Río Guatizalema
En el ecosistema
establecido en el remanso del río, se ve bailar un baile aéreo a las libélulas,
sortean veloces los carrizos, las aneas, las espadañas, las cañas y las ramas
de los sauces, que se descuelgan lloronas hasta la superficie del río, uniendo
a las aguas, sus lágrimas.
El sol, que, al
mediodía en el verano, paraliza la vida, anima sin embargo el vuelo de las libélulas,
sus alas emiten un sonido susurrante, como invitando al niño a sumergirse en el
agua de la balsa. Lo invita tentador el caballito del diablo, para que luego lo
aprisione el lodo, como tantas veces ha ocurrido en las albercas de Cortés y de
Loreto.
El verano ha
tornado en dorado el verde de los trigos, la tierra pardea más que nunca,
reverberan los rayos del sol sobre el asfalto, haciendo ver al conductor el
espejismo de charcos que no existen.
El hortelano se
refugia en la arboleda de la balsa y al oírlo saltan las ranas desde la orilla
a su cuenca, se refugia una polla de agua entre las ramas secas, zumban los
mosquitos trompeteros, una culebra nadadora apresa a una de las ranas que han saltado,
las tencas que en lodo se acomodan, parecen esperar que baje el sol para
ponerse en movimiento, la oropéndola o "peduco" sestea entre las
hojas y una urraca sofocada en lo alto de una copa, abre su pico como
resollando.
Estamos ante un
oasis verde, enclavado en el secano y verdes son las hojas del lamo y del sauce,
verde el cutis de la rana, verdes algunas plumas de los p jaros cantores,
verde aparece la cara de las aguas que está pintada por las "lentejas"
acu ticas y la "baba de rana”. La libélula verde es la reina de la balsa,
mas también existen las azules y marrones; todas ellas avanzan, retroceden con
sus alas transparentes que no se cierran nunca, ni siquiera de posarse sobre cañas,
carrizos, aneas, juncos y espadañas.
Al ser las libélulas, caballitos diabólicos, se posan tentadoras sobre los hongos que nacen en los tocones podridos de algún árbol, hacen salir los gnomos que se montan sobre ellas y cabalgan de remanso en balsa, de pantano en pantano, de río en lago y hasta, dicen, que suben al ibón donde la mora, en San Juan de Plan, santuario del agua, aragonés desde la Prehistoria.
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