martes, 26 de enero de 2010

El abuelo y el nieto



El abuelo Rafael no ha sido siempre abuelo, ni en edad ni en nietos. Ha sido de joven, además de guapo, un muchacho trabajador, amigo de todo el mundo, porque cuando, en alguna ocasión, lo acompañaba por las calles de Almudévar, con todos los que nos encontrábamos se saludaba y preguntaba sobre su salud y a algunos sobre como se le conservaba el vino procedente de aquella viña en la que él le ayudó a vendimiar. Todos lo felicitaban por haber llegado a ser abuelo de dos niños como él, guapos e inteligentes.
Tenía un temperamento que sentía la proximidad de unos hombres con otros, como pude comprobar en cierta ocasión en la que caminando por las bodegas de Almudévar, nos encontramos con uno de sus múltiples dueños, que nos hizo entrar en la suya y allí hablando el uno con el otro, recordaron su juventud y las ocasiones en qué celebraban sus fiestas públicas o particulares y todas estas conversaciones las acompañaba el señor que nos invitó a entrar en su templo particular del dios Baco, con algún vaso de buen vino y con torta. Hablando de este recuerdo con mi consuegra Aurita, de Albero Alto y casada en Coscullano con Lorenzo Zamora, me habló de que cuando ella era joven, además de atractivo era buen conversador, amigo de la tertulia, acompañada muchas veces en Almudévar por el canto de las jotas. En aquellas jotas en que se hacía oración a la Virgen de la Corona, se transmitían recuerdos históricos, sociales o recuerdos particulares, unas veces de amor y otras de luchas y de guerras; en ocasiones se ridiculizaba a algún vecino por ciertas costumbres unas veces ligadas al trabajo o al buen comportamiento, cuando otras eran vicios, como el de abusar de la bebida. Pero casi nunca se olvidaban del amor. El era feliz y cariñoso, porque, en cierta ocasión me acompañó a ver bajar a la Virgen de la Corona desde la iglesia situada en su corona al templo parroquial y pude observar como demostraba su amor a la Virgen y a sus propios paisanos que la acompañaban y la veneraban con sus ceremonias, con sus cantos e incluso con sus bailes. Se casó con Maruja y recibió la alegría de ver como su hija, casada con mi hijo Manolo, dio a luz dos niños, uno llamado Ignacio y otro Luis. Había llegado a una edad muy avanzada y al mismo tiempo había sido abuelo de dos nietos. Estos al ver a su abuelo enfermo, preguntaban que donde iba a ir y todos les contestaban que iba a subir al cielo. Lo creían, pero Luis, con sus tres años y medio, parece ser que se resistía a la falta de unión con su abuelo Rafael y decía que si alguna vez se caía del cielo, ¿cómo iba a llegar aquí libre de todo mal?, por que decía que de allá arriba podían caer piedras, que harían muchos ruidos. Yo le hice ver que todo lo que cae de lo alto no hace daño, como pasa con la lluvia y con la nieve. Al nombrarle la nieve decía que con ella hacían pelotas aplastándola con sus manos y también hablaba de los muñecos que formaban, a los que le ponían unas narices de zanahoria. Mientras él seguía pensando, en la forma en que se juntaría con su abuelo, yo hacía lo mismo, pero a mí se me representaban las ideas de un niño tan pequeño, como una necesidad que tenemos los hombres de estar unidos y de amarnos unos a otros, como nos amaba y según la teoría del pequeño Luis, nos sigue amando, el abuelo Rafael.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

El Paseo de la Alameda, hace ya muchos años

  Por el sol saliente rodea a Huesca la Isuela, nombre de un río con reminiscencias ibéricas, hoy el río pudiera ser llamado la cloaca, que ...