José María Llanas Aguilaniedo |
Wilhelm Richard Wagner |
Me encontré hace poco tiempo a un
niño moreno, llamado Lucas, de las Islas
del Cabo Verde, que fueron portuguesas, frente
al Senegal. Le pregunté si amaba la música y me dijo que sí. Le pedí que me aclarara
si hacía sonar la guitarra o el acordeón, pero él, me dijo que no tenía la suerte
de poseer ninguno de esos instrumentos, pero poseía un escobillo,
baqueta o varilla ligera, que allá entre las olas del océano que rodean
las islas, hace que salten ritmos, al
golpearlo contra las cajas y los bombos. Son ritmos que recuerdan los de la Música
Moderna del Pop o del Rock, de los que salen del bombo, con un-dos-un-dos. Estos ritmos recuerdan los
latidos del corazón, como si con ese ritmo, quisiera la música, alimentar la
ilusión de los corazones que participan como la baqueta, en esos ritmos. Hay
varias clases de escobillos, unos los del encaje, pero el que poseía Lucas era
un instrumento de percusión. Hay quien llama baquetas a esos percutores, que se
golpean contra la batería.
Estaba yo sentado alrededor de un
velador y estaba a mí lado un montañés
apellidado Allué, (que es un nombre común con las allouettes francesas,
alondras castellanas o alodas aragonesas) y con el pelo rojo, en el que se
adivinan sus orígenes visigóticos, mezclado con los vasco-ibéricos de Pirineo,
me explicó que estudió varios cursos de piano. Y tiene afición a los
conciertos, porque dice que son como una especie de rituales, en los que se
goza, pero sin necesidad de consumir
alcohol, como lo consumían los indios cuando iban a guerrear con sus caballos. El
placer de los conciertos reside en el corazón y en el cerebro, pero poco a poco
una multitud de personas van impregnándose con el alcohol durante los
conciertos, como se impregnaban los
indios en las guerras.
Al amigo Allué, la música moderna
le rima con ritmo de su corazón y pasa el tiempo y sueña con una vida ideal y
se ilusiona con un amor de la Humanidad con la Naturaleza, como se ilusionan
también los habitantes de Cabo Verde. Igual le ocurre a la “Diva descalza”, que
es el sobrenombre que le aplican a la cantante más famosa de Cabo Verde y que
se llamaba Cesaria Évora. Los instrumentos musicales que acompañan a su voz son
el violín, son el piano, el saxofón, el cavaquinho, semejante al timple canario
y el acordeón, pero el ritmo de los bolillos con las cajas y los bombos acompañan
sus sonidos y el latir del corazón de Cesarea Évora. Murió a los setenta años y
debe continuar en el otro mundo soñando con la canción “morna”, de la que era
la Reina, con esa música, como si fuera una mezcla del fado portugués, la
modinha brasileña, el tango argentino y el lamento angoleño. Era “la diva de
los pies descalzos”, pues así salía al escenario para denunciar la pobreza de
su País.
Cantó por todo el mundo y yo la
escuché cantando en español: ”Bésame, bésame mucho, como si fuera esta la última vez, bésame,
porque tengo miedo de perderte otra vez”. Mi hija acompañada por su novio,
estuvo presenciando su actuación, en cierta ocasión, en Zaragoza.
Le he dicho al muchacho Lucas,
que le pida a su madre la morena Filo, que hace funcionar “La Abadía” de
Siétamo con su comedor y sus habitaciones, le compre una acordeón, para
conservar por el mundo el espíritu portugués, que se extiende por el mundo,
desde Timor, Goa Mozambique, Angola, islas del Cabo Verde, Brasil y lo hace
convivir en nuestra Península. Filo se parece físicamente a Cesárea Évora, que
con sus pies descalzos, protestó contra la pobreza de sus conciudadanos, en
tanto, la Filo, reparte alegría con sus diversas lenguas, entre los turistas
que llegan a Siétamo. Quizá esos sonidos
que hiciera sonar Lucas, alcanzaran a los portugueses, que en la Autovía de
Siétamo, trabajaban levantando puentes
sobre ella. El Conde de Aranda, nacido en Siétamo hizo que el pueblo portugués
de Olivenza, pasara a España, como en otros tiempos fueron ambas naciones,
portuguesa y española, una sola potencia. Igual que el Gran Brasil, se siente
unido a Hispano América, enseñando el castellano por sus enormes y ricas
tierras.
La Filo me recordó que en sus
tierras del Cabo Verde, se bailaban danzas al Gran Batuque, que posee como un
templo divino para el pueblo. Son danzas espontáneas que sirven como una
terapia para los distintos grupos humanos. Se logran energías positivas a
través del son de los tambores. Se conservan estas danzas en Brasil en Uruguay, en Argentina, etc. que tomaron para sí mismos,
los primeros esclavos negros, que desde Cabo Verde se llevaban a
América.
Había tres clases de danzas, una
la del Herrero, otra la del Guerrero y por fin la del Granjero. Filo se acordó
del bastón con que el herrero golpeaba un hierro inexistente con un bastón que
tampoco existía, pero su papel lo representaba el brazo de un danzante. Esas
danzas eran en honor del dios Batuque.
Era el dios de una religión africana que
se cultiva todavía en el Brasil. Parece ser que existían unas mujeres,
ministros o sacerdotes, a las que llamaban
“orhisas”. Filo podría ser una de esas “orhisas” en Cabo Verde, pero parece
seguir siendo una “orhisa” no religiosa, sino programadora del hotel de
Siétamo. Espero que Filo sea feliz, y le desea que a su hijo Lucas le
proporcione un acordeón, para que acompañado por su hija Eva, haga sonar la
música universal de Cabo Verde.
Pero, por otro lado ha llegado al mundo la música
clásica. A mi hermano Manolo, cuando se
estaba muriendo, su hijo le ponía en la mesilla sonidos de Wagner y después de muerto,
hizo sonar el Requiem de Mozart. Dicen que el modernismo musical estimula el
arte, como la pintura, la escultura y la arquitectura, pero ya hemos visto como
los morenos africanos y americanos, que
adoraban a Batuque, veían animarse a los herreros, a los guerreros y a los granjeros.
Y al ver a mi hermano oyendo a Wagner y
los oídos de sus familiares escuchando el réquiem de Mozart, se da uno
cuenta de la universalidad en el tiempo de la Música. En la biblioteca de mi
casa, mi hermano Manolo, se dejó un libro sobre Bhetoven, con que la habían
premiado en un concurso en el Colegio Mayor Pedro Cerbuna de Zaragoza; cuando
vino de Canadá, en cierta ocasión, se lo
recordé y él emocionado, se lo llevó recordando su música.
Mi pariente José María Llanas Aguilaniedo revela como la
Naturaleza, a través de la música, produce una poderosa emotividad, que nos
hace reflexionar en una fuerte vida superior, que anima la materia. Don
Justo Broto Salanova (Huesca,1951),Doctor en Filología Hispánica, dedicó varios
años al estudio del cosmopolita oscense José María Llanas Aguilaniedo, que
murió en 1921. Publicó en los “Textos Larumbe”, de Huesca una edición
filológica del libro de Llanas Aguilaniedo “Alma contemporánea” y escribió el
libro “Un olvidado: José María Llanas Aguilaniedo”.
Nos escribe José María Llanas
Aguilaniedo como la Naturaleza nos produce una fuerte emotividad, que nos hace
reflexionar en “una fuerte vida
superior, que anima la materia”. Justo Broto, en la Introducción del
libro, escribe: ”a la paciencia de los familiares de Llanas, debo datos valiosos,
en especial a José Antonio Llanas Almudévar (primo hermano mío), Felisa
Aguilaniedo, los hermanos Coronas… a Ignacio Almudévar Zamora, al doctor José
Cardús Llanas … y al testimonio de Marieta Pérez (enamorada de la música que
tocaba en su casa acompañada por el periodista y humorista Capella, por el doctor Barón y
por la madre del pintor Saura y de su hermano gran creador de cine, y al de
Joaquín Santafé, que murió de más de cien años, cuando a su padre lo fusilaron
el año de 1936, los anarquistas), que acompañó a José Llanas Aguilaniedo los
últimos años de su vida.
Tenía razón José María Llanas
Aguilaniedo, cuando decía que la Naturaleza nos produce una gran emotividad,
que nos hace reflexionar en una vida superior, que anima la materia. Gran emotividad
me ha producido en mi vida, la muerte de casi todos los hombres y mujeres
citados por Justo Broto, “que me hace reflexionar en una vida superior”, y que
anima la materia. Pensar en esa vida superior, es necesario para tener
esperanza en el futuro, porque si ya no he vuelto a ver a casi ninguno de los
personajes que nombra el autor Justo Broto, he contemplado a los cuatro jóvenes
Llanas “animados por la materia” musical, cuando en el segundo piso de su casa,
José Antonio, Lorenzo, Pablo y
Feliciano, tocaban el piano, el acordeón, la guitarra y marcaban el ritmo con el jazz-bam,
al otro lado de la pared, en casa Pérez, dirigida por Marieta, se escuchaban
sonidos clásicos de música. ¡Cómo cultivaban la música los hijos de José
Antonio Llanas Almudévar”. Me acuerdo de mis sobrinos, pero también recuerdo a los adoradores de Batuque,
que murieron en África y en América. De las Islas de Cabo Verde se han marchado
o se han llevado sus habitantes desde hace siglos, pero siguen cantando en
Brasil, en Uruguay y en la Argentina.
José María Llanas Aguilaniedo, gran
amante de la música capaz de expresar los movimientos del espíritu, escribió :
“¡Oh diabólica sucesión de notas, cuanto me hacía sufrir!. Corrían y descendían
entrelazándose bulliciosas hasta las profundidades del alma, para levantarse
luego removiendo el fondo de lágrimas y tristezas que pugnaban por salir
revueltas con risas comprimidas…aquello era horrible”. Escribe Justo Broto: ”Unos
compases de Bethoven, durante un concierto en casa de los Tubino, en Sevilla, le
traen a la memoria antiguas historias que conmovieron su ánimo…”. Pero…”cuando
la magnificencia extraordinaria que iba desplegando el andante de la sonata, varió
por completo el rumbo de mis pensamientos”.
¿Cómo cambió José María Llanas
Aguilaniedo?, sencillamente “empieza en él la polémica del genio y la locura;
la degeneración cerebral de Wagner, no es, desde luego, más que un síntoma de
modernidad”. Se declara “entusiasta suyo que tenía una imaginación asombrosa y
gigante y que le considero como un geniazo”. Pero Paco Selgas, analiza la
similitud entre el cerebro de Wagner y el de José María Llanas Aguilaniedo,
cuando escribió: ”un muchacho a quien conocía a fondo, tanto que puedo hablar
de él como de mí mismo; algo neurasténico él, muy desarrollado de corazón y de
cerebro y con una sensibilidad tan extraordinaria, como no he visto otro”.
José María Llanas habla del genio
y la locura de Wagner y Pedro Selgas,
compañero de José María escribe sobre el genio y la neurastenia de
Llanas.
De la misma forma que los que danzaban sus dances al Gran Batuque y
cantando le pedían que favoreciera al Herrero, al Guerrero y al Granjero, José
María Llanas Aguilaniedo, escuchando a Wagner, pensaba que: esa síntesis de las
artes debe hacerse como hacía Wagner con sus dramas, sugiriéndolos de su arte
musical, con que le impresiona la misma
naturaleza.
Como escribo en este artículo, el
modernismo musical, estimula el arte, como la pintura, la escultura y la
arquitectura, como animaba a los africanos, unos guerreros, otros herreros y
también a los granjeros.
Sí, la música hace crecer el
arte, pero también la virtud, como se ve en la cantante Cesárea Évora, que para
pedir la justicia para los pobres, cantaba siempre descalza en el escenario.
José María Llanas Aguilaniedo,
que fue un intelectual, “acabó siendo un enfermo, sutil, complicado, emotivo,
lánguido y mórbido”. La caridad de su hermano Feliciano Llanas en unión de su
esposa Pilar Almudévar, hermana de mi padre, lo recogió en su casa y el
ayudante de Farmacia Joaquín Santafé, lo acompañó en la vida que le quedaba,
haciéndosela más serena.
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