En los pueblos, en aquellos
años pasados hasta un poco más de la mitad del siglo XX, uno llegaba a conocer
profundamente el alma de los campesinos de nuestra Nación, pues viviendo con ellos unos días,
por ejemplo para las fiestas patronales, tratabas con sus gentes, que te
invitaban, tratando de que tomaras
alguno de los mejores bocados que podían ofrecerte y se enfadaban si no querías
quedarte a dormir en sus casas. Todavía queda alguno que aún observa ese
comportamiento, pero ¡quedan tan pocos habitantes en los pueblos!, qué es
difícil comunicarse con ellos. Y es que la agricultura, principal actividad
ejercida por los habitantes de los pueblos ha decaído de tal forma, que los
jóvenes la han abandonado y buscan su trabajo
en otras actividades, lejos de su pueblo.
Este último verano estuve en
uno de dichos pueblos, donde ya quedan pocos habitantes, pero que conservan
aquellas viejas cualidades, como la de comunicarse entre ellos y ayudarse
mutuamente. Les hablé de mis estancias en el pueblo ya pasadas hacía años y
deseando comunicarse conmigo, me empezaron a contar un cuento, en el que la
protagonista era una joven casadera que tenía
unos veinte años, allá por los treinta del pasado siglo. Decían
que el pueblo murmuraba de ella y añadían que estaba embarazada, porque cuando
la veían en el lavadero, se fijaban con insistencia en su abultado vientre y no
paraban de atribuirle un padre, que para unos era, simplemente un funcionario y para otros un guapo mozo
labrador.¡Pobres mozas, como tenían que sufrir, sin poder evitar sus embarazos,
como ahora!.Vivía aterrorizada por su
situación, que la iba a convertir en una
"mala mujer" cuando trajera al mundo un hermoso niño, sin
recibir ninguna ayuda de la Sociedad. Por fin cuando dio a luz tal niño, según
el que me lo contaba, "cometió un horroroso crimen".
¡Qué innecesarias vergüenzas
tenían que pasar la moza y su familia!. Y
la pobre criatura, con su muerte y sin tener ninguna culpa, lo pagaba
todo. Hoy la prensa es más discreta con estos casos.
Entonces no existía la
televisión, pero los ciegos aprovechaban estos hechos para cantarlos y
narrarlos, delante de un panel enrollable, lleno de viñetas alusivas a cada
parte de la historia o cuento cantado y toda España se enteraba de lo que había
pasado en cualquier provincia, por lejana que se encontrara.
Lo que me contaron había
sucedido en el pueblo que este último
verano visité y un amigo mío, resulta que lo había escuchado a un ciego en la
ciudad de Zamora, durante los años de la Guerra Civil. Su padre estaba en el
frente y su madre con mi amigo, entonces niño, iban a Zamora capital a cobrar
mensualmente la paga y le impresionó el hecho de ver y escuchar a un ciego,
cuando cantaba la siguiente copla: "En la provincia de Jaca-pueblo llamado
Babieca-una espantosa tragedia-a una moza ha sucedido", mientras un
pequeño muchacho con un palo haciendo de indicador, señalaba las viñetas en que
la moza lavaba, murmuraban las gentes, sufrían los supuestos padres y la
protagonista era llevada al juzgado.
Hay un enorme contraste
entre los medios por los que la gente se enteraba de los sucesos que ocurrían
en la sociedad. Ahora la prensa y la televisión, el teléfono y los ordenadores
nos comunican rápidamente los acontecimientos y antes los pobres ciegos tenían
que recurrir a cantarlos y acompañados por alguno de sus hijos o por algún
pequeño desgraciado, a mostrar los dibujos de la mujer en el lavadero, de las
vecinas criticando, del padre viviendo cómodamente o del cuerpo del desgraciado
niño.
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