jueves, 23 de diciembre de 2010

La señora Juana y los gaticos


Hace setenta y un años, ocurrió lo que hoy he recordado. Iba yo, con mis cinco años, acompañado por mi amigo Rafaelito , que todavía vive y jugábamos por la plaza Mayor del pueblo , cuando encontramos dos o tres gaticos pequeños, que debían andar buscando a su madre y yo mismo ,acompañado por Rafael, nos pusimos a hacerles la vida imposible, molestándolos y dándoles golpes con los pies. En la cara Sur de la Plaza ,vivía la señora Juana, en una casa , ya desaparecida; Era una señora ya mayor, a las que entonces las llamaban, simplemente viejas. Vestía como una de ellas, es decir con unas faldas de color negro, que le llegaban hasta los pies, calzados con unas viejas alpargatas y cubriendo su tórax, una camisa amplia, también negra. Su cabeza la tapada con una pañoleta, atada o sujeta con un alfiler o imperdible, por debajo de su cuello. Sólo dejaba ver sus manos y su cara. No tiene, por tanto que extrañar el ver las mujeres musulmanas con sus cabezas cubiertas con telas que recuerdan las pañoletas que llevaban nuestras ancianas. Vivía sola en su casica, porque tenía ya a sus hijos casados. Era dulce y buena y tenía su modesta casa limpia, con un cántaro y un botijo, sobre un cantaral, en el patio. Subía uno arriba y se la encontraba cerca del fuego del hogar, formado por cuatro ramas de carrasca, que recogía en el monte, donde las iba a buscar. Al vernos maltratar a los gaticos, nos hizo reflexionar con su voz femenina y a mí me impresionó y dejé a los animales, que vivieran su vida. No me produjo resentimiento su actitud, sino, al contrario porque me acuerdo que un día le llevé un pan que cogí en la masadería de mi casa. Me trató con un gran cariño, porque me hizo sentar en una silla de anea, frente a una mesica y me obsequió con un vaso de agua fresca, en la que echó una cucharada de azúcar y me dio una galleta María, que yo mojaba en dicha agua y me la iba comiendo. Era yo un niño muy pequeño, pero me sentía como si fuera un embajador, recibido y agasajado por una vieja reina. Yo le tenía un gran respeto, entre otras cosas porque la había visto varias veces, desde una ventana de mi casa, que asoma a la finca llamada Valdecán y justo debajo de ella, estaba despojado de cruces y de flores un ya abandonado cementerio. En su puerta se ponía la señora Juana, mirando al norte y rezaba y recordaba a sus antepasados. Yo creía que estaba rezando por sus familiares difuntos, pero, muchos años más tarde su hija la señora Concha me dijo que desde tal puerta se veía Santolaria, donde había nacido su madre y por lo visto hablaba con la Virgen de Sescún, para pedir por su familia y por los niños, para que no fomentáramos el odio, que más tarde en el año 1936, haría que los españoles se mataran con crueldad. Ella ya no llegó a ver tal situación, pero dejó en mí un recuerdo imborrable. Eso ocurrió hace setenta años, pero hoy he visto una gata con su camada de seis gaticos, escondida en una acequia. Estaba asustada y cuando veían a algún ser humano, ella se escapaba y sus hijos se ocultaban. Llegaron dos niños y dos niñas y al darse cuenta de la presencia de los gaticos, hacia ellos se dirigieron, pero estos se escaparon. Sin embargo, ¡cual sería su amor a los pequeños animales, que estuvieron esperando a que salieran!; al fin lo hicieron y ellos se hicieron amigos de la madre y la tocaban y la acariciaban y fueron a buscarle algo para calmar su gana de comer; cogieron el jamón que sus padres habían preparado para que merendaran y fueron a dárselo. ¡Qué diferencia entre los niños de entonces y los de ahora!. ¿No será porque entonces abundaban los animales en los pueblos y ahora que la gente se ha marchado de dichos pueblos, ya no quedan casi animales!. Los niños en las ciudades no tienen ocasión de convivir con los gatos y cuando los ven, sienten amor por ellos, que pasan tanta hambre, mientras ellos siempre están “fartos”. Los animales se comportan de acuerdo con sus instintos y los hombres somos libres, porque yo de niño les pegaba a los gatos y sin embargo ahora, los tratan con cariño. Es preciso educar a los niños en el uso de la libertad, para que triunfe el bien y caiga el mal. Yo después de pegar a los gatos, me hice veterinario.

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