Paseando entre las ajardinadas
balsas del Parque de Huesca, paisaje en el que se contemplan los cisnes negros,
los patos grandes y pequeños, unos volanderos y otros que no saben volar , pero
nadan con más facilidad que las canoas, y que conviven con los niños. Los
ánades al verlos llegar a las orillas, con sus cuellos parece que los saludan,
como pidiéndoles que les echen algunas migas de pan. Pero hoy, al mismo tiempo
que observaba este juego de la Naturaleza entre los niños y los patos, he
contemplado un espectáculo maravilloso. Sí, maravilloso, porque cerca de las
balsas ornamentales, alrededor de las cuales, cada día varios gatos
abandonados, esperan que alguien les dé de comer, pasó una jovencita de unos
veinte años, que no sólo amaba la Naturaleza, sino que se identificaba con
ella. Y ¿cómo?, pues sencillamente porque pasaba airosa, con su hermoso cuerpo
juvenil y su amoroso aprecio a la paz de los seres de la Naturaleza, y además
se identificaba con ella, llevando sobre uno de sus hombros un gato rubio, con
su collar y una campanilla, para conocer siempre su presencia, cuando en su
casa, se esconde debajo de los sillones y de las camas. Me fijé que al gatico
le faltaba la mitad de su cola y al preguntarle la causa de tal pérdida, me
dijo que lo encontró en la calle cerca
de su casa, atacado por un cruel perro, que le mordía de tal forma que le hizo
perder su rabo. Sabina que así se llama la joven, amante de la paz, cogió el gato
y tanto lo contempló, que lo ha convertido en su compañero, con el que pasea
por el Parque. En tiempos de los faraones, adoraban a los gatos y ahora Sabina
es el trono amoroso de un gato rubio.
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