lunes, 24 de noviembre de 2025

El engañapastores.


Un texto medieval de cuyo contenido no me acuerdo, acaba de esta forma:”ésto lo dijo uno que es de Alcalá”. Poco explícito se muestra el autor, que no revela su nombre, pero el que me lo contó, además de ser de Alcalá, me dijo que se llamaba Luis Aso y yo añado que no sólo es de Alcalá, sino que es de Alcalá del Obispo. Mi amigo, allá por la primavera del año mil novecientos ochenta y uno y sería por el mes de Abril, cuando se siembra el girasol, al enganchar el arado, escuchó un pío-pío. No hizo al principio mucho caso, pero como continuaran los “piulidos”, empezó a sentirse intrigado porque por más que miraba, menos veía. Llegó a pensar en brujas, hasta que al fin descubrió que en un agujero del tractor y debajo del asiento, había cinco crías de pájaro acomodadas en su nido y se sintió feliz. Subió al tractor y se dio cuenta como una pareja de engañapastores le seguía, unas veces volando y otras se posaba en la reja de arriba del arado reversible, otras en el faro trasero que sirve para iluminar el surco y a veces en la barra de la trailla. Cuando arrastrando el remolque con su tractor iba a Loscertales, donde también cultivaba la tierra, los pájaros se posaban en los laterales. Dicen que los engañapastores hacen eso, engañar a los pastores, pero al moderno tractorista no lo engañaban porque se habían hecho amigos y compañeros. A José Luis le gusta llevar limpio el tractor y pasaba por descuidado al no lavarlo. ¡Cómo lo iba a hacer si los  pajaricos  hubieran muerto al ser regados con la manguera!. Al gaucho lo llamaban “abandonao” porque no engrasaba los ejes de su carro, cuyo sonido le gustaba escuchar. A José Luis el engañapastores le seguía, unas veces volando y otras se posaba en la reja de arriba del arado reversible, otras en el faro trasero que sirve para iluminar el surco y a veces en la barra de la trailla. Cuando arrastrando el remolque con su tractor, iba a Loscertales, donde también cultivaba tierra, los pájaros se posaban en los laterales del remolque. Hay testigos de este caso, entre los que se encuentra Serafín el herrero de Pueyo de Fañanás, al que José Luis le llevaba los aperos a reparar. Seráficamente, cual nuevo San Francisco de Asís, observaba como la pareja subía al árbol vecino, un peral que sigue ahí y daba de comer a las crías: dentro de la dureza de su oficio, procuraba no asustar a las avecillas. Todo el mundo no conocía el pequeño acontecimiento, porque si se divulgaba, los curiosos tal vez lo hubieran interrumpido. Llegó la primavera del año mil novecientos ochenta y dos, que como todas las primaveras la sangre altera, incluyendo la de los engañapastores, que revoloteaban alrededor del tractor y acarreaban pajitas y hierbas al nuevo nido. Amado Baus, vecino de José Luis, estaba esperándolo sentado en una pared y vio como el engañapastor, sobre un montón de arena, que allí estaba, engañaba a la engañapastora. Yo me imagino una danza de plumas en el aire, de volteretas graciosas y enamoradas, de reverencias elegantes del engañador a la engañada y de elegantes saludos a la amada y por fin el tremolar de plumas en éxtasis de amor. A los pocos días la pajarica empezó a poner huevos en el nido del tractor hasta el número de cinco. Cuando José Luis, por la mañana iba a ocupar el tractor para ir a labrar, se agachaba y miraba a la pájara y ésta se lo miraba a él, sin asustarse. Había surgido la amistad. Alguna vez al cerrar con fuerza la puerta de la cabina, salía la madre, pero volvía a incubar los huevos. Labraba los campos y se sentía acompañado por la pareja que revoloteaba a su alrededor. Salieron del huevo los pajaricos un domingo y otro domingo, a los quince días justos de su nacimiento, se lanzaron a volar. José Luis los observaba como algo suyo y veía como los padres buscaban alimento en los surcos y  se lo llevaban a sus hijos. Al principio hacían pocos viajes en busca de cebo, pero los tres últimos días casi no daban abasto. A pesar del traqueteo del tractor las crías vivían felices en el nido; solamente cuando labraba por las laderas empinadas, se asomaban como presintiendo un peligro. Al llegar el año mil novecientos ochenta y tres a la siembra del girasol, el tractorista otra vez observó las evoluciones de los engañapastores, que volvieron a fabricar su nido y a poner huevos, pero un día se dio cuenta desconsolado que no había nada dentro de él. ¿Quién tuvo la culpa del desastre?. ¿Algún vecino que metió las manos donde no debía o fue un pobre gato de su propia casa?. Nunca más se supo de los engañapastores. Hay quien dice que las aves también evolucionan hacia nuevas formas de vida, pero nosotros, ¿las dejamos seguir esa marcha evolutiva?.

domingo, 23 de noviembre de 2025

Sonaban las campanas de San Pedro el Viejo.-




La víspera de San José, a las siete y media de la tarde, me encaminé a escuchar las Completas gregorianas, que desde hace siglos, los carpinteros le han dedicado, para que les ayudara en su vida de trabajo. Entonces, cuando yo era un niño, salían los sacerdotes de la Parroquia, revertidos con una vestimenta, sobre sus hombros a modo de una joroba, que el Papa había impuesto a los eclesiásticos de Aragón, por haber sido fieles al  Papa Benedicto XIII; se sentaban en las sillas trabajadas artísticamente, y reunidas detrás de la reja posterior de San Pedro, donde suena el órgano y con música gregoriana ensalzaban al Señor. Cantaban: Deus in adjutorium meum intende, y otros contestaban: Domine, ad adjuvandum me, festina. Con estos cantos rezaban para que el Señor acudiese en su ayuda y  que lo hiciese rápidamente.

José Antonio Llanas, vivía en una casa, vecina a los Clautros de San Pedro y desde niño, oyendo el canto gregoriano,  se enamoró de él y toda su vida acudió, no sólo a las Completas, sino también a los Laudes y Vísperas. Se sentaba con los sacerdotes que muy amables lo recibían y con ellos, cantaba. Su hijo José Antonio, ha heredado el amor a estos cantos y viviendo en Madrid, acude cada año a participar con el párroco y dos sacerdotes más a cantar las Completas. Los   carpinteros, ya casi todos muy ancianos acuden y gozan con esas músicas, que conmueven los espíritus. Después, en el Claustro románico de San Pedro, toman un trago de vino acompañado por stortas. Ellos siguiendo el ejemplo de las oraciones, con las que piden ayuda, se dedicaban a repartirla entre los carpinteros enfermos, lesionados y en ayudar a las viudas. Yo acudí a ver y a escuchar a mi sobrino José Antonio cantando las Completas y  al pasar por la Plaza del antiguo Mercado, se oyó sonar el dulce dim-dom, dim- dom de las claras campanas de la torre de la iglesia de San Pedro. No pude menos que acordarme de aquellos pasados tiempos en que la alegría era general, pero al escuchar aquel sonar de las campanas, que eran capaces de hacer vibrar  el cielo del barrio,  yo  al menos, participé de su sonoro encanto. La Cofradía de San José y Santa Ana, erigida canónicamente en la Iglesia Parroquial de San Pedro el Viejo de Huesca, manda a todos sus socios el programa de Solemnes Cultos Religiosos y este año el Reverendo Don Manuel Barrio, se la ha mandado a trescientos veinte cofrades. Allí en la Parroquia encontré a muchos amigos, como a don Luis Gracia Del Arco, de noventa años de edad, que fue carpintero de la Diputación Provincial y que tiene el número dos de la lista de los Cofrades. Al saludarlo me acordé de la mesa que me preparó hace ya muchos años, para escribir y dibujar. Entró en la Cofradía el año de mil novecientos cuarenta y cuatro. Me contó que cuando en sus años mozos, ingresaba en la Cofradía,  el Decano de la misma,  le dijo, entregándole un madero: toma esta madera, quítale todo la que le sobre y de lo que quede, saldrá un San José. Pero el cofrade que me ha hecho acudir a las Completas, ha sido José  Antonio Llanas, que tiene el número siete, ingresado el año mil novecientos cincuenta, impulsado por su padre, mi primo José Antonio Llanas Almudévar, farmacéutico, que vivía en una casa al lado de la parroquia.  La verdad es que en aquellos claustros me sentía acompañado de todos los oscenses actuales y los del  pasado, pues en dos capiteles está inscrito el nombre de un Almudévar, que trabajó en obras artísticas de la iglesia y de su esposa,  allí enterrados. Yo creo que mi primo el sacerdote de San Pedro Jesús Vallés Almudévar, desde allá arriba contemplaría satisfecho la alegría de mi primo José Antonio Llanas.   

sábado, 22 de noviembre de 2025

Las Campanas




He pasado por Salinas de Jaca, por  Hostal de Ipiés, por Orna, por Centenero, por Ena,  y por Botaya y en alguno de esos lugares pude escuchar voces humanas, pero en otros ni se oían ni se veían seres humanos. Se van despoblando, poco a poco, los pueblos, como ya hace años se quedó sin habitantes el antiguo pueblo de Salinas de Jaca, para ser sustituído por otro más nuevo, al lado de la carretera.
En el antiguo estaba de campanero Mariano Bastarós, que hasta sus ochenta años hizo sonar las campanas, pero no se murió hasta los ochenta y seis. Las hacía sonar no muy deprisa, pero con un hermoso sonido, bandeando dos campanas simultáneamente.
Llegó más tarde, allá por los años cuarenta y cuatro, un cura del pueblo de Ena, que además de sacerdote era labrador, herrero, colmenero y carpintero. Se llevó el reloj de la torre, para arreglarlo, como él mismo afirmó, pero no pudo hacerlo porque le faltaba el repetidor, que quiso reconstruir, pero no pudo. Estaba dicho reloj en la torre de la iglesia y hacía sonar las campanas del campanario cuando daban las horas. En el pequeño pueblo de Lallana, muy cerca de Sádaba, pudo arreglarles un reloj; no le pasó como con el de Salinas de Jaca.
En el pueblo de Ena colocó un cable, que hacía sonar las campanas desde el altar.
Al quedarse viudo, se hizo sacerdote y se instaló de cura en Ena, cerca del pueblo de Orna, que también está próximo a Hostal de Ipiés, donde al fin se construyó una casa, en la vivió hasta su muerte. Se llamaba el cura, labrador, herrero, campanero,  relojero y colmenero, Don Andrés Gavín. Todavía se acuerdan de él en los pueblos de Botaya, Orna, Hostal de Ipiés, Ena, Centenero y Bernués. Desde luego que son pocos los que lo rememoran porque, son pocos los que todavía viven en aquellos lugares. ¡Cómo se acuerda de él, el señor Sebastián Grasa, que en Octubre va a cumplir los cien años de edad¡.  ¡Cuantas generaciones han vivido en los citados pueblos, para que ahora queden tan pocos habitantes, que no repican como entonces las campanas, pero que en las fiestas acuden desde Barcelona o desde Zaragoza, para lanzarlas al aire, para que suelten bellos sonidos, que les recuerden su niñez y a las viejas generaciones! 
Tenía un buen carácter y le gustaba comunicarse con todo el mundo y sobre todo tenía en cuenta aquella frase evangélica que dice:”dejad que los niños se acerquen a mí”. Esa falta de orgullo, lo llevaba a conversar con cualquiera. Tenía siete toneles de vino y cuando llegaba alguno, tenía que probarlo de todas las añadas, incluso aquellos vinos, que ya eran como el coñac. Les decía: no tengáis  miedo, que si os caéis, os cogeré yo.
En esos pueblos y en todos los de la provincia, sonaban las campanas cuando llamaban a los fieles a misa y al rosario o cuando se celebraban vísperas en algún pueblo, dedicadas a su  santo patrón; para la Pascua de Resurrección, cuando quitaban los velos que tapaban los retablos, tocaban fuerte las campanas. Con un repique muy especial, sonaban los toques de difuntos, que eran muy tristes. Estaban los vecinos en los caminos y en los huertos y algunos cuando escuchaban las campanas, se emocionaban y alguno incluso lloraba. En ocasiones, cuando el difunto era algún niño o niña, tocaban a “mortichuelo” y lo hacían con cimbalicos o con otras campanas pequeñas. Acompañaba el sonido de las campanas a las procesiones y casi nunca faltaban los curas a decir misa en los pueblos más pequeños. Los mozos daban la paliza a las campanas haciéndolas sonar con motivo de las fiestas y no paraban de bandearlas o voltearlas durante mucho tiempo, pero no sólo eran los mozos los que las hacían repicar, sino que las mozas en día de Santa Águeda, eran las que subían al campanario y con un gran esfuerzo las repicaban e incluso les daban vueltas, bandeándolas. El Día de las Almas, que se celebra el día dos de Noviembre, cada dos horas tocaban las campanas.
Había campaneros en los pueblos y en las ciudades y a veces hacían sonar esas campanas con cuerdas o con cables, pero en las  grandes ocasiones acudían los mozos a anunciar a todo el mundo que era fiesta. Cuando había incendios, sonaban las campanas con mucha fuerza y “aprisa, aprisa”, haciendo que todas las campanas fueran repicadas. Cuando venía una tronada, en los pueblos donde no había “esconjuradero”, algún valiente que vencía el miedo que le producían los rayos, se subía al campanario para que al escuchar el repique de las campanas, el Señor evitase que las nubes lanzaran sus terribles rayos.
En Biel estaba la campana de los perdidos  e iba el sacristán y cuando se hacía de noche, tocaba, para que nadie se perdiera, lentamente: ¡plon, plon, plon!.
Antes, como hemos visto, con las campanas se comunicaba la gente, pero ahora, cuando pasas por uno de esos pueblos, no escuchas a nadie, pero dichas campanas también están calladas y no comunican la alegría de Pascua o de las bodas, ni las tristezas de los entierros, ni llaman a los hombres para apagar el fuego.
Las campanas unían al hombre con Dios, elevando los espíritus y convocándolos a todos y una prueba de esta afirmación, la tenemos en el pueblo de Siétamo, donde Antonio Larraz Barraca, nacido en 1892, cantaba “Las campanas de mi pueblo-si que me quieren de veras-cantaron cuando nací-y llorarán cuando muera”.
Y es que ese tocar y sonar, doblar, voltear y repicar y en aragonés “batear”, iba formando el corazón de aquellas gentes, recordándoles las ilusiones, su vida religiosa  y los juegos, fuegos y trabajos y les llevaba a la conclusión de no eran la tierra, el silencio y la muerte la vocación del hombre, sino “el Ser, la Palabra y la Vida eterna”, porque veían la luz en las montañas y en la nieve, que con el brillo que le proporcionaba el sol, les hacía más fácil descubrir, más allá, el brillo de la eternidad.
El hombre vivía feliz comunicándose por medio de las campanas y cultivaba la cultura con el espíritu y la naturaleza con su cultivo y con el culto adoraba a Dios, facilitándole el sonido de dichas campanas la convivencia del culto, el cultivo y la cultura.
Estaba el ambiente de los pueblos y de las ciudades lleno de campaneros, de los que algunos eran simplemente artistas. Yo me acuerdo del campanero Hipólito Rivarés, que actuaba habitualmente en la Catedral y conocí y hablé con Pascual Calvete, que “bateaba” las campanas en la iglesia de Santo Domingo y ejecutaba actuaciones de campanero en otras iglesias, porque ya era él, casi el único que conocía el arte o el oficio. Tanto es así que escribió en los últimos años de su vida un libro sobre las campanas.
Todas las campanas, como si de personas se tratase tenían su nombre, como la Santa María, la Migueleta que estaba y supongo que allí seguirá sonando en San Miguel,  Santa Paciencia en la Iglesia de San Lorenzo que tuve la suerte, el día del patrón de Huesca, de verla en el suelo, cuando la iban a subir al campanario el año 2003. La campana Santa Bárbara, que no recuerdo si era de Siétamo o de Arbaniés, llevaba escritas estas palabras: “Santa Bárbara me llaman- más de cien arrobas sumo-si no lo quieres creer-me levantarás a pulso”.
Hemos visto como estuvo basada la vida del hombre en la naturaleza y en la fe y ahora buscamos la cultura y la libertad y al mismo tiempo que descubrimos el mundo y el Cosmos, nos vamos descubriendo a nosotros mismos y a Dios.

viernes, 21 de noviembre de 2025

El viejo campesino



Me he encontrado a un viejo campesino, pues tiene ya noventa años y allí en la puerta de su casa, estaba sentado, tomando la sombra. Seguramente por la mañana tomaría el sol, porque la fachada de su casa mira al sol saliente y en cada lado de la puerta tiene colocadas dos piedras de sillería, procedentes de algún pajar quemado para la Guerra Civil. En una de esas piedras estaba sentada su esposa y en otra Antonio, tranquilamente y sin prisas Nos hemos saludado, dándonos las buenas tardes y acabada la manifestación mutua de tan buenos deseos, el anciano Antonio, me ha ofrecido un vaso de buen vino y digo bueno porque, según me ha dicho, lleva ya cuarenta años en el mismo tonel. Es que lo viejo está lleno de buenos recuerdos y los toneles de madera, saben contener el buen vino. El, naturalmente, ha sido campesino, albañil, jugador de pelota en la Plaza Mayor de Siétamo, donde, jugando contra un equipo de tres “pelotaires”, nunca le ganaron. Pero con noventa años de edad, la vida le ha dado tiempo para hacer todas las cosas, por ejemplo fue cazador, unas veces de conejos, otras de liebres, muchas de perdices y en ocasiones de jabalís o “jabalines”, como los llaman los hijos de mi tierra. Cierto día, estaba Antonio en su huerta, que fue antes del Mesón y situada a las orillas del río Guatizalema, cerca del monte de Castejón de Arbaniés. En aquella parte alta del monte de Siétamo hay poca huerta, pero Antonio la había comprado al mesonero y en ella cultivaba patatas, judías, tomates, melones, cebollas de las que me recuerda que eran muy gordas. Pero además se preocupó de plantar nogueras, avellanos, manzanos, perales e incluso cereceras o cerezos. Cuando él cultivaba su huerta, veía, con frecuencia pasar y explorar su huerta, a alguna cuadrilla de jabalís, pero Antonio los vigilaba dentro de la “espera”, que era una caseta vieja y dentro de ella, esperando, comía nueces para aliviar tan larga espera. Los jabalíes, después de dar varias vueltas por los nogales de la huerta, se marchaban, porque se daban cuenta de que por allí, estaba el amo. Un día llegó por aquella huerta mi hijo Ignacio en plan de cazador y se encontró con Antonio y su mujer Rosario, que estaba cogiendo manzanas. Le dijo Rosario : ven a cazar los jabalís porque todas las nueces y avellanas que van cayendo durante el día, ellos por la noche se las comen. Los jabalíes batían los nogales, que entonces eran pequeños, rascándose en sus troncos y además se comían las avellanas y las cerezas. Con tanta variedad de frutas y verduras, no es extraño que Antonio todavía esté vivo con noventa años y sentado en su piedra de sillería tranquilamente, todavía le quedan bastantes más años de vida.

Pero ahora en los pueblos, no sólo Antonio sino muchos campesinos han abandonado el cultivo de los huertos y sus mismos huertos, pues teniendo tantos años, no pueden trabajarlos. Sólo quedan los árboles frutales, pero se han acabado las verduras, como aquellas gruesas cebollas, que se comían guisadas unas veces y otras en ensalada con tomate, que refrescaban el cuerpo y el alma. Ahora, como estamos en crisis, han arrendado la huerta a un ciudadano, que es frutero y esperamos que tenga la misma afición que Antonio por la huerta. Pero los jabalíes no sé si dejarán sanas las verduras y frutas de su viejo huerto.

jueves, 20 de noviembre de 2025

EL MENSAJERO

 


El domingo, día catorce de diciembre de este año de dos mil tres, a las diez de la mañana, estaba yo hablando con cierta persona frente a la Guardería Infantil de Santa Ana, cuando apareció por dicho lugar, un hombre que llevaba barba y en su figura reconocí al que aquella misma tarde y en la Catedral de Huesca iba a ser consagrado como Obispo de las Diócesis de Huesca y Jaca. Le saludamos y nos dijo que iba al convento de San Miguel y al decirle que yo me dirigía al mismo lugar, no encontró ninguna dificultad en que le acompañara. En tan breve camino le mostré un Cristo y me dijo: esa imagen es aquella a la que San Francisco tanto amaba; efectivamente mirándome a la figura pude leer: Cristo de San Francisco de Asís. Me di cuenta enseguida de que había encontrado a un fraile franciscano, porque no vestía como tal, sin embargo, conservaba la barba tan típica de algunos miembros de la Orden de San Francisco y ¡extraña coincidencia! Conservaba su amor a aquel Cristo franciscano. Llegamos al convento de las Miguelas y entregué la imagen a las monjas, mientras aquel al que le faltaban pocas horas para convertirse en Obispo de Huesca y de Jaca según me dijeron, entró en la antigua y bella iglesia a meditar las palabras que habría de dirigir a los oscenses, más tarde en la Catedral y yo creo que a pedirle al Señor por sí mismo como Mensajero y por los fieles, para que recibieran el mensaje evangélico.

Va a predicar el fraile franciscano a los oscenses, como su padre San Francisco, en cierta ocasión le dijo a su compañero: “Espérame en el camino, porque voy a predicar a las avecillas. Inmediatamente las que estaban en el ramaje vinieron hacia él rodeándole permanecieron quietecillas mientras San Francisco les predicaba: … vosotras no sembráis ni segáis y Dios os alimenta dándoos ríos y fuentes para vuestra bebida, montes y valles para vuestro refugio y árboles elevados para hacer vuestros nidos”.

Después de su predicación mandó volar a los pájaros por los cuatro extremos de la Cruz, yendo unas hacía el Norte, otras al Sur, otras al Oriente y las restantes al Occidente; en una palabra, que “la predicación de la Cruz de Cristo, renovada por San Francisco, la extendería él y sus frailes por todo el Mundo”. Sólo basta recordar como esos frailes fueron por las selvas de América del Sur y no encontrando a nadie, hacían sonar sus instrumentos musicales y salían los indios y se acercaban a ellos.

Los franciscanos no son nuevos en Huesca, pues la Diputación Provincial, en sus tiempos fue convento de los mismos, como escribí ya hace años, lo siguiente: “Ha desaparecido la Diputación y con ella el bar Flor y debajo, en sus tumbas tumbados he conocido a dos frailes franciscanos. No llevaban cogulla ni rosarios, tampoco se notaban los vestigios de su modesto hábito religioso. Los contemplé desnudos frente al cielo, desnudos no sólo de sus ojos y sus carnes, sino también de toda vanidad y de ambiciones”.

El Señor Obispo no tiene ambiciones, pues dijo en su homilía en la Catedral: “Yo no soy el mensaje, soy solamente el mensajero”.

miércoles, 19 de noviembre de 2025

Belarra, Belarre en Huesca y San Juan Belarres, en Navarra


Belarra (Huesca)


Mi amigo Belarre de Huesca, está ya jubilado, pero le queda alguna pequeña molestia, que él combate paseando por las mañanas hasta las orillas del río Flumen. Parece que este Belarre tiene influencias hereditarias de la Sierra de Belarra y del pueblo que a orillas de un barranco a 880 metros de altura, en una vaguada, se alza Belarra. La Sierra lanza las aguas llovedizas y la nieve que se va diluyendo, baja  al río Guarga, y en Belarra van al barranco, a buscar alguna planta medicinal, como mi amigo,  en Huesca, acude al río Flumen. Parece que los hombres actuales no nos preocupamos de nuestro pasado, pero sin embargo en los pequeños pueblos se acuerdan de su sencilla y sufrida historia, nos recuerdan en cortos refranes, pasajes de su vida del pasado, diciendo: “Macho royo y coda larga_ no preguntes, es Belarra”. ¡Cómo ese macho de “coda” larga, bajaba al Sur de Guara, a llevar patatas y a buscar vino y aceite!  Casi todos los pueblos de la Guarguera van desapareciendo, aunque consuela ver como Sabiñánigo, va devolviendo vida a la zona que se extiende al Norte de la Sierra de Guara. Sabiñánigo, entre otras cosas con su hermoso Museo, trabaja el pasado del Norte de Guara y mira por el porvenir industrial, como acabo de decir, con  el  que pueda  devolver una nueva vida a la enorme superficie de su Ayuntamiento. Son muchos los individuos que en tierras de lengua española, tienen como apellido Belarre, y la palabra Belarra, en el Diccionario de Echevarría, quiere decir yerba. Esta palabra equivale también a planta y belarrak es el plural de yerbas o plantas. En la Gran Enciclopedia Navarra, página 1 y 2, pone: “Los San Juan Belarrak o “San Juanbelarres, eran llevados en manojos a las iglesias para ser bendecidos por los sacerdotes. En otras partes consideraban innecesaria la bendición porque, la  yerba ”recogida antes de salir el sol,  ya basta”. La recogida de flores y de sus plantas la madrugada del día de San Juan, aprovechaba “plantas de helecho, nogal, fresno, espino, sauco, malva, hisopo, manzanilla, maragaritones, limonia o “civerbena”, planta que preservaba picaduras de culebra y otros bichos”.  Estas destacan algunas por su belleza, otras por su valor alimenticio, para las personas o los animales. En otros casos destacan por alcanzar la belleza en los hombres y sobre todo en las mujeres, pero se ha convertido en una ciencia el conocimiento del valor curativo o el tóxico de las plantas. Bellarrak es el plural de Belarra, pueblo que se encuentra en la Guarguera de Huesca y es una palabra vasca, como tantas otras en Aragón, (como ésta mismo) que traducida al castellano, significa un territorio superpoblado de Plantas. Cuando llegaba el 24 de Junio a Belarra, antes de salir el sol, los “belaitarras” o vecinos de Belarra, en aquella Sierra, que con la de Bonés, se elevan una a cada lado del Alto de Monrepós, separan a la Sierra de Guara, con sus 2017 de altura, del Norte Pirenaico. Aquella madrugada, igual que en la cercana Navarra, por aquellos lugares de la Sierra de Guara, desde Mesón Nuevo, en Arguis y por las Sierras de Bonés y de Belarra, por Ibirque, Lusera, San Urbez, Nocito y Belsué, sus entonces todavía existentes vecinos, celebraban la Sanjuanada. Recogían por los montes plantas, flores y yerbas o plantas medicinales. Ayer, 16 de Noviembre de 2012, me encontré en las  calles de Huesca a Urbez Nasarre, que perteneció a la familia que vivió en San Urbez, para venerar a dicho Santo y le pregunté si en Belarra, proliferaban plantas medicinales. Aquella pregunta, le recordó su vida en aquel Circo de Guara y me contestó con rapidez que sí, citándome en primer lugar a la planta, que él conocía con el nombre de  Visco, como la llamaban los habitantes vecinos de San Urbez. Al tratar de identificar al Visco, encontré que el muérdago tenía como nombre científico el de Viscum Album o Visco Blanco. Siempre me ha llamado la atención esta planta  parásita, con tallo verde y  con unos frutos redondeados blancos, que se hacen transparentes cuando maduran; con propiedades cardiotónicas e hipotensoras. Es una planta que vive en la parte alta de los pinos y el pueblo la ama, no sólo como medicinal,  sino también como ornamental. En toda Europa cuelgan esta planta por las Navidades en puertas y ventanas. En invierno, cuando escaseaban los pastos, las cabras que tanta vida dieron a la Guarguera, los comían con avidez. Yo recuerdo cuan se preparaba liga o  besque con el líquido pegajoso de las bayas. A San Urbez de Nocito, después de una larga vida por los Pirineos hasta el pueblo de Ola, a donde bajó por el río Guatizalema, en la Guerra Civil, abrasaron su cuerpo, pero a mí me gustaría colgar en su santuario algunas ramas de muérdago, ahora que se van a celebrar las Navidades. En Belarra guardaban en las falsas de sus casas, ramos de yerbas para protegerse contra las brujas o las tronadas. En el tizón navideño las quemaban para repartir un humo bueno para conservar la salud del ganado. Me acuerdo desde ya hace muchos años, porque todavía no había explotado la Guerra Civil en Siétamo, a mi tía Luisa, que en el gallinero de mi casa, colocaba ramos de hierbas, con las que combatía los “pedilluelos”, que atacaban a las gallinas. Mi lejanísimo pariente Alfonso Buil Aniés, nacido en el Castillo de San Román de Morrano, donde fue Señor un Almudévar de Sieso, tiene ya más de noventa años y conoce toda la Provincia de Huesca. Me contó como estuvo en Belarra, para comprar el pueblo, que entonces con muchos otros, desaparecían de la  Guarguera, como expulsados de nuestras tierras de Aragón y que han dejado casi desierto el Circo de Guara o la Guarguera o ribera del río Guarga. Al fin no se realizó la compra venta, entre otras cosas porque el Patrimonio Forestal pagaba   novecientas pesetas por hectárea de tierra y no pagaba nada por los edificios. Así desaparecieron los pueblos, según  me dijo Alfonso Buil, llamados  Aineto, Secorún, Letosa y varios más. Alfonso Buil conocía a los vecinos de Belarra y como Guarda Forestal conocía la botánica de Belarra y sabía que por allí se criaban muchas yerbas o plantas medicinales,  quiso bajarle a Huesca a un amigo, enfermo del riñón, un remedio para curar su mal. Alfonso conoce muchas plantas medicinales y allí encontró el Llanten, eficaz para los males del riñón y de la orina. Recogió por el monte la yerba Gayuba o Uva de Oso, cuyas hojas las preparaban simultáneamente con la planta Alborcera o Madroño. En el escudo de Madrid  aparece otro oso, que se come los  frutos del Madroño. Alfonso entusiasmado con el hallazgo, llenó un saco de esas plantas medicinales. Cuando llegó a Huesca,  trató a un amigo que padecía de los riñones y no se quería operar. Pero con aquel tratamiento,  murió de viejo. Pero no se contentó sólo con estas hierbas, sino que cogió Efedra, de la que obtienen efedrina, que usan para fabricar pastillas. En las ramas de los pinos, además del Visco o Muérdago, se criaban otras plantas parásitas y cerca de ellas,  brotaban Zarzales, que también tenían propiedades curativas. Al obligar a la gente a sacar las cabras, se llenaron las plantas de parásitos y tuvieron que abandonar, entre otros muchos el pueblo de antiguo nombre vasco, que también tiene el  nombre de una antiquísima Farmacia Natural, a saber: Belarra. ¡Amigo  Belarre, con estos antecedentes medicinales, de los que es poseedor tu apellido, anímate a tomar alguna yerba natural que sea curativa, para que nos podamos ver y conversar con frecuencia!.

martes, 18 de noviembre de 2025

Los Viatores siguen viandando por Huesca



Hace ya muchos siglos, que en el período bíblico, en el prólogo de los Proverbios, se ofrecía y se sigue ofreciendo la invitación a los jóvenes para que abandonen la sociedad del malvado y escuchen el llamamiento de la Sabiduría ya que en dicho prólogo está escrito: "El temor de Yahveh es el principio de la sabiduría; los necios desprecian la sabiduría y la enseñanza"(1-7). El Padre Querbes, hizo suyos estos principios y leyendo los Proverbios se fijó, sobre todo en aquel pasaje, que dice: "Por eso has de andar por el camino de los buenos y las sendas de los justos guardarlas"(2-2) y por ello, pensando en los viandantes, fundó la Congregación de los Clérigos de San Viator, que la ciudad de Huesca ha convertido en viatores. Por eso el Padre Querbes invocó a San Viator como su protector y su ejemplo. Estaba el mundo lleno de caminos, a los que los romanos pusieron por nombre vías, como la llamada Vía Apia en la misma Roma y por ellas caminaban los viandantes, en castellano o viatores en latín y en castellano. Pero los citados romanos ,extendieron dichas vías o caminos por todo el Imperio, como puede verse, por ejemplo, en la carretera que de Lérida va a Huesca, pues pasando por mi pueblo natal, Siétamo, comprueba uno la existencia de los miliares, medidas como los actuales kilómetros, pero de unos diecisiete mil metros, no de diez mil, como los de ahora. Se colocaban señales, unas más lujosas de piedra esculpida, como todavía puede verse en la Vía Apia y otras, más sencillas en las que se esculpía sólo el número romano, como hoy se colocan las señales kilométricas. Después del miliar séptimo, que es Siétamo y siguiendo hacia Huesca, nos encontramos con el sexto, cerca de la carretera, al lado del cual se encuentra uno con una tumba de piedra romana y en otros tiempos, con abundantes restos imperiales. Antes de llegar al Estrecho Quinto, estaba situado un miliar auténtico, como vió el profesor del actual Colegio de San Viator, Don Adolfo Castán, extendido en nuestra geografía,en el que estaba esculpido el número romano equivalente a nuestro cinco, es decir una V mayúscula, dejando en el suelo dicho profesor un trozo de mosáico de teselas. Más adelante, en Tierz, se hallaba el miliar tercero. Esta Vía debía ser la de Osca-Tarraco, o más bien la de Huesca a Alquézar, pues desde Sietamo a Fañanás,por la que pasa para Tarragona, hay unos seis kilómetros. De Huesca a Zaragoza todavía quedaba la Vía Lata o ancha, a la que siguen llamando Violada.­ ¡Cuántos viatores o viandantes caminaron por ella!. En el año 1926, los viatores franceses tuvieron dificultades derivadas de la situación política (Promulgaci¢n de la ley de Combes) y en lugar de renunciar a su fe, se acordaron del Señor, cuando dice:"Yo soy el camino (vía), la verdad y la vida. Quien cree en mí, no morirá para siempre" e, inspirados por su vocación itinerante y la normativa de su fundador, cuando dice :"Sínite parvulos venire ad me", quisieron caminar, itinerar o viandar caminos que les aproximasen a los niños y quizá, recordando la Vía celestial de estrellas llamada Láctea, que indica el Camino que va a Santiago de Compostela, pensaron que para encontrarlo no tenían que hacer mas que seguir las vías romanas que atravesaban los Montes Pirineos. Eso hicieron y llegaron a Huesca, cerca de Francia y con una vía ferroviaria propia, que pasaba por Canfranc y que nos unía a los dos paises. Desde Rodez, vino a Huesca como director el 9 de Julio del año 1926, el hermano Victor Devals. Algunos de sus primeros alumnos fueron parientes y amigos míos, como José Antonio Llanas Almudévar y su hermano Feliciano, el primero farmacéutico, notable escritor y alcalde de la ciudad de Huesca durante algunos años, en tanto que el segundo fue‚ un hombre pacífico y de buen carácter, Don Cecilio Serena, hombre serio y justo, de virtudes antiguas y modernas,Juez jubilado y amigo íntimo de José Antonio Llanas; a éstos se unían, entre otros Vicente Domingo con su hermano Mariano, boticario el primero, que ya no podían vivir más cerca del antiguo Palacio del Duque de Villahermosa, convertido en nuevo Colegio de San Viator, porque estaban en la casa de al lado o casa de los administradores de dicho Duque y dentro de las bellas y grandes rejas, instaladas sobre una base de piedra y ladrillos de cara vista en sus paredes en la calle, que sube desde los Porches hasta la plaza del Mercado. Un muchacho muy simpático fué‚ José Tesa Ayala, pelirrojo, que era como su hermano Luis Tesa aficionado a la literatura, siendo este último buen escritor y el primero, en aquellos tiempos, según recuerda Don Cecilio Serena intervenía en un entremés cómico, donde salía cargado de libros, quejándose de su peso y lamentándolo, como ahora lo lamentan los actuales alumnos, que han tenido el recurso de comprar esos pequeños y cómodos carros, con los que llenos de cuadernos y de libros van cómodamente al colegio. Pero José Tesa, tan joven y tan buen actor murió al poco tiempo. Recuerda otros compañeros Don Cecilio y me dice que Vicente Domingo tiene unas fotos de aquellos alumnos con su correspondiente identificación, fotografía que alguno tendrá que obtener, porque cada vez van quedando menos recuerdos de los alumnos que acudían al Colegio. Todavía recuerdo a Jaime Gaspar Auría, que fué‚ con la vuelta de la Democracia, Senador en las Cortes Constituyentes, el de Eduardito Ponce,como nombra Cecilio al que fué‚ Coronel de Artillería. Recuerda también a Ena, del que no sabe en estos momentos el nombre, que era hijo de un periodista. Dice que un hermano francés, no sé si Clemente Leygues, les enseñó a leer, durante el Curso de 1926-27,en la clase más grande del Colegio, subiendo por la noble escalera de la derecha, que deja al que por ella sube, en la única puerta que allí estaba y todavía está en el 75 aniversario de la fundación del Colegio y que no sabemos cuánto  más  ha de durar. En esa clase no sólo estudiaron, se  divirtieron  y sufrieron en los años 26-27, sino que yo mismo, más joven que los citados, me acuerdo de Don Raimundo que nos convocó a muchos alumnos y nos echó una bronca terrible, que nos lo hizo pasar mal, no como en las películas mudas, que nos proyectaban de "Los conquistadores del Oeste", en las que se disparaban cantidades inmensas de tiros y los hombres volaban por el aire con los sombreros perdidos y los caballos corrían más que ahora las motos. ­Cuantas veces, por veinte céntimos,  he visto películas en el citado local!, unas veces era la película hablada y otras era muda, pero me acuerdo de ver películas de tal condición, en las que el hermano Félix, tocaba el piano, convirtiendo en un enorme placer la contemplación de la película tan bien sonorizada. Mi compañero, entonces, Antonio Saura, debió sentir en esos momentos su vocación cinematográfica. Razón tenía Don Raimundo para echarnos la bronca, pues otro compañero y yo mismo, traíamos al colegio manzanilla, con la que, después de las clases de la tarde nos íbamos a fumar por la calle Artiga. Los Proverbios ya aconsejan separar al joven de la sociedad del malvado, pero llegamos nosotros y fumábamos manzanilla, como ahora fuman algunos drogas duras.Pasa el tiempo y los jóvenes siguen teniendo problemas. De mi misma promoción fué‚ Sebastián Martín Retortillo, que fue subsecretario del Ministerio de Educación y Ciencia, cuando se celebraron las bodas de oro en 1977 y más tarde, cuando llegó la Democracia, formamos parte del mismo partido político, viandando juntos por algunos pueblos. Cuando, éramos niños, yo vivía en el Coso Alto y, él en la Plaza de Zaragoza y cierto día, me hizo que lo acompañara a su casa, al salir del Colegio, pero al tratar de volver yo a mi casa por el Parque, no encontraba el camino, andando mucho tiempo perdido entre los árboles. Mal viator podía ser yo. Recuerdo, en este año en que ha muerto don Federico Balaguer, como este mismo gran hombre e historiador de Aragón, en una pequeña clase a la que se accedía por la escalera de la izquierda, me hizo el examen de ingreso en el bachillerato. La vida de los viatores era dificultosa, pues uno de ellos estaba haciendo el Servicio Militar y los demás tenían dificultades con el Bachillerato, pues los bachilleres tenían que ir al Instituto por las mañanas. En el año 1931 muere el hermano Juan Corcuera y el 24 de diciembre de 1931, el director del Instituto mandó una carta prohibiendo terminantemente la Segunda Enseñanza en el Colegio. El 28 de diciembre de 1932, cesó en San Viator la Segunda Enseñanza, pero quedaron 21 alumnos internos, que tenían su alojamiento en aquellas, ahora viejas, pero entonces románticas y aragonesas ventanas del último piso del Palacio de los Duques de Villahermosa. El año 1933, el periódico "La Tierra", del que mi padre era copropietario, homenajeó a los viatores,  a los que el 3O de Junio se les había clausurado el Colegio. Así como Moisés se había encargado de sacar a Israel de Egipto, el hermano (del que tengo un piadoso recuerdo por su humildad y su bondad) Emiliano García se encargó de resucitar el camino,la vía de sus hermanos, abriendo la Academia Oscense, en Huesca. En la parroquia de San Pedro el Viejo, celebraron una misa, tradición piadosa que seguir muchos años después, pues allí íbamos los alumnos a confesarnos, con aquel viejo parroco,natural de Bolea y con el pequeño Mosen Santamaría. ­Cuántas veces corríamos los claustros, contemplando las esculturas de sus arcos y las tumbas de los reyes de Aragón, Don Alfonso el Batallador, Rey de Navarra y de Aragón y de su hermano, Don Ramiro I el Rey Monje. Ya los tiros de las películas del oeste, a las que antes he aludido, parecían ser un anuncio de los tiros reales que causarían la catástrofe de la Guerra del año 1936. El 12 de Junio de 1937 "una bomba del 15 y medio cae en el dormitorio y otra del 7 y medio atraviesa el primer piso deteniéndose en el colchón de un zapador. El 2O de junio, un capitán de zapadores conduce a los tres religiosos hasta Ayerbe y de allí pasan en tren a Vitoria". ¡Maldita Guerra Civil, como cualquier otra guerra!. Durante los años

1937 a 1939 eran viatores 87, quedando, en 1939, 58 religiosos. Dicen que los duelos con pan son menos, pero aquellos duelos con poco pan, reforzaron la fe de los viatores, que acabada la Guerra, el año de 1939 iniciaron el curso con tres años de bachillerato.

Segunda fase.-

El curso de 1943 se inició con 380 alumnos matriculados, lo que hizo ver la necesidad de adquirir nuevos locales, y lo hicieron comprando la Academia de Santo Tomás de Aquino.

Con esta adquisición comienza la segunda parte de la historia de los Clérigos de San Viator en Huesca, pues dispusieron para defender a los jóvenes contra el Malvado, además del Palacio de los Duques de Villahermosa, del que unos llamaban Colegio de Santo Tomás de Aquino; otros Colegio de las Cortes y atendiendo a la antigua historia de Aragón lo llamaron Palacio -Residencia del Abad de Montearagón. Si el palacio de Villahermosa tenía una hermosa escalera, el del Abad de Montearagón, la tenía todavía más, con una galería superior, que daba la impresión de estar en un bello y confortable Palacio. Los viatores utilizaron el edificio para sus fines humanos y espirituales y después de vendido, para edificar el Colegio Nuevo ,"por tierra derribado apareció el honor de la bella escalera y lastimosa reliquia, que, quedó solamente un recuerdo de su invencible gente". Dicen que había en sus bajos una "vía" subterránea y que conducía a Montearagón y los viatores la exploraron, pero ¿quien iba a resolver el problema más difícil de la antigua Huesca?. No era misión de los viatores caminar por debajo de la tierra, sino pisar el suelo, mirando a las alturas, como los peregrinos que iban y todavía van a Santiago de Compostela, mirando en el cielo la Vía Láctea. En esta ciudad van poco a poco desapareciendo sus viejos monumentos, pero menos mal que hoy todavía puede ser que los oscenses salvemos la arquitectura del viejo Monasterio, en el que estuvo enterrado Alfonso el Batallador, que como he dicho lo llevaron después a San Pedro el Viejo. En el subterráneo que dicen conducía a Montearagón,  no había luz y por tanto, al no encontrarla los viatores volvieron a buscarla donde se encontraba. Me acuerdo todavía de Don Evilasio, director del Colegio de arriba y del de abajo, que le hablaba a mi padre sobre el proyecto que tenían para construir el Colegio Nuevo. Parecen estos años del 45 al 59, unos años alegres en los que el cine mudo es substituído por el sonoro y como dice la Hojeta 1698 "el speaker y el pianista pasan a la reserva". San Viator el santo caminante viene en el Marqués de Comillas desde Nueva York, cuya imagen colocaron en la capilla de las Cortes y que más tarde se trasladó a la entrada del actual Colegio. Tomando quizá tal imagen de yeso por modelo,convendría para la mayor gloria del santo, mayor impacto en el corazón de los viatores clérigos y paisanos, que se tallase en madera o en piedra y no sólo los niños, sino los mayores, obedeceríamos con más impacto la llamada que reza: "Sinite parbulos venire ad me". En el año 1946 se hizo la primera orla, con doce alumnos, entre los que se encuentra el sacerdote Francisco Lorenzo, hermano de mi compañero de curso Gonzalo Lorenzo. Los Clérigos de San Viator trabajaron desde el a¤o 1945 hasta el año 1959, en el Colegio Alto buscando la excelencia académica en la enseñanza del Bachillerato, en tanto seguían dando la enseñanza primaria en el Colegio de abajo o de Villahermosa. Pero los proyectos de que Don Evilasio hablaba a mi padre, se hicieron realidad, de tal manera que el Colegio San Viator de Huesca llegó a entrar en su tercera fase.

Tercera fase. -

En el año 1959, entramos en la tercera fase del colegio de Huesca, que se encuentra en la calle del Parque, porque los tiempos iban cambiando, ya los viatores iban proyectando una enseñanza más moderna, con más comodidad para la juventud, con mejores patios de recreo y como "las cosas de palacio van despacio", tuvieron que abandonar, no sin sentirlo los dos viejos palacios-colegios y aquí se consiguió la unión de los dos colegios, él alto y el bajo, en uno sólo, que permitía a los profesores trabajar en mejores condiciones y a los alumnos, no estar separados los hermanos mayores de los menores, tanto en los internos como en los externos. Entre los profesores, por nombrar a alguno, hay que citar‚ a Don Juan Martín como profesor entregado a la enseñanza con entusiasmo y dedicación, durante muchos años, tanto en el Colegio viejo como en el nuevo y que ha hecho que cientos de alumnos suyos lo recuerden, porque sus enseñanzas los han hecho triunfar en la vida, por la que caminan airosos y con fe. Este Colegio, que desde siempre había estimulado los deportes, en los que destacó, sobre todo en el Baloncesto, pues basta recordar como Don Félix  hacía con sus manos, en aquellos viejos tiempos, los aros de las porterías y otros aditamentos, pensó en crear el Estadio del Padre Querbes y lo creó. Para ello compraron dos campos y uno de ellos era de un servidor de ustedes. El director del Colegio Don Víctor Gómez me habló y yo que fui un mal viator, porque como he afirmado antes, no supe en mi niñez vi andar o caminar por el Parque de Huesca, desde casa de Retortillo hasta mi casa del Coso Alto, vi una ocasión de reparar algún daño a los Clérigos de San Viator y sin mediar casi palabras, lo pasé a su propiedad. Los Viatores hicieron un enorme campo de deportes, llamado "Estadio Padre Querbes" y sus alumnos fueron viatores en su formación intelectual y en la física. Me acuerdo, cuando era niño, como nos enseñaban a cantar a la Virgen del Pilar aquel himno que decía: "Virgen Santa, madre mía, luz hermosa, claro día...",igual que el padre Querbes inculcaba conmovido el amor a la Virgen de las Gracias, allá en Lyon o la devoción a Nuestra Señora de Fourviere, instalada en los altos de Marsella. Ahora con la construcción de viviendas, los Clérigos de San Viator podrán financiar sus buenas obras en España, en África y en Hispano-América, porque dijo el Señor: "Yo soy el camino, la verdad y la vida. Quien cree en mí, no morirá para siempre". Yo creo que los Clérigos de San Viator, seguirán caminando y entre ellos algunos con apellidos aragoneses, como Gallego, Mairal, Arizón, Nestares, Rivas, Gazo, Lahoz, Rivarés, Almazán y tantos otros.

 

El engañapastores.

Un texto medieval de cuyo contenido no me acuerdo, acaba de esta forma:”ésto lo dijo uno que es de Alcalá”. Poco explícito se muestra el aut...