Franz Kafka |
La memoria de Kafka se iba debilitando poco a poco y sus recuerdos agradables o bochornosos, como el de aquellos días de verano, de bajas presiones, amenazando tormentas, que no acababan de romper, de aquella calorina, que te mantiene bañado en un sudor que no evapora, de horizontes neblinosos y ambiente agobiante, que no tiene fin; sus recuerdos, repito, no acudían a su mente.
Al tiempo que su memoria se
mantenía obtusa, el pobre Kafka escribía
:”Soy incapaz de pensar mínimamente en
un futuro”. ¿Qué estaba, pues, presente en el ánimo del escritor?, naturalmente
el presente, pero “el presente era tan malo que creí que no me atrevería a
abandonarlo hasta que se convirtiera en un presente feliz”.
Yo me pregunto: ¿cómo siendo su
presente tan malo no se decide a abandonarlo?; reflexiono sobre nuestro
presente y encuentro la respuesta viendo como nuestras gentes en un pasado próximo, al llegar la democracia, exclamaban, con un afán de acción: ¿qué vamos
a hacer? Y ahora, resignadamente, sin tratar de huir hacia delante, se
preguntan: ¿qué va a pasar?.
En esta pregunta se encierra como
una cerrazón al movimiento, una negación
de la dinámica hacia el progreso, un progreso donde estén compaginados
el vivir con ilusión y la ilusión de vivir en libertad; un futuro donde desde
la profundidad del filósofo se vea posible la boda del existir con la verdad,
donde se den el divorcio de la verdad impuesta con el estar y el existir;
divorcio que jamás existiría donde se conservaran con naturalidad la verdad y
los hombres.
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