El leñador observaba todas las mañanas, desde su chabola,
como una “rabosa”, que así llamamos los altoaragoneses a las raposas o zorras,
lo miraba fijamente, cuando al amor de una hoguera lo miraba fijamente, guisaba su almuerzo. Intencionadamente,
después de dar cuenta de él, dejaba los restos cerca de la caseta y se iba a
talar árboles. Cuando volvía, ya al atardecer, los restos habían desaparecido,
pero a medida que pasaban los días, la zorra esperaba su parte desde una
posición más próxima, hasta que habiéndose establecido cierta familiaridad
entre los dos habitantes del bosque, el leñador, al marchar a su trabajo,podía
ver como la astuta vulpeja, iba a buscar su condumio, sin esperar a que él se
alejase demasiado. Un día, así como otros hombres dejan su trabajo para seguir
a las zorras de dos patas,con perdón, nuestro leñador, dejando a sus árboles
vivir un día más, siguió de lejos a la raposa, para ver donde iba; el animal
cogió con los dientes un buen trozo de pan que le había dejado y marchó con él.¡Qué
alegría la de nuestro amigo,cuando se dio cuenta que en la ladera , a la
entrada de una madriguera, la estaban esperando cinco zorritos . No lo pensó
más y determinó hacerse con uno de ellos para tenerlo de amigo, como se tiene a
un perro; si había llegado a un “cierto modus vivendi” con la madre, no le
cabía la menor duda de que llegaría a una plena identificación con la hija, a
la que educaría poco a poco. No le costó trabajo hacerse con el animalico,con
el que convivió durante los días que le costó preparar la suficiente madera
para ir a la ciudad, a contratar un transportista.
Se llevó su zorrita ,como aquel que va acompañado por su
perro, entró en bares y paseó por las calles, volvió otra vez al bosque y
aunque venían las congéneres de su amiga a visitarla, no lo abandonaba.Se fueron
repitiendo los viajes a la ciudad y los retornos al bosque, hasta que un día se
oyeron los “esberrequidos” de un raboso durante toda la noche y la raboseta ,
se ponía nerviosa.
Al amanecer el leñador, le dijo: ¡vamos a la capital!, al
tiempo que abría la puerta del coche, invitándola a subir y ante la sorpresa
del amo, la hasta entonces su compañera,exclamó ante su enorme sorpresa: ¡yo
quiero ser una zorra! Y dando un salto enorme, se lanzó ladera arriba, allá por
donde se oían los gritos del zorro.
Las zorras de cuatro patas, siempre han sido muy
inteligentes. Basta leer a aquella que le dijo al busto: “tu cabeza es hermosa,
pero sin seso”.
Visto esto, me extraña que las de dos patas (con perdón) y
con sexo desequilibrado,exclamen como la zorrita del cuento: yo quiero ser una
zorra.Y es que todos huelen a lo que son.
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