Un alcalde democrático se volvió
ácrata por un momento. Yo no lo hubiera podido creer y el alcalde no sabrá
nunca que hubo un testigo de su rebelión. Este testigo es una persona inteligente
que comprendió la actitud del rebelde, que me la contó a mí en secreto, sin
darse cuenta de que los secretos compartidos, dejan de serlo.
Pero me reafirmo en mi aserto de
que él, durante muchos años portador de la banda y el bastón, no sabrá nunca
que hubo un testigo. No lo sabrá porque es de una lejana provincia, donde es
difícil que lleguen noticias nuestras. Y se preguntarán mis lectores: ¿en qué consistió su rebelión?.
Fue primaria, simple y bajo visceral. En una noche de insomnio salió a dar una
vuelta por las calles de sus mal llamados dominios y no viendo a nadie en
ellas, no por necesidad perentoria, sino por un impulso de rebeldía
incontenible contra su propia autoridad, se la sacó y se meó en plena calle, andando
y dibujando eses líquidas en el pavimento. Se subió la cremallera y levantando
la mano, exclamó: ¡me gibo en todo!.
Por primera vez en su vida había
roto el mito de su propia autoridad, había desbaratado el rito y había pasado
del pito de la municipales para hacer uso del suyo propio. No era un hipócrita
aquel señor, nunca abusó de aquel poder que el pueblo le había echado sobre sus
hombros, pues como el pueblo se lo había dado, no podía volverlo contra él. Siempre
antepuso los intereses del municipio a los suyos propios. Siempre tuvo que
aguantar las pasiones de los de arriba y las impertinencias de los de abajo.
Siempre tuvo que pedir favores, pero nunca para sí mismo. Nunca tuvo a todos
contentos. Siempre pasó por autoridad y
siempre fue esclavo. Y es normal que los esclavos se subleven, pero lo extraño
fue la forma de hacerlo. Un alcalde sueco se había suicidado; uno de la India
se hubiera hecho yogui; un italiano se hubiera escapado con la secretaria, y un
americano se hubiera emborrachado con Whisky; pero el español, más demócrata
que ninguno, quiso manifestarse con los mismos procedimientos de rebeldía que
el pueblo. Claro que si lo pescan, como al alcalde no se le perdona nada, lo hubieran llevado al manicomio para seguir prisionero.
Por lo menos allí le quedaría el consuelo de creerse Napoleón.
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