Tuvimos en Siétamo, Rafael y yo,
antes de la Guerra Civil, un maestro poeta, envuelto con prosáico guardapolvo, que guardaba su modesta ropa de
polvos y lodo pueblerino y vivía un poético vivir, que expandía poesía a los
niños campesinos. Hoy, al enterarme de la muerte de mi amigo, que igual que yo,
estaba en los ochenta y dos años, he
mirado en el cuaderno de fotografías, aquellas
en la que el Maestro Don José Bispe, Rafael, yo mismo y todos nuestros compañeros, fuimos
retratados, para contemplar nuestras vidas. Y hoy
he tenido la oportunidad de ver a Rafael con sus cinco años de edad envuelto, como el maestro en su guardapolvos,
y en el tanatorio, he contemplado sus rasgos serenos, pero sin vida. Hay niños
en las grandes capitales, que no conocen al gorrión humilde, al asno ya negro, ya
platero como el que había en mi casa, en el que montábamos Rafael y yo, para
conducirlo a la fuente a beber agua. Esos niños tampoco conocen a la vaca lechera,
ni al pato ni a la oca, ni han escuchado, jamás, el canto del gallo corralero. En
cambio en el corral de mi vecino Rafael, hasta hace poco tiempo, en vida de sus
buenas hermanas Pilar y Josefina, lanzaban sus kikiriquís, unos hermosos gallos
corraleros.
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