jueves, 20 de noviembre de 2025

EL MENSAJERO

 


El domingo, día catorce de diciembre de este año de dos mil tres, a las diez de la mañana, estaba yo hablando con cierta persona frente a la Guardería Infantil de Santa Ana, cuando apareció por dicho lugar, un hombre que llevaba barba y en su figura reconocí al que aquella misma tarde y en la Catedral de Huesca iba a ser consagrado como Obispo de las Diócesis de Huesca y Jaca. Le saludamos y nos dijo que iba al convento de San Miguel y al decirle que yo me dirigía al mismo lugar, no encontró ninguna dificultad en que le acompañara. En tan breve camino le mostré un Cristo y me dijo: esa imagen es aquella a la que San Francisco tanto amaba; efectivamente mirándome a la figura pude leer: Cristo de San Francisco de Asís. Me di cuenta enseguida de que había encontrado a un fraile franciscano, porque no vestía como tal, sin embargo, conservaba la barba tan típica de algunos miembros de la Orden de San Francisco y ¡extraña coincidencia! Conservaba su amor a aquel Cristo franciscano. Llegamos al convento de las Miguelas y entregué la imagen a las monjas, mientras aquel al que le faltaban pocas horas para convertirse en Obispo de Huesca y de Jaca según me dijeron, entró en la antigua y bella iglesia a meditar las palabras que habría de dirigir a los oscenses, más tarde en la Catedral y yo creo que a pedirle al Señor por sí mismo como Mensajero y por los fieles, para que recibieran el mensaje evangélico.

Va a predicar el fraile franciscano a los oscenses, como su padre San Francisco, en cierta ocasión le dijo a su compañero: “Espérame en el camino, porque voy a predicar a las avecillas. Inmediatamente las que estaban en el ramaje vinieron hacia él rodeándole permanecieron quietecillas mientras San Francisco les predicaba: … vosotras no sembráis ni segáis y Dios os alimenta dándoos ríos y fuentes para vuestra bebida, montes y valles para vuestro refugio y árboles elevados para hacer vuestros nidos”.

Después de su predicación mandó volar a los pájaros por los cuatro extremos de la Cruz, yendo unas hacía el Norte, otras al Sur, otras al Oriente y las restantes al Occidente; en una palabra, que “la predicación de la Cruz de Cristo, renovada por San Francisco, la extendería él y sus frailes por todo el Mundo”. Sólo basta recordar como esos frailes fueron por las selvas de América del Sur y no encontrando a nadie, hacían sonar sus instrumentos musicales y salían los indios y se acercaban a ellos.

Los franciscanos no son nuevos en Huesca, pues la Diputación Provincial, en sus tiempos fue convento de los mismos, como escribí ya hace años, lo siguiente: “Ha desaparecido la Diputación y con ella el bar Flor y debajo, en sus tumbas tumbados he conocido a dos frailes franciscanos. No llevaban cogulla ni rosarios, tampoco se notaban los vestigios de su modesto hábito religioso. Los contemplé desnudos frente al cielo, desnudos no sólo de sus ojos y sus carnes, sino también de toda vanidad y de ambiciones”.

El Señor Obispo no tiene ambiciones, pues dijo en su homilía en la Catedral: “Yo no soy el mensaje, soy solamente el mensajero”.

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