Muere a los 103 años Pepín Bello |
Hace aproximadamente unos siete años, estaban en Huesca, su ciudad natal, llamados por sus sentimientos y sus recuerdos infantiles de los pueblos de Quinzano, de Siétamo, de Chimillas, de Almudévar y de algunas personas, Pepín Bello, María Teresa Bescós Lasierra, que ha muerto hace muy poco tiempo, con cien años de vida, después de su hija, también llamada María Teresa Alamán y Bescós de segundo apellido y bastante más tarde que su hermana la escritora María Cruz Bescós.
Aquí, en nuestra capital, se
encontraban con otros partícipes de su vida, con los que su familia
convivió, José Antonio Llanas, casado
con María Antonia Vázquez, gallega, como
los antepasados del señor Bello y en cuyos corazones existe una sensibilidad
por la nostalgia y saudade y este Llanas Almudévar que, con su segundo
apellido tenía su origen en Siétamo, como Kosti, cuyo auténtico nombre era
Manuel Bescós Almudévar. Ambos fueron
alcaldes de Huesca y escritores, que mantenían el interés de los oscenses sobre
sus relatos, serios y a veces solemnes los de Silvio Kosti y más humorísticos y
costumbristas los de José Antonio Llanas.
Pepín Bello, primo de María
Teresa Bescós Lasierra y que como ella, en menos de un año alcanzará los cien,
ha sido amigo íntimo de pintores, como Dalí, de cineastas, como Buñuel, de
escritores, como Lorca y conocedor de
filósofos como Aragón y ha sido un conversador eterno y además no cultivó ningún oficio en toda su vida. Al preguntarle un
periodista que cual era su profesión,
siendo amigo de tantos seres humanos, que se distinguieron en la ciencia
y en el arte, él contestó”: Yo soy amigo de mis amigos “. Y esa amistad y esa
afición a la conversación lo llevaba a
reunirse, unas veces en el Aéreo Club o,
por ejemplo en casa de José Antonio Llanas Almudévar.
Y me han dejado una cassette, que tiene gravada una conversación entre
todos los personajes citados anteriormente y algunos más.
En la casete que me dejaron están las voces de
los conversadores citados más arriba y el primero que habla es el gran Pepín
Bello, que parece afirmar, porque no están bien grabadas las palabras: “¡Hay
que decir nuestras memorias y sentimientos Hay que decirlos, hay que
decirlos!”.Tenía ganas de hablar y ya estaba en el salón de José Antonio Llanas
Almudévar y se veía como si estuviera entre las “mámparas” o mamparas de la
Codorniz, con sus bastidores escritos, unidos por goznes, que se abrían, se
cerraban y se desplegaban, haciendo las palabras los mismos juegos que los
biombos o cancelas. Y hablaba de que había que divertirse y divertir a los
demás, hablando y hablando. Y María Teresa recordó los buenos ratos que le
proporcionaba la lectura de la Cena de Baltasar Gracián, en la cual se divertía
el autor y divertía a sus lectores. Entonces
alguien manifestó el deseo de que se hiciera una antología de lecturas
divertidas, diciendo José Antonio que algunas de esas obras estaban en el
Indice, como unas fábulas de un fabulista moral, creo que Samaniego, que
escribió otras completamente inmorales. Yo las tuve, pero las di porque no
cayeran en manos de mis hijos, entonces niños.
Pepín exclamó:”¡ yo estoy a todo, menos a la
razón!” . No sé si él creía en la teoría de Aragón, es decir en el surrealismo,
que se interroga ¿qué clase de
pensamiento es aquel que justifica una guerra con un millón de muertos?,
¿son esas muertes justicia válida para la humanidad?. Después de afirmar que
estaba a todo, menos a la razón, decía: ”esto parece insensato, absurdo”;
parece una invitación, que diga a los hombres y mujeres : “¡el caso es pecar!,
pero yo le digo que cante poco”, ¡jo, jo, jo!, !que no ,que no!”;ese escaso
cantar parece un consejo de Pepín para
que no pequen mucho, es decir que no lleven el surrealismo, ¿o que lo
lleven?, a situaciones exageradas. Pepín
busca algo más real en la conversación, algo surrealista, algo más real que lo
real, algo que signifique que habla por encima de la realidad.
Su amigo Dalí dijo que “el
surrealismo, será el único istmo que subsistirá” pero parece ser que le pasará
como a todos.
No se que tendría que ver Rafael Bescós con estos asuntos, pero dice
Pepín: “hay que reconocer que Rafael
estuvo también”, en una época en que atacaban la religión y “se
marcharon todas las monjas”; añade que sus hermanas una vez fueron a estudiar
con una señorita, que, “¿sabes quien la conoció?, Emilio Castelar” .Una voz
femenina añade que “era simpática y sabía francés, dándonos la clase en casa “.
Otra voz femenina afirma: ” tú sabes, en vuestra casa las torres las forzaron y
había una especie de arquillo…y me quedé muy triste”. Han girado los biombos de
la conversación y se queda uno ayuno de que torres se trataba y cual era el
arquillo, que las adornaba.
En estos momentos a través de las
mamparas se oían menos ruidos y menos las risas claras y alegres de Teresa
Bescós Lasierra, mezcladas con la palabra optimista y sonora de Pepín Bello
Lasierra y acompañadas por sonidos de cucharas que golpeaban en los vasos y en
los platos, pero comenzaron de nuevo las mamparas a girar, a abrirse y cerrarse
repartiendo ráfagas de buen humor, cuando todos los asistentes se pusieron a
contar el caso del gran perro mastín, que era de los militares y cuando éstos
asistían a la misa de campaña, se ponía al lado del altar y lloraba ladrando,
imitándolo Pepín, José Antonio y su hija María Teresa, reproduciendo sus
ladridos :uuuuuh, uuuuuh, mientras reía María Teresa Bescós y María Antonia,
que estaba con la taza y la cuchara en las manos, dándole helado a su hija,
golpeaba la cucharilla contra la taza, como aquella que quiere animar más el
movimiento de la mampara.
Se quedó un poco cortado José
Antonio, al recordar lo que le pasó, con
esta expresión: ”el tontolaba que estaba en la radio se me quedó las cintas”.
Pero, aunque perdió alguna cinta, se acordaba de infinidad de anécdotas y a
continuación de hablar del perro sacristán, contaba que “se ponía el perro de
Mompradé en medio del patio y le iba a buscar el periódico”.
Y casi al mismo tiempo, Pepín y
José Antonio hablaban de las magníficas fotografías que del Pirineo, Compairé se dedicó a crear una gran
colección, que ha hecho que los oscenses descubrieran el arte fotográfico.
Y José Antonio recordando sus
años infantiles habla de los santeros de las ermitas, ya que al santero de
Salas lo conocía porque iba a la farmacia de su padre con la “capilleta” de las
Vírgenes, a recordar a la gente que hicieran oración y de paso, que le echaran
una limosna en la caja petitoria, para poder vivir como ermitaño y en la
ermita, donde “la gente no sabe la existencia en los santuarios de comedores y
cuartos para dormir. Y los santeros esperaban el día en que hacían la romería
las Cofradías, porque los cofrades los sentaban a comer con ellos”. Pero José
Antonio cuando, con sus amigos iba a Salas a coger regaliz de palo, se
encontraba al santero, que les daba agua de su botijo y era de agradecer porque
por allí el agua no era potable.
Recuerda el monasterio de
Loreto, la ermita de Cillas, cuyo
santero cura tenía éxtasis, el santuario de San Cosme y San Damián, que fue tal
vez el último de ellos, que tuvo santero, pagado por los condes de Guara y la
de Santa Lucía, pero dice que en los años cuarenta, apareció por Huesca, una
mujer pidiendo limosna para la Virgen de Torreciudad. ”Decía que se levantaría
una iglesia enorme y que acudiría todo el mundo y la gente ignoraba la
existencia de ese santuario”.
Efectivamente: ”la casa
desmontada, la casa montada”, pero ese pensamiento también acariciaba las
mentes de los tertulianos, porque José Antonio preparó el desmontar su casa y
montar otra en Huerrios, en la que parece que tuvo lugar esta conversación. Y
Pepín habla de la casa que hizo su hermano en Almudévar, “con cocina de leña,
esa era una cocina”, porque no cerraban las puertas y ” luego se cierran las
puertas y está el candado y se cierra, como una salamandra”, al marcharse y
añade “son bastardas, no son mejor que en Madrid”. Sigue José Antonio y dice:”en
la torre Casaus era la chimenea de piedra tallada”; miraba a su alrededor y le interrumpían las
mujeres: "si, si, si”. Se alegra la habitación. Se ríe María Teresa entre
las risas de las mujeres, ante las palabras que pronuncia José Antonio”. Entre
tanta alegría, se escuchan los ruidos de los platos.
Recordaron los asistentes al
salón, a Antonio Bello, cuando en el Aero-Club, se acercó a un grueso señor y
le explicó que había comprado unos cocodrilos, que tenía en su finca de
Almudévar y que ahora no sabía que hacer con ellos, ya que le estorbaban; a lo
que le contestó: no se preocupe porque simplemente con un cuchillo, se desangran
los cocodrilos. Bello le dijo: ¡el caso es sangrarlos bien! y además tenerlos que matar, ¡pobres animales!.
Y Pepín repetía :”el caso es sangrarlos bien!”. El señor consultado, conmovido
exclamó: ¡bueno, ya iré a sangrarlos!.
Ahí, estaba el problema, porque
José Antonio repitió: ¡el caso es sangrarlos bien!.
No los sangraron, porque
realmente no existían los cocodrilos.
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