En alguno de nuestros pequeños pueblos ya no queda
casi nadie, y en otros ya desaparecieron sus últimos
habitantes. En algunos, como Siétamo, donde se hacen esfuerzos para que crezca,
se industrialice y se conserven viejas costumbres unidas a las que sus nuevos
habitantes nos traen, ya que ellos buscan casi solamente el porvenir. Nosotros también nos preocupamos por ese
futuro, pero sin olvidar el pasado. Algunos no quieren el progreso de los
pueblos y les niegan el agua de sus ríos para que
crezcan como lo pueden hacer algunos,
como Siétamo, por ejemplo, en que ya hace unos cinco años se instaló la
conducción de aguas del río Guatizalema a Fañanás, Ola, Pueyo de Fañanás,
Alcalá del Obispo y a su Campo de Aviación, a Argavieso, a Novales y a Sesa y todavía no nos ha llegado el agua ni a
nosotros ni a los pueblos citados, tan necesaria para determinar zonas de
urbanización e industriales. La gente en la Democracia vota a nuestros gobernantes, pero nosotros ¿por
qué no sabemos recordarles, pedirles y exigirles nuestros proyectos y sus
promesas?.
Todavía quedan casas conocidas unas por el apellido de sus últimos habitantes,
otras por los de nombres más antiguos y que ya no se sabe cuando se ausentaron
del pueblo o del mundo; algunas se conocen por oficios en los que se
ejercitaron algunos o por apodos, motes o alias.
La gente habla de sus antepasados y estando un grupo
de sietamenses en esta conversación, apareció paseando por la Plaza Mayor una
señora de ochenta y nueve años, acompañada por una hija y por otra más joven,
que estaba casada con uno de sus nietos. No la conocíamos nadie, pero una
zaragozana llamada Virtudes y casada con un hijo de Siétamo, la conoció, ya que
recordaba haberla saludado, en alguna ocasión, en Zaragoza. En seguida comunicó
a los vecinos de Siétamo que se trataba de una paisana suya, que se había
marchado del pueblo. Se trataba de Ana
Alfaro Palomar, pariente de las
hermanas Alfaro, también de Siétamo y que viven en Huesca. Se originaron
encuentros familiares, como el de José María Puyuelo con su señora y yo, que
estos días venía consultando unos recuerdos escritos que había tomado del
famoso Antonio Bescós, alias Trabuco;
le enseñé lo que ponía en ellos
de sus familiares y ella toda emocionada me contó que al padre de su marido,
que se llamaba José Palacio, que ya tenía noventa años y no sabía leer ni
escribir, le pegaron un tiro de pistola en la cabeza en la puerta de su casa,
en la calle Baja del número cinco al seis. Hacia allí nos dirigió tocando ella con sus manos
las paredes de las dos casas, donde en tiempos estuvo situada la suya, que como
tantas otras se destruyeron para la Guerra Civil. Al marcharse se miraba con
cariño el Huerto del Cura, que fue del abuelo de José. Esta muerte ocurrió el día veinticuatro de
Abril de mil novecientos treinta y ocho. Desde este punto, donde José murió, se
veían las ruinas del Castillo-Palacio del Conde de Aranda; en este edificio
donde dijo Ana que vivió su familia compuesta por su padre Orencio Alfaro, su
madre Cristina Palomar y siete hermanos, nacidos todos en Siétamo y una de sus
hermanas, a saber Dorita había nacido en
el Castillo-Palacio. Contaba Ana que “había una horca en el patio del Palacio y
que la utilizaron los moros, que después de la Reconquista trabajaban para los
dueños del mismo. También hablaba de las vajillas doradas y que las
robaron y destrozaron todas”. De allí fueron a la llamada Casa Alfaro,
situada en la Calle Alta. También vivieron en el Castillo-Palacio con otras familias, entre las que se
encontraban las hermanas Lucía y Josefa Lasierra, casada una de ellas con
Moreno. Subimos por la Calle Alta y en casa de Alfaro, que fue la casa de su
madre se emocionó tanto que besó la puerta de dicha casa. Un poco más arriba
reconoció casa de Bescós, padre de Rafael de Gaspar, al lado de la cual vivió la hermana de su
marido, a saber Leoncia Palacio Mestre, que estuvo casada con José Cuello, de
los que procede el Maestro de Música que tan famoso se hizo en Huesca y era
hija de José Palacio, al que se conocía como el Sastre Viejo.
Fueron muchos los que la saludaron y algunos de ellos
están en las fotografías, como están
José María Puyuelo y su esposa,
Miguel Arnal y su señora Luisa de casa Gaspar, Nati Arnal, casada con Ramón de
casa Felipe Cavero y la autora del encuentro Virtudes, casada con Paco Soler.
ANA ALFARO PALOMAR, después de estar ausente durante
muchos años de Siétamo, fue por un rato la reina del lugar, pues nos emocionó a
todos con sus recuerdos de las casas y del Castillo-Palacio, donde vivió,
besando y tocando las puertas y las paredes de esas casas. Se acordaba de los
bailes que en aquellos viejos tiempos se echaba la gente y desde luego que
también ella y quiso entrar en la Iglesia para recordar el mundo pasado y el
futuro eterno. Exclamaba :”Siétamo, Siétamo que guapo que eres y qué lejos
tengo que estar de Ti”.
Juan Antonio Palacio Mestre era miembro de una familia
de cinco hermanos hijos de José Palacio
y de Dionisia Mestre y se casó con Ana Alfaro. Como vemos se llamaba de segundo
apellido Mestre, que quiere decir Maestro y a la edad de dieciséis años y en
1917, con sus hermanos José y Perico y con Julian Piedrafita, marchó a París, donde obtuvo el
título de Maestro de Obras y como tal
hizo en su vida grandes obras, como por ejemplo el puente de Santiago de
Zaragoza y las dos últimas torres del Pilar, el Hotel Corona de Aragón, La
Romareda, campo de fútbol, la Base Americana y entre otras obras en Monzón edificó
la Monsanto.
Juan Antonio Palacio Mestre era un trabajador
infatigable y tenía un gran sentido del Arte. Cuando acababa la Guerra Civil
quiso marchar a Méjico en un barco que “no consiguió salir, pues las tropas
nacionales rodearon la salida del puerto. ” Junto con otros republicanos, allí
se encontraba también Salvador Dalí, que por aquel entonces no lo conocía nadie
y se dedicaba a pintar en las paredes de la plaza de toros de Valencia, con los
carbones de las hogueras, que encendían para calentarse por las noches, unos
dibujos maravillosos” y trabajaba con ilusión en las torres de la Basílica del
Pilar. Le movía un resentimiento contra los que mataron a su padre José
Palacio, pero rezaba por él.
La Virgen del Pilar dice que no quiere ser francesa,
que quiere ser capitana de la tropa aragonesa. Entonces se cantaba la guerra,
pero hoy diría que quiere ser capitana del trabajo en Aragón.
Al ver la historia de la familia de Ana Palacio, se
acuerda uno del porvenir de Siétamo, que no hace falta que sea como Zaragoza,
pero que necesita que se le abran las aguas del río Guatizalema para que no
falten vecinos como Ana y como los suyos y que no carezcan de trabajo.