Estaba sentado en la cadiera
del hogar mirando como ardía la leña y surgían de ella unas llamas juguetonas,
acompañadas por unos sonidos agradables, que venían por la chimenea y que eran
como los trinos de un pájaro, que daban encanto a aquella contemplación. Esos trinos no eran de
ningún ruiseñor ni de ningún canario, sino que los emitía un estornino de
plumaje tordo, como pude comprobar más tarde y que se había quedado prisionero
dentro de la chimenea. Pensando en lo mal que lo podría pasar el pájaro en
medio del humo, apagué el fuego y cerré las placas metálicas que se ponen para
que los estorninos alcahuetes, no puedan pasar al interior de las habitaciones.
Me marché, pero al volver a la habitación donde está el hogar, el estornino
tordo volaba de ventana en ventana y yo lo seguía para cogerlo. Al fin lo logré y me dieron ganas de matarlo
para que no volviera a entrar a llenar los suelos de excrementos y a rasgar las
cortinas con las uñas de sus patas. Si hubiera sido yo más joven, lo hubiera
metido en una jaula de esas en las que
antes encerraban las perdices para llevarlas de reclamo a las excursiones de
caza. Me acordé de aquellos cazadores, que vivían en los pueblos, que
controlaban los animales del monte, viendo unas veces nacer las crías y otras
mandando al matadero a sus padres, que ya estaban de buen ver, para que no
faltase “el pan nuestro de cada día “ a los humanos. Ahora la masa de la
población se ha marchado de los pueblos y vive en las grandes ciudades, pero ya
no conocen la Naturaleza, ni a los animales, sino es por los dibujos animales
en la televisión y en los tebeos, que les hacen reírse con el pato Donald o con
el corzo Bambi. Ya no tienen necesidad de ir a buscarse la carne de las piezas
de caza, que corren o vuelan por el monte, sino que se la venden preparada en
los supermercados. Como es natural les repugna aquello de la caza, en la que
sólo ven violencia. Hemos perdido el contacto con la Naturaleza y no tenemos
ocasión de ver lo que pasaba en mi pueblo, en el que yo veía como aquellos
insectos que metamorfoseaban su color del marrón al verde y que sobre sus
largas patas delanteras, oteaban sus alrededores para ver si llegaba alguna
hembra de su especie. Algún insecto, del que más tarde aprendí que era la
Mantis religiosa, después de cubrir a su ¿amor? , era devorado por la hembra a
la que había cubierto,
Aquellos cazadores de antes,
además de proporcionar proteínas animales a su familia, vendían patos o conejos
entre sus vecinos. Otros bajaban de la Sierra los jabalíes, sobre sus costillas
y los salaban para guardarlos en su despensa. Yo, con el estornino, podía
haberme dedicado a suministrarle alimento y a jugar con él, amaestrándolo y
enseñándole a hablar, pues dichos animales, como los loros son capaces de
aprender a expresarse. Ahora el cazador noble debe imponer limitaciones en su
actividad venatoria, porque si se avanza en técnicas para matar animales, éstos
no avanzan en la desigualdad entre sus capacidades físicas y las ventajas que
ha alcanzado la técnica moderna en el hombre.
La carta de un amigo mío de
Binéfar, Fernando Altaba me dio oportunidad de ver como, los hombres se
divierten honradamente, en la que hace la descripción de una partida de caza de
jabalíes, a la que asistió en Benabarre: “Con los gritos-retirada hay que
tocar- y contar nuestras hazañas- y comentar quien se lleva el más grande
ejemplar”. Todos juntos comeremos –con una enorme amistad”, Habla también sobre
las jaurías de perros, sobre la agresividad de los jabalíes, sobre los
disparos, los gritos y sobre todo de la comida colectiva, en que cada uno
expone su habilidad, su valor o explica el peligro que le ha amenazado. Comen y
beben y se olvidan de los disgustos pasados durante la semana y vuelven al
trabajo con buen humor y con ilusión”.
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