Castillo de la Ballesta , Ardisa (Zaragoza) |
El verano pasado del año 2011, me
llevó Antonio Ballarín, nacido en Velillas,
al lado mismo de mi pueblo de Siétamo, a una plantación de manzanos, que
plantó, a orillas del Gállego. Antonio
ama a su pueblo, donde pasó gran parte de su niñez y a veces, siendo un hombre
de eterna sonrisa, al recordarme alguna aventura, pasada en Velillas, se le
pone el corazón, como si fuera una esponja, que mojada por aquel pueblo, tan alegre, tan triste, entonces
tan poblado y ahora casi desierto, parece que quisiera derramar ese exceso de
agua de su corazón, en forma de lágrimas. Yo, del vecino pueblo de Siétamo, fui
a estudiar a Zaragoza la carrera de Veterinario, para acudir a secar las
lágrimas que la Guerra con sus cañonazos, que en mi pueblo, habían producido en
mi persona. Quizá por esa coincidencia,
un día que me invitó Antonio a subir a su plantación de manzanos, situada en la
orilla izquierda del Rio Gállego, frente al zaragozano pueblo de Puen de Luna,
que se encuentra en la orilla derecha de dicho río , en la provincia de
Zaragoza, acepté rápidamente. Fuimos por Almudévar y subimos desde Puen de Luna, después de cruzar el Gallego,
hasta el frondoso bosque cultivado con técnicas modernas, como el riego por
aspersión, las redes de telas de plástico, que libran a las deliciosas manzanas
que en él, se crían, de las tormentas que crueles, lanzan sus piedras de
granizo. Por su parte alta, corre un
canal que toma las aguas del río Gállego, en la presa de Ardisa, con el que van
goteando los manzanos. Al otro lado del canal, se alzan unos montes, revestidos
de carrascas y de pinos, a los que así llamo, porque creo
que son mayores que los clásicos tozales. En este viaje nos introdujimos por
ellos y contemplamos unos campos cubiertos de yerbas secas, porque estábamos en
Enero, en lo más crudo del invierno y pasamos por uno de ellos, de secano, que
si estuviera en Velillas o en Siétamo, todos los años lo sembraríamos de trigo.
Pero allí, que es una zona de canales, sólo se aprecia para cultivarla, la tierra regable. En otros tiempos la
hubieran “corrido” para pastarla, los rebaños de ovejas, que ya no quedan por esas hermosas,
pero deshabitadas tierras. A un momento
dado apareció ante nosotros un espacio de cierta extensión, que estaba labrado,
pero no con las tejas que arrastran los tractores ni las mulas, sino por los colmillos
de los jabalíes, que tienen en aquellos montes, vestidos de enormes pinos, un
refugio privilegiado. Ahí reina la paz, porque en un carasol, oculto para los
que pasan por la carretera, unas cien colmenas de abejas, que son las reinas
obreras, más felices, en aquellas montañas.
Bajamos después a ver al
encargado de podar, de labrar y de regar los árboles frutales, que estaba
recogiendo las tijeras “podaderas”, movidas por la electricidad, acumulada en
una batería. Era el primer habitante de las Cinco Villas, que pude ver durante
esta excursión. Tenía escasos años, pero
su cabeza reflejaba con sus palabras sabias, los pensamientos, que le
inspiraban aquellos manzanos, que por el Este ascendían hacia la montaña y por
el Oeste, bajaban, precipitados hacia abajo, es decir hacia las orillas del
río. Estaba sólo casi todo el día, o más bien acompañado por los árboles y se
sentía feliz, porque en Zaragoza, que es una gran ciudad, no lejana de la finca que él cultivaba, muchos
jóvenes no encontraban trabajo, escuchando músicas y ruidos, a veces repugnantes,
mientras él oía los cantos de los numerosos pájaros, que cantaban en los
árboles, que él estaba podando. Tomó Antonio una pieza averiada para llevarla a
un taller mecánico, que se encuentra en Piedratajada, en la provincia de Zaragoza. Yo
observé el rostro del muchacho, porque se ven en sus habitantes rasgos
vasco-ibéricos, pero en su cara asomaban unas pecas, que marcaban algunos
orígenes de los visigodos, que ocuparon estas tierras y las de la vecina
Navarra.
Marchamos felices a Piedratajada,
y allí en un amplio espacio, estaban la
casa y a su lado el taller de un mecánico, de aspecto joven, con su pelo de
color rubio, que como el tractorista, encargado de la finca de los manzanos,
hacía pensar en las diversas razas que ocuparon estas tierras. Estaba
trabajando, con su guardapolvo de color
verde. Le dio Antonio el encargo y después nos pusimos a hablar y a hablar, sin
que faltaran motivos para comentar. Yo al ver los carteles, escritos al lado de
la puerta del taller, le hice observar lo semejante que era su profesión, con
la de los médicos, que procuran reparar a los individuos urbanos, mientras él
trataba de mantener fuertes las máquinas, que el hombre ha inventado para
facilitar sus trabajos. Los médicos observan el corazón que reparte la sangre
por todo el cuerpo mientras él, cuida el motor que con el gasoil impele la marcha del tractor. Y en aquellos
momentos subía por la carretera un tractor verde con dos vecinos del dueño del
taller; si, un tractor, que parecía alegre como alegres sonreían los dos
vecinos de Piedratajada, que lo manejaban. E iban alegres porque en el
remolque, asomaban leñas secas de varios
árboles del pueblo, como las ramas
de una vieja noguera, que aquella noche iban a quemar para honrar a San
Fabián y a San Sebastián. ¡Que alegría vivimos los tres vecinos de Las
Pedrosas, Antonio el de Velillas y yo Ignacio, el de Siétamo!. Yo, contagiado
por aquel espíritu abierto de aquellos
cincovillenses, me puse a gritar :”VI VA SAN FA BIAN Y SAN SE
BAS TI AN” y Antonio completó la letra de coplas de picadillo. En
tiempos pasados se quemaban las hogueras, en varios barrios y el más viejo de
los que encendía una, gritaba: ”¿Quien es más agudo, el que come queso o el que
come pan?” y los vecinos de otra hoguera, contestaban: ”El que come queso” y
los que se estaban calentando el cuerpo en otras hogueras, calentaban los
ánimos de todos los vecinos de Piedratajada, gritando :”En el culo me des un beso” y si les
habían contestado que era más agudo el que come pan, le respondían: ”En el culo
te muerda un alacrán”.
Estos dos santos son patronos de
los médicos y fueron martirizados en los primeros tiempos
del cristianismo. ¿Desde entonces se cantan alrededor de las hogueras ,cantos
en su honor?. No , porque ya se celebraban ceremonias de esta índole, en plena Naturaleza,
desde antes de que nacieran estos santos, pues los hombres primitivos ya
encendían hogueras, para adorar a los dioses y entregarse a ellos ,corriendo descalzos,
por encima de las brasas, que quedaban después de arder las hogueras. Dicen que
en un pueblo de Soria, todavía pasan sus habitantes sobre las brasas. Y esto es
una verdad, porque yo me acuerdo de que en mi pueblo de Siétamo, antes y algunos años después de la Guerra
Civil, pasaban varios hijos del pueblo, descalzos sobre las brasas y algunos
como un mozo de casa Trullenque, acomodaba a un niño sobre sus hombros y, tal
vez, sin darse cuenta estaba adorando al Creador y deseando un buen porvenir
para el niño, que sobre él, participaba
en el misterio del fuego.
Los vecinos de Piedratajada,
generosos y amantes de las tradiciones, nos invitaron a quedarnos a participar
en la quema de la hoguera y a su alrededor gozar de una espléndida cena.¡Que me
perdonen ,porque yo debía haber respetado su comunicación con los santos, a los
que querían acercarnos!. Aquellos benditos vecinos de Piedratajada están cerca
de la gran urbe zaragozana, pero están todavía más cerca de Dios, porque
conservan las primitivas relaciones de sus antepasados con el Creador de la Naturaleza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario