Salvador
Dalí.
Sobre
la esfera del reloj de pared, se lee: Tempus fugit y el tiempo va huyendo
lento, lento al ritmo que le marca el sonoro tic-tac de su péndulo. No tiene
prisa el reloj de forma semihumana con cabeza, que por cabellos, se corona con
adornos barrocos; su cara es blanca, redonda y numerada, con saetas que no
inciden sobre un corazón que no posee, sino sobre la frialdad de unos números
romanos, que recorren, periódicamente, una y otra vez, con la monotonía con que
la luna cumplimenta, día y noche, las fases que aparecen en los calendarios. Su
pecho y su vientre de guitarra se transparentan a través de un cristal, dejando
ver como el péndulo alterna su movimiento pendular.
El
tiempo huyó definitivamente para el varón que lo escuchaba y contemplaba, pero
la dama quebró la sincronía con el tic-tac sonoro y no supo, ya más, escuchar
la dulce sonería de campanas, que el reloj cada hora, al aire regalaba. Se fijó
la señora solamente en lo fatal de la sentencia de la esfera y aquel “tempus”
que “fugit” se le clavó, cruelmente en su cerebro y en su corazón, cuyos
latidos, siendo vida, no le decían nada.
El
reloj se recrea con el tiempo que tiene concedido y la dama, en lugar de
gozarlo, lo consume, lo quema, lo derrocha, huye de él y huye de sí misma sin
parar un instante a gozar de la vida que Dios le concediera. Va y viene, sube y
baja, sin hacer un alto en su camino y el tic-tac del péndulo de la vida, queda
despendolado, con pérdida del ritmo armonioso, que pudo ser placer y ahora es
huida. Párate sin parar, como el reloj, para escuchar el ritmo de la vida, para
oír el sonido de campanas, de músicas, de palabras bellas y para ver las fases
de la luna, los paisajes y tantas cosas que adornan la existencia.
¡Párate,
templa tu ritmo pendular y manda sobre ti, como la rueda Catalina en su
reloj!¡como Manuel Lalanda convertía en ballet la prisa de la fiera!
¡Párate
como Teresa la andariega, en las moradas del alma y de la calma!.
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