George Orwell |
Muchas veces son las que bajo a
las casas que mi abuelo construyó, una para el médico y otra para el mariscal, como
pone en un antiguo recibo de contribución y al lado de ellas está el huerto, donde
hoy recojo judías y pepinos y donde el año mil novecientos treinta y seis
construyeron los miembros del Ejército Gubernamental, un hospital en el mismo
frente, como el que habían levantado, por ejemplo, en Monflorite.
El de Siétamo consistía en un
barracón amplio, construido muy deprisa con madera. El él metían en la Guerra
Civil del año mil novecientos treinta y seis a los heridos, pues a los muertos
los enterraban o abandonaban en el mismo lugar que una bala enemiga les había alcanzado
o aquella otra que los mismos que se hacían la guerra, se entretenían en
dispararla para fusilarse mutuamente.
Uno de los múltiples heridos que
al Hospital llevaron y de cuyos nombres ya no queda ni un recuerdo, fue George
Orwell, nombre famoso en la Literatura Universal, pero que en realidad se
llamaba Eric Blair, como se firmaba en muchas cartas que dirigía a sus amigos.
Pero el nombre de Orwell, el que pasó a convertir su identidad en la de un
clásico, es conocido en todo el mundo y se le nombra constantemente, y quizá
con una frecuencia, tal vez, sólo superada por Cervantes y por Shakespeare.
Varias veces me han preguntado
sobre dicho hospital pero sin embargo el recuerdo de Orwell ha aumentado en
esto últimos años y fueron dos simpáticas señoritas inglesas, que llegaron a
Siétamo las que me preguntaron que donde estaba el lugar donde lo
hospitalizaron. Yo se lo enseñé y les hice ver en un extremo, donde se
encontraba el barracón, el pequeño pedazo de suelo de cemento que se quedó sin
eliminar para volver a cultivar el huerto, cuando acabó la Guerra. Hace poco
tiempo que otros extranjeros también llegaron a Siétamo y preguntaron por el
hospital, pero al no estar yo, parece que no fueron capaces de darles
explicaciones. Últimamente, en esta fecha de dos mil cuatro, en que se cumple
el centésimo aniversario del nacimiento en mil novecientos tres, de Orwell, me
dijo un sietamense llamado Angel Puyuelo, que a su padre lo habían atendido en
el citado hospital. Hace ya muchos años estaba Salvador Puy Carilla, sentado en
el portal de su casa y acompañado por Miguel Arnal y se acercaron tres parejas
y les preguntaron si eran de Siétamo, respondiéndoles ellos que sí; comenzaron
una conversación en la que Salvador les dijo que en cierta ocasión estaba un
tanque en la puerta de la iglesia y de repente recibió unos tiros de fusil en
su motor y el que parecía ser el más importante de las tres parejas, se rió y
entonces les dijo:”Yo estuve de Director de los Cirujanos de sangre en el
Hospital de Guerra”. ¡ Qué lástima no saber el nombre del médico, para
preguntarle por Orwell y por todos los heridos y muertos que por allí pasaron!.
¡Dios mío, qué contraste entre
Orwell y todo el pueblo de Siétamo, del que ardieron desde el Castillo-Palacio
donde nació el Conde de Aranda y la iglesia hasta las modestas casas de tantas
familias, como las de la señora Juana y la de los Puyuelo!.Orwell fue herido a
las cinco de la mañana del día veinte de mayo de mil novecientos treinta y
siete en Monflorite, muy cerca de Huesca y lo internaron en Siétamo y en una
carta a Rayner Heppenstall, en treinta y uno
de Julio de mil novecientos treinta y siete, él mismo describe que :”Mi
herida no fue gran cosa pero es un milagro que no me costara la vida. La bala
me cruzó limpiamente el cuello y falló
lo que se proponía encontrar excepto una cuerda vocal, o más bien el nervio del
que depende, que está paralizado…Me alegro bastante pues creo que esto nos
pasará a todos en un futuro próximo, de que una bala me haya herido…Lo que he
visto en España no me hecho un cínico, pero me hace pensar que el futuro es muy
tétrico”. Fue trasladado a Barcelona y allí consiguió escapar de la condena de
Stalin al POUM, pero ,¿se daba cuenta de que muchos sietamenses forasteros y extranjeros no se podrían alegrar nunca
,como él, de su curación de los balazos producidos por la guerra, ya que fueron
eliminados por los fusilamientos?. El futuro ciertamente era tétrico, pero peor
lo fue en Siétamo, cuando se podían encontrar por todas partes las tumbas, los
cadáveres y los cementerios.
Lo llevaron después a Barbastro
del que escribe:”Aunque quedaba muy lejos del frente, ofrecía un aspecto
desolado y maltrecho. Enjambres de milicianos con andrajosos uniformes vagaban
por las calles”. De allí fue su compañía “enviada en camión a Siétamo…Siétamo
había sido atacado tres veces antes de que los anarquistas lo conquistaran por
fin de Octubre, una buena parte de la población había sido destruida por las
bombas y la mayoría de las casas mostraban huellas de fusil. Nos encontrábamos
a unos quinientos metros por encima del nivel del mar. El frío era intensísimo
y había densas nieblas que se arremolinaban como saliendo de la nada”. Vemos
como el mismo Orwell describe las desgracias de Siétamo, a donde fue enviado
con sus compañeros militares en camión y yo no creo que se diera cuenta del
asesinato del “Padre Jesús”, porque él era humano y no le gustaba matar a
nadie, como narra cuando una noche en Huesca, a unos ochenta metros de él vio
pasar a un enemigo agarrándose los pantalones que parecía se le estaban
cayendo, y esa situación le hizo recordar que se trataba de un hombre y no
quiso dispararle.
No sé si se enteraría del
asesinato a tiros del “Padre Jesús”, al que yo llamo así, porque nadie sabe su
nombre y así lo bauticé porque hay que buscar un nombre a un fraile, que fue un
modelo de cristiano en aquellos días de agosto del año mil novecientos treinta
y seis, cuando Eric Blair se buscó el nombre y el apellido de Georges Orwell, sin
necesitarlo, pues hubiera sido famoso mundialmente con cualquiera de los dos. No
sé si se vieron, pero “el fotógrafo Juan Guzmán bajaba por la carretera y
preguntó que quien era ese que llevaban” y le contestaron:”Un cura que hemos
capturado”. Le dijeron al cura:”Grita ¡Viva la República!, a lo que él respondió
con grandes voces: ”¡Viva Cristo Rey!”. “Por tres veces se repitieron los
gritos, hasta que al fin lo llevamos a
un lado y lo fusilamos, cuando tenía tan
sólo veintisiete años. Los milicianos pertenecían a dieciséis agrupaciones como
por ejemplo el POUM,que despreciaban la disciplina militar, pero por lo visto
no respetaban la vida de un ser humano que no pertenecía a ninguna de las
dieciséis agrupaciones que querían entrar en Siétamo. El mismo Orwell se dio de
baja del POUM y se escapó de la Guerra Civil para evitar que su vida fuera eliminada
por Stalin, como había sido la del “Padre Jesús”.
Escribió Orwell. “Muchas veces
tengo la impresión de que el mismo concepto de verdad objetiva va
desapareciendo del mundo”… ,”¿para qué luchan los obreros?; sencillamente por
lograr una vida decente ”.Pero Orwell no encuentra apoyos al obrero, pues
afirma “ que la política exterior de Stalin, en vez de diabólicamente lista
como se pretende,ha sido sólo oportunista y necia”, pero añade que “uno de los
problemas más difíciles de nuestros tiempos es saber si la clase dirigente
británica es malvada” porque “la clase dirigente británica hizo cuanto pudo
para entregar España a Franco y a los nazis”. “A mediados de febrero (1937)
salimos del Monte Oscuro y nos mandaron, junto con todas las tropas del POUM a
incorporarnos al ejército que asediaba a Huesca”. En aquellos ambientes no es
raro que tuviera la cabeza llena de pensamientos y problemas, pero “ a cuatro
kilómetros de nuestras nuevas trincheras, Huesca brillaba, pequeña y clara, como
una ciudad de casa de muñecas. Meses atrás cuando se tomó Siétamo, el general
que mandaba las tropas del Gobierno, dijo alegremente: mañana tomaremos café en
Huesca. No tardó en demostrarse que se equivocaba. Había habido sangrientos
ataques pero la ciudad no caía, y mañana
tomaremos café en Huesca se había convertido en una broma. Pero la ciudad de
Huesca le había aliviado a Orwell el malestar producido en los Monegros por el
Monte Oscuro, porque escribió:”Si alguna vez vuelvo a España, no dejaré de
tomar una taza de café en Huesca. Muchos oscenses aún lo esperamos, pero así
como muchos mueren en la guerra, Orwell murió en la Paz.
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