miércoles, 26 de noviembre de 2025

Puente modernista de San Miguel.-


Antiguo pùente de San Miguel 1899.


El ser humano busca la Verdad y algunos no la encuentran, pero otros meditando, amando a sus prójimos, buscando esa Verdad y fijándose en la altura de las catedrales o en la más reducida de las ermitas, ven la Luz.

Pero hay artistas a los que el arte les inspira esa Verdad  y sin hacer grandes meditaciones, se sienten inspirados por ese arte que arde en sus corazones y esculpen una talla que recuerda la Vida Eterna o pintan un cuadro sencillo en el que están representados todos los valores que Dios ha concedido a la Naturaleza y que han sido asimilados por el hombre, que trabaja en la evolución de las técnicas y hace de un puente, antes romano y de piedra, una especie de paso, formado por arcos blancos de cemento, material utilitario y del que no cabían esperanzas de hacer con él, obras bellas. Pero es bello el puente, es casi pontifical, con sus barandillas férreas que se retuercen como los pensamientos humanos. Este puente de San Miguel se levantó en 1912, siendo proyectado por el Ingeniero de Caminos Emilio Monterde. Tiene veinticinco metros de luz, siete de calzada y está articulado en sus apoyos, ya que es uno de los primeros puentes articulados que se hicieron en España. El Señor embellece este conjunto con el color verde de los árboles, que vegetan a las orillas del río Isuela.



Y uno piensa en los pontífices, es decir en aquellos que tendían puentes y que luego el nombre de pontífices lo adoptaron los obispos, porque ayudaban a las almas de los hombres, a pasar el puente que las conduciría de este mundo al celestial.

Y los hombres antiguos, igual que los modernos y modernistas han tendido el puente, levantaron hace ya muchos siglos la torre de la iglesia de San Miguel Arcángel, que simultáneamente con ella, miran y contemplan el maravilloso paisaje, pintado por un artista, que no sabemos como se llama, pero que ha visto a Dios y lo está pregonando a los hombres que pasan por delante de la iglesia de las Miguelas.

Hay a la derecha del dibujo una farola, que al encenderse cuando llega la oscuridad, hace que los humanos, hombres y mujeres, unos andando y otros montados en sus vehículos, sientan al pasar el puente  por la noche, un movimiento que los inclina a dirigir una oración, que transformará la luz de la farola, en la Luz Eterna del Señor.

martes, 25 de noviembre de 2025

Amor y muerte



Cuando uno visita los cementerios, encuentra una reproducción de la que algunos llaman, en la vida,  “lucha de clases” y es que esa lucha, camuflada y revestida por el amor de los vivos a los que mueren, está basada en el lujo que algunos dan a los panteones o monumentos funerarios de sus familiares o amigos. Lucha de clases, porque los que han destacado en su vida en el poder, en las riquezas o en diversos triunfos, como por ejemplo en el toreo, en la política, en el fútbol, en la literatura, en el arte o en alguna de las múltiples actividades, que en esta vida ejercen los hombres y mujeres, como el cine y tantas otras, pudieran ver a sus sucesores  levantarles monumentos, como  a  seres queridos o admirados, en tanto que la gente sencilla se conformaba con “enterrar a los muertos”.
La gran señora, al morir su esposo, quiso llenar de gloria el recuerdo de su vida y dentro de la sala o capilla, en la que descansaba, encargó un cómodo y lujoso sofá, para acompañarlo en las larguísimas visitas, que su amor le pedía; en aquel sofá vivirían acompañados mutuamente y allí recordarían aquellos pasados tiempos, en que fueron felices, aunque ella no podía recordar aquellas ocasiones ocultas en que él amaba a otras bellas mujeres. Parecía a la señora que así echarían nuevos planes para seguir gozando de una vida, que sin embargo ya no les daría más oportunidades de amarse, aquí en el suelo. ¿Por qué la señora quería o soñaba seguir triunfando en este mundo?, ¿ por qué no se acordaba de aquella familia que había perdido a su padre, dejando a sus hijos pobres y necesitados?. Tal vez con  los enormes gastos que hacía en su lucha contra la muerte, hubiera conseguido algún triunfo de aquellos niños en su educación, en su alimentación y en su felicidad. Varias veces pregunté a algún funerario si veía por allí a tan amante viuda y me contestaba, que no acudía al cementerio.
Hay, sin embargo, en unos una lucha por lo espiritual y en otros una lucha por la sensibilidad de los corazones. He visitado el cementerio de las Carmelitas de San Miguel y en él, en unos nichos, depositan, sin ataúd los cadáveres de las hermanas que mientras vivieron “desde el principio de la mañana hasta la noche, esperó su alma al Señor”. Por no lucirse ante nadie, ni siquiera ante sus hermanas, las que quedaron vivas en el Convento, rezan por ellas, pero no ponen en los nichos ni siquiera los nombres de las difuntas, porque el Señor ya las conoce.
Los corazones de los gitanos  tienen una sensibilidad especial con sus difuntos, porque cuando uno llega a una tumba de un gitano, ve flores abundantes y adornos, como su retrato o la imagen de la “Majarí” o de algún santo. Cuando, cualquier día va uno por la calle, se encuentra algún gitano que va al cementerio a ver a sus difuntos. En cierta ocasión, vi en el “fosal” un gran jardín de ramos de flores ante una tumba y frente a ella, sentado en el suelo estaba un gitano, con cara contristada y rodeado de muchos y muchas gitanicos y gitanicas, que le acompañaban. Quizá, para esta clase de hombres morenos, hubiera estado bien que tuvieran un sofá, en el que pasarían el rato acompañando a sus difuntos, mejor que para la gran señora, que después de comprado el sillón, no lo utilizó nunca.
En el cementerio de Las Mártires se levanta un monolito, en el que pone: ”Los republicanos del Alto Aragón, los de Egea de los Caballeros y de Sadaba …erigieron por suscripción pública este mausoleo en el año 1885, para perpetuar la ejemplar memoria de los martirizados héroes que aquí reposan”. Poco nos acordamos los oscenses de tales hechos, pero aquel pueblo del siglo XIX, quisieron perpetuar su memoria, sin orgullo pero con amor. Lo contrario pasó en nuestra Guerra Civil, en que unos y otros se mataban y si se enterraban, lo hacían en cualquier lugar y superficialmente, sin señalar quienes eran aquellos pobres difuntos, sin ponerles sus nombres, pero no por que creyeran en la otra vida, como las monjas, sino por odio o indiferencia 

De todos modos, en el fondo daba igual que trataran de identificar a los difuntos, porque en cualquier lugar del monte, se encuentran calaveras y huesos de otros tiempos y de los que ya nadie se acuerda. Ya nos dice la Biblia: ”Memento homo, quia  pulvis es et in pulverim reverteris”. Tal vez, entre otras razones por este recuerdo que Dios recomienda al hombre, ahora se practica la incineración. Es que para el Señor, no existe ni pasado ni futuro, todo está presente y todos pasaremos a un presente eterno, donde imperarán la paz  y el amor.

lunes, 24 de noviembre de 2025

El engañapastores.


Un texto medieval de cuyo contenido no me acuerdo, acaba de esta forma:”ésto lo dijo uno que es de Alcalá”. Poco explícito se muestra el autor, que no revela su nombre, pero el que me lo contó, además de ser de Alcalá, me dijo que se llamaba Luis Aso y yo añado que no sólo es de Alcalá, sino que es de Alcalá del Obispo. Mi amigo, allá por la primavera del año mil novecientos ochenta y uno y sería por el mes de Abril, cuando se siembra el girasol, al enganchar el arado, escuchó un pío-pío. No hizo al principio mucho caso, pero como continuaran los “piulidos”, empezó a sentirse intrigado porque por más que miraba, menos veía. Llegó a pensar en brujas, hasta que al fin descubrió que en un agujero del tractor y debajo del asiento, había cinco crías de pájaro acomodadas en su nido y se sintió feliz. Subió al tractor y se dio cuenta como una pareja de engañapastores le seguía, unas veces volando y otras se posaba en la reja de arriba del arado reversible, otras en el faro trasero que sirve para iluminar el surco y a veces en la barra de la trailla. Cuando arrastrando el remolque con su tractor iba a Loscertales, donde también cultivaba la tierra, los pájaros se posaban en los laterales. Dicen que los engañapastores hacen eso, engañar a los pastores, pero al moderno tractorista no lo engañaban porque se habían hecho amigos y compañeros. A José Luis le gusta llevar limpio el tractor y pasaba por descuidado al no lavarlo. ¡Cómo lo iba a hacer si los  pajaricos  hubieran muerto al ser regados con la manguera!. Al gaucho lo llamaban “abandonao” porque no engrasaba los ejes de su carro, cuyo sonido le gustaba escuchar. A José Luis el engañapastores le seguía, unas veces volando y otras se posaba en la reja de arriba del arado reversible, otras en el faro trasero que sirve para iluminar el surco y a veces en la barra de la trailla. Cuando arrastrando el remolque con su tractor, iba a Loscertales, donde también cultivaba tierra, los pájaros se posaban en los laterales del remolque. Hay testigos de este caso, entre los que se encuentra Serafín el herrero de Pueyo de Fañanás, al que José Luis le llevaba los aperos a reparar. Seráficamente, cual nuevo San Francisco de Asís, observaba como la pareja subía al árbol vecino, un peral que sigue ahí y daba de comer a las crías: dentro de la dureza de su oficio, procuraba no asustar a las avecillas. Todo el mundo no conocía el pequeño acontecimiento, porque si se divulgaba, los curiosos tal vez lo hubieran interrumpido. Llegó la primavera del año mil novecientos ochenta y dos, que como todas las primaveras la sangre altera, incluyendo la de los engañapastores, que revoloteaban alrededor del tractor y acarreaban pajitas y hierbas al nuevo nido. Amado Baus, vecino de José Luis, estaba esperándolo sentado en una pared y vio como el engañapastor, sobre un montón de arena, que allí estaba, engañaba a la engañapastora. Yo me imagino una danza de plumas en el aire, de volteretas graciosas y enamoradas, de reverencias elegantes del engañador a la engañada y de elegantes saludos a la amada y por fin el tremolar de plumas en éxtasis de amor. A los pocos días la pajarica empezó a poner huevos en el nido del tractor hasta el número de cinco. Cuando José Luis, por la mañana iba a ocupar el tractor para ir a labrar, se agachaba y miraba a la pájara y ésta se lo miraba a él, sin asustarse. Había surgido la amistad. Alguna vez al cerrar con fuerza la puerta de la cabina, salía la madre, pero volvía a incubar los huevos. Labraba los campos y se sentía acompañado por la pareja que revoloteaba a su alrededor. Salieron del huevo los pajaricos un domingo y otro domingo, a los quince días justos de su nacimiento, se lanzaron a volar. José Luis los observaba como algo suyo y veía como los padres buscaban alimento en los surcos y  se lo llevaban a sus hijos. Al principio hacían pocos viajes en busca de cebo, pero los tres últimos días casi no daban abasto. A pesar del traqueteo del tractor las crías vivían felices en el nido; solamente cuando labraba por las laderas empinadas, se asomaban como presintiendo un peligro. Al llegar el año mil novecientos ochenta y tres a la siembra del girasol, el tractorista otra vez observó las evoluciones de los engañapastores, que volvieron a fabricar su nido y a poner huevos, pero un día se dio cuenta desconsolado que no había nada dentro de él. ¿Quién tuvo la culpa del desastre?. ¿Algún vecino que metió las manos donde no debía o fue un pobre gato de su propia casa?. Nunca más se supo de los engañapastores. Hay quien dice que las aves también evolucionan hacia nuevas formas de vida, pero nosotros, ¿las dejamos seguir esa marcha evolutiva?.

domingo, 23 de noviembre de 2025

Sonaban las campanas de San Pedro el Viejo.-




La víspera de San José, a las siete y media de la tarde, me encaminé a escuchar las Completas gregorianas, que desde hace siglos, los carpinteros le han dedicado, para que les ayudara en su vida de trabajo. Entonces, cuando yo era un niño, salían los sacerdotes de la Parroquia, revertidos con una vestimenta, sobre sus hombros a modo de una joroba, que el Papa había impuesto a los eclesiásticos de Aragón, por haber sido fieles al  Papa Benedicto XIII; se sentaban en las sillas trabajadas artísticamente, y reunidas detrás de la reja posterior de San Pedro, donde suena el órgano y con música gregoriana ensalzaban al Señor. Cantaban: Deus in adjutorium meum intende, y otros contestaban: Domine, ad adjuvandum me, festina. Con estos cantos rezaban para que el Señor acudiese en su ayuda y  que lo hiciese rápidamente.

José Antonio Llanas, vivía en una casa, vecina a los Clautros de San Pedro y desde niño, oyendo el canto gregoriano,  se enamoró de él y toda su vida acudió, no sólo a las Completas, sino también a los Laudes y Vísperas. Se sentaba con los sacerdotes que muy amables lo recibían y con ellos, cantaba. Su hijo José Antonio, ha heredado el amor a estos cantos y viviendo en Madrid, acude cada año a participar con el párroco y dos sacerdotes más a cantar las Completas. Los   carpinteros, ya casi todos muy ancianos acuden y gozan con esas músicas, que conmueven los espíritus. Después, en el Claustro románico de San Pedro, toman un trago de vino acompañado por stortas. Ellos siguiendo el ejemplo de las oraciones, con las que piden ayuda, se dedicaban a repartirla entre los carpinteros enfermos, lesionados y en ayudar a las viudas. Yo acudí a ver y a escuchar a mi sobrino José Antonio cantando las Completas y  al pasar por la Plaza del antiguo Mercado, se oyó sonar el dulce dim-dom, dim- dom de las claras campanas de la torre de la iglesia de San Pedro. No pude menos que acordarme de aquellos pasados tiempos en que la alegría era general, pero al escuchar aquel sonar de las campanas, que eran capaces de hacer vibrar  el cielo del barrio,  yo  al menos, participé de su sonoro encanto. La Cofradía de San José y Santa Ana, erigida canónicamente en la Iglesia Parroquial de San Pedro el Viejo de Huesca, manda a todos sus socios el programa de Solemnes Cultos Religiosos y este año el Reverendo Don Manuel Barrio, se la ha mandado a trescientos veinte cofrades. Allí en la Parroquia encontré a muchos amigos, como a don Luis Gracia Del Arco, de noventa años de edad, que fue carpintero de la Diputación Provincial y que tiene el número dos de la lista de los Cofrades. Al saludarlo me acordé de la mesa que me preparó hace ya muchos años, para escribir y dibujar. Entró en la Cofradía el año de mil novecientos cuarenta y cuatro. Me contó que cuando en sus años mozos, ingresaba en la Cofradía,  el Decano de la misma,  le dijo, entregándole un madero: toma esta madera, quítale todo la que le sobre y de lo que quede, saldrá un San José. Pero el cofrade que me ha hecho acudir a las Completas, ha sido José  Antonio Llanas, que tiene el número siete, ingresado el año mil novecientos cincuenta, impulsado por su padre, mi primo José Antonio Llanas Almudévar, farmacéutico, que vivía en una casa al lado de la parroquia.  La verdad es que en aquellos claustros me sentía acompañado de todos los oscenses actuales y los del  pasado, pues en dos capiteles está inscrito el nombre de un Almudévar, que trabajó en obras artísticas de la iglesia y de su esposa,  allí enterrados. Yo creo que mi primo el sacerdote de San Pedro Jesús Vallés Almudévar, desde allá arriba contemplaría satisfecho la alegría de mi primo José Antonio Llanas.   

sábado, 22 de noviembre de 2025

Las Campanas




He pasado por Salinas de Jaca, por  Hostal de Ipiés, por Orna, por Centenero, por Ena,  y por Botaya y en alguno de esos lugares pude escuchar voces humanas, pero en otros ni se oían ni se veían seres humanos. Se van despoblando, poco a poco, los pueblos, como ya hace años se quedó sin habitantes el antiguo pueblo de Salinas de Jaca, para ser sustituído por otro más nuevo, al lado de la carretera.
En el antiguo estaba de campanero Mariano Bastarós, que hasta sus ochenta años hizo sonar las campanas, pero no se murió hasta los ochenta y seis. Las hacía sonar no muy deprisa, pero con un hermoso sonido, bandeando dos campanas simultáneamente.
Llegó más tarde, allá por los años cuarenta y cuatro, un cura del pueblo de Ena, que además de sacerdote era labrador, herrero, colmenero y carpintero. Se llevó el reloj de la torre, para arreglarlo, como él mismo afirmó, pero no pudo hacerlo porque le faltaba el repetidor, que quiso reconstruir, pero no pudo. Estaba dicho reloj en la torre de la iglesia y hacía sonar las campanas del campanario cuando daban las horas. En el pequeño pueblo de Lallana, muy cerca de Sádaba, pudo arreglarles un reloj; no le pasó como con el de Salinas de Jaca.
En el pueblo de Ena colocó un cable, que hacía sonar las campanas desde el altar.
Al quedarse viudo, se hizo sacerdote y se instaló de cura en Ena, cerca del pueblo de Orna, que también está próximo a Hostal de Ipiés, donde al fin se construyó una casa, en la vivió hasta su muerte. Se llamaba el cura, labrador, herrero, campanero,  relojero y colmenero, Don Andrés Gavín. Todavía se acuerdan de él en los pueblos de Botaya, Orna, Hostal de Ipiés, Ena, Centenero y Bernués. Desde luego que son pocos los que lo rememoran porque, son pocos los que todavía viven en aquellos lugares. ¡Cómo se acuerda de él, el señor Sebastián Grasa, que en Octubre va a cumplir los cien años de edad¡.  ¡Cuantas generaciones han vivido en los citados pueblos, para que ahora queden tan pocos habitantes, que no repican como entonces las campanas, pero que en las fiestas acuden desde Barcelona o desde Zaragoza, para lanzarlas al aire, para que suelten bellos sonidos, que les recuerden su niñez y a las viejas generaciones! 
Tenía un buen carácter y le gustaba comunicarse con todo el mundo y sobre todo tenía en cuenta aquella frase evangélica que dice:”dejad que los niños se acerquen a mí”. Esa falta de orgullo, lo llevaba a conversar con cualquiera. Tenía siete toneles de vino y cuando llegaba alguno, tenía que probarlo de todas las añadas, incluso aquellos vinos, que ya eran como el coñac. Les decía: no tengáis  miedo, que si os caéis, os cogeré yo.
En esos pueblos y en todos los de la provincia, sonaban las campanas cuando llamaban a los fieles a misa y al rosario o cuando se celebraban vísperas en algún pueblo, dedicadas a su  santo patrón; para la Pascua de Resurrección, cuando quitaban los velos que tapaban los retablos, tocaban fuerte las campanas. Con un repique muy especial, sonaban los toques de difuntos, que eran muy tristes. Estaban los vecinos en los caminos y en los huertos y algunos cuando escuchaban las campanas, se emocionaban y alguno incluso lloraba. En ocasiones, cuando el difunto era algún niño o niña, tocaban a “mortichuelo” y lo hacían con cimbalicos o con otras campanas pequeñas. Acompañaba el sonido de las campanas a las procesiones y casi nunca faltaban los curas a decir misa en los pueblos más pequeños. Los mozos daban la paliza a las campanas haciéndolas sonar con motivo de las fiestas y no paraban de bandearlas o voltearlas durante mucho tiempo, pero no sólo eran los mozos los que las hacían repicar, sino que las mozas en día de Santa Águeda, eran las que subían al campanario y con un gran esfuerzo las repicaban e incluso les daban vueltas, bandeándolas. El Día de las Almas, que se celebra el día dos de Noviembre, cada dos horas tocaban las campanas.
Había campaneros en los pueblos y en las ciudades y a veces hacían sonar esas campanas con cuerdas o con cables, pero en las  grandes ocasiones acudían los mozos a anunciar a todo el mundo que era fiesta. Cuando había incendios, sonaban las campanas con mucha fuerza y “aprisa, aprisa”, haciendo que todas las campanas fueran repicadas. Cuando venía una tronada, en los pueblos donde no había “esconjuradero”, algún valiente que vencía el miedo que le producían los rayos, se subía al campanario para que al escuchar el repique de las campanas, el Señor evitase que las nubes lanzaran sus terribles rayos.
En Biel estaba la campana de los perdidos  e iba el sacristán y cuando se hacía de noche, tocaba, para que nadie se perdiera, lentamente: ¡plon, plon, plon!.
Antes, como hemos visto, con las campanas se comunicaba la gente, pero ahora, cuando pasas por uno de esos pueblos, no escuchas a nadie, pero dichas campanas también están calladas y no comunican la alegría de Pascua o de las bodas, ni las tristezas de los entierros, ni llaman a los hombres para apagar el fuego.
Las campanas unían al hombre con Dios, elevando los espíritus y convocándolos a todos y una prueba de esta afirmación, la tenemos en el pueblo de Siétamo, donde Antonio Larraz Barraca, nacido en 1892, cantaba “Las campanas de mi pueblo-si que me quieren de veras-cantaron cuando nací-y llorarán cuando muera”.
Y es que ese tocar y sonar, doblar, voltear y repicar y en aragonés “batear”, iba formando el corazón de aquellas gentes, recordándoles las ilusiones, su vida religiosa  y los juegos, fuegos y trabajos y les llevaba a la conclusión de no eran la tierra, el silencio y la muerte la vocación del hombre, sino “el Ser, la Palabra y la Vida eterna”, porque veían la luz en las montañas y en la nieve, que con el brillo que le proporcionaba el sol, les hacía más fácil descubrir, más allá, el brillo de la eternidad.
El hombre vivía feliz comunicándose por medio de las campanas y cultivaba la cultura con el espíritu y la naturaleza con su cultivo y con el culto adoraba a Dios, facilitándole el sonido de dichas campanas la convivencia del culto, el cultivo y la cultura.
Estaba el ambiente de los pueblos y de las ciudades lleno de campaneros, de los que algunos eran simplemente artistas. Yo me acuerdo del campanero Hipólito Rivarés, que actuaba habitualmente en la Catedral y conocí y hablé con Pascual Calvete, que “bateaba” las campanas en la iglesia de Santo Domingo y ejecutaba actuaciones de campanero en otras iglesias, porque ya era él, casi el único que conocía el arte o el oficio. Tanto es así que escribió en los últimos años de su vida un libro sobre las campanas.
Todas las campanas, como si de personas se tratase tenían su nombre, como la Santa María, la Migueleta que estaba y supongo que allí seguirá sonando en San Miguel,  Santa Paciencia en la Iglesia de San Lorenzo que tuve la suerte, el día del patrón de Huesca, de verla en el suelo, cuando la iban a subir al campanario el año 2003. La campana Santa Bárbara, que no recuerdo si era de Siétamo o de Arbaniés, llevaba escritas estas palabras: “Santa Bárbara me llaman- más de cien arrobas sumo-si no lo quieres creer-me levantarás a pulso”.
Hemos visto como estuvo basada la vida del hombre en la naturaleza y en la fe y ahora buscamos la cultura y la libertad y al mismo tiempo que descubrimos el mundo y el Cosmos, nos vamos descubriendo a nosotros mismos y a Dios.

viernes, 21 de noviembre de 2025

El viejo campesino



Me he encontrado a un viejo campesino, pues tiene ya noventa años y allí en la puerta de su casa, estaba sentado, tomando la sombra. Seguramente por la mañana tomaría el sol, porque la fachada de su casa mira al sol saliente y en cada lado de la puerta tiene colocadas dos piedras de sillería, procedentes de algún pajar quemado para la Guerra Civil. En una de esas piedras estaba sentada su esposa y en otra Antonio, tranquilamente y sin prisas Nos hemos saludado, dándonos las buenas tardes y acabada la manifestación mutua de tan buenos deseos, el anciano Antonio, me ha ofrecido un vaso de buen vino y digo bueno porque, según me ha dicho, lleva ya cuarenta años en el mismo tonel. Es que lo viejo está lleno de buenos recuerdos y los toneles de madera, saben contener el buen vino. El, naturalmente, ha sido campesino, albañil, jugador de pelota en la Plaza Mayor de Siétamo, donde, jugando contra un equipo de tres “pelotaires”, nunca le ganaron. Pero con noventa años de edad, la vida le ha dado tiempo para hacer todas las cosas, por ejemplo fue cazador, unas veces de conejos, otras de liebres, muchas de perdices y en ocasiones de jabalís o “jabalines”, como los llaman los hijos de mi tierra. Cierto día, estaba Antonio en su huerta, que fue antes del Mesón y situada a las orillas del río Guatizalema, cerca del monte de Castejón de Arbaniés. En aquella parte alta del monte de Siétamo hay poca huerta, pero Antonio la había comprado al mesonero y en ella cultivaba patatas, judías, tomates, melones, cebollas de las que me recuerda que eran muy gordas. Pero además se preocupó de plantar nogueras, avellanos, manzanos, perales e incluso cereceras o cerezos. Cuando él cultivaba su huerta, veía, con frecuencia pasar y explorar su huerta, a alguna cuadrilla de jabalís, pero Antonio los vigilaba dentro de la “espera”, que era una caseta vieja y dentro de ella, esperando, comía nueces para aliviar tan larga espera. Los jabalíes, después de dar varias vueltas por los nogales de la huerta, se marchaban, porque se daban cuenta de que por allí, estaba el amo. Un día llegó por aquella huerta mi hijo Ignacio en plan de cazador y se encontró con Antonio y su mujer Rosario, que estaba cogiendo manzanas. Le dijo Rosario : ven a cazar los jabalís porque todas las nueces y avellanas que van cayendo durante el día, ellos por la noche se las comen. Los jabalíes batían los nogales, que entonces eran pequeños, rascándose en sus troncos y además se comían las avellanas y las cerezas. Con tanta variedad de frutas y verduras, no es extraño que Antonio todavía esté vivo con noventa años y sentado en su piedra de sillería tranquilamente, todavía le quedan bastantes más años de vida.

Pero ahora en los pueblos, no sólo Antonio sino muchos campesinos han abandonado el cultivo de los huertos y sus mismos huertos, pues teniendo tantos años, no pueden trabajarlos. Sólo quedan los árboles frutales, pero se han acabado las verduras, como aquellas gruesas cebollas, que se comían guisadas unas veces y otras en ensalada con tomate, que refrescaban el cuerpo y el alma. Ahora, como estamos en crisis, han arrendado la huerta a un ciudadano, que es frutero y esperamos que tenga la misma afición que Antonio por la huerta. Pero los jabalíes no sé si dejarán sanas las verduras y frutas de su viejo huerto.

jueves, 20 de noviembre de 2025

EL MENSAJERO

 


El domingo, día catorce de diciembre de este año de dos mil tres, a las diez de la mañana, estaba yo hablando con cierta persona frente a la Guardería Infantil de Santa Ana, cuando apareció por dicho lugar, un hombre que llevaba barba y en su figura reconocí al que aquella misma tarde y en la Catedral de Huesca iba a ser consagrado como Obispo de las Diócesis de Huesca y Jaca. Le saludamos y nos dijo que iba al convento de San Miguel y al decirle que yo me dirigía al mismo lugar, no encontró ninguna dificultad en que le acompañara. En tan breve camino le mostré un Cristo y me dijo: esa imagen es aquella a la que San Francisco tanto amaba; efectivamente mirándome a la figura pude leer: Cristo de San Francisco de Asís. Me di cuenta enseguida de que había encontrado a un fraile franciscano, porque no vestía como tal, sin embargo, conservaba la barba tan típica de algunos miembros de la Orden de San Francisco y ¡extraña coincidencia! Conservaba su amor a aquel Cristo franciscano. Llegamos al convento de las Miguelas y entregué la imagen a las monjas, mientras aquel al que le faltaban pocas horas para convertirse en Obispo de Huesca y de Jaca según me dijeron, entró en la antigua y bella iglesia a meditar las palabras que habría de dirigir a los oscenses, más tarde en la Catedral y yo creo que a pedirle al Señor por sí mismo como Mensajero y por los fieles, para que recibieran el mensaje evangélico.

Va a predicar el fraile franciscano a los oscenses, como su padre San Francisco, en cierta ocasión le dijo a su compañero: “Espérame en el camino, porque voy a predicar a las avecillas. Inmediatamente las que estaban en el ramaje vinieron hacia él rodeándole permanecieron quietecillas mientras San Francisco les predicaba: … vosotras no sembráis ni segáis y Dios os alimenta dándoos ríos y fuentes para vuestra bebida, montes y valles para vuestro refugio y árboles elevados para hacer vuestros nidos”.

Después de su predicación mandó volar a los pájaros por los cuatro extremos de la Cruz, yendo unas hacía el Norte, otras al Sur, otras al Oriente y las restantes al Occidente; en una palabra, que “la predicación de la Cruz de Cristo, renovada por San Francisco, la extendería él y sus frailes por todo el Mundo”. Sólo basta recordar como esos frailes fueron por las selvas de América del Sur y no encontrando a nadie, hacían sonar sus instrumentos musicales y salían los indios y se acercaban a ellos.

Los franciscanos no son nuevos en Huesca, pues la Diputación Provincial, en sus tiempos fue convento de los mismos, como escribí ya hace años, lo siguiente: “Ha desaparecido la Diputación y con ella el bar Flor y debajo, en sus tumbas tumbados he conocido a dos frailes franciscanos. No llevaban cogulla ni rosarios, tampoco se notaban los vestigios de su modesto hábito religioso. Los contemplé desnudos frente al cielo, desnudos no sólo de sus ojos y sus carnes, sino también de toda vanidad y de ambiciones”.

El Señor Obispo no tiene ambiciones, pues dijo en su homilía en la Catedral: “Yo no soy el mensaje, soy solamente el mensajero”.

Puente modernista de San Miguel.-

Antiguo pùente de San Miguel 1899. El ser humano busca la Verdad y algunos no la encuentran, pero otros meditando, amando a sus prójimos, bu...