Los Amigos de Montearagón han celebrado igual que todos los años, el primer domingo de junio, un acto de reclamación para que el antiguo castillo- monasterio, sea restaurado. He subido a la altura para colaborar con sus componentes en el logro de dicho fin y me he encontrado en ella, con muchos oscenses y con hijos de varios pueblos del Somontano. Hablé con muchos de ellos, pero el que más me impresionó con sus palabras, fue Enrique Arizón, Ingeniero Industrial, al que hacía ya muchos años que no veía porque trabajaba ocupando un alto cargo en la Hacienda Nacional y que ahora ya está jubilado. Jubilarse y venirse con su esposa Emilia a Huesca, ha sido todo uno, porque él que toda su vida había estado soñando con Huesca, donde su familia tenía y creo que todavía es suyo el Velódromo, en el que en tiempos pasados se celebraban carreras de velocípedos. Yo me acuerdo de haber estado en el entonces ya viejo Velódromo con su primo Maito Mallén Campaña y de haber visto algún velocípedo, que ya no se podía usar y alguna rueda enorme, que correspondía a la rueda delantera de uno de esos velocípedos. Me dice José Enrique que en una ocasión se empleó el terreno en campo de fútbol, pero más tarde se convirtió en un campo de cultivo de cierta droga, porque unos delincuentes saltaban las paredes y cultivaban dicha planta. Ahora parece que en un edificio ya de aspecto ruinoso se arreglan instrumentos metálicos.
Pero José Enrique creo que de estas cosas se enteraba de tarde en tarde, ya que no tenía tiempo de ir a ver dichos terrenos. El se acordaba más de su vida de niño y de joven, cuando estudiaba en el colegio y me contó que alguna vez subía al Castillo-Monasterio, donde se encontraba la iglesia convertida en paridera, con su suelo lleno de estiércol con una altura cercana al metro y estaban las ovejas con sus corderos, que daban señales de asustarse, al igual que los pastores, que cuando los veían llegar daban muestras de mal humor. José Enrique tendría por aquellos años de 1945, unos dieciséis o diecisiete años e iba a ver no se sabía si al Señor o las ovejas, acompañado entre otros por Carlos Albasini y por Desi. Penetraban por todos los lugares anejos a la iglesia y por el interior de la torre, entró él en cierta ocasión en el púlpito, que por cierto me dijo que entonces a pesar de las ovejas y de los pastores, estaba más bonito que hoy en día. Una vez en el púlpito se sintió orador y exclamó en latín:”¿Quosque tandem, Catilina,abutere pacienciae nostrae?”, que en castellano equivale a decir :¿Hasta cuando, Catilina, seguirás abusando de nuestra paciencia?.¡Dios mío, que sensibilidad tenías dentro de tí, que comunicabas a tus amigos en aquellos momentos de juventud!, ¡cómo sabías que aquella situación era el reflejo de una degeneración de la historia aragonesa!.En el momento que me explicabas tu actuación en el púlpito, estábamos en medio de aquel brillante Castillo-Monasterio, levantado en el siglo XI, unos diez o doce años antes de la conquista a los moros de la ciudad de Huesca en 1096 y sentía conmigo el consuelo de ver arreglada la iglesia, donde se dijo una misa y cantó un grupo de joteros de la Estirpe de Aragonia, dirigidos por mi amigo Julve, que con sus voces nos llegaban al alma y allí estaban los Amigos de Montearagón, reclamando una resurrección de los edificios que tienen comidas sus piedras y en su mayor parte ruedan esas piedras por los suelos.
¿Quién es la Catilina antiaragonesa que cuando se echaron los frailes del convento, hizo que algunos de ellos huyeran descolgándose con soga por las ventanas?. Pero no fue sólo esta la labor que realizaron ,porque en mi pueblo de Siétamo vivió de ecónomo no sé si fue un abad o un fraile de dicho convento, que dejó en casa de una señora un relicario que parece ser contenía sangre de Cristo. Pero aquella Catilina hizo que el que compró el Monasterio lo saqueara de sus ornamentos, libros y joyas sagradas para después prenderle fuego, de lo que se conserva un cuadro del que sale un humo escandaloso. Era escandaloso, porque mi padre me decía que cuando quemaron Montearagón, hasta Siétamo llegaban “las fumatas”. Altoaragonesas, ¡qué paciencia!.
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