jueves, 20 de noviembre de 2014

El músico Pedro Mari, en San Pedro el Viejo, gozando de los sonidos musicales



Pasando por la Plaza de San Pedro el Viejo, he entrado en la románica iglesia a él dedicada, para mirar su figura, no para escucharla,  porque,  no hace sonar ni su boca  ni otros instrumentos musicales.  Basta contemplar su imagen con la tiara pontificia sobre su cabeza, la llave de la Iglesia y un libro abierto apoyado  en  un lado del sillón,  sobre el que se asienta. Pero, esa imagen de San Pedro  el Viejo, una vez dentro del templo, promueve sonidos,  que impresionan los espíritus  de los que miran esa celestial y poderosa imagen. Efectivamente, se oían de vez en cuando, unos sonidos, que imponían respeto, como si procedieran del órgano, que tantas veces he escuchado y que he visto, hace ya muchos años,  cómo  con un fuelle, le inoculaban  aire , que haciendo sonar  sus trompas, me hacían adivinar conciertos celestiales.
Escuchando alguno de esos sonidos, estaba sentado debajo del Presbiterio, donde, en  el Sagrario se oculta  Cristo, mientras  la impresionante figura de San Pedro el Viejo, muestra la llave de la Santa Madre Iglesia,  un joven músico, llamado Pedro Mari, que desde un banco, contemplaba la figura de San Pedro Apóstol. A mí me impresionó la escena formada por el viejo Apóstol, del que el joven músico, mirándolo quería aprender la “música celestial”, que parecía dirigir desde el Altar Mayor, con su alzada y directiva llave. Me dirigí hacia Pedro Mari y me di cuenta de que amaba la música, porque en el mismo banco donde estaba sentado, se extendían un “chuflo o chuflaina”  aragonesa, un asta de vacuno o cuerno sonoro, que me dijo procedía de las Asturias de Oviedo y una gaita.
La verdad es que ese secular ambiente, desde el presbiterio de San Pedro el Viejo, cerca de la puerta de la Torre, en que mi doble pariente, el sacerdote don Jesús Vallés Almudévar, expuso una serie bellísima de esculturas de vírgenes, de santos y de objetos litúrgicos, hasta la sacristía, impresionaba.  Bajando hacia el Coro, se ven los asientos, en que los Beneficiados, con su chepa litúrgica, que se les impuso por su fidelidad al que fue falso Papa en Aragón, Benedicto XIII.  Allí, debajo del órgano, cantaban en canto gregoriano: “In exitu Israel de Egipto,  domus  Jacob de populo barbaro”.  A ellos se unía a cantar el gregoriano, mi primo hermano,  José Antonio Llanas Almudévar, que fue Alcalde de la ciudad de Huesca. Amaba de tal forma el canto gregoriano, que,  al morir, quiso que se celebrara su  entierro  en la iglesia de San Pedro el Viejo. Es curioso,  como cada año, en una fiesta litúrgica, acude a cantar su hijo José Antonio,  que vive en Madrid. Al salir al Claustro, además de ver enterrados a Miguel Almudévar y a su esposa, con sus nombres escritos con letra gótica, se exhiben los sepulcros del Rey Ramiro el Monje y el del casi emperador Alfonso el Batallador.
Pedro Mari no puede evitar  acudir a San Pedro el Viejo a hacer sonar sus instrumentos musicales en ese antiguo ambiente, que suenan maravillosamente, produciendo un eco o reverberación en las bóvedas, que me causa la impresión de viajar hacia el cielo. Antes de darme cuenta de que Pedro Mari, estaba observando a San Pedro, escuchaba con cierta frecuencia sonidos que hacían brotar  ecos,  que devolvían las bóvedas. Con esa mezcla de sonidos y de  ecos, que se escuchaban en el ambiente de San Pedro, producida por el contacto sonoro entre las notas musicales y sus ecos, en las piedras de sillería, con las que se levantó una obra tan noble, se estaba conmoviendo  mi sensibilidad.  Las vidrieras separaban el ambiente interior del templo, del exterior. Pedro Mari no podía pensar en otras cosas del mundo, sino que estaba gozando de una “borrachera”  semi  divina, que le hacía permanecer sentado cerca de la figura de San Pedro. Pero a Pedro Mari Martín, lo observé en su éxtasis musical y me dirigí a él. Ese éxtasis estaba ordenado por la llave que San Pedro Mártir elevaba desde el altar y parecía imitar a una batuta que dirigía la música, con gran sabiduría porque su cabeza estaba revestida por una tiara pontifical, y tenía abiertos los Evangelios, sobre el apoyo derecho de su sillón.
La figura de San Pedro no producía sonidos, pero estaba dirigiendo un concierto entre Dios y el hombre, que  Pedro Mari, se veía  impulsado a hacer sonar  el concierto que estaba dirigiendo esa santa, noble y artística figura.  Daba la impresión  de alegrar su rostro,  al escuchar el sonido del Cuerno, que hacía sonar el dirigido músico Pedro, por su homónimo San Pedro el Viejo, desde el altar mayor.
Pero no fue sólo el asta o cuerno vacuno el que hizo sonar, sino que tomó entre sus manos un “chuflo aragonés”, instrumento que se ha usado desde hace siglos en Yebra de Basa y en la ciudad de Jaca; tal vez para  dar a todos los sonidos  una alabanza al Señor, a través del tiempo, creado por los siglos de los siglos. Esa flauta de tres agujeros, se ha hecho sonar  a través de los siglos  por todo el Mundo, pero donde siempre ha impresionado a los devotos de Santa Orosia, ha sido en Yebra de Basa y en la ciudad de Jaca, donde, en procesión se unían las reliquias de la Santa conservadas en dicho pueblo,  con las que se guardan,  hace siglos,  en Jaca. Todavía me acuerdo de asistir con mi padre en compañía del gran jacetano Don Paco Ripa, el día veinticinco de Junio, de uno de los tres años en que tuvo lugar la Guerra Civil. Me acuerdo  de contemplar a los endemoniados de  toda la redolada y hasta de la región francesa del Bearn, donde  existe una gran devoción a Santa Orosia. Los danzantes, interpretaban antiguas danzas guerreras al son del “chiflo y del chicotén” y de los tambores.  Aquellas músicas, emitidas por los mismos instrumentos que Pedro Mari, exhibe en  la iglesia de San Pedro el Viejo, tenían que romper las cuerdas que los endemoniados, llevaban entre sus dedos, para que la música del “chiflo y del chicotén”, rompiera con esa música la esclavitud demoniaca de aquellos desgraciados. El día veinticinco de Junio todavía se celebraba  aquel combate entre la música y el reino del demonio, con sus endemoniados y “espírituados”. Pero el  Obispo de Jaca, el año de mil novecientos cuarenta y siete, prohibió la asistencia a la procesión de Santa Orosia,  de la multitud de endemoniados de la zona y del Bearn.
 Por fin Pedro Mari, el músico, devoto  de San Pedro el Viejo, levantó su gaita aragonesa y haciéndola sonar, me llenó de tanta emoción, que casi me hizo llorar. A esa emoción se añadió el recuerdo del gaitero de Santolaria, tío de la señora Juana Periga casada en Siétamo, y a la que yo veía desde mi casa, en la puerta del antiguo cementerio, rezando por el Gaitero de Santolaria,  Antonio Margalejo.  En “El gaitero de Santolaria” escrbí: “¡Ojalá pudiera hablar  con José María Periga de Santolaria, sobrino del gaitero Antonio Margalejo!. Tenía el gaitero que ganarse la vida, unas veces , limpiando oliveras, otras haciendo de barbero, también cazaba a “rastro” y con éxito, pero la música lo dominaba, fabricándose él mismo “chuflos y chuflainas”, cómo estando de pastor se hizo una gaita con su botico hinchado de aire y tocaba y tocaba”.
“La gaita de Antonio, según me dijo  Angel Lera, tenía un botico, equivalente al odre de la gaita gallega y que se hinchaba soplando. No se conocen más detalles, porque ya no queda nada de ella”. Pero ahora, al encontrarme en San Pedro el Viejo, con Pedro Mari Martín, se acaba de dar uno cuenta de que está resucitando, la gaita ibérica  en Aragón “y que la cubren con una tela multicolor.
Me parece la iglesia de San Pedro el Viejo, un divino lugar  para resucitar, porque Pedro Mari, allí hacía sonar su gaita ibérico – aragonesa, igual que Antonio Margalejo, hace muy largo tiempo, la sonaba por Used, Bara,Belsué, Ibirque, donde se encontraba con los Ciegos de Siétamo, que eran músicos como él.

Ante la resurrección de la gaita aragonesa, Pedro Mari y todos los gaiteros aragoneses, cubren sus gaitas, con una ropa multicolor, con la que envían  sus notas por las bóvedas de San Pedro el Viejo.

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