El día veintinueve de Abril se celebran en Siétamo las Fiestas Mayores, en
las que San Pedro de Verona, presidía y sigue presidiendo las celebraciones
religiosas, en las que el padre de Mosen José María Cabrero y Andrés de
Lobateras, acompañados por otros, cantaban aquellas músicas medievales en el
Coro. La música, producida en el violín
y en la guitarra de los Burgasé o Ciegos
de Siétamo, alegraba los corazones y acompañaba por las calles a los niños y a
los jóvenes, que paraban en cada casa, para cantar jotas a sus habitantes y
especialmente a sus mozas. Allí recogían tortas para endulzar su vida y
contaban el dinero, que recibían, para pagar entre otros, a los Músicos Ciegos, de Siétamo. Hoy, los tiempos han pasado y sólo se escuchan y
bailan jotas, cuando colaboran los grupos de joteros modernos, que tienen sus
centros en las capitales. Pero entonces, humildes mozas, como la señora María
Mora o mozos con su apellido Ferrando, bailaban espontáneamente, sus
apasionantes jotas.
Este año de 2015, las cosas han
cambiado y uno se da cuenta de que estamos en otros tiempos, con otras
costumbres y con nuevas generaciones de seres humanos. Antes, en los pueblos se
jugaba a la pelota, pues no se pasa por ninguno de ellos, que no conserve el frontón o restos de alguno,
pero hoy día, se sigue jugando en los
pueblos grandes y en las capitales. Se organizaban carreras pedestres y se
jugaba con premios, como pollos, por ejemplo. Ahora, en cambio ya no saltan las niñas con las combas, sino que
ahora abundan los coches eléctricos de caballos o de saltos alrededor de
figuras de plástico y venden turrones, caramelos y dulzainas, espadas de
juguete, anillos y collares.
Pasan caravanas de asnos o
borricos, a cuyos jinetes, se les cobra
dinero seguro y abundante, cuando antes, casi en cada casa tenían su borrico,
para ir al monte o a Huesca o para acarrear agua desde la Fuente
En aquellas casas en las que vivían abundantes
asnos, ahora no viven casi ni sus dueños, que se fueron a la Ciudad, haciendo
desaparecer los asnos. Pero el dinero ha buscado asnos por todas partes y son
explotados por nuevos hombres de negocios, que alquilan breves paseos por las
calles de los pueblos en fiestas.
Hoy iré a mi pueblo y es seguro
que ya no veré a ninguno de los pocos vecinos, que todavía viven en él. Pero
estos tres días anteriores, eran multitudes de asistentes a las nuevas
fiestas casi mecánicas actuales. Esas Fiestas
se han mecanizado, como las cuadras de mulas, de asnos y de caballos, que se
han convertido en garajes para encerrar a los mecánicos tractores, con los que
los escasos labradores labran y cultivan los campos.
No queda gente en el pueblo, pero
durante los tres días de Fiesta, se llenan las Plazas, Calles y Bares, de
parejas humanas, que acompañan a sus niños a subirse en los carruseles y en los
burros. Los comediantes de Binéfar, alegran el ambiente, recuerdan hechos y
aventuras antiguas y desfilan por las calles haciendo sonar la música de una
gaita aragonesa y un Salterio, heredado de la ciudad de Jaca y del Bearn. Este
salterio es un instrumento trapezoidal, que tiene dos entrantes curvilíneos,
uno a cada lado y en su frente dos
orificios circulares, por los que resuenan sonidos, acompañados, por otros
sonidos que se producen en seis cuerdas de tripa de animales, que se golpean con
la mano izquierda con un batiente de unos cuarenta centímetros. Con la mano
derecha se hace sonar un “chiflo”, que convierte al Salterio en un instrumento
musical, que mezcla varios sonidos.
Y con esa música desfilan los
artistas de Binéfar, que bailan, representan comedias, cantan y alegran los
corazones de los espectadores, y entre tanto unos escuchan y cantan y participan
en el juego festivo, otros se sientan alrededor de las mesas, en las que les
sirven, abundante comida y animosas bebidas.
Debajo mismo de la ventana de una
habitación, de Casa Almudévar, en que se alojó el anarquista José Buenaventura
Durriti, se dispusieron mesas para que el público regase con buen vino,
aquellas sabrosas costillas, que felizmente consumían. Desde esa ventana
Durruti vigilaba la Plaza Mayor, de Siétamo, visión en la cual no se le
presentaba la Gran Cruz, que en su centro, presidía dicha Plaza. Ahora la
presidía Durruti cuyos acompañantes, habían derribado la Gran Cruz. Poco tiempo
permaneció Durruti en tal despacho y la Guerra lo llamó para luchar en Madrid,
donde al poco tiempo, no se sabe si se murió o lo mataron.
Durruti, ocupaba el cuarto de costura de mi casa, tras la
ventana en la que, había colocado su despacho. Yo desde la silla en la que
cenaba, con los dueños y el hijo de la ´Abadía´ de la Calle Alta, la familia de
mi hijo Ignacio, su hija acompañada por el novio, las hermosas mujeres, una de
las Islas Portuguesas de Africa y otra de las románticas tierras costeras de
Galicia y de la doctora, amiga de mi nuera Paz, y escuchaba las palabras
románticas que pronunciaba la Galleguiña, sin dejar de mirar la ventana, tras
la cual se abrasó el Templo de Siétamo,
se derribó la Cruz de la Plaza Mayor y se mandaron al otro mundo los
espíritus de muchos hijos del pueblo.
En aquel ambiente amistoso y
feliz, estaba yo, ya fuera del tiempo de las Fiestas de Siétamo del día de San
Pedro de Verona, pero veía más tristes las cosas porque aquella ventana, por la
que se miró Durruti el año de 1936, encima mismo de nosotros, me recordaba los
miserables hechos ocurridos en aquella miserable Guerra Civil. Yo no les decía
nada de ella, a mis compañeros que cenaban felices, porque me daba cuenta de
que yo era un anciano, que estaba recordando aquellos lejanos tiempos de 1936.
Me acordaba de que no había que
pensar en hechos tristes, sino de hacer felices a los niños, como por ejemplo
mis nietos Luis y María, que gozaban montando en los camellos y en los
carruseles.
En cambio los niños de entonces,
como mi primo Jesús Vallés Almudévar, sufrían la Guerra, en que fusilaron a su
madre y a su hermano de Fañanás, cerca de Bespén, al ser conquistado Siétamo, organizó “peregrinaciones” desde Fañanas, para ver sus ruinas . Y recuerda Jesús
que “un enjambre de muchachos, revolvían entre los escombros, buscando cápsulas,
balines, trozos de metralla”. No acabaron de recoger todo, porque cuando había
terminado la Guerra,allí estaba yo con Rafael Bruis,muerto en este año de 2015,buscando aquellos malditos restos”.
En el fin de un artículo, escribo
que se debe a Durruti la pérdida de cientos de vidas, las pérdidas de viviendas
y del Glorioso Castillo Palacio del progresista Conde de Aranda, que en el
siglo XVIII, ya les dio retiro a sus obreros que en Valencia,le fabricaban
mosaicos. El Castillo del Conde de Aranda no fue respetado ni por los rojos,
por ser su dueño un noble, pero ahora,setenta y seis años después de aquellas catástrofes,
no se respeta la existencia del Almacén y Granero del Palacio, donde tantas veces los Borruel y yo mismo, hemos acumulado pacas
de veza y cahices de trigo en su interior, hasta ahora, en que cayó un muro,
que lo paralizó.
Y después de más de setenta años,
torciendo las reglas democráticas, sigue dicho Almacén sin restaurar.
Cuantas personas conocí en
Siétamo desde que nací, pero ahora, al llenarse de nuevas gentes en las fiestas
de 2015, ya nos saludamos con muy pocas, porque no nos conocemos. ¿Por qué?, yo creo que es porque
las personas se van muriendo poco a poco y son jóvenes y niños los que acuden a
la fiesta. Quedamos algunos viejos, que le pedimos al Señor: ¡Dios mío, buena
muerte y poca cama!.
Eso lo pedimos para nosotros,
pero para la humanidad le rogamos “que se amen los unos a los otros, como Cristo nos ha amado”
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