martes, 26 de enero de 2010

El sol en la Catedral

La Catedral de Huesca se alza en la cumbre de esta ciudad, exhibiéndose a los humanos como una joya de estilo gótico, para que al contemplar aquellos arcos puntiagudos que señalan el cielo, piensen en el Creador. Sus arcos son elevados e iluminados a través de las ventanas, también rasgadas y puntiagudas, que parecen estar situadas en una gran elevación, para invitar a la luz del sol, a entrar en sus naves. El sol, efectivamente, penetra en dichas naves y va iluminando sus robustos muros; en cambio parece que sus rayos se resisten a penetrar en las bajas capillas laterales.
Hace ya unos dos o tres años, al llegar el Otoño y hacia las nueve de la mañana, observé como unos brillantes rayos de sol, penetraban en la capilla, donde se encuentra depositado en su sepultura de piedra, el cuerpo del anterior y ya difunto Obispo de Huesca Don Javier Osés Flamarique. Murió en esta ciudad de Huesca el día 23 de Octubre del año 2001 y en la capilla en que se encuentra su tumba, cuando se cumple el aniversario de su muerte y ya ha amanecido, entra el sol para saludarle con sus rayos. Se lo hice notar al Reverendo Don Damián Pañart, que se quedó absorto ante la contemplación de tal espectáculo luminoso ante la tumba de Don Javier.
Cuando lo enterraron en la capilla, dejaron las rejas abiertas para que los fieles pudieran entrar, unos a rezar y otros a saludar su memoria. Muchas personas le llevaban ramos de flores y las depositaban en el pie de la tumba, pero ya pasado cierto tiempo, cerraron las rejas, tal vez creyendo que el recuerdo de Don Javier habría disminuido o tal vez desaparecido entre la gente. No sé si coincidió su cierre con la visión del sol visitando a aquel, que la gente también quería visitar, pero se abrieron de nuevo las rejas de la capilla y allí, al pie del sepulcro, iluminadas por el sol se ven flores depositadas en recuerdo del difunto, que permanece en el interior. Porque si el sol entraba entre las rejas cerradas, que impedían la entrada a los fieles que iban a visitar a Don Javier, a rezarle, a explicarle alguno de sus problemas o simplemente a depositar flores al pie de su tumba, había motivos para permitir que se acercasen los oscenses a su gran amigo. Y se abrieron las rejas para que no impidiesen el paso de los fieles, como incluso, estando cerradas, aquellas rejas no podían impedir que todos los años, al llegar el equinoccio de Otoño, los rayos del sol pasasen a besar y a iluminar al amado Obispo Don Javier Osés Flamarique, que con su báculo, había orientado los espíritus de los oscenses, durante muchos años.
Un amigo mío me contó que en uno de sus viajes había visto como entraba el sol en un templo e iluminaba una imagen de la Virgen y yo recordé que en una cueva de nuestra provincia, por una a modo de ventana, labrada en sus paredes de roca, cada día el sol, de repente entraba e iluminaba la cueva. Los hombres primitivos llegaron a adorar al sol y en cuevas de esta índole, lo adoraban y le pedían su protección.
Ese buen amigo me proporcionó varias fotografías en que se ve la luz del sol, iluminando la tumba de Don Javier y sobre ella una ojiva solar, que con su vértice o punta señala el cielo.
Los hombres, con nuestra pequeñez, si miramos al cielo, nos damos cuenta del sistema solar en que vivimos, pero necesitamos la ayuda de la Ciencia, para darnos cuenta de que además del sol, que es uno entre el número casi infinito de estrellas, está nuestro planeta Tierra, acompañado por nueve planetas más. Sólo el sol posee luz propia y los planetas y las lunas, simplemente reflejan esa luz solar. La distancia desde el sol hasta su planeta más lejano es de más de 5.600 millones de kilómetros. Pensando que nuestro sistema solar no es el único del Universo, es probable que haya millones de estrellas con sistemas planetarios, parecidos al solar.
¡Qué pequeñez la nuestra, comparada con la magnitud del Universo! y sin embargo, ¡qué belleza se puede contemplar en la tumba de Don Javier, con esa flecha u ojiva solar que nos señala el “Reino de Dios”!”. Nuestra pequeñez nos impide ver todas las cosas creadas, como las variaciones del tiempo del sol en las carreras por su sistema o el no percibir la sensación de volumen en las fotografías, como estudió y experimentó Llanas. Pero la fotografía de mi amigo, nos señala el camino de acercamiento y amor que indican los ramos de flores, que los oscenses llevan al sepulcro de Don Javier Osés Flamarique.

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