Paco es uno de los hijos de un
hortelano de la capital. Tenía su padre la huerta, al lado de la Ermita de la
Virgen de Salas. Eran felices en la huerta, porque vendían hortalizas en la Plaza de López Allué, en el Mercado Viejo,
todo él construido con madera, pintada de color verde, como el Mercado de
Zaragoza. Los hermanos ayudaban a su padre, pero Paco, como era el menor de los
seis hermanos, era considerado como “el vago” de todos ellos y no iba siendo acogido en la
vida de trabajo en común. Su padre no
quería ver vagos ni maleantes entre sus hijos, de tal forma que Paco a los
catorce años, ya se dedicó a vivir por
su cuenta, pidiendo limosna, porque comía con la limosna que le daban. Pero
siempre surge el amor, que ayuda al hombre, en este caso el amor materno, que a
escondidas le proporcionaba alimentos e incluso y a veces lo dejaba dormir en
un edificio de su calle de San Martín.
También quería a Paco una hermana, que ¡cosa rara!, en desequilibrios
éticos como el presente, también le ayudaba.
Aproximadamente a sus diecisiete
años, lo encontró un hermano suyo, en la casa de todos los hermanos y cogiendo
una silla, se la iba a estrellar contra la cabeza de Paco, pero éste reaccionó,
porque cogió un cuchillo que se encontraba próximo, y le hundió su corte en el muslo de su pierna
derecha.
Unos eran buenas personas y otros por las
riñas y el odio creado por ellos, se volvieron malos, como dice la gente y
según otros, cayeron en la culpa, aunque algunos de sus corazones volvieron a
amar. La madre amaba, incluso a su hijo menor, Paco, pero aquel matrimonio era
una unión entre un dictador y una sierva. De niño era feliz en la huerta que
cultivaba su padre y sus hermanos, pero iba comprendiendo que con ella, no
podrían vivir todos los hermanos. Yo no sé si a esa lucha que entre ellos se
estaba despertado, un día a un hermano suyo, le clavó un cuchillo. No lo mató,
pero los jueces lo enviaron a la Cárcel por “intento de asesinato” y allí
permaneció durante seis meses. En la Cárcel lo pasó bien Paco, pues decían que
la Cárcel de Huesca era como una guardería infantil. Pero tenía un gran
inconveniente, que era la falta de libertad, que le hacía a Paco el estar
siempre entre los muros de la cárcel. De la celda iba al patio y del patio a la
celda. Aumentaba su sensación de soledad
el hecho de que ningún miembro de su familia lo iba a ver. Pero el amor es el
que alivia la vida de los hombres, y es que su madre le mandaba giros postales,
que le permitían comprar alguna chuchería o algún paquete de tabaco en el
Economato. Los productos eran baratos, pues parece ser que la administración de
la prisión, no quería ganar dinero, sino atender a los presos. Un café le costaba
veinticinco céntimos. El dinero recibido se lo cambiaban por chapas, que eran
un dinero de la cárcel, convertido para que gozasen los presos.
Al salir de la Cárcel, parece que quiso ser un hombre libre de limosnas y humillaciones y se fue a trabajar a Ayerbe,
con un contratista, que según Paco era buena persona. Algo de amor de Dios y de
prójimo debían existir en su corazón. Este contratista se dedicaba a reparar
canales y trabajó también en Jaca y por varias centrales eléctricas. Trabajó
con Lucán de Quicena y en el túnel grande de Monrepós. También trabajó con
Claver de Apiés y en la Torre de Cavero de Siétamo.
A sus cuarenta años, dejó de
trabajar porque ya estaba harto y cansado de tanto sufrir y quizá se acordó de
cuando era niño, que hacía de mendicante. Los mendigos unas veces están
saciados, hartos y otras carecen de casi todo lo necesario, pero prefería esta
forma de vida a la de un prisionero, al que le pesan continuadamente los muros
de la Cárcel sobre su cerebro. Aunque Paco había sufrido el odio de algún
hermano suyo, se acordaba del amor casi clandestino, que le guardaba su madre y una de sus
hermanas. Y lo que él quería era la libertad y el amor, que a él no le
tenían, pero él amaba a su sobrino Pepe,
hijo de su hermano con el que se odiaban y quería locamente a una pequeña
sobrina. Yo soy testigo de lo que quería a la niña, porque sufriendo ésta de una
infección en una muela, me encontré a Paco por la calle y con lágrimas me pidió
diez euros para comprarle un medicamento. No se lo pude dar porque no llevaba
dinero y Paco marchó corriendo a pedir a la gente. Cuando lo vi, a los pocos días, me dijo que le había
comprado la medicación y que la niña se había curado.
A él no lo amaban, pero él amaba
a los sobrinos de un hermano, con el que lucharon a muerte, tanto es así que su
sobrino Pepe, según su propia opinión, es su ojo derecho.
Paco vive en una “caseta” que se
levantó él mismo, en la que tiene una cama y varios armarios con productos
conseguidos de Caritas, “banco de la alimentación de los pobres”. Se da cuenta
de que hay organismos dirigidos por los corazones de los hombres, para dar
de comer al hambriento. Vive en su caseta de madera, cubierta con tejidos impermeables, que coloca sobre el techo de la caseta y a su
lado tiene un cubierto de tablas y cañizos, en el que se reúne con algún amigo. En su
“campa”, como llama Paco a la “caseta” con el terreno que la rodea, goza Paco y
no necesita demasiadas cosas para vivir, porque Caritas le proporciona alimentos. Estos los guisa o calienta en un
hogar, levantado por el mismo, con dos piedras y allí quema tablas abandonadas.
Allí duerme por las noches y allí se refugia los días de lluvia.
Es feliz porque ama a sus
sobrinos y vive libre como los pájaros, que se posan en los árboles, que dan
sombra a su “caseta”. El amor de sus
padres y hermanos, que perdió de niño, lo ha recuperado en estos tiempos con
sus sobrinos, como Pepe, que se ha convertido en su ayudante. La libertad en
contra de la que se vio privado en la cárcel, la está gozando de una forma
total. Todos los días en el ámbito de su “caseta”, Paco piensa en esos espacios de libertad y de amor, que
le parece que se acercan a él, cuando lo va a ver su sobrino: ¡algo tiene que
haber, creado por el Creador de la Humanidad,
promovido por el amor y la libertad!.
Dice que siente una emoción por
vivir en este lugar prehistórico y como sentir esa dulce alegría, es mejor que vivir en una de esas
viejas calles aisladas, sin ser abrigado por la sombra de estos árboles.
El hombre es un ser libre y por
tanto, también tiene parte en conseguir o perder la felicidad. La última vez
que fui a verlo, sintió un malestar que le oprimía el estómago, se retiró tras
la caseta y devolvió, no sé si algún alimento o más bien, alcohol que tal vez
ingirió durante la noche, fuera la causa de ese vómito. ¡Es mala la libertad
que da el alcohol, porque es producida por la esclavitud a que éste somete a
los hombres!.
El amor de su sobrino Pepe y de
su sobrina le ayudan,
pero la esclavitud del alcohol, tal vez
contrasta con la libertad y el amor, que siente cada día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario