España en el siglo XVI expandía su poder por el Mundo. Crecían en España las ciudades y los puertos y en el Nuevo Continente se creaban ciudades como Méjico o Buenos Aires. Crecía el poder de los hombres, de los comerciantes, de la manufactura y de la navegación. Pero después de este progreso, se inicia una crisis económica con una gran carestía, que producía la inflación. Si a estas circunstanas añadimos la peste, que bajaba en España de Castilla a Andalucía, la situación se hizo catastrófica. Basta leer alguna de las novelas picarescas, que describían el hambre y la miseria. Entre otras causas de la ruina de la hacienda real, estaban los gastos que causaban las distintas guerras y la conquista y colonización de América, cuando en España en 1613 se expulsaba a los moros. Estos eran muy trabajadores en el campo, en la albañilería con el Arte Mudejar, en la fabricación de tortas y pasteles y en trabajar la seda. Pero la ruina del pueblo tenía su base en la ociosidad, que impedía la producción de riqueza, hacíéndolo caer en la miseria. Muchos cuando lograban poseer un escudo de hidalgo o infanzón, se dedicaban a vivir bien o a aparentarlo. Soñaba España en el oro y la plata importadas de América y parecía un tesoro de algún cuento de niños, pues no se sabía si se lo llevaría el aire a las guerras que se llevaban a cabo por Flandes. En cambio no se acordaban de que con la ociosidad no se producía nada. Debían los españoles reintegrarse a la Agricultura, donde el trabajo resultaba productivo, así como la ganadería, el comercio y las artes que crean productos usados, como la seda, por el comercio. Los bueyes y las mulas desaparecían de los pueblos al marcharse sus habitantes y todo se quedaba yermo. Mientras se trabajaba en América, se abandonaba el comercio con los países vecinos. Algunos veían la restauración del bienestar en la Península, en la recreación de la ganadería. En el Criticón escribe Baltasar Gracián que en tanto los españoles les cambiaban a los indios alfileres, peines, estuches, y cascabeles por oro, los franceses se llevaban esas riquezas, sin disparar ni una bala, con los mismos objetos de París, cambiaban el oro a los españoles. Dice Baltasar Gracián “que a los españoles les cupo la honra, a los franceses el provecho”. Campomanes dice a los lectores que es necesaria la Educación Popular, cuando en aquellos tiempos muy pocos sabían leer.
Han pasado aquellos lejanos siglos y al llegar el siglo XX y XXI, hemos llegado a muy parecidas circunstancias. En el siglo XVI se traían oro de las Américas y antes de la Guerra Civil, en Iberia había gran cantidad de oro en el Banco de España. Si las Guerras de Flandes se llevaron el oro antiguo, la Guerra civil se llevó y más tarde se fueron llevando casi todo el que poseía España. Si en 1613 se echaron de España multitud de trabajadores moros de la tierra, ahora se han dejado venir multitudes de extranjeros. En 1619 el Consejo de Castilla, escribía “pues para poblar el reino la gente no se ha de traer de fuera”. En el pueblo de Ola, a pocos kilómetros de la ciudad de Huesca, despacharon catorce familias, que allí dejaron un arco árabe en la entrada de un pozo, se trajeron nuevos habitantes de los Pirineos, pero hasta el siglo XVIII, no se les dieron Escrituras, pues se habían quedado con las tierras, algunos nobles. Después de marchar los moros, se fueron muchos cristianos, porque el comercio no cumplía aquello de “ el labrador no tenga tasa para vender el pan de su cosecha”… Quevedo escribe lo que ahora pasa con los precios de la cebada:”Cebada que sobra los años mejores-de nuevo encierran los revendedores” y sigue: ”Familias sin pan, y viudas sin tocas-esperan hambrientas y mudas sus bocas”. Ahora la gente no está dispuesta a acallar sus bocas. Las autonomías han convertido al país en un Reino de Taifas.
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