El
domingo, día catorce de diciembre de este año de dos mil tres, a las diez de la
mañana, estaba yo hablando con cierta persona frente a la Guardería Infantil de
Santa Ana, cuando apareció por dicho lugar, un hombre que llevaba barba y en su
figura reconocí al que aquella misma tarde y en la Catedral de Huesca iba a ser
consagrado como Obispo de las Diócesis de Huesca y Jaca. Le saludamos y nos
dijo que iba al convento de San Miguel y al decirle que yo me dirigía al mismo
lugar, no encontró ninguna dificultad en que le acompañara. En tan breve camino
le mostré un Cristo y me dijo: esa imagen es aquella a la que San Francisco
tanto amaba; efectivamente mirándome a la figura pude leer: Cristo de San
Francisco de Asís. Me di cuenta enseguida de que había encontrado a un fraile
franciscano, porque no vestía como tal, sin embargo, conservaba la barba tan
típica de algunos miembros de la Orden de San Francisco y ¡extraña
coincidencia! Conservaba su amor a aquel Cristo franciscano. Llegamos al
convento de las Miguelas y entregué la imagen a las monjas, mientras aquel al
que le faltaban pocas horas para convertirse en Obispo de Huesca y de Jaca
según me dijeron, entró en la antigua y bella iglesia a meditar las palabras
que habría de dirigir a los oscenses, más tarde en la Catedral y yo creo que a
pedirle al Señor por sí mismo como Mensajero y por los fieles, para que recibieran
el mensaje evangélico.
Va
a predicar el fraile franciscano a los oscenses, como su padre San Francisco,
en cierta ocasión le dijo a su compañero: “Espérame en el camino, porque voy a
predicar a las avecillas. Inmediatamente las que estaban en el ramaje vinieron
hacia él rodeándole permanecieron quietecillas mientras San Francisco les
predicaba: … vosotras no sembráis ni segáis y Dios os alimenta dándoos ríos y
fuentes para vuestra bebida, montes y valles para vuestro refugio y árboles
elevados para hacer vuestros nidos”.
Después
de su predicación mandó volar a los pájaros por los cuatro extremos de la Cruz,
yendo unas hacía el Norte, otras al Sur, otras al Oriente y las restantes al
Occidente; en una palabra, que “la predicación de la Cruz de Cristo, renovada
por San Francisco, la extendería él y sus frailes por todo el Mundo”. Sólo
basta recordar como esos frailes fueron por las selvas de América del Sur y no
encontrando a nadie, hacían sonar sus instrumentos musicales y salían los
indios y se acercaban a ellos.
Los
franciscanos no son nuevos en Huesca, pues la Diputación Provincial, en sus
tiempos fue convento de los mismos, como escribí ya hace años, lo siguiente:
“Ha desaparecido la Diputación y con ella el bar Flor y debajo, en sus tumbas
tumbados he conocido a dos frailes franciscanos. No llevaban cogulla ni
rosarios, tampoco se notaban los vestigios de su modesto hábito religioso. Los
contemplé desnudos frente al cielo, desnudos no sólo de sus ojos y sus carnes,
sino también de toda vanidad y de ambiciones”.
El
Señor Obispo no tiene ambiciones, pues dijo en su homilía en la Catedral: “Yo
no soy el mensaje, soy solamente el mensajero”.
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