Espliego |
Romero |
Vicente Lacambra, ebanista
oscense, al que conocí, cuando él tenía su taller detrás de Casa Escartín y yo trabajaba de
Veterinario en dicha casa. Esta se abría al Coso Bajo y la ebanistería lo hacía
hacia el Colegio de Santa Rosa. Después de pasados muchos años de trabajar al
lado de Santa Rosa, cerca de la Iglesia de Santo Domingo, me lo presentó mi amigo
de Arbaniés Miguel Ciria. En poco rato me di cuenta de que era un hombre polifacético,
con amplios conocimientos de la vida. El
taller del ebanista y el comercio de Escartín, tenían el solar sobre el antiguo
Teatro Romano, en cuyo interior se hallan columnas y obras arquitectónicas, que
parecía inevitable que no enviaran ideas culturales hacia la mente de Vicente Lacambra. Yo no sé si tal Vicente tendría el
conocimiento de que se encontraba sobre un Teatro Romano, pero sin embargo,
algunas ideas sobre la civilización antigua le transmitirían aquellas ruinas.
Era un hombre, que además de poseer
ideas polifacéticas de la tierra en que vivía, estaba dotado de una musculatura
muy desarrollada, que parecía más apropiada para hacer flexible el hierro, que para cortar la madera, con la que
fabricaba los muebles
Vio Vicente Lacambra la luz de este mundo, en el pueblo de Abiego,
a orillas del río Alcanadre, debajo de la Sierra de Guara, en la que se
aproximaban los habitantes de Abiego a Bierge, para subir al Barranco de Mascún. Pero
para conocer esa Sierra de Guara, no hacía falta que subieran los de
Abiego a ella, sino que les bastaba
mirarla para gozar de su belleza. Si, por que Guara era una Sierra Subpirenáica,
asomada a la Tierra Baja, a la que soltaba
por medio del río Alcanadre, sus sobrantes aguas. Pero no eran sólo las aguas
las que derramaba aquella Sierra, en la que permanecen pinturas prehistóricas,
como por ejemplo un hermoso ciervo. Pero no hace falta subir a la Sierra a la
altura de San Román de Morrano, para ver una parte del monte de un color
azulado, que le proporcionaban los romeros serranos, visión que ya no tiene
lugar, porque aquellos montes han quedado muy “bastos, por un cruel abandono de
los mismos”. Están abandonados, porque este verano del año dos mil catorce, subiendo por Casbas y
Labata a la Sierra de Guara, llegamos a
San Román de Morrano con mi sobrino Pablo y los amigos de Siétamo, Ballarín y
Borruel. Si, subimos al pueblo de San Román D’o Tozal o del Tozal, a ver al
señor Aniés, último habitante de ese pueblo, en el que por arriba se vivía en
la Cueva de Chaves y por abajo, se oteaba el Monasterio de Casbas. Se observaba
el Monasterio, en que fue Abadesa, Ana María Abarca de Bolea, tía del Conde de
Aranda de Siétamo, y también, hace menos años, la hermana de don Alfonso Buil.
Desde allá arriba, en la ladera de la Sierra, se sentía una atracción
espiritual con el Monasterio, aunque la bajada desde San Román a Casbas, es
casi imposible para los automóviles. Ahora están, tanto el Monasterio como el
pueblo de San Román, con vida perdida, hecho pasivo que se conoce ,entre otras
muchas cosas , por la pérdida del color azul de las plantas de romero, que
daban alegría a Abiego y a San Román. Desde Casbas y desde Abiego, se
contemplaba el color azul, que exhibía su belleza y a la larga daba la
producción de romero. Con aquel olor penetrante del romero, se fabricaba el
jabón y el perfume. Vicente Lacambra Bescós, impresionado por el aroma del
romero, también recordaba con su corazón ( ¡qué difícil es que el corazón
recuerde el pasado!), pero él casi lloraba, con su fuerte figura montañesa, al
acordarse del espliego o del aragonés “espigol”, que proliferaba en unas
setenta hectáreas del monte común de Abiego. Esta conversación con Vicente
Lacambra Bescós, me ha hecho recordar, cuando hace ya unos cincuenta años,
estuve de veterinario en Bolea, a un amigo, que en el monte estaba cosechando espliego. Con su esencia fabricaban jabón y
perfumes de Lavanda, en el monte echaban leña para evaporar las primeras
calderadas de espliego, porque después
ya hacían arder las mismas plantas, ya
explotadas del espliego.
He dicho que Vicente Lacambra
Bescós, con su cerebro conoce y ejercita
con sus manos diversas profesiones. La principal para él, es la madera. Y me habló de distintas especies
arbóreas que han producido materia prima para hacer puertas y ventanas. O
maderas como la de boj, con la que se han fabricado objetos litúrgicos. Ha pasado el ebanista por muchas fases, unas
de abundancia de la buena madera y otras de la escasez de la misma. Al pasar la
Guerra Civil, la escasez de madera hizo a los proveedores de la misma, cortar
los numerosos nogales, que habían proporcionado sus frutos a los vecinos de los
pueblos.
El nogal era la madera más bella
y más fuerte de nuestros pueblos y Vicente Lacambra, movido por su cerebro y por su corazón, con
madera de nogal, creó una puerta de su domicilio de Abiego, dotada de arte y de
nobleza, para rendir homenaje a sus
antepasados y a su noble oficio.
Pero no sólo está la madera,
ahora importada del Brasil, de unas cualidades maravillosas, como el nogal, la que le hace dar vueltas a su
cerebro, sino que se une su inteligencia y su amor con las colmenas de
abejas, por medio de la apicultura.
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