martes, 28 de febrero de 2012

La crisis, una después de otra



La crisis no es lo mismo que la quiebra, en la que se rompe, unas veces la vida, otras la salud, en ocasiones la economía y siempre el bienestar; en una palabra la moral de las costumbres. A lo largo de la Historia, se va cambiando la moral, es decir las “mores” o costumbres, formadas en la vida humana por los mismos hombres. Tienen estos que cambiarla, porque les han desaparecido las oportunidades de practicar muchas agradables ocasiones de vivir bien, morando en buenas casas, vistiendo con comodidad, alimentándose con placer y llevando sus niños a colegios, de los que esperan, saldrán colocados. Pero no hay que dejar a la crisis que crezca, porque conduce a la quiebra. La crisis se conoce por un crujir de los valores, que el hombre ha logrado o le han sido entregados. Pasan en la vida hechos, como el crujir de las máquinas o los roces inesperados de sus motores o de sus articulaciones mecánicas, que nos avisan de que aquellos aparatos han entrado en crisis. Pasa como en la economía, en que el exceso de gasto, nos anuncia que va disminuyendo el valor de nuestro dinero y de nuestro bienestar, en que la falta de colocación de uno de nuestros hijos, nos hace barruntar un peor nivel de vida de nuestra familia, o la dificultad en cobrar los precios de lo que hemos vendido, nos hace despedir trabajadores. Estamos ya sufriendo los dolores de la crisis. Nos damos cuenta de una crisis de los valores intelectuales, acompañada por los valores de las crisis físicas, como la de la vivienda, de la alimentación, del trabajo, etc., etc.
Los valores de las costumbres o morales, no han sido siempre los mismos, llegando algunos a ser objeto de desprecio. Hasta hace no mucho tiempo se practicaba la esclavitud y ahora se sigue restringiendo la libertad. Ultimamente, han crecido la pornografía infantil, el aborto, el suicidio y la falta de trato agradables entre los vecinos, la falta de honradez y la práctica de la verdad. Antes, en el pueblo todas las puertas de casa permanecían abiertas.
Esta crisis puede hacer caer a la sociedad en una quiebra, por no haber respetado el amor al trabajo, unas veces los gobiernos, otras los ciudadanos y casi siempre ambos a la vez. ¿En qué situación se encuentra el pueblo griego?. Dicen  que estaban cobrando su retiro, muchos que ya eran difuntos. De ahí se desprenden las consecuencias, que ahora pagan.
Debemos evitar que la crisis progrese y reiniciar esfuerzos para entrar en la normalidad, porque a lo largo de la historia, han sido muchas las crisis a las que se ha llegado y que se han superado.
En mi artículo “Crisis en el siglo XVII”, escribo sobre la enorme crisis que pasó nuestra Nación, llegando España a un estado de ruina de la Hacienda Real, causada por los gastos que originaban las distintas guerras, la conquista y colonización de América. En aquel medio ambiente empobrecido, en 1613, España expulsó a los moriscos. Estos eran trabajadores en el campo, en la albañilería, con la ejecución del Arte Mudéjar. En cambio el pueblo soñaba con la ociosidad, lo que evitaba la producción de riqueza. Cuando lograban conseguir un escudo de hidalgo, se dedicaban a vivir bien o a aparentarlo. Quevedo escribió: “Familias sin pan, y viudas sin tocas, esperan hambrientas y mudas sus bocas”. Basta leer el Lazarillo de Tormes para darse cuenta de la tristeza de la crisis de España en el siglo XVI. Fallaban el capital y el trabajo. Fue tremenda la crisis que pasó España, después de la Guerra Civil hasta aproximadamente el final de los años cincuenta. Recuerdo el racionamiento de pan, que lo proporcionaban escaso y negro. Me acuerdo de como compañeros de clase del colegio al que acudía, conmovidos por el hambre de alguno se sus compañeros, le llevaban pan blanco, que ellos podían comer por ser de familia de agricultores. Estando interno en un colegio de Guipuzcoa, por las Navidades mis padres me enviaron un pequeño paquete, que en su interior contenía turrón casero, es decir hecho con azúcar y almendras, recogidas en diversos almendros y endulzadas con azúcar. Cuando me lo entregaron, el pequeño paquete tenía abierto un agujero en el papel que lo envolvía y dentro quedaba, tan sólo, un pequeño trozo de turrón. El hambre la tuvo alguien que satisfacer, comiéndose el turrón, pero dando a su conciencia la satisfacción de que yo,  el destinatario, pudiera comer parte de ese recuerdo familiar. En los años de la República, obligaban a dar a ganar jornales a los parados, lo que era bueno,  pero disminuía la capacidad de inversión en nuevas producciones de los que pagaban. Se rompía el equilibrio entre el dinero y el trabajo, ambos necesarios para la sociedad.
Después de la crisis producida por la Guerra Civil y pasados unos años, algunos salieron de la pobreza, pidiendo un crédito que al recibirlo se crearon para sí mismos una deuda, pero con el valor de la deuda adquirieron un “capital activo”, como un camión para dar movimiento a las producciones a las que había que dar salida o un tractor, que con su trabajo en la tierra, producía dinero con el que el deudor se pagaba la deuda. En aquel pequeño pueblo dos o tres agricultores hicieron la aventura de endeudarse para comprar un tractor y los demás se fueron del pueblo, a la ciudad, donde muchos se dedicaron no a mover el motor de la economía, sino a atender la demanda de los consumidores, que aumentan la deuda y no la producción, como la aumentaba el tractor. La gente, estos últimos años, ha pasado a depender de la demanda, porque prefería el consumo y se despreciaba el trabajo. Me dijo un agricultor que le pidió ayuda a un trabajador,  para cultivar su huerta y éste le contestó que no podía porque se lo pasaba mejor jugando al tenis en sus ratos libres. Los créditos se repartían generosamente y a veces,  cuando un ciudadano pedía un crédito de treinta millones de pesetas, se la dejaban treinta y tres, para que se comprara un coche. El desempleo acarrea a la sociedad gastos económicos y sociales, porque ese coste económico coincide con el valor de lo que se deja de producir y que no será posible recuperar. Parecía que estábamos entrando en un mundo feliz, sin tener que trabajar y sin capital, pero que ha traído la descapitalización del Estado y la falta de trabajo de los ciudadanos. Todo el mundo estaba colocado, pero sin producir o produciendo viviendas no necesarias y a un precio explotador.
Tal vez , en circunstancias de esta naturaleza, sea un mal menor aumentar la deuda pública, pero, ¿quién nos garantiza que este aumento de los impuestos, no será eterno?.


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