Muralla y Cruz de los Caidos . Sietamo (Huesca). |
Llegó el día dieciocho de Julio
del año de 1936 y pocos días más tarde, estalló en Ola y en Siétamo la Guerra
Civil, empeñada en destruir las vidas humanas y los edificios, desde el Palacio
de los condes de Aranda hasta la casa de la “siña” Juana, madre de Concha
Ferrando. Esta Concha Ferrando escapó de las tropas republicanas, que habían
conquistado Siétamo, pero marchó en plena Guerra, con tranquilidad. Si, fue
desde Siétamo hasta el Estrecho Quinto, donde se refugiaron las tropas y parte
del pueblo sencillo de Siétamo y pacífico. En dicho lugar, estuvieron cercados,
desde el día doce de Septiembre hasta el día treinta del mismo mes. Un dí de
estos, el Coronel Villalba, coronel del Ejército en Barbastro, envió una carta
a los huidos de Siétamo, para arreglar esa situación y para enviar la carta al
Estrecho Quinto, usó a la señora Concha, que caminó por la carretera provista de una bandera blanca, Y con ella
llevaba un mensaje a los rebeldes, para que se rindieran. Una vez llegada al
Estrecho Quinto, su jefe no quiso ni leer el mensaje de los republicanos, y en
presencia de la “siña” Concha, quemó los papeles que les pedían su rendición.
La señora Concha, no quiso vover a Siétamo, pues buscaba su liberación en Huesca.
Concha como su madre la señora Juana, llevaban sus cabezas cubiertas con unos
grandes pañuelos negros, y Concheta tenía además a su hermano el simpático y cariñoso el “Zurdo”. Después de
la Guerra, con la iglesia destruida, el cura celebraba la misa en la Calle
Alta, al lado de su casa-abadía. En el balcón colgaba una rueda metálica de un
camión, de la que había desprendido su neumático y golpeando la parte metálica
de la rueda, con un martillo, la hacía sonar como una campana, que imitaba a la vieja y auténtica de una iglesia. Entonces
acudían los fieles a escuchar la misa. Al acabar, en la calle, agrupados los asistentes
cantaban una canción, que no recuerdo lo que decía. Los guardias, algunos
escarmentados de la muerte de muchos de sus compañeros, se dieron cuenta de que
el “Zurdo” no cantaba. Cuando acabó aquel acto medio religioso, medio político,
se enfrentaron los guardias al hermano de Concheta, porque no había cantado y
le obligaron a cantar a él sólo, la canción, que no se sabía si la abría
aprendido, en lo poco que hacía que había acabado la Guerra.
Castillo de Sietamo (Huesca). |
Empezó el
año de 1936, la destrucción del Castillo Palacio, donde nació el Conde de Aranda.
Todavía no ha terminado, porque en el año de 2.016, se siguen cayendo el
Almacén y el Granero, que quedaron elevados, y no se sabe cuánto
durará su ruina total, pues el alcalde no dio permiso para reparar, el
envejecimiento del local. Este Almacén agrario, lo levantó el conde de Aranda
en 1747, pues aunque él, vivía haciendo la política y dirigiendo el curso de
las guerras europeas, no dejaba de
preocuparse del desarrollo de su patrimonio de cerámica industrial en Valencia
y el agrario en muchos pueblos de Aragón como en Siétamo, donde había nacido. Y para mejor cultivar la tierra, construyó
este Almacén y granero, al lado de su
Castillo o Palacio, en el que había nacido.
El Castillo fue destruido el año de 1936 por la
Guerra entre republicanos y nacionales y
después, terminada ésta, los sublevados,
que ganaron la lucha, derribaron sus muros, pues de sus tejados no quedó
ninguno sano, para volver a levantar pueblos
destruidos, como Chimillas y como
el mismo Siétamo.
Antes de empezar la Guerra Civil, vivían en el
Castillo varias familias, como la del
señor Lasierra, Guarda de Monte de Siétamo, cuyas hijas eran Lucía y
Josefa, casadas con los hermanos, llamados uno Joaquín y del otro, no recuerdo
su nombre. Eran ambas hermanas enormemente simpáticas, pues siempre te daban
conversación y te sonreían. Después de la Guerra marcharon a Barcelona y por
fin, estuvieron viviendo en Siétamo, al lado de Casa de Trabuco, hombre que fue
siempre sacristán, después haber sido soldado de la República, de la iglesia de
Siétamo frente al cuartel de la Guardia
Civil. Cuando fue nombrado el Cardenal Javierre, nacido en Siétamo, le llevó a
Roma una caja de “Castañas de mazapan”. Fue Antonio Bescós un miembro del
Ejército Gubernamental, ¿quién le iba a explicar a Pablo Bescós, alias “Trabuco”,
quienes era los buenos y los malos en esta Guerra?.
Según del
Doctor Cardús, primo hermano de los hermanos Llanas Almudévar, llegaron a vivir
en tiempos de Paz, en el castillo, hasta diez familias. Yo esos años antes de
la Guerra, acompañaba a mi tío José María, cuando se acababa el Otoño, a
cautivar pichones de paloma para guisarlos en casa Almudévar y retirar cuando
el invierno llegaba, los nidales de las palomas, para que cuando éste
arreciaba, no pudieran criar por el frío y la falta de alimento, que las
parejas de palomas adultas, no podían encontrar por el monte, para alimentar a
los pichones.
Yo sufría al aprisionar a los pichones, para
sacrificar sus vidas y consumir sus cuerpos, igual que iba a pasar con muchas
vidas de los vecinos del Castillo de Siétamo, con sus cuerpos semienterrados
por el monte. Estos, como los pichones al llegar al invierno pasarían hambre,
al no encontrar alimentos y los ciudadanos del pueblo, la volvieron a pasar, al
llegar este tiempo de Guerra, que intentó acabar con todo lo vivo en el
ambiente. Al entrar los republicanos en la bodega del Castillo, se bebieron
todo el vino que pudieron soportar sus cuerpos y el resto se derramó o más bien
lo dejaron que se estropease por el suelo, entre la sangre de los heridos y de
los muertos.
Plaza Mayor de Ola (HUesca). |
Al llegar aquellos tiempos, se respiraba el
conflicto de la Guerra Civil y la niña PILAR
CATIVILLA de OLA, huyendo del pueblo de
Ola, donde había nacido, llegó a Siétamo a casa de sus parientes, para huir del
miserable ambiente de la Guerra Civil. Al llegar la Guerra, tenía trece años y
cumplió catorce, al llegar el día 17 de Noviembre de 1936, con la Guerra
comenzada.
Esta protagonista entre las víctimas de la
Guerra del año 1936, que nació en Ola, pueblo muy cerca de Alcalá, la conocí
años más tarde, siendo Veterinario, en Alcalá del Obispo, donde estaba casada. Dios
protegió a PILARÍN, porque, después de acabada aquella Guerra Civil tan cruel y
tan asesina, se conoció y se casó con Agustín Malo de Alcalá del Obispo, pueblo
muy cercano a aquel en que nació PILARÍN
llamado OLA. A este hombre lo conocí, cuando estuve de Veterinario de
Alcalá del Obispo. Era Agustín un hombre íntegro y honrado. Cuando el
Señor Artero, agricultor de Alcalá del
Obispo, ordenaba siempre a Agustín, que se colocara detrás de la máquina
sembradora y éste, siempre estaba pendiente de los mandos de la sembradora,
para que surgieran bien las semillas de trigo, que iba sembrando. Así como
carecía de habilidad para hablar, tenía un cerebro que pensaba con gran acierto
y conseguía que el Señor Artero, recogiera una excelente cosecha de Trigo.
Cuando yo iba por Alcalá conversaba con Agustín, pues aunque tenía dificultades
para hablar, tenía un cerebro privilegiado, que hacía posible que él y yo, nos
entendiéramos maravillosamente. Recuerdo las escasas veces que yo tenía la
suerte de comunicarme con el señor Agustín, siendo Veterinario de Alcalá del
Obispo.
Nació PILARÍN en casa Cativilla de Ola, donde
vivió con su hermano Fernando Cativilla Seral, padre de Fernando, amigo mío,
pero como su padre había enviudado, volvió a casarse, teniendo otra hija, que
tuvo otro segundo apellido que su hermano Fernando.
Nada más llegar la Guerra a Siétamo, a medida
que avanzaba el Ejército Republicano, éste se iba apoderando de las casas
vecinas, en que se resguardaban los que
estaban con la niña Pilar Cativilla, que tenían la necesidad de agujerear la
pared de la casa donde estaban, para pasar a otra, más cercana al Palacio de
los Condes de Aranda. ¡Qué procedimiento más salvaje el de los conquistadores
de Siétamo!, porque para ganar tiempo, incendíaban las casas, para llegar a
conquistar el Palacio. En estos tiempos la que entonces era la niña Pilar, me ha
contado con sus noventa y ocho años, los
sentimientos de su corazón, tan sensible entonces como ahora, y comentándome
aquellos días, me dijo: “al incendiar todas las casas, los cerdos y las burras,
chillaban de horror, pidiendo auxilio”. Es que la niña Pilar, de la misma
forma, estaba también muerta de miedo, ante aquella situación próxima a la
muerte, como me declaró a mí, en la misma ocasión.
Por fin, llegaron las tropas del Ejército y los
milicianos al Palacio o Castillo del Conde de Aranda, pero no fue esa llegada
un triunfo sobre los sentimientos dolorosos de las familias, que huían de la
muerte. Allí, según me dijo la que entonces era la niña PILAR, : “estaba
dirigiendo la defensa, el Teniente Soto.
Todos creíamos en él y lo seguíamos como si fuésemos corderos”. El teniente
Soto, cuando ya no encontró esperanza en la victoria de su lucha, pensó en
escapar del Castillo y gritó: ¡Que se salve, quien pueda, y que me siga!. ¿Quiénes
estaban allí?. Estaban muchos defensores de Siétamo y gente sencilla llena de
horror. Pero entre ellos estaba Mosen Marcelino Playán, párroco de Siétamo y
nacido en Antillón, del que la prensa “roja”, anunció varias veces haberlo
matado, pero que, acabada la Guerra, siguió de Párroco en Siétamo. No me
extraña que hiciera cantar sólo al “Zurdo”, después de misa en Siétamo, acabada
la Guerra. La Guerra vuelve locos a todos los que se ven envueltos en ella.
Estuvo un doctor Médico, llamado el Doctor don Luis Coarasa, que fue amigo mío,
nacido en el pueblo de mi mujer, es decir en Torralba de Aragón. Todavía vive
una señora, llamada Pepita, que su madre cansada de la marcha por el mote y
horrorizada por el miedo, abandonó a su hija en aquel espacio, dominado por el
fuego de las balas, pero Don Luis Coarasa, el médico, se la hizo recoger y
todavía está llena de vida. El cura y el médico animaron a los huidos del
Castillo de Siétamo, y entre carrascales y el barranco, los guiaron hasta que
llegaron al Estrecho Quinto.
Una vez en la altura del Estrecho Quinto, los
soldados bajaban a buscar de los huertos de Quicena, lo que podían cargar en ellos.
Los pobres soldados tenían sus rostros morados y sus cabezas llenas de piojos.
La zona de Estrecho Quinto,compatida entre
Siétamo y Loporzano, fue el lugar en que se estableció durante bastante tiempo,
el frente entre los republicanos y los huidos de Siétamo. Desde aquel extremo
de los Sasos de Loporzano, a una altura considerable, se observa una visión
panorámica, de la Siera de Guara, con la presencia al Sur de ella del
Castillo-Monasterio de Montearagón, entre los mallos de Salto Roldán. Al fondo
se exhibe la ciudad de Huesca. Desde este punto de observación del paisaje, en
este extremo de Estrecho Quinto, convertido en un punto de lucha, los
refugiados de Siétamo estuvieron luchando un tiempo, desde el doce de Septiembre,
hasta el día treinta del mismo mes.
Y este punto de la Cruz del Estrecho Quinto, es
un observatorio desde el Somontano de Siétamo-Loporzano, de la Sierra de Guara.
En el año de 1936, el Ejército Republicano, encontró en dicho punto, una
resistencia de los militares franquistas y de los paisanos, entre los cuales
estaba PILARÍN CATIVILLA, que huían del terror de los fusilamientos. Fue el
lugar de Estrecho Quinto, un punto de resistencia de los vecinos de Siétamo,
ayudado por escasos militares, que evitó la inmediata toma de la capital de
Huesca, por parte de los milicianos.
En el “Homenaje a Cataluña”, escrito por George
Orwell en 1938, acusa al Partido Comunista (PCE) y a la Unión Soviética del Anarquismo español,
que supuso el triunfo de los falangistas.
Pilarín Cativiella de Ola, estaba sufriendo una
Guerra cruel, realizada por diversas ideas políticas y ella como casi todo el
pueblo español, ignoraba los motivos de esta matanza de los años desde 1936
hasta 1939. Luis Coarasa, el médico, que salvó la vida de la pequeña niña
Pepita, estaba en todo momento pensando en la forma de salvar las vidas de los
huidos de Siétamo, pero Pilarín de Ola, sufría el hambre y su pensamiento, intentaba
consumir alimentos, para su cuerpo de pocos años. Dijo el periódico La Vanguardia
que trescientos hombre y unos cien vecinos de Siétamo, permanecían a aire
libre, en lo más elevado del Estrecho Quinto, pasando hambre hasta el día 29 de
Agosto de 1936.Salieron de Siétamo el día doce de Septiembre, para ocupar el
Estrecho Quinto. El día treinta del mismo mes de 1936, con grandes dificultades
se retiraron a Huesca.
En aquella retirada iban Pilar
Cativilla de Ola y Concha Ferrando de Siétamo, que no quiso volvez a su pueblo
natal, hasta que se acabó la Guerra,
Igual que Pliarín Cativilla que vovió a Ola y de ahí fue a casarse a Alcalá del
Obispo.
De la misma forma que hoy, día
del mes de Abril de 2016, he venido a esta Edificio de la Caridad, en Huesca a
visitar a Pilar Cativilla, recuerdo que también en otros tiempos, acudí a
esta Residencia de “Las Hermanitas de los Pobres”. ¿A quién fuí a ver hace ya
bastantes años a esta Residencia?. A la “Siña” Concha, que antes de la Guerra, nos
cuidaba a mis hermanos menores que yo, Luis y Jesús y a mí mismo. Arrimado a la
cama de su muerte, me acordaba de cuando tenía cinco años, en Siétamo y antes
de la Guerra. Me cogía de las manos y me gritaba:”Hijo mío, ¡ladrón!, tú
tendrás cien años de perdón”. “De lo que se deducía que aquí, en España, ya había muchos que aspiraban
a ser ladrones de gobierno, porque a mí mismo, me decía: ”Inacier, tú serás ladrón de
Gobierno!. No lo consiguió, pero veía un buen porvenir en esa profesión, pues
hasta los rusos, se llevaron el oro de España”. Ahora, en el año de 2016,
siguen saliendo ladrones cerca del gobierno de España. “Como he dicho, iba a
verla al lecho donde había de morir y me cogía de la mano y no la soltaba. Ya
nos había salvado la casa de Siétamo de un incendio, donde Durruti, encontró su
despacho, al conquistar Siétamo y ahora le dolía tener que separarse de mí. Yo
creo que algún día, nos volveremos a ver en la otra vida”. Por fin salieron de
Estrecho Quinto, la “siña” Concha y la casi niña Pilarín Catevilla, acompañados
de los que habían, hasta entonces escapado de la muerte.
En Huesca volvió Concheta a
convivir con mis tíos los de Casa Llanas y Pilarín con su hermano Fernando
Cativilla Seral, padre de mi amigo Fernando, que había podido escapar a Huesca
capital. Pilar se casó más tarde con el buen Agustín Malo de Alcalá y allí
conocí a sus hijos buenos y trabajadores.