Mi tía Rosa, mujer sencilla,
trabajadora y amante de sus sobrinos, con su sencillez y amor a ellos, es
decir, a los Almudévar de Siétamo, convivió con nosotros, desde el día en que,
subidos a la caja de un camión, tuvimos que huir del pueblo de Siétamo, a la
capital de Huesca, un día del mes de Julio de 1936.
Era hermana de mi abuela materna
Agustina Lafarga, que quedó viuda de
Ignacio López de Zamora Blasco, Diputado Liberal y gran amigo y colaborador de Don MANUEL CAMO,
de cuya cabeza surgió la idea de que el arquitecto catalán Ildefonso Bonells,
compusiera el proyecto del Casino, el año de 1901. Mi abuelo Ignacio gozó urbanamente
y políticamente en la construcción del dicho Casino y de gozar de él, varios
años, pues murió el año de 1911.
Según me contó mi abuela con la
que vivía mi tía Rosa, acudió a ella un
militar, a pedirle la mano de su hermana Rosa y mi abuela le dijo, que era
pronto y que ya le daría su mano, pero él, no podía esperar y mi tía Rosa, se
quedó soltera. Pero ella era una mujer muy trabajadora y muy intelectual, pues
leía los libros de la biblioteca de Don Ignacio López de Zamora en la cual se encuentran las obras, de turismo
y de geografía de la Ilustración Hispano-Americana. Hay también obras de
Historia de Francia, escritas en su lengua. Están las obras sobre la Guerra de
la Independencia de Benito Pérez Galdós, a las que se dedicó a leer con
especial cariño mi tía Rosa. Huesca en aquellos años de 1808, ayudó a luchar a Zaragoza y mi tía Rosa se
acordaba de haber recibido noticias de sus antepasados no muy lejanos, que
fueron voluntarios a defender esa ciudad. La lectura de estos libros emocionaba a mi
tía. Pero aquel recuerdo de la Guerra de la Independencia, sin haber todavía
olvidado la sangre derramada en Zaragoza por los aragoneses, aproximó a su
mente y a su vida, la llegada de una nueva guerra el año de 1936.
Es curioso como siguieron la
historia de Don Ignacio López de Zamora, el 19 de Mayo de 1917, pues el
Presidente de la Diputación Provincial de Huesca, Don Mariano Batalla, le
dirigió a mi abuela Doña Agustina Lafarga, Vda. de Zamora, la siguiente carta:”
Sra. y amiga de mi mayor consideración: remito a V. la Comunicación provincial,
agradeciendo el donativo que a nombre de su malogrado esposo, se ha dignado hacer
en práctico provecho de la Beneficencia. Reconocimiento muy sincero, tiene y
tendrá para V. la Diputación, por una merced de notoria importancia, que resuelve
de momento un problema que pesaba sobre la Corporación y su Presidente
obligados a facilitar al Hospital imprescindible material sin disponer de
medios, precisamente cuando más imperiosamente necesario se hacía y mayores dificultades de
distinta índole se ofrecían a la adquisición. Seguridad de que su donativo,
además de ser delicado, es oportuno y resultará altamente provechoso, puesto
que ha de facilitar la práctica de operaciones quirúrgicas a los desgraciados
que a sufrirlas acuden al Santo Hospital.
Uno pues, a la gratitud de la Comisión provincial, la mía especialísima que ruego a V. acepte con testimonio de reiteración de perdurable reconocimiento y con las seguridades de un grato recuerdo para el que fue su cariñoso esposo, dignísimo Diputado, excelente compañero de Corporación y querido amigo mío. Aprovecho gustoso la oportunidad para ofrecerme una vez más muy afecto servidor. q,l.b.l.p. Firmada por Manuel Batalla.
Uno pues, a la gratitud de la Comisión provincial, la mía especialísima que ruego a V. acepte con testimonio de reiteración de perdurable reconocimiento y con las seguridades de un grato recuerdo para el que fue su cariñoso esposo, dignísimo Diputado, excelente compañero de Corporación y querido amigo mío. Aprovecho gustoso la oportunidad para ofrecerme una vez más muy afecto servidor. q,l.b.l.p. Firmada por Manuel Batalla.
Mi tía Rosa tenía un gran sentido
de la economía, en unos tiempos después de la Guerra Civil, en que seis niños
nos habíamos instalado con nuestros
padres, en el domicilio, en que vivía mi tía Rosa con su hermana, mi abuela
Agutina. Guardaba todo lo que se había
usado, para utilizarlo si alguna vez hacía falta. De juguetes, ya desechados,
como triciclos, recogía las gomas de sus ruedas, para partiéndolas, usarlas
como gomas de borrar, en los escritos de sus sobrinos. Yo llegué a utilizar alguna de esas gomas de
borrar. Una mesa pequeña, la guardaba en un almacén, pues estaba rota, pero hoy
en día, está arreglada, en el recibidor de mi casa, después de ser restaurada. Yo cuando entro en el piso, me acuerdo de mi
tía Rosa. En el jardín de la casa situada al lado del Colegio de Santa Ana,
cuidaba las flores y cuidaba a los gatos, a los que procuraba no les faltasen
alimentos. Yo que acabé la carrera de veterinario en Zaragoza, en ese mismo
jardín, en un lugar en que no ensuciaba ni producía suciedad, hice un pequeño
gallinero, a cuyas gallinas ella cuidaba y cogía huevos, para alimentarnos. Era
feliz en su colaboración conmigo en todo aquello que procuraba ahorro en
nuestra pobre economía. Mi madre, cuando yo cumplí los trece años, murió y nos
dejó dos hermanas y cuatro hermanos, a
los que aun estando viva, su salud no la dejaba procurar la nuestra, que
cuidaban mi abuela con su hermana Rosa. Mi abuela Agustina, se preocupaba ayudada por mi tía Rosa, de ayudar a sus sobrinos nietos. Mi tía cultivaba nuestros
cuerpos, para los que cosía ropas, lo mismo para los niños que para las niñas y
cosía y cosía, nuestras ropas. Hasta los agujeros de los calcetines, los cosía
con aguja e hilo. Mi tía Rosa ya tenía, desde hacía muchos años, una máquina de
coser, que hacía trabajar continuamente. Esta máquina la conserva mi esposa
Feli, en el pueblo de Siétamo, a donde tuvimos que ir a vivir, y ella la usó
con aplicación y durante muchos años. Ahora, ya no lo hace con la misma frecuencia, que los
primeros años después de nuestra boda, pero allí en Siétamo la conserva y en algunas
ocasiones, la utiliza. Yo no la sé usar, pero guardo en un armario del piso de Huesca,
una pequeña caja de hoja de lata, con un título de “Jabón Orocrema-Higiénico y Desinfectante, Recomendado por eminentes
médicos y fabricada en Barcelona”, el año del que no pone la fecha. Esta la
pequeña caja llena de antiguas piezas de máquina de coser, que revelan la
inteligencia que tenían aquellos fabricantes, que permitían reponerlas si
alguna se rompía. ¡Dios mío, qué llaves fijas de tan variadas formas, se
conservan en la caja, aunque ya no se usan!. Pero yo las guardo porque me hacen
recordar a mi tía Rosa, manejando su máquina de coser. Pero de la misma forma
que amaba el trabajo mecánico de la máquina de coser, amaba la lectura de los
libros. Y no consultaba únicamente los libros de Historia de Pérez Galdós, sino
que también guardaba y consultaba con frecuencia un libro, que se publicó en tiempos ya pasados, por una Cofradía de
Carpinteros. Ella me enseñó una obra de 1884, que se llama “Diccionario de
voces aragonesas” de Jerónimo Borau. Encontré a mi tía Rosa leyendo en este
libro, en el que pone:”Hemos expuesto, sucintamente algunas veces, y otras con mayor
difusión, los caracteres del idioma aragonés, mal apreciado en general, tan
poco estudiado aún por los mismos aragoneses, pero tan digno de un examen,
todavía más lato, que el que le hemos consagrado. Las fuentes de donde procede,
que son las más puras; la respetuosa conservación de voces latinas, y sobre
todo españolas y antiguas; la asimilación que se ha procurado, parca y
atinadamente, con las arábigas y limosinas: la suma de las palabras técnicas, compuestas,
derivadas y aun onomatópicas, en todo conformes con el carácter de la lengua
española; la expresión genial, candorosa
y fácil que distingue a muchos de sus vocablos y a no pocos de sus modismos; todo
contribuye a darle un conjunto inexplicable de belleza que, si no se ha beneficiado todo lo posible, consiste
en que la sumisión aragonesa y la tiranía castellana, puede decirse que han
concurrido a eliminar de la Literatura, los elementos más útiles del idioma
aragonés, que viene a ser una variante, cuando no un complemento, del impropiamente
llamado castellano”.
Cuando murió mi abuela Agustina, sus
dueños, alguno de nuestros parientes, nos dijo que teníamos que marchar del
piso, que les había dejado nuestra
difunta abuela. Mi hermana, como guardaba los recibos que había pagado
por alquiler del piso, utilizó el tiempo necesario, para transportar los
muebles a Siétamo y allí nos fuimos a vivir. Mi hermana María, se preparó para
viajar a Canadá, donde vivía mi hermano el Médico Psiquiatra Manolo y allí vivió y trabajó hasta
que se jubiló y volvió a España, donde todavía convive con todos sus hermanos.
Pero lo que más sentí, al
abandonar aquella casa, fue dejar a mi tía Rosa con mis tíos y primos. Ella
hablaba muy poco y no dijo nada, pero cuando iba a verla, me sonreía.
Pasaron unos escasos años, mis tíos, no sé por qué, le dijeron a mi
esposa que se la llevase a Siétamo, pero mi esposa, que trabajaba con gran
esfuerzo y cuidaba a cinco hijos, no podía aumentar su trabajo con la anciana
tía de su esposo, porque en aquellos momentos, estaba criando a dos gemelos, es
decir a Manolo y a Ignacio. Pusieron a
mi tía Rosa en las Monjas del Pilar y allí fui a verla. Ella lo pasó bien en
dicha residencia, pero la última vez que fui a visitarla, ya no podía hablar.
Yo, cuando quiero comunicarme con mi tía Rosa, abro el armario de mi
habitación, saco la caja de las piezas mecánicas y de la herramienta, con la
que se montaban y desmontaban tales piezas, y convivo. ¡Cosa difícil convivir
en esas circunstancias, pero espero verla algún día!.
La monja, que nos acompañaba, me
dijo que en su Residencia había vivido feliz, a pesar de la soledad que las dos
familias, habíamos abandonado a mi tía Rosa.
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