Esperando que las campanas del
reloj señalen el comienzo de un nuevo año, miré a la pantalla de la televisión
y salió un hombrecillo orgulloso de sí mismo; lleva el pelo como una mujer
entrada en años, de clase media de los años treinta y tantos. Sus ojos
pequeños, como los tienen los elefantes, interrogan de continuo, al cielo a la
tierra o ¿al vacío?. Dice, con solemne
voz, que tiene el corazón en carne viva y que todo es tristeza sin “ella”, pero
da la sensación de que todo es teatro. Un modelo anatómico femenino llama a los
caballeros, cantando: ¡caliente, caliente!, pero aquellos no le siguen, aunque
sí le hacen la corte una serie de barandas, desnudos de cintura hacia arriba. Uno,
con chaqueta de cuero, canta la canción de los pantalones para introducir la
idea de su uso, pero unas “gachises” con las piernas al aire, exclaman:¡mala
idea!, ¡glogló!. ¡Mala idea! , y el tío
fuma displicente.
La presentadora, en algunos planos toda piernas, con cabeza
ovalada, pómulos salientes y dientes
ralos, sigue presentando. Ahora le toca a otro que parece mujer, climatérica e inglesa, pero que canta una
bella canción, acompañándose con su piano de cola. Me gustaría entender su
letra. Estamos ante otro inglés, que hace poco bulto; no sé de donde sale tanta
voz y tanto sentimiento. Oculta sus ojos con gafas redondas y oscuras para
mejor replegarse en sí mismo. Aparecen otras “gachises”, que también son
inglesas, pero bien peinadas, de bellos ojos. Su hermosura recuerda la
aristocrática, Inglaterra y Victoriana, tan decadente, al menos en el aspecto
exterior de sus hombres actuales. Cantan : ¡Sólo tú y sólo yo, uá, uá, uá,
lalalá!. Un arpa entre los brazos de un artista, que le arranca bellas notas, como
el cantante añora a su amada entre los brazos, pero sólo grita ¡uá, uá, uá!.
Aparece un nuevo Gardel, bohemio
dice él, pero viste impecablemente. De todas formas “no es por casualidad” que
este latino, correcaminos y ardiente como una copa de vino, ganara el festival
de la OTI.
Jeanette parece que no ha roto
nunca un plato, pero canta de noches de amor, de las que sólo le quedan ganas
de llorar. Yo creía que las ratoncitas mordían, pero no lloraban.
Se me hace muy simpático un señor
mayor, casi calvo, con gruesas gafas caídas hacia adelante y bigotes, cuyos
pelos acarician la boquilla de la trompeta que emite sonidos de “Tres gardenias
para ti”.
Cuando falta poco para las doce,
aparece Julio Iglesias evocando a su hija. A estas horas estará evocando a su
padre y yo me acuerdo de tantas personas para las cuales la Noche Vieja,
resulta penosa.
En el reloj de la Puerta del Sol
y en el de la Torre de la Iglesia de mi pueblo, van a sonar las campanadas. Abro el balcón y se confunde el griterío
madrileño con el de los mozos de Siétamo. Trago los doce granos de uva de
Almería, tan iguales, tan artificiales como los cantantes y me acuerdo de
cuando comía la uva, colgada en los maderos del desván, de granos tan naturales
como la espontaneidad de los mozos al gritar: ¡Feliz Año Nuevo!.
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