miércoles, 27 de octubre de 2010

El reloj de pared



La Fortuna me dio la oportunidad de escuchar a dos amantes, que a pesar de amarse con sus tiernos corazones, daban a la razón la ocasión de crear opiniones y a sus lenguas la de expresar esas mismas opiniones y yo estaba atento a su discusión sobre los relojes de pared o de péndulo. Recordaban, sin duda los viejos relojes que marcaban el tiempo, en sus casas de los pueblos, donde nacieran el uno y el otro y afirmaba uno de ellos, que el armario o caja, que protegía la maquinaría y el péndulo era más delicado que los que ahora se fabrican y el otro exponía su opinión contraria, diciendo que aquellos relojes que traían de Olorón, tenían su nido más sólido que los que ahora les ofrecían en los grandes almacenes.

Yo, entre tanto, pensaba que ninguno de los dos relojes, es decir el antiguo de Olorón o el moderno, que ahora nos ofrecen, tiene madera más fuerte que el otro, pues ambas son procedentes de nogales, de robles o de sabinas, en tanto que otras maderas eran simplemente de chopo y cortadas por el carpintero del lugar.

Pero, independientemente de la calidad de las tablas, ahora su ensamblaje es más encajado, porque el ebanista que arma tales cajas, dispone, indudablemente, de técnicas más modernas, porque el relojero actual coloca sonerías que recuerdan la música de viejos carillones instalados en lo alto de edificios nobles que presiden grandes plazas, como la de San Marcos de Venecia. Las campanadas de nuestras viejas “fustarazas” son más sobrias y recuerdan en la paz de las casas campesinas el paso de las horas, que sin embargo en la ciudad, cuando queremos recordarlas, ya han pasado. No digamos nada de los segundos, que ya no cuentan en la vida humana, en tanto que en la “sala buena”del casal del pueblo, esos segundos cantan su monótono tic-tac, como si ese casal tuviera corazón. Los relojeros antiguos y modernos se dieron y se dan cuenta del paso del tiempo, pues en muchos relojes de péndulo está escrito: ”Tempus fugit”, el tiempo huye. Pero a pesar de su huida, si que tiene corazón el tiempo, por ejemplo el de un amor que muchos hombres y mujeres transmitieron a las paredes de la casa, con sus láminas de santos, de guerreros y guerrilleros, de antiguas fotos de bodas y bautizos, de fiestas populares y de bailes de jota y el del tic-tac, que como un cordial brota del reloj y que a lomos de mulas trajeron los ancestros de Olorón o de Pau. La viuda o el viudo recordaban al escuchar ese tic-tac, las ahora caricias ausentes y las luchas de sus hijos en las capitales, por vivir y por sacar a los nietos adelante.

Aquellas tablas ya sufrieron la injuria del transporte y perdieron su equilibrio por carcomas, desajustes de los muros o alabeos de maderos y de vigas. A veces trajeron solamente la máquina y el carpintero de la aldea fabricó la caja, con aquellos pesados instrumentos o el albañil colocó en un hueco, a modo de alacena, en un rincón de la escalera la esfera, el péndulo y la rueda Catalina, haciéndole el carpintero una puerta, con una ventana esférica, para poder contemplar las saetas y las agujas, que marcaban las horas.

Envejeció el reloj del mismo modo que envejecieron los sucesivos habitantes de la casa y hasta esta casa fue conociendo los achaques que el paso de las horas, que el reloj cantaba y contaba, de segundo tras segundo acompañados por su tic-tac sonoro, que parece mentira que tuviera el poder de acumular años y años, que pasan y que pesan y marchitan, como he dicho, a las personas, a las casas y al aparato mismo, que venido de Francia, se cuartea, se ladea y pierde su equilibrio, para, por fin, enmudecer.

Yo recuerdo, como también ustedes lo harán, la canción que decía: ”Mi abuelito tenía un reloj de pared, que compró cuando él nació…pero un día el reloj, de tan viejo se paró y con él mi abuelito se murió”.

“Tempus fugit” está escrito, como he dicho, en la esfera de numerosos relojes de péndulo y ese mismo reloj demuestra la verdad de tal axioma, porque aquellos relojes, al hacerlos, los pintaban con colores alegres y vivos, unas veces con flores, otras con caballeros y con damas, que soñaban en el amor y hoy sus colores se han vuelto oscuros y descoloridos. Hoy colorean los relojes con barnices, para dar la sensación de que el tiempo no corre y sin embargo, nuestros nietos los verán viejos y sin alegría.

Esa huida del tiempo de los viejos, casi ha desaparecido porque están en el camposanto y ya casi nadie se acuerda de ellos, pero tal huída es más notoria para el hombre y la mujer actuales, en que el reloj los tiraniza y ni siquiera les permite dar una pausa a su correr; no damos tiempo al tiempo, no le dan tiempo al hombre, aunque a la gente joven se le da todo un tiempo, que no es acompañado por sones de relojes, sino por ruidos engañosos de máquinas de juego y del tin-tin nefasto resultante del choque del dinero. Todo lo traducimos a dinero por aquello de que el tiempo es oro.

Aquellos relojes de pared, para encerrar el reloj de péndulo, se visten de muchas formas y son partidarios del amor. Tal vez, por eso, discutían sobre ellos los dos enamorados y es que fijándose en sus cajas, se da uno cuenta que las hay con unas curvas, que son iguales que las caderas de mujer, en cambio hay otras que poseen una forma rectilínea, como si de hombres se tratara y el ritmo que marcan con su péndulo, acompañado por ese ir y venir, se acompasa al ritmo de los corazones de los hombres y mujeres. ¡Oh Tempora, o mores!,¡oh tiempos, oh, costumbres!, porque en aquellos antiguos tiempos, las costumbres cultivaban el amor y hoy, en estos tiempos, en las calles de las ciudades grandes, los corazones van despendolados.

Acompasemos nuestras vidas al ritmo que nos marca el tiempo y no pensemos que a la muerte nos conduce, porque no existiendo para Dios ni pasado ni futuro, porque para El, todo está presente, nos haremos presentes eternamente.

Leyendo, conversando y meditando al compás de nuestros viejos relojes de pared, nos sentiremos acompañados en el camino que nos conduce a un presente inacabable.

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