El vino es una bebida sagrada, obtenida por la fermentación del jugo fresco de la uva. Hay que aprender a oler, a mirar y a saborear el vino, incluso no sólo a sentirlo con los sentidos, sino con el espíritu, pues como acabo de decir, con ese vino identificó Cristo su propia sangre. Para respetarnos a nosotros mismos, hemos de respetar al vino, para que su uso nos haga felices. Admiremos su color blanco, rosado, tinto y consideremos si se trata de un vino joven de crianza o un vino viejo para guardar. Pero ese ojo mirando sobre el color del vino, no se debe convertir en un ojo codicioso, un ojo con gran deseo o avidez, que conduce a la borrachera. Ya dice el Eclesiastés: “el vino es como la vida para el hombre, si se le bebiese con medida”. “Con la falta del vino, ¿qué es la vida?; pues él ha sido creado para alegría desde el principio”.”Gozo del corazón y alegría del alma es el vino bebido a su tiempo y proporcionalmente”. Y las monjas del Monasterio de Casbas, leyeron en la Biblia:”Salud es para el alma y para el cuerpo el beber sobrio” y a lo largo del año de su fundación por la Condesa catalana de Pallars, en 1172 y de su cierre, en el año 2004, han procedido las monjas cistercienses a elaborar esa bebida, que les ayudaba a alimentar sus cuerpos y sus espíritus, con la sagrada Comunión. Hace ya años que elaboraban el vino, pero no es extraño porque en Sumeria, en Mesopotamia seis mil o siete mil años antes de Cristo, ya comenzaron a obtenerlo. En Ur de Caldea, se han encontrado unas tablillas de barro, que describen la elaboración del vino, dos mil años antes de Cristo. Las monjas vivían felices consumiendo el vino convertido en la sangre de Cristo y en estimulante para sus cuerpos. Pero, el Señor, después del Diluvio, teniendo a Noé como organizador del Arca, como dice el Génesis, estableció un pacto con los hombres, en que dice “las aguas no servirán más de diluvio para destruir todo mortal; pues aparecerá el arco en las nubes (que debe ser el Arcoiris) y lo veré, recordando el pacto eterno entre Dios y todos los seres vivos, en todo lo animado que existe sobre la tierra”. Y en ese pacto entre el Señor y todos los seres vivos, podrían esos seres vivos faltar al pacto y Noé, dada la debilidad de su naturaleza humana o la ignorancia de lo que era el vino de la viña que empezó a plantar, ”bebiendo el vino se embriagó y quedose desnudo en medio de su tienda”, detalle éste que demuestra como el hombre debe empezar a conocer el vino, oliéndolo, saboreándolo y limitándose a guardar el respeto a las cantidades que se pueden tomar. Pero el Señor no lo castigó por emborracharse, pues esa borrachera fue debida al desconocimiento de Noé de los misterios del vino. No dice nada la Biblia del castigo que el Señor podría haber aplicado a Noé, pero cita la maldición de Noé contra su nieto Canaán, que parece ser no respetó a su antepasado como hicieron Sem y Jafet, que “tomaron el manto y, echándoselo sobre los hombros, caminaron hacia atrás y cubrieron las vergüenzas paternas”. La falta de respeto a la materialidad del vino y a su espiritualidad, unida al poco respeto de los hombres hacia sus cuerpos y hacia sus espíritus, ha creado el malestar de los hombres entre ellos. Noé vivió mejor que nosotros, porque “vivió Noé después del diluvio trescientos cincuenta años y ”luego murió”.
Tucídides, historiador griego, afirmó que “los pueblos del Mediterráneo, empezaron a salir de la barbarie, cuando acudieron a cultivar la aceituna y la uva”. Hace ya unos dos mil setecientos años, los griegos traían el vino a la península ibérica, en ánforas de terracota. Pero después fueron los vinos elaborados en nuestra península y exportados a Roma, también en ánforas. En la Vía Romana, que desde Huesca llevaba a los viajeros a Alquézar, se encuentra el miliar tercero, donde se encuentra el pueblo de Tierz, luego en el Llano Quinto, se encuentran las ruinas del pueblo romano, también llamado Quinto, como el miliar en que se encuentra; en ellas encontré un trozo de ánfora romana, que no sé dónde ha ido a parar. Por esta vía se caminaba con destino a Alquézar, pasando por Siétamo, Angués, Foces, Bacuas y después por Casbas. En el Monasterio se instaló muy primitivamente un lagar, que es el cubo, donde se acumula el zumo fresco de las uvas, introducidas por una ventana y pisándolas sobre las pisaderas, a través de las cuales se filtra el mosto. En ese cubo o lagar debe fermentar ese zumo y al hacerlo, se saca por el laco, que se encuentra en la parte más baja del Lagar. Ya se murieron las viñas conventuales y el lagar se llenó de “enrruenas”, que ahora van limpiando, poco a poco. Pero Joselín Buil, sobrino de la Abadesa del Monasterio de Casbas, Madre María Jesús Buil Aniés, se acuerda de ir a preparar el lagar, a limpiarlo y a colocar las pisaderas. Esto ocurría cuando todavía Joselín era un niño. Ahora tiene unos sesenta y seis años. Ese vino era de una calidad extraordinaria y no se sabe si era por las uvas, cosechadas en sus viñas o por alguna fórmula que se aplicaba al zumo de las uvas. Joselín no se acuerda, pero algo tiene que saber, porque en la casa de la que procede, de San Román de Morrano, siempre han vivido guardas forestales, grandes conocedores de las plantas y de la elaboración de licores a partir de ellas. Yo he conocido el jugo de limón y el de las granadas o minglanas. Saben además elaborar vermuts con plantas que recogen en el monte del Somontano y sus vinos tienen un sabor sagrado. Escribo en el artículo “Señorío de Aniés en San Román de Morrano” ,”que hay otro aspecto que me hace añorar el Monasterio y es que las Madres Cistercienses, preparaban un vino de un sabor, tal vez como el que Cristo mandó preparar en uno de sus milagros. ¿En qué detalles intervendrían las Madres en la elaboración de vinos de tal categoría?. Según Alfonso, con sus ochenta y siete años, hermano de la Madre Abadesa y tío de Joselín, se llevaron el año 2004, la última monja y se perdió el misterio, que hubiera podido ayudar a los altoaragoneses dirigidos por Joaquín Costa, a conservar la sabiduría y la belleza de la Sierra, del Castillo de los señores de Aniés y del Monasterio. Así como en la misa se consume el vino o sangre de Cristo, en el pie de la Sierra de Guara, se bebería el vino de las Monjas de Casbas”.
¿ Se ha perdido el misterioso procedimiento que usaban las Monjas Cistercienses de Casbas, para elaborar ese vino que mantenía la alegría en el Monasterio y en la Comarca de Casbas?. La historia va pasando poco a poco, pues basta leer, lo que más arriba he escrito sobre Noé, que acaba así : “ luego se murió”. El misterio del vino no ha muerto todavía, aunque da tristeza ver el Monasterio abandonado y desde él, se alza sobre un tozal el pueblo donde residía el Señorío de Aniés, pero el vino sigue dando la alegría en algunos corazones de Alfonso Buil Aniés y de su sobrino Joselín Buil, que siempre sonrientes, siguen elaborando vino y licores maravillosos. ¿De dónde sacaron las fórmulas para fabricarlos? ; pensando en la historia del Monasterio, aquellas monjas fabricaban tales bebidas desde hacía siglos y en el pueblo de San Román de Morrano, en la casa donde residieron los Señores de Aniés y nacieron la Abadesa de Casbas Madre María Jesús Buil Aniés y su hermano don Alfonso Buil y también Aniés, tuvieron una vocación por las plantas del Somontano, perteneciendo varios de ellos, al Cuerpo Forestal. El padre de don Alfonso era conocido, ya hará unos cien años, como el “labrador moderno” y conversaba con Joaquín Costa sobre la cría del ganado lanar, de la que consiguió que las ovejas criaran dos corderos. Hace de esto muchos años, pues Alfonso tiene en la actualidad noventa años. Y ¡qué licores elaboran estos apellidados Buil! , pues mantienen la alegría de sus personas y de sus familiares, pues en el desaparecido pueblo de Secorún, en 1880 en la casa de López de Ara, de donde es la esposa de Joselín y de su hermana mayor , casada con el señor Gil, reinaba por la noche la alegría ante la visita de un señor francés, que se intuye traía saludos de un antiguo pariente, es decir del Conde del Bearn. Allí reinaba la alegría, cultivada con la música de guitarras, durante gran parte de la noche. El vino lo subían sobre los lomos de las caballerías, desde San Román de Morrano y desde Bierge. Aquel pueblo desapareció, pero sigue la alegría de la familia de López de Ara, unida a la de los que tienen el apellido francés de los Buil. Estos siguen produciendo sus gustosas bebidas, pues a mí, en mi última visita a la Torre de López de Secorún, me obsequiaron con un vermut, creado por Joselín, que unido a un trozo de queso de Alquézar, me inspiró para escribir estos recuerdos. No queda la vida activa del Monasterio, pero quedan los parientes de la Abadesa María Jesús Buil Aniés, El Señor de Aniés don Alfonso y Joselín , el ayudante hace ya muchos años de su tía la Abadesa, servidor de Dios, eternamente sonriente y que participa en los ritos de la Ermita de la Virgen del Viñedo, a donde a cualquier hora sube, desde Los Molinos de Sipán, incluso a colocar algunas bombillas fundidas por el uso. Alfonso con sus numerosos años, registra constantemente inventos modernos para la Industria, e incluso viaja a Francia. Es también un escritor sentimental, pues narra la despedida de su casa de un viejo matrimonio somontanés. Joselín en su casa natal de Los molinos, llamada Casa del Batán, se acuerda del enorme tamaño de los martillos que golpeaban sobre las telas, movidos por el agua. Dice que tendrían aproximadamente unos sesenta centímetros, en los lados del cubo. Se fueron Alfonso y el padre de Joselín del pie de la Sierra de Guara y su esposa con su hermana y su cuñado Gil, abandonaron obligados por el poder el pueblo de Secorún. A esta familia se le podían dedicar los versos que compuso don Alfonso, pero que no han abandonado del todo, pues han subido a él, a celebrar la beatificación de su tío mártir durante la Guerra Civil. Está ahora situada toda la familia en la Torre de López de Secorún, al lado del camino paralelo a la carretera de Jaca.
Así como los hijos de la ciudad de Ur, en Caldea poseían piezas de barro relatando la obtención del vino, Joselín en la bodega de la Torre de López de Secorún, en Huesca, tiene colgado un mosáico en el que pone: ”Yo sólo bebo de este divino licor,-que da al hombre fuerza y valor.-Y ahora, repetid conmigo: “Señor mío Jesucristo, yo no soy digno de beber agua, habiendo vino”. El último día que acudí a la hermosa Torre de López, me encontré a un hermano del señor Gil, que cortó un bello ramo de flores, para su difunta madre. Pero la Gran Madre de la Historia de Casbas y de Secorún, también parece morirse.
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