lunes, 25 de enero de 2010

Con dinero y sin dinero

Se oye, con frecuencia cantar la canción mejicana, con letra y música de José Alfredo Jiménez “Con dinero o sin dinero, hago siempre lo que quiero y mi palabra es la ley. No tengo trono ni reina, ni nadie que me comprenda, pero sigo siendo el rey”. En España piensan igual algunos gitanos, que cantan: ”soy de la raza calé y el mundo dicta sus leyes, ¡hijo de padres gitanos!”, y éstos “llevan la sangre de reyes en la palma de la mano” y por tanto, ellos siguen siendo reyes, con sus sombreros y sus bastones elegantes, fabricados por ellos mismos. Cuando tienen dinero cantan y bailan y comen e invitan a sus vecinos y parientes de su misma raza y cuando no lo tienen, ayunan o se les plantea ir una huerta a coger alguna col o alguna fruta para seguir viviendo.En la puerta del cementerio de Huesca pusieron el año 1945, un cartel, que decía: “El que no sea estraperlista ni tenga huerta, este invierno pasará por esta puerta”. Este anuncio hace una advertencia al público sobre la necesidad del dinero, pues sin él, el que no tuviera huerta estaría en peligro de morir de hambre, pero si no la tenía, ya podía en los años cuarenta y cinco dedicarse al estraperlo, al contrabando o al robo. Se reflexiona sobre la necesidad del dinero, para comer y por tanto para vivir, y muchos discuten sobre la forma de adquirirlo. En una reunión en la que me encontraba, uno decía que con dinero se compra todo y sin dinero se pasa hambre. Afirmaba que casi todos somos honrados, por lo menos un noventa y nueve por ciento de personas, pero lo somos hasta que dejamos de serlo, vendiendo nuestra conciencia, según la cantidad que nos ofrecen. Este hombre, no pensaba como el mejicano que canta “Con dinero o sin dinero “ ni como los gitanos que prefieren ser reyes de su propia persona, que tener el dinero a millones. No sé si el moreno que no tenía trabajo y vendía pañuelos de papel a los automovilistas, entraría en el uno por ciento de hombres honrados, pero lo era, porque devolvió varios millares de euros que se encontró, entregándoselos a la policía. El perdedor le dio, al parecer, cuatro perras en agradecimiento. Estas cosas no son agradables de escuchar ni de leer, cuando se trata de las ventas de la honradez y es agradable escuchar el caso del moreno, que sin ninguna duda era honrado y que se dedicaba a vender pañuelos de papel, a los conductores en Madrid. El cartel del cementerio de Huesca tal vez lo colocara algún ciudadano que se veía obligado a pasar unas veces aceite y otras algún cordero por los Portales de la ciudad de Huesca. Me acuerdo del Portal de la carretera de Jaca, que estaba en casa Alegre, del de la de Zaragoza, situado en la actual Granja Anita, aproximadamente, donde un portalero le decomisó un cordero a un pueblerino, que se lo traía al Señor Retortillo; otro portal estaba al lado de la Cárcel y otro en Santa Clara. Uno de los asistentes a la reunión, que tal vez fuera el que colocó el cartel en la puerta del cementerio, tenía necesidad de dinero para mantener a su familia y con un coche “cuatro-cuatro”, compraba un botico de aceite en Los Molinos de Sipán y en combinación con un profesional portalero, pasaba por los Portales y le daba parte de lo que se ahorraba de pagar al Ayuntamiento. El que afirmaba lo de que el noventa y nueve por ciento de los hombres se venderían por más o menos dinero, contó como le pasó un cordero a un señor de Sasa del Abadiado, por el camino que va del antiguo Manicomio a la zona industrial, que está al lado del monte de Quicena. Cinco duros le dieron y además lo que le quedó al amo y el cordero, que se salvó de que se lo comiera el Portalero. Es peor el dinero chupado por altos cargos, que arruinan al pueblo o el que calculan las matemáticas del gran capital, que saben lo que gana un obrero en toda su vida y le venden en ese precio el piso en que ha de vivir. Un negocio judío se arruinó y los jueces dijeron que se había arruinado por dar a los que trataba más del veinte por cien de ayuda caritativa. Así daban el dinero exagerado de los créditos, que han arruinado a muchos españoles, con peligro, incluso, de arruinar a los mismos bancos.

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