lunes, 9 de septiembre de 2024

ALEJANDRO AQUILUÉ.-



Te has marchado desde la casona de la Calle Alta de Siétamo al elevadísimo Palacio del Cielo, donde continuarás gozando de la felicidad, a pesar de los momentos difíciles por los que todos pasamos alguna vez por la vida. Tu, Alejandro me haces pensar en los tiempos pasados y en los futuros; en los pasados, cuando eras administrativo de la Compañía de Autobuses, que salían y llegaban a la Oscense. Ahí te vi, con la educación que siempre te ha caracterizado, darle a mi padre el billete para llegar a Siétamo. Fueron tantas las veces que se lo proporcionaste, que vuestra amistad se hizo eterna, tanto que sin esperarlo, tu también viniste a vivir a nuestro pueblo, donde has arraigado en él, con una satisfacción que te llevaba a cultivar la amistad con sus vecinos, como se podía ver al llegar el verano, en que subías con Soler a tomar el fresco en su casa-jardín, desde donde se contempla la Sierra de Guara. Entonces te acordabas de tu pueblo natal, que está situado en la Montaña. Pero tu viniste a Siétamo también por los tiempos futuros, ya que tu hija, que es una artista, compró esa casa, que no había sido ocupada por inquilinos, para establecerse en ella y amueblarla con muebles y cuadros y esculturas antiguas, mirando a un tiempo futuro, que la haría feliz y trabajar con delicia y entusiasmo renovando las esculturas y las pinturas de las antiguas iglesias. Al principio tuviste algún momento de duda porque entrar en aquella casa casi vacía, hacía que te lamentaras, pero tu hija tenía todo previsto y arregló la puerta principal, poniéndole un llamador de hierro forjado y en el recibidor pusiste unos cuadros y unos escudos, que alegran los corazones de los que tienen la suerte de verlos. En aquel enorme comedor con su cocina, con aquella apertura por la que recibe la luz del cielo, daba gusto estar sentado y consultando libros sobre temas que yo te había planteado. Tu señora, poco habladora, pero eternamente sonriente, nos acompañaba.

Tu, como todos los mortales pensamos en el pasado y en el futuro, pero como dice un refrán popular: “para Dios no hay ni pasado ni futuro, todo está presente”. Me he puesto a pensar en su significado y he visto que, al morir, los hombres entramos en un presente eterno, porque allí estaremos juntos con nuestros padres, con nuestros hermanos y con todos nuestros antepasados.

Por eso, aunque los momentos que estáis pasando sean terribles, pensad que allá arriba gozaremos del amor del Señor.

Tú, Alejandro has amado el pasado y el futuro de tus hijos y de tus nietos, pero ahora gozarás de la amistad de todos los hombres y mujeres del mundo y verás los paisajes, no sólo de Siétamo y de tu pueblo natal, sino los de todo el mundo y gozarás del arte, como goza tu hija con los hermosos cuadros y esculturas, con los que ha llenado tu casa.

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