Pasando por la Plaza de San Pedro
el Viejo, he entrado en la románica iglesia a él dedicada, para mirar su
figura, no para escucharla, porque, no hace sonar ni su boca ni otros instrumentos musicales. Basta contemplar su imagen con la tiara
pontificia sobre su cabeza, la llave de la Iglesia y un libro abierto apoyado en un
lado del sillón, sobre el que se
asienta. Pero, esa imagen de San Pedro
el Viejo, una vez dentro del templo, promueve sonidos, que impresionan los espíritus de los que miran esa celestial y poderosa
imagen. Efectivamente, se oían de vez en cuando, unos sonidos, que imponían
respeto, como si procedieran del órgano, que tantas veces he escuchado y que he
visto, hace ya muchos años, cómo con un fuelle, le inoculaban aire , que haciendo sonar sus trompas, me hacían adivinar conciertos
celestiales.
Escuchando alguno de esos
sonidos, estaba sentado debajo del Presbiterio, donde, en el Sagrario se oculta Cristo, mientras la impresionante figura de San Pedro el
Viejo, muestra la llave de la Santa Madre Iglesia, un joven músico, llamado Pedro Mari, que desde
un banco, contemplaba la figura de San Pedro Apóstol. A mí me impresionó la
escena formada por el viejo Apóstol, del que el joven músico, mirándolo quería
aprender la “música celestial”, que parecía dirigir desde el Altar Mayor, con
su alzada y directiva llave. Me dirigí hacia Pedro Mari y me di cuenta de que
amaba la música, porque en el mismo banco donde estaba sentado, se extendían un
“chuflo o chuflaina” aragonesa, un asta
de vacuno o cuerno sonoro, que me dijo procedía de las Asturias de Oviedo y una
gaita.
La verdad es que ese secular
ambiente, desde el presbiterio de San Pedro el Viejo, cerca de la puerta de la
Torre, en que mi doble pariente, el sacerdote don Jesús Vallés Almudévar,
expuso una serie bellísima de esculturas de vírgenes, de santos y de objetos
litúrgicos, hasta la sacristía, impresionaba. Bajando hacia el Coro, se ven los asientos, en
que los Beneficiados, con su chepa litúrgica, que se les impuso por su fidelidad
al que fue falso Papa en Aragón, Benedicto XIII. Allí, debajo del órgano, cantaban en canto
gregoriano: “In exitu Israel de Egipto,
domus Jacob de populo
barbaro”. A ellos se unía a cantar el
gregoriano, mi primo hermano, José
Antonio Llanas Almudévar, que fue Alcalde de la ciudad de Huesca. Amaba de tal
forma el canto gregoriano, que, al morir,
quiso que se celebrara su entierro en la iglesia de San Pedro el Viejo. Es
curioso, como cada año, en una fiesta
litúrgica, acude a cantar su hijo José Antonio, que vive en Madrid. Al salir al Claustro,
además de ver enterrados a Miguel Almudévar y a su esposa, con sus nombres
escritos con letra gótica, se exhiben los sepulcros del Rey Ramiro el Monje y
el del casi emperador Alfonso el Batallador.
Pedro Mari no puede evitar acudir a San Pedro el Viejo a hacer sonar sus
instrumentos musicales en ese antiguo ambiente, que suenan maravillosamente,
produciendo un eco o reverberación en las bóvedas, que me causa la impresión de
viajar hacia el cielo. Antes de darme cuenta de que Pedro Mari, estaba
observando a San Pedro, escuchaba con cierta frecuencia sonidos que hacían
brotar ecos, que devolvían las bóvedas. Con esa mezcla de
sonidos y de ecos, que se escuchaban en
el ambiente de San Pedro, producida por el contacto sonoro entre las notas
musicales y sus ecos, en las piedras de sillería, con las que se levantó una
obra tan noble, se estaba conmoviendo mi
sensibilidad. Las vidrieras separaban el
ambiente interior del templo, del exterior. Pedro Mari no podía pensar en otras
cosas del mundo, sino que estaba gozando de una “borrachera” semi
divina, que le hacía permanecer sentado cerca de la figura de San Pedro.
Pero a Pedro Mari Martín, lo observé en su éxtasis musical y me dirigí a él.
Ese éxtasis estaba ordenado por la llave que San Pedro Mártir elevaba desde el
altar y parecía imitar a una batuta que dirigía la música, con gran sabiduría
porque su cabeza estaba revestida por una tiara pontifical, y tenía abiertos
los Evangelios, sobre el apoyo derecho de su sillón.
La figura de San Pedro no
producía sonidos, pero estaba dirigiendo un concierto entre Dios y el hombre,
que Pedro Mari, se veía impulsado a hacer sonar el concierto que estaba dirigiendo esa santa,
noble y artística figura. Daba la
impresión de alegrar su rostro, al escuchar el sonido del Cuerno, que hacía
sonar el dirigido músico Pedro, por su homónimo San Pedro el Viejo, desde el
altar mayor.
Pero no fue sólo el asta o cuerno
vacuno el que hizo sonar, sino que tomó entre sus manos un “chuflo aragonés”,
instrumento que se ha usado desde hace siglos en Yebra de Basa y en la ciudad
de Jaca; tal vez para dar a todos los
sonidos una alabanza al Señor, a través
del tiempo, creado por los siglos de los siglos. Esa flauta de tres agujeros,
se ha hecho sonar a través de los siglos
por todo el Mundo, pero donde siempre ha
impresionado a los devotos de Santa Orosia, ha sido en Yebra de Basa y en la
ciudad de Jaca, donde, en procesión se unían las reliquias de la Santa
conservadas en dicho pueblo, con las que
se guardan, hace siglos, en Jaca. Todavía me acuerdo de asistir con mi
padre en compañía del gran jacetano Don Paco Ripa, el día veinticinco de Junio,
de uno de los tres años en que tuvo lugar la Guerra Civil. Me acuerdo de contemplar a los endemoniados de toda la redolada y hasta de la región
francesa del Bearn, donde existe una
gran devoción a Santa Orosia. Los danzantes, interpretaban antiguas danzas
guerreras al son del “chiflo y del chicotén” y de los tambores. Aquellas músicas, emitidas por los mismos
instrumentos que Pedro Mari, exhibe en
la iglesia de San Pedro el Viejo, tenían que romper las cuerdas que los
endemoniados, llevaban entre sus dedos, para que la música del “chiflo y del
chicotén”, rompiera con esa música la esclavitud demoniaca de aquellos
desgraciados. El día veinticinco de Junio todavía se celebraba aquel combate entre la música y el reino del
demonio, con sus endemoniados y “espírituados”. Pero el Obispo de Jaca, el año de mil novecientos
cuarenta y siete, prohibió la asistencia a la procesión de Santa Orosia, de la multitud de endemoniados de la zona y
del Bearn.
Por fin Pedro Mari, el músico, devoto de San Pedro el Viejo, levantó su gaita
aragonesa y haciéndola sonar, me llenó de tanta emoción, que casi me hizo
llorar. A esa emoción se añadió el recuerdo del gaitero de Santolaria, tío de
la señora Juana Periga casada en Siétamo, y a la que yo veía desde mi casa, en
la puerta del antiguo cementerio, rezando por el Gaitero de Santolaria, Antonio Margalejo. En “El gaitero de Santolaria” escrbí: “¡Ojalá
pudiera hablar con José María Periga de
Santolaria, sobrino del gaitero Antonio Margalejo!. Tenía el gaitero que
ganarse la vida, unas veces , limpiando oliveras, otras haciendo de barbero,
también cazaba a “rastro” y con éxito, pero la música lo dominaba, fabricándose
él mismo “chuflos y chuflainas”, cómo estando de pastor se hizo una gaita con
su botico hinchado de aire y tocaba y tocaba”.
“La gaita de Antonio, según me
dijo Angel Lera, tenía un botico,
equivalente al odre de la gaita gallega y que se hinchaba soplando. No se
conocen más detalles, porque ya no queda nada de ella”. Pero ahora, al
encontrarme en San Pedro el Viejo, con Pedro Mari Martín, se acaba de dar uno
cuenta de que está resucitando, la gaita ibérica en Aragón “y que la cubren con una tela
multicolor.
Me parece la iglesia de San Pedro
el Viejo, un divino lugar para
resucitar, porque Pedro Mari, allí hacía sonar su gaita ibérico – aragonesa,
igual que Antonio Margalejo, hace muy largo tiempo, la sonaba por Used,
Bara,Belsué, Ibirque, donde se encontraba con los Ciegos de Siétamo, que eran
músicos como él.
Ante la resurrección de la gaita
aragonesa, Pedro Mari y todos los gaiteros aragoneses, cubren sus gaitas, con
una ropa multicolor, con la que envían sus notas por las bóvedas de San Pedro el
Viejo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario