lunes, 20 de febrero de 2012

¡Adiós, señor Rafael!


Pico Gratal desde Banastas

Huesca tiene una variedad de paisajes, que dejarían admirado a cualquier famoso pintor y esa variedad aumenta con las lluvias en el invierno y en la primavera y el calor agobiante del verano, que ha convertido el verde lujuriante de los trigos y de las cebadas en el gris amarillento de la paja.
Quizá los paisajes que más llaman mi atención son los que se contemplan en la carretera de Jaca al pasar por la ermita de Cillas y después, al desviarse el viajero hacia Chimillas y Banastás, siente uno la necesidad de pararse a contemplar las Sierras de Gratal, de Caballera y de Loarre. Al mirar hacia ellas como fondo, se extienden por debajo los verdes campos de los lugares de Banastas y de Chimillas y le entran a uno ganas de quedarse a vivir en unos lugares que te hacen amar la vida.
Pero no es sólo la tierra la que te atrae, sino que recordando el paso de muchos años, recuerdas también las figuras rústicas de unos señores con los que mantenía unas relaciones de amistad y de parentesco, como las que nos unían al señor don Rafael Omiste y a mí. Rafael vivió en ese paisaje que he tratado de describir y se acomodó de tal forma a él, que tenía su trato la bondad y la amabilidad, que parece que hacían rimar su humanidad con la belleza que desde niño, había y seguía contemplando hasta pocos días antes de su muerte, que le ocurrió el día catorce de este mes de Marzo de este año de 2004.
Nació en Banastas, hace ochenta y seis años y se casó en Chimillas, en casa de Sauras, donde al ir a visitarlo te encontrabas siempre con alguna agradable sorpresa, como la de contemplar  varios jabatos que había cogido, al encontrarse sin madre, que alguien había matado. El tenía sus sentimientos tan vivos que sentía amor hasta por esos pobres animales y por eso se explicaba uno como era una persona tan amable con todos los seres humanos, que con él se encontraban.
Fueron pocos los días que estuvo enfermo y cuando se dio esta circunstancia, los que le rodeaban notaban que su respiración era rara y uno de sus nietos decía: está tan malo el abuelo, que ya no vienen los médicos a curarlo. Una de sus hijas, siguiendo las viejas tradiciones aragonesas, exclamó: ahora voy a ponerle la Virgen del Pilar; entonces Rafael abrió los ojos, que daban la impresión de una gran serenidad y de una gran paz interior. Un nieto le colocó una cinta que habían traído del Pilar de Zaragoza y él se fue acompañado por toda su familia en su casa y lejos de aquella  explosión asesina, que ocurrió en Madrid el día once.
Su esposa Victoria, sus  cinco hijos e hijas, sus nietos y nietas, sus biznietos  y sus sobrinos de Banastas, Paco y Nieves, cuando se miren el paisaje de esos dos pueblos, verán a Rafael sonreír desde el cielo. 

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