugar de decir: ¡Qué bueno, que viniste!, tienen sobrados motivos para gritar: ¡Qué bueno, que te vas!.Volvió el famoso cometa a visitarnos a finales del 85 y se va a principios del 86 para volver, cuando lo ordene su ciclo. Sender esperaba la vuelta del Halley par el año 85 y creía más loco que yo, que Froiñán volvería a visitarlo, montado en su cola.¿Cómo podría regresar el niño?. Se fue fulminado, fosforizado, ionizado, eterizado o de una de las mil formas que los científicos conocen y de uno de esos multiformes modos ha regresado. Aquí radica mi locura, en que lo he visto y he hablado con él. Yo lo esperaba, asumiendo el deseo del para mí, Premio Novel, aunque no se lo dieron: Sender, según manifestaba en una de sus poesías, tenía la ilusión de guardar a Froilán una de las mejores ranas de una de esas balsas que juntos visitaban; la muerte le impidió realizar su sueño. Yo recogí el reto y guardé una rana no en un acuario, ni en un terrario, sino en un artilugio que reunía las propiedades de ambos. La rana es un anfibio y tiene dos formas de vida, una en el agua y otra en la tierra; en aquella respira por branquias, y en la orilla de la balsa, lo hace con sus pulmones.¡Buen regalo para Froilán que también es anfibio, porque yo lo vi en la tierra de Huesca y venía e iba por el espacio y a otros espacios más lejanos!. ¿Cómo pude ver a Froilán?, Simplemente porque quería verlo y lo quería ver porque había recogido el deseo de Sender de entregarle una rana. No todos los deseos se cumplen, ya que el maestro no llegó a vivir en el año 85, pues la inmortalidad no se alcanza sobre la tierra, pero se alcanza de algún modo y cuando se vean el viejo y el niño recordarán los saltos de las ranas en la alberca. Yo sabía que encontraría a Froilán, porque mis paisanos del ¨Somontano de Guara, siempre han afirmado que las montañas no se encuentran pero las personas, sí. Muchas veces los hombres no nos encontramos ni con nosotros mismos, ¿cómo vamos a encontrarnos con los demás?. Y si lo hacemos es para reñir, para aprovecharnos mutuamente unos de otros o para luchar. Sabía que tenía que encontrar al chico, pero pensaba que tal vez, después de tantos años, se habría hecho un hombre, sin embargo reflexioné sobre la teoría de la relatividad y llegué a la conclusión de que si yo envejecía un año girando alrededor del sol, montado en mi planeta, él a caballo en su cometa, habría pasado sólo un año en el tiempo que para nosotros, había envejecido setenta y seis a los humanos de la Tierra. Desde 1909 hasta 1985, nuestra esfera ha dado setenta y seis vueltas al sol, en tanto que el Halley sólo ha girado una vez para completar su ciclo en torno a no sé qué. Lo encontré niño, como de diez años. Yo observaba a todos los de esa edad, que caminaban por la ciudad con soltura, esquivando coches, botando balones y como pasando de todo. Estaba apoyado en la pared de uno de esos chiringuitos, que lanzan al aire de la calle sus músicas y en la acera de enfrente había un niño que miraba atónito el mundo urbano que le rodeaba; no se atrevía a pasar la calle por la que rodaban como locos los automóviles. Me acordé que en el pueblo de Froilán, en el año 1909 no habría probablemente ningún automóvil. De repente, por los altavoces del chirringuito empezó a oírse aquella canción que dice:”Froilain, Froilain”(señorito en alemán) y Froilán, como una exhalación cruzó la calle hacia el bar, a una velocidad cósmica que le libró de un atropello. Me dirigí a Froilán, pues era él, le miré a los ojos, mientras le entregaba la rana metida en un bote de conserva lleno de agua y esos ojos se apoderaron de mí de tal manera que no me dio tiempo a preguntarle nada. Cuando volví en mí, Froilán se había exhalado. Al principio lo sentí pero luego comprendí que si hubiera conversado con él, hubiera sabido demasiado. Ahora solo sé que Froilán, Sender y Omaira nos acompañan desde algún lugar. Yo he cumplido, pero me gustaría que dentro de setenta y seis años, alguien se encargara al nuevo regreso del Halley ,de entregarle una flor a la niña Omaira.
martes, 28 de octubre de 2025
Antonieta Sanagustín, con sus noventa años, modista del Alto Aragón
lunes, 27 de octubre de 2025
El reloj de pared

La Fortuna me dio la oportunidad de escuchar a dos amantes, que a pesar de amarse con sus tiernos corazones, daban a la razón la ocasión de crear opiniones y a sus lenguas la de expresar esas mismas opiniones y yo estaba atento a su discusión sobre los relojes de pared o de péndulo. Recordaban, sin duda los viejos relojes que marcaban el tiempo, en sus casas de los pueblos, donde nacieran el uno y el otro y afirmaba uno de ellos, que el armario o caja, que protegía la maquinaría y el péndulo era más delicado que los que ahora se fabrican y el otro exponía su opinión contraria, diciendo que aquellos relojes que traían de Olorón, tenían su nido más sólido que los que ahora les ofrecían en los grandes almacenes. Yo, entre tanto, pensaba que ninguno de los dos relojes, es decir el antiguo de Olorón o el moderno, que ahora nos ofrecen, tiene madera más fuerte que el otro, pues ambas son procedentes de nogales, de robles o de sabinas, en tanto que otras maderas eran simplemente de chopo y cortadas por el carpintero del lugar. Pero, independientemente de la calidad de las tablas, ahora su ensamblaje es más encajado, porque el ebanista que arma tales cajas, dispone, indudablemente, de técnicas más modernas, porque el relojero actual coloca sonerías que recuerdan la música de viejos carillones instalados en lo alto de edificios nobles que presiden grandes plazas, como la de San Marcos de Venecia. Las campanadas de nuestras viejas “fustarazas” son más sobrias y recuerdan en la paz de las casas campesinas el paso de las horas, que sin embargo en la ciudad, cuando queremos recordarlas, ya han pasado. No digamos nada de los segundos, que ya no cuentan en la vida humana, en tanto que en la “sala buena”del casal del pueblo, esos segundos cantan su monótono tic-tac, como si ese casal tuviera corazón. Los relojeros antiguos y modernos se dieron y se dan cuenta del paso del tiempo, pues en muchos relojes de péndulo está escrito: ”Tempus fugit”, el tiempo huye. Pero a pesar de su huida, si que tiene corazón el tiempo, por ejemplo el de un amor que muchos hombres y mujeres transmitieron a las paredes de la casa, con sus láminas de santos, de guerreros y guerrilleros, de antiguas fotos de bodas y bautizos, de fiestas populares y de bailes de jota y el del tic-tac, que como un cordial brota del reloj y que a lomos de mulas trajeron los ancestros de Olorón o de Pau. La viuda o el viudo recordaban al escuchar ese tic-tac, las ahora caricias ausentes y las luchas de sus hijos en las capitales, por vivir y por sacar a los nietos adelante. Aquellas tablas ya sufrieron la injuria del transporte y perdieron su equilibrio por carcomas, desajustes de los muros o alabeos de maderos y de vigas. A veces trajeron solamente la máquina y el carpintero de la aldea fabricó la caja, con aquellos pesados instrumentos o el albañil colocó en un hueco, a modo de alacena, en un rincón de la escalera la esfera, el péndulo y la rueda Catalina, haciéndole el carpintero una puerta, con una ventana esférica, para poder contemplar las saetas y las agujas, que marcaban las horas. Envejeció el reloj del mismo modo que envejecieron los sucesivos habitantes de la casa y hasta esta casa fue conociendo los achaques que el paso de las horas, que el reloj cantaba y contaba, de segundo tras segundo acompañados por su tic-tac sonoro, que parece mentira que tuviera el poder de acumular años y años, que pasan y que pesan y marchitan, como he dicho, a las personas, a las casas y al aparato mismo, que venido de Francia, se cuartea, se ladea y pierde su equilibrio, para, por fin, enmudecer. Yo recuerdo, como también ustedes lo harán, la canción que decía: ”Mi abuelito tenía un reloj de pared, que compró cuando él nació…pero un día el reloj, de tan viejo se paró y con él mi abuelito se murió”. “Tempus fugit” está escrito, como he dicho, en la esfera de numerosos relojes de péndulo y ese mismo reloj demuestra la verdad de tal axioma, porque aquellos relojes, al hacerlos, los pintaban con colores alegres y vivos, unas veces con flores, otras con caballeros y con damas, que soñaban en el amor y hoy sus colores se han vuelto oscuros y descoloridos. Hoy colorean los relojes con barnices, para dar la sensación de que el tiempo no corre y sin embargo, nuestros nietos los verán viejos y sin alegría. Esa huida del tiempo de los viejos, casi ha desaparecido porque están en el camposanto y ya casi nadie se acuerda de ellos, pero tal huída es más notoria para el hombre y la mujer actuales, en que el reloj los tiraniza y ni siquiera les permite dar una pausa a su correr; no damos tiempo al tiempo, no le dan tiempo al hombre, aunque a la gente joven se le da todo un tiempo, que no es acompañado por sones de relojes, sino por ruidos engañosos de máquinas de juego y del tin-tin nefasto resultante del choque del dinero. Todo lo traducimos a dinero por aquello de que el tiempo es oro. Aquellos relojes de pared, para encerrar el reloj de péndulo, se visten de muchas formas y son partidarios del amor. Tal vez, por eso, discutían sobre ellos los dos enamorados y es que fijándose en sus cajas, se da uno cuenta que las hay con unas curvas, que son iguales que las caderas de mujer, en cambio hay otras que poseen una forma rectilínea, como si de hombres se tratara y el ritmo que marcan con su péndulo, acompañado por ese ir y venir, se acompasa al ritmo de los corazones de los hombres y mujeres. ¡Oh Tempora, o mores!,¡oh tiempos, oh, costumbres!, porque en aquellos antiguos tiempos, las costumbres cultivaban el amor y hoy, en estos tiempos, en las calles de las ciudades grandes, los corazones van despendolados. Acompasemos nuestras vidas al ritmo que nos marca el tiempo y no pensemos que a la muerte nos conduce, porque no existiendo para Dios ni pasado ni futuro, porque para El, todo está presente, nos haremos presentes eternamente. Leyendo, conversando y meditando al compás de nuestros viejos relojes de pared, nos sentiremos acompañados en el camino que nos conduce a un presente inacabable.
domingo, 26 de octubre de 2025
El pelo
sábado, 25 de octubre de 2025
Sefarditas en Huesca
Siempre,
desde niños, se nos han contado los actos malos que cometieron algunos
individuos de otras religiones, como aquel, en que unos moriscos le robaron a
la Virgen de Bureta, que se alza en el pueblo de Fañanás, un retablo, con el
fin de cortar en una acequia el agua, que bajaba por ella. En aquellos tiempos
en que la cultura era un bien escaso, era difícil que se entendieran
cristianos, judíos y musulmanes. Mi padre Manuel Almudévar, me contaba hechos
que ocurrieron en la historia, por ejemplo el de un altoaragonés, natural de un
pueblo del Somontano y apellidado Palacio, que llegó a ser Diplomático y
estando en el Líbano, se le acercó un joven muchacho, que vendía torta de
Ayerbe, nombre tan español como su origen en algún horno, en este caso de Ayerbe.
Era un judío sefardita ese que coincidió con Palacio de Berbegal y proveniente
de Huesca. Ahora quedan pocos porque han sido perseguidos, refugiándose algunos
en el estado de Israel. En 1492, fueron expulsados los judíos de España, pero
aunque no nos hayamos dado cuenta, muchos emigraron a América, como españoles
que eran, otros fueron a Portugal y muchos se convirtieron o lo simularon y la
gente los llamaba conversos. La religión judaica es el origen de todas las
confesiones fundadas en la Biblia, es decir el cristianismo y la religión
musulmana, pero ello no impide que haya gente mala en todas las religiones, que
impide su entendimiento. Pero los hombres unidos en la creencia en un Dios
Único, debían pensar que “Las espadas se transformarán en rejas de arado; las
lanzas, en podaderas, y no se enseñará ya más el arte de la guerra”. En cambio
la gente influida por las enseñanzas que recibía, llamaba ‘judiada” a la acción
realizada contra alguien, como por ejemplo el lucro excesivo de un dinero
prestado. Quedaron muchos judíos en España y en Huesca, pues se encuentran
apellidos como Salomón o Israel, que proceden de ellos. En nuestra capital
bautizaron en 1106, en la Catedral, a un gran filósofo y escritor judío, nacido
en Andalucía, que se convirtió al cristianismo y pasó de llamarse Moisés
Sefardí a Pedro Alfonso de Huesca. El rey Alfonso lo tomó de su amigo el rey o
emperador aragonés y gran oscense Alfonso el Batallador. Han pasado muchos
siglos y todavía mi abuela materna Agustina Lafarga, me decía que en Barrio
Nuevo, antiguamente la Judería, había una sinagoga, ya abandonada. Ahora en
lugar distinto al que se creía, ha aparecido un local, en el que se trabaja
haciendo fotocopias y se ven distintos capiteles, en los que se aprecian cepas
de vid, con sus ramas y sus hojas. Pero en una calle que acaba en la plaza de
la Catedral, hay una casa en la que está abierto un estanco y me enteré que en
los bajos de dicha , casa, ha salido otra sinagoga. Le pregunté por ella a
Jesús Benito, que era su dueño, y me dijo que había capiteles y otros
aditamentos sagrados para hombres talmúdicos y me prometió que me mostraría
dicho local. Me lo encontré otro día y se lo recordé y él, con gran generosidad
me contestó que subiera al estanco de la Catedral y se lo dijera a la dependienta.
Esta, con gran amabilidad, preparó un foco de luz y me enseñó toda la sinagoga.
A la altura de la calle se encuentra un arco de herradura y una columna con un
capitel que no es cristiano ni pagano, es simplemente una columna con un
capitel geométrico y más adentro hay una sala con dos arcos, también de
herradura y en un lado hay una pila redonda de piedra. Bajando por una
escalera, colocada en un hueco de la pared, se encuentra otra pila, pero ésta
montada con varias piedras y tal vez puesta en la entrada de la parte baja de
la sinagoga, tal vez para lavarse, como dice el salmo: “Lavaré mis manos entre
los inocentes” o para tal vez depositar el Talmud, que se guardaba en lugares,
como si fueran sagrarios, porque lo utilizaban para leer textos sagrados. Una
vez abajo, contempla uno varias bóvedas con arcos ojivales, es decir como si
sus puntas fuesen puntas de flecha. Hay cuatro pequeñas salas abovedadas y no
se observan objetos judaicos, porque los judíos fueron expulsados en 1492, es
decir ya hace cerca de quinientos años. Jesús Benito y su esposa Isabel Pertusa
están orgullosos de su sinagoga y queman verla restaurada, próxima a la
Cristiana Catedral y a la antigua mezquita, a la que dicen pertenecía parte de
la torreta, donde están las tumbas de los hermanos Lastanosa y de Azara. No fue
ésta, la primera vez que estuve en el estanco de la sinagoga, sino que hace ya
muchos años, entré en él y le pedí un paquete de tabaco a la anciana madre de
Jesús Benito, pero al mirar la cartera para pagarlo, no la llevaba; entonces le
dije a la buena señora: “dejo aquí el tabaco y ya vengo con el dinero necesario
para pagarlo”, pero ella, que no me conocía, me lo hizo llevar sin pagarlo y
diciendo que ya lo pagaría cuando quisiera. La sinagoga me ha hecho recordar a
aquella amable persona. Huesca, es un maravilloso museo, porque al lado de San
Jorge se encuentran los restos de un cementerio judío y otro al que llamaban el
Fosalé en Barrio Nuevo; además se pueden ver columnas y arcos de una sinagoga,
pero en la parte alta de la ciudad de Huesca se concentran los restos
históricos, que comprenden desde los vasco-ibéricos, en el solar de los
Templarios, pasando por los romanos, con el mosaico del Ayuntamiento, siguiendo
por los árabes con sus murallas y por los judíos, que conservan todavía, sin
saberlo sus descendientes, una hermosa sinagoga. Todos estos restos se
encuentran entre numerosos monumentos arquitectónicos cristianos como la
Catedral o San Pedro el Viejo. Si un sefardita, de los que todavía quedan en
Israel oyese la palabra Sefarad, equivalente a España y viese las fotos de las
sinagogas de Huesca, sus ojos se llenarían de lágrimas, mientras nosotros
estamos como olvidados de todos los monumentos que permanecen en Huesca.
viernes, 24 de octubre de 2025
EL CASTILLO DE SIETAMO
jueves, 23 de octubre de 2025
LOS HORTELANOS DE HUESCA
| Atanor (antiguo) |
Caminos recorridos desde la niñez a la vejez
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