viernes, 24 de diciembre de 2010

Ana Francisca Abarca de Bolea


Ana Francisca Abarca de Bolea Mur y Castro, como se firma ella en algunas ocasiones, era hija de Don Martín Abarca de Bolea y Castro, descendiente del Rey de Navarra y primer Rey de Aragón, Sancho Garcés II o Sancho Abarca, enterrado en San Juan de la Peña y de su esposa Señora de Castro, descendiente de el Señor de Castro, hijo natural de Jaime el Conquistador y de una hija de Sancho de Antillón, pueblo del que conservó el nombre. Ese Señor de Castro vivió en el Castillo –Palacio de Siétamo, que donó a una hija suya, que casó con un Abarca de Bolea. Su madre Doña Ana de Mur, segunda esposa de su padre, fue hija de los barones de Pallaruelo. Nació Ana Francisca en Zaragoza el 21 de Abril de 1602.
Don Martín Abarca de Bolea fue un asiduo asistente a las justas poéticas, que por entonces se celebraban, dejando entre otras obras “Las lágrimas de San Pedro”(1578),”Orlando determinado”, “Orlando enamorado”, ”Los poemas de las amazonas” y la “Historia Oriental de Marco Paulo Veneto” y perteneció al grupo de amigos de Lastanosa. Como los hombres de su genealogía, ejerció de militar y fue enterrado en la iglesia de Siétamo, que fue construída en 1572 por Martín Zabala.
Descendiente suyo fue Don Pedro Pablo Abarca de Bolea, Conde de Aranda, nacido en Siétamo el uno de Agosto de 1719 y muerto en Epila el nueve de Enero de 1798 y enterrado, como su antecesor Sancho Abarca, en San Juan de la Peña.
Nació en Zaragoza el 21 de Abril del año 1602 y bautizada en la parroquia de San Felices ; fueron seis hermanos y hermanas, una de las cuales se hizo monja en el Monasterio de Sigena.
Su familia, como correspondía a los lugares donde estaba radicada su nobleza, vivía repartiendo sus estancias en sus casas de Zaragoza, de Huesca, de Siétamo, pasando incluso, algunos días en Clamosa. Ana Francisca, amaba mucho a su “casa y castillo" de Siétamo, como ella decía, donde siendo ya monja, tenía reuniones con sus amigos Salinas, Ustarroz e incluso alguna vez Baltasar Gracián, uno de los mejores escritores españoles.
Su familia, a pesar de poseer un apellido tan ilustre como el de Abarca de Bolea, no disponía siempre de dinero abundante, que la hiciera llevar una vida de lujo, y por eso su madre se sacrificaba y se separaba de sus hijas, como hizo con Ana Francisca a la que a los tres años, envió al Monasterio de Casbas. Esta vida entre las monjas no obligaba a Ana Francisca a dedicarse a la vida monástica, ya que hasta los 22 años no emitió sus votos y pudo casarse ,pero su inteligencia le decía que tendría que sufrir, en el mundo, a causa de la ignorancia. Su madre la amaba y se sacrificaba con su ausencia, pero ella sabía que en el Monasterio su hija cultivaría su inteligencia y aprendería no sólo a leer y a escribir, sino a conocer el latín, la literatura, el dibujo, la música, los bordados y a pensar sin depender de ningún hombre, lo que le permitiría tomar responsabilidades y ocupar puestos de gobierno entre las monjas y en la vida civil de los pueblos dependientes del Monasterio. Fue una auténtica autodidacta. Aquel Monasterio dio lugar a que Doña Ana Francisca llegara a ser una de las escritoras de vidas de santos más importantes, pero no sólo de ellos sino que escribió poesías, obras cortesanas y poesías escritas en el habla popular o Fabla aragonesa; y allí no había una clausura cruel, sino que convivían con familiares suyas, recogiendo a sus madres y hermanas. Su sobrina Bernarda Abarca de Vilanova, cuya casa estaba en Huesca en la calle de Sancho Abarca, se metió monja y fue para Doña Ana Francisca un consuelo y una ayuda, pues ella fue la que hizo lo posible para publicar la “Vigilia y octavario de San Juan Bautista en 1679, cuando ya estaba en una edad avanzada, a saber en 77 años. A pesar de ser publicada con tantos años de retraso, su sobrina demostró que Doña Ana no tuvo una “juventud ociosa”. Tenía una gran fuerza de voluntad, pues se autoeducaba y estudiaba y era maestra de sí misma y de otras monjas. Hemos visto el respeto que gozaba de los varones intelectuales, como Ustarroz, que siendo cronista del Reino, se escribía con Doña Ana y en sus cartas se pueden ver acontecimientos de la época y de la vida y pensamientos de ella. En Huesca la animaría Lastanosa y en Zaragoza fray Jerónimo de San José, siendo siempre muy querida por sus parientes los Abarca de Bolea y los Abarca de Serué, de la calle Sancho Abarca.
Participaba en certámenes literarios .como aquel que se dedicó a la memoria del Príncipe Baltasar Carlos, hijo de Felipe IV y de Isabel de Borbón. En él tomaron parte quince mujeres, obteniendo el tercer premio, a saber unos guantes de ámbar y también tomó parte en el certamen que fue convocado por un sobrino suyo, marqués de Torres, para celebrar la boda del Rey Felipe IV con María de Austria el año de 1650, en el que obtuvo el segundo premio, del que no quedó muy conforme, a pesar de su humildad.
La asistencia de tal número de mujeres en aquellos tiempos en su educación estaba casi olvidada, fue un precedente de la presencia actual de las mujeres, en la vida intelectual.
Don Ricardo del Arco escribió de ella:”Con doña Ana se puede hablar de todo género de buenas letras, pues su ocupación predilecta(las horas que le permiten el coro y los espirituales ejercicios)es una perpetua lección de libros sagrados, historiales y de ameno esparcimiento”
Pero Ana Francisca no siempre gozó en su vida del trabajo literario y de su vida monástica, en que llegó a ser Maestra de Novicias y Abadesa, siendo partidaria de que como tal, se renovase cada cuatro años y no, como otras monjas, que permaneciera la abadesa toda su vida; a los doce años perdió a su madre y a los catorce a su padre, pero ella seguía yendo al castillo de Siétamo, donde era atendida por sus parientes y ella recibía, como en su casa a los literatos del grupo Lastanosa. Además de sufrir en los líos entre las monjas, por ejemplo en el caso de la elección de Abadesa, tuvo que vivir la guerra separatista de los catalanes, con las consiguientes invasiones de los franceses, que se apoderaron de Monzón y obligó a Doña Ana a refugiarse en Zaragoza, el año 1642. Además, según dice Julio Brioso :”el vasallaje era a menudo una carga muy pesada para la gente de estos pueblos ...en enero de 1235, la Abadesa doña Sancha de Lizana exime a los hombres de Sieso de los tributos de la novena”, lo que pone de manifiesto que en tiempos de Doña Ana, los ingresos eran escasos. Don Manuel Alvar da valor filológico a las obras escritas en Fabla aragonesa, pero dice que quería escribir en español arcaico o “sayagués”, pero ella conocía la fabla aragonesa porque la había escuchado e incluso hablado con la gente que servía a su familia y cuidaba sus tierras y ganados y por eso amaba esa lengua, cuando casi nadie escribía en ella. Resultaba extraño para muchos ver obras escritas para el pueblo y en la lengua de dicho pueblo, al que ella amaba tanto que quería que participasen de la Navidad (Nadal) y de los festejos del Corpus en Zaragoza. Mi padre en el año 1940, escribió unos villancicos sobre la
Navidad en Fabla aragonesa y ahora se escuchan por Navidades en muchos festejos. Son casos que demuestran la existencia de una lengua, que debemos cultivar.
En la Albada al Nacimiento dice :”En fin nació en un pesebre, -como Lucas lo dició,-no se enulle si le dizen –que en as pallas lo trobón”.En el Bayle pastoril al Nacimiento, Bras (Blas) se expresa así :”Ala, ao zagales,-doleos de mis males,-catad que vn mozardo-muy llindo y gallardo-la groria ha cantado;-ya yo m’a espantado-que todo tremolo”.Esta clase de cantos de Navidad se daban mucho en el Midi francés y aquí el pueblo haría lo mismo .Independientemente de que así ocurriera, Doña Ana Abarca estuvo en Bagneres, para recibir unos baños que la curaran de su reumatismo y tal vez allí copiase el gusto por la moda pastoril al Nacimiento. Murió hacia el año 1687 y dejó pagado por ella y por su sobrina 1683 el retablo de la Virgen de la Gloria.

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